sábado, 7 de junio de 2025

Es el momento

 ES EL MOMENTO


En la vida las cosas suceden cuando suceden, no cuando a nosotros nos gustaría. Nosotros no somos los que marcamos el tiempo, no decidimos cuándo nos viene mejor que ocurran determinadas situaciones. Por eso hay que aprender a bailar al son que suena la música, porque en este caso, ni somos los directores de orquesta ni el DJ de turno que elige la canción. Lo importante es que suene esa melodía, que la aprecies, e incluso que el cuerpo se encuentre tan a gusto con lo que suena en ese momento que pueda moverse con total ligereza. A veces vivir puede llegar a ser como un baile, ser llevado y disfrutar de lo lindo de la pieza; aunque, si uno ya no cuenta con las mismas fuerzas de la juventud, puede acabar extenuado. Es cierto, pues, que se baila con el cuerpo, pero además del cuerpo, también se baila con todo lo que uno es: con el ánimo y con la libertad del alma.

Si en lugar de recurrir a la analogía de la danza, empleamos la de la escritura, podríamos decir que aunque uno sea el protagonista de la historia, o más bien el que se identifica en cierto grado con lo que vive el protagonista, la trama y los sucesos con los que le toca campear, la historia ni la escriben los protagonistas ni tampoco el lector.

Y así nos pasa a todos y cada uno de nosotros, que en último término no decidimos muchas cosas, aunque otras sí, y algunas, además, de enorme transcendencia, aunque no lo sospechemos. Lo normal es no estar preparado nunca del todo para salir bien parado de cualquier aventura, pero según llega la prueba, hemos de tomarla y salir del paso de la manera más digna y provechosa. ¿Qué les vamos a decir a nuestros alumnos que acaban de examinarse de la tercera evaluación? ¿No les hubiese venido muy bien contar con las preguntas de antemano? ¿O quizás disponer de unos días más para repasar y prepararse mejor? ¿Cayeron en el examen las preguntas que mejor se sabían? Cuando toca, toca, y cuando llega, llega, y no queda otra que hacer lo mejor posible la faena encomendada. La vida nos va imponiendo el momento, no sabiendo siempre cuál que puede llegar a ser decisivo. Uno ha de responder a bocajarro, con lo que en ese momento es, sabe y lleva consigo.

Así, a la chita callando, hemos recorrido el tiempo pascual hasta llegar a la solemnidad de Pentecostés. Estemos o no preparados, ha llegado la irrupción del Espíritu Santo, del mismo modo que les pilló a los apóstoles cuando temerosos se reunían a escondidas, por miedo a las represalias de los mismos que acabaron con Jesús. El Resucitado se planta en medio, se hace evidente que es el vencedor de la muerte, que está vivo y desborda vida eterna, y les transmite un doble mensaje a sus amigos. 

Primero nos dona la paz, esa paz que atraviesa muros y se abre camino para hacer posible la fraternidad. Frente a la división del mundo, frente al enfrentamiento, Jesucristo instaura la paz que nace de la reconciliación, del triunfo del bien y del amor, porque el que nace del Espíritu ya queda unido a Dios y a los hermanos; no entiende de discordias, sino que mira a los demás con los mismos ojos que Él nos contempla.

En segundo lugar, el mensaje de Jesús es que ha llegado el momento, que hemos de empezar a ser, a vivir y difundir esta cultura del encuentro entre los hombres y Dios. Es el comienzo de los tiempos de soltar amarras y cruzar los mares de la historia, la personal y la comunitaria, en la nave de la Iglesia. Somos el cuerpo intrínsecamente vivo y unido de Cristo resucitado y glorioso, anunciamos y comenzamos un nuevo mundo y un tiempo nuevo y una nueva humanidad. Los cielos nuevos y la tierra nuevas ya están comenzando; es el Espíritu el que nos mueve a esa libertad fecunda, pues no es una libertad para realizar mi propio proyecto, sino el proyecto común, el del Reino de Dios.

Por ello, Jesucristo nos conmina a la misión. Hemos de vencer a la muerte, a los apegos, a los protagonismos individualistas, a los miedos, las comodidades, las reticencias; hemos de vencernos a nosotros mismos para ser más de Dios por el Espíritu. Con esta riqueza de dones y con esta vida que nos es infundida, hemos de hacer Iglesia a los cuatro vientos. Este es el momento de la irrupción del Espíritu en el que cada uno de nosotros, unidos a los demás hermanos, hemos de tratar de estar a la altura de los tiempos. Estaremos más o menos preparados, con la efusión del Espíritu nos basta. 

Es el Espíritu que se recibe de manera expresa en Pentecostés el que capacita para formar y acrecentar el cuerpo de Cristo eclesial, unidos y diversos, y toda su actividad misionera, pastoral y caritativa que ésta lleve a cabo. Es la Iglesia la que puede ser el faro en este umbral de esta revolución tecnológica que estamos viviendo. A nuevos tiempos, nuevos retos. Ante el riesgo de la deshumanización tecnológica, de la desvinculación del tejido social humano, la Iglesia tiene una propuesta profundamente humanizadora: la revolución de la ternura y la misericordia de Dios.

Es el Espíritu el que anima e impulsa a la Iglesia formada por todo nosotros, para transformar la sociedad, no como dictan los poderes económicos y políticos, sino para liberar al hombre de todo sometimiento reduccionista. Más que nunca precisamos de la acción poderosa de Espíritu, del soplo del Resucitado, Alfa y Omega de nuestra existencia, porque Él provee de lo más necesario para dar respuesta a nuestro tiempo. Es este el momento de ser más espirituales para que gestar al ser humano que se requiere, a imagen y semejanza del Hijo en este momento de la Historia.

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