viernes, 1 de noviembre de 2024

Inseparables

INSEPARABLES


Lo propio en estos tiempos que corren es la división, la autoafirmación, exigir que se me reconozcan mis derechos -lo que es muy loable-, si además fuera parejo al consecuente reconocimiento de los derechos de los demás, del derecho también a la diferencia, al respeto y hasta la defensa de la alteridad. Se va a terminar por hacerse necesario empezar a educar una actitud inclusiva, no ver en el otro a un enemigo a combatir, sino a un semejante, a un prójimo, a un igual, a un hermano, a alguien tan digno como yo de valoración, respeto y cuidado. Inclusiva será esa concepción que integra al otro en un reconocimiento mutuo en el nosotros fraterno.


En una sociedad de individuos ferozmente individualistas, en la que cada uno mira exclusivamente y lucha por lo suyo y sus intereses particulares, tarde o temprano terminará por irse todo al traste. Leemos en el libro del Génesis que al parecer del Creador no es bueno que el ser humano esté solo ni aislado. Somos, pues, seres relacionales o no somos. De ahí la importancia de no echar en el olvido el lema de nuestro colegio y de nuestra Fundación: ser para los demás. Nadie es autosuficiente, nos necesitamos los unos a otros para complementarnos, para mejorarnos y, en definitiva, para vivir y convivir. Solo así podremos comprometernos en un mundo mejor, en el que todos quepamos, porque por fin vuelve a ser conforme a la voluntad de Dios amor.


A pesar de encontrar por doquier la discordia y el enfrentamiento, llama poderosamente la atención -y hemos de aprender a reconocerlo-, cuando ocurre justamente lo contrario y prevalece la unión frente a la división, es decir triunfa el amor en lugar del egoísmo. La unión fiel en el amor tan profundo que vuelve inseparables a una madre y a su hijo, o el abrazo cordial con que se funden los verdaderos amigos, porque lo que Dios Amor ha unido, no debe separarlo el hombre. Unamos, amemos e impidamos que entre nosotros surja cualquier conato de división. O también las escenas de cientos de voluntarios prestos a ayudar a las víctimas de las catástrofes vividas en nuestro territorio. Esa corresponsabilidad para con el que sufre nos hace humanos y admirables, cuando nos sentimos inseparables.


Hemos de dejarlo claro: es justo esto lo que nos traemos entre manos día tras día en la escuela. Tan para los demás es el profesor respecto a sus alumnos, como los alumnos respecto a sus profesores. Hemos de colaborar y ayudarnos. Es precisamente esa la relación educativa, el proceso de enseñanza-aprendizaje, que no puede darse sin conectar personas en una labor maravillosa y creativa de conformar personas, libres, conscientes, comprometidas, agradecidas y transformadoras. Entonces se entiende que el evangelio sea el mejor abono para hacernos dar fruto, no reservarse nada para uno, sino afanarse en el amor por los demás.


En el Evangelio de este domingo 31 del tiempo ordinario, se nos incide en que no es posible separar el amor con todo el ser a Dios y por otro a los hombres. Ambos son el único mandamiento que resume el imperativo moral para realizarnos como personas, como seres que logran reflejar el mismo amor que Dios nos tiene en sus vidas y en el trato a los demás.


Amar a Dios y al prójimo resultan ser mandamientos son inseparables: 'Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel,  el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos»'.


Por ello, aunque no está del todo mal amar al prójimo sin amar a Dios o tampoco amar a Dios, olvidándonos de amar también al prójimo, lo que realmente cumple de manera efectiva la prioridad del mandato que Jesús nos expresa, es integrar en un solo amor unificado y totalizador ese amor en que amamos a Dios a través del prójimo, y a la vez, amar al prójimo a través de Dios; esto es, orar con nuestros actos, y transformar (y transformarnos) con nuestra oración. Es un mismo amor inseparable, como la raíz, el tronco y las hojas. Es posible no separar ese amor completo; así lo hace Jesús, y así lo hacen los innumerables santos que en estos días hemos celebrado con intenso gozo. No consiste más que en ejercicio de la caridad, una caridad sin engaños.


Porque si separas y divides el amor a Dios con todo tu ser, del amor con todo tu ser al prójimo, no estás amando como ama el Amor, algo aún te queda para que ese amor que te constituye esté completo y sea auténtico. Por contra, si no separas lo inseparable, entrarás en un círculo virtuoso que se retroalimente incesantemente por la gracia, de la misma manera en que lograron vivir los santos, los amigos de Dios.


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