domingo, 24 de abril de 2022

De vivos y muertos

DE VIVOS Y MUERTOS


Tenía que acontecer lo absolutamente impensable, lo extraordinario, lo increíble, que un muerto volviera a la vida, para que los que vivíamos como muertos vivientes, pudiéramos volver a la vida. Y por esto bien podemos llamar a las cosas por su nombre: RESURRECCIÓN.

Vida y muerte parecen términos antitéticos, al menos así, a bote pronto. Sin embargo, si nos detenemos a tratar de relacionar los conceptos, resulta que no lo son tanto. El proceso de la vida va parejo al de la muerte; mientras vamos viviendo, ya hay células de nuestro organismo que van muriendo al tiempo que otras nacen. Se inicia la vida, pero a la vez nos vamos aproximando poco a poco a esa muerte que nunca descansa. Tal vez más que contrarios son términos complementarios, estrechamente entrelazados, vivimos y morimos a la par, y hasta podríamos decir que morimos porque vivimos. Pero esto nos daría para mucho y ya ha sido tratado por otros autores tan insignes como Unamuno.

Pues sí, la mayor parte de las veces, a los vivos se nos van insertando inercias de muerte, se nos va apagando la vida lentamente, sin darnos cuenta y como si no tuviese remedio alguno. Primero nos dejamos por el camino la infancia. ¿De verdad que es irremediable perder la infancia o podemos permitirnos seguir conservando actitudes fundamentales de la infancia aunque acumulemos la tira de años?

Después, y progresivamente, nos dejamos arrebatar lo más auténtico que desde la infancia portamos dentro. Posteriormente llegamos a la adolescencia y aunque buscamos denodadamente nuestra identidad, la verdad escurridiza de quien debemos ser, esta se nos va perdiendo en sucesivas tentativas, y no nos queda otra que aferrarnos a una de sus múltiples versiones de un yo algo descabalgado. Después los desengaños amorosos, que terminan acorazándonos el corazón, las traiciones, las separaciones, los desencuentros, las renuncias, los fracasos... Y cada cual salva del naufragio lo que puede; pero todos acumulamos heridas que van cicatrizando sin cerrar nunca del todo. Por el camino se va imponiendo la cruda realidad y, sin querer reconocérnoslo demasiado, vamos soltando aquellos sueños que éramos. Cualquiera que nos viese desde esta perspectiva, sí que podría reconocernos como medio muertos en vida, con más desilusiones que esperanzas.

Y en medio de estas vidas acomodadas, pero con un lastre de renuncias callado, irrumpe Jesús, que pasa por la muerte y regresa de ella para darnos VIDA. ¿Cómo de la muerte va a surgir poderosamente la vida? ¿Cómo vamos a dejarnos contagiar de esa vida que hace saltar por los aires todas las pequeñas muertes que se nos han ido incorporando como irremediables? ¿En que medida puedo yo resucitar con Él?

Tal vez sí. Lo primero creyendo, es decir, confiando en lo que nuestro corazoncito afirma. Trata de escuchar en lo más secreto de ti si esa voz, que resuena al escuchar el evangelio, te ilumina con una luz que hasta ahora no habías percibido. Tal vez esa claridad ya sea la misma que la de Cristo, Vencedor de la muerte. Tal vez estés ya con Él resucitando a una vida nueva incipiente.

Otra manera de volver a la vida sea tan sencilla como volver al amor. Pero no a un amor según el mundo, sino según Dios: un amor que no sabe de egos, ni intereses, ni precios, un amor gratuito y genuino. Sí, hay otra manera de amar que podemos aprender y poner en práctica: el don de sí, el sacrificio, la búsqueda del bien del otro, es decir un amor no de posesión, sino de entrega. También esa forma de amar se vuelve luz de la resurrección dentro de uno, una luz que serena y renueva. Esa luz también es resurrección que el Resucitado nos regala, porque "Yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos".

Algo hemos logrado entender tras el domingo de resurrección: ni estamos hechos para la muerte, ni la muerte tiene la última palabra, sino que nuestro Dios es un Dios de vivos que nos ha hecho para la vida plena y eterna. Seamos testigos de ello.

¿También tú necesitas resucitar? ¿Quieres vivir? Tan solo has de dejarte iluminar por el Señor de la Vida.



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