¿Dónde está el enemigo?
Nos dice el libro del Eclesiástico (Eclo 27, 4-7) que al final sale a relucir nuestra verdad en todo lo que decimos y en todo lo que hacemos. La vida, pues, nos enseña, pero también nos pone a prueba, y va saliendo a la luz la realidad de nuestro ser: nuestros aciertos, nuestras apuestas, nuestros amores, así como nuestros vicios y errores. Y por mucha careta y mentira en que tratemos de ocultarnos, siempre termina por descubrirse la grandeza y la miseria de lo que uno es o ha ido decidiendo ser. En esa misma línea, en el Evangelio de este domingo octavo de tiempo ordinario, Jesús nos dice que "al árbol se le conoce por sus frutos".
Nos podemos imaginar que todo aquel que ha sido educado para ser agente de la KGB, o de la CIA, o de cualquier otra institución que actúa en lo encubierto, en la que el fin justifica los medios, habrá aprendido necesariamente a distorsionar el modo de entender la realidad y de concebir al otro, al semejante. No es de extrañar que los que perciben al otro como enemigo, precisan una cura urgente, o de lo contrario arrastran a cuantos puedan a la destrucción.
En estos momentos parece que volvemos a revivir la ominosa y lamentable situación de Europa atacada por los artífices del ver al otro como un enemigo a combatir y a toda costa terminar por imponer al otro la propia voluntad. Les parece bien -y hasta meritorio- volver a regar de sangre Europa, del mismo modo que siguen ensangrentando el resto del mundo con tal de engreírse como seres poderosísimos. Su maldad y su crueldad es asombrosa, pero no hace mella en su pútrida conciencia.
¿Dónde está el enemigo a combatir para estos depredadores de la libertad? Pues sí, digámoslo alto y claro: está en ellos mismos. Su proceso de maduración como persona ha sido tan deficitario que se han convertido en seres incapaces de amar y de amarse, de aceptar y aceptarse, de tolerar y tolerarse, de perdonar y perdonarse. ¿En qué se han convertido? ¿De dónde les surge tanto odio? ¿Adónde les lleva tanto odio?
Por ahí deberían buscar la única victoria laudable y benéfica para todos. Traten de poner paz en su corazón. Dejen de ver a nadie como su enemigo, sino confíen y establezcan lazos desinteresados de benevolencia con los demás. Encuéntrense ya de una vez con el bien y la bondad que todos custodiamos en nuestros corazones. Déjense convertir a la misericordia del Dios misericordioso, hacedor de la vida y la libertad, y déjenos a todos vivir en paz. Sean ya de una vez humanos y no cainitas y fratricidas. Den una oportunidad a la paz.
¿Dónde está la batalla?
Sí, hay que dar la batalla, pero ni con sables ni cañones, ni tanques ni ametralladoras, ni con misiles y bombarderos. La única batalla que aún no se han atrevido a dar es la gran batalla que les espera dentro a todos los que no han logrado ver más que enemigos fuera. La batalla pendiente es la que no se han atrevido a protagonizar. Allí no pueden mandar a otros para que combatan y mueran por sus mezquinos intereses. Allí han de combatir ustedes a pecho descubierto contra sí mismos.
Atrévanse a derrotar a la maldad que acampa a sus anchas en su alma. Mírense a la cara con detenimiento. Enfréntense a su único enemigo, pues les está destruyendo por dentro. Y una vez pacificados -si es que se vencen-, vengan a propagarnos el bien a los cuatro vientos. Mientras tanto, lo mejor que pueden hacer es dejarnos a todos en paz.
Señores de la guerra -hipócritas, en el lenguaje evangélico-, hagan el favor de sacarse primero la viga de sus ojos y entonces verás claro… para apostar por la vida de los ucranianos y de todo hombre de buena voluntad.