domingo, 17 de abril de 2022

Adentrarse en la luz

 ADENTRARSE EN LA LUZ

A menudo nos estamos debatiendo entre la luz y las tinieblas, entre las tenues penumbras de nuestras vidas, a veces excesivamente grises, y aquellos otros momentos de especial brillo, los que van quedando amarrados a eso que tratamos de identificar como los mejores momentos de nuestra vida. Pero, reconozcámoslo, predomina lo anodino sobre lo digno de volverse memorable.

Vivimos instalados en la opacidad de un bienestar particular, acostumbrados a la primacía de lo individual, entendido como absolutismo de un ego que no cesa de reclamar más y más necesidades perentorias, y en donde muy difícilmente encontramos algún retazo de esa ficticia felicidad a la carta. La inercia consumista en la que hemos aprendido a estar situados, no nos proporciona la plenitud que parece que denodadamente buscamos.

Son tiempos de mucho neón y luz artificial -aunque el precio de la electricidad esté por los cielos-, pero también de mucho engaño y desengaño, de demasiada desilusión y excesiva sombra. Si miramos las redes sociales, podría darnos la impresión que llevamos una existencia muy feliz, siempre disfrutando al máximo, aunque también se aprecia en esas mismas redes sociales una tendencia a insultar y maltratarnos entre unos y otros a las primeras de cambio; y eso es síntoma de toda la insatisfacción que hemos acumulado.

También nos llegan una y otra vez noticias desoladoras de desgracias que no contribuyen más que socavar esos frágiles pilares de nuestra esperanza, y a avivar con facilidad los paralizantes miedos e incertidumbres que se ciernen sobre todos. Y en medio de este estado de cosas, en el que cada uno sobrevive como puede, y que no logramos más que ir solo tirando, Cristo, el Dios humanado, se deja arrebatar la vida, y contra toda evidencia, RESUCITA para todos los hombres. Y este mundo nuestro, tan malparado, se llena de una luz pura que irrumpe para concedernos una claridad necesaria.

Tal vez aquí está la clave, en que nos dejamos dominar por las evidencias, pero unas evidencias superficiales, unas evidencias propuestas por los medios de comunicación de forma reiterada, pero muy pocas veces vemos más allá el secreto de lo impensable. Pues la resurrección de Jesucristo, condenado a muerte por el poder establecido del momento, se impone con una rotundidad maravillosa en lo secreto. Rompe el velo sagrado del templo, descorre la pesadísima losa de lo inamovible, y hace que la vida verdadera resurja de nuevo. Pero no la descubrirán más que aquellos que se permitan que esa resurrección primero acontezca dentro de ellos, donde el Señor ha establecido su íntima morada; esos que se atreven después a mirar con ojos de niño, repletos de ilusión y amor. 

Sí, los bienpensantes, los incapaces de escuchar al que miraba con esa mirada límpida, creían estar haciendo lo correcto cuando mandaron al patíbulo al que se decía Hijo de Dios, y que además ya de paso, ponía en tela de juicio tantas cosas para ellos seguras, sagradas y verdaderas, es decir, las evidencias a las que se aferraban.

Sin embargo, a pesar de esas interesadas razones evidentes, "hay razones del corazón que la razón no entiende" (Blaise Pascal), y en esas razones del corazón son las que nos hace caer en la cuenta Jesús de Nazaret, para que pasemos con Él de la muerte a la vida, o de la tiniebla a la luz, o de la tristeza a la alegría, o de la egolatría a la fraternidad, o de la falta de fe, esperanza y caridad, al compromiso por el Reino de Dios.

No permanezcamos más en la ausencia de luz. No nos privemos de esta fiesta de la presencia de la luz que, desde lo oscuro de la muerte, se abre paso como el alba y logra disipar las tinieblas. Cristo inaugura con su resurrección una luz nueva y verdadera, una luz de la que nos hace partícipes a los que vivimos injertados en Él. El que es la Vida, nos la da resucitando, y nos la da en abundancia. Recibámosla.

Este es el momento oportuno de dejar que Cristo nos resucite. Es el tiempo pascual en el que podemos pasar con Él de la muerte a la Vida, dejar ya la noche y adentrarse en la Luz, porque VIVE, y nosotros podemos vivir con Él.

De ti, Cristo Resucitado,
de ti, Cristo Vivo,
estamos necesitados de Ti,
de esa resurrección que puedes ofrecernos solo Tú.
Que tu sangre de resurrección que da vida
circule ya irradiando en nuestras venas,
para ser a la novedad absoluta
del amor que renueva la vida.
En ese amor tuyo divino
volvemos a ser y nos reconocemos
los hombres y mujeres libres que debiéramos ser,
capaces de resucitar la fraternidad humana
que todos llevamos intacta en lo más hondo.
Ansiamos empezar de nuevo a vivir estrechando lazos,
amalgamando el perdón y la paz,
descubriendo la hermosura luminosa de cada día,
y compartir generosamente los bienes, las penas y alegrías
que nos vayan viniendo,
porque contigo resucitado
la vida resplandece de sentido pleno.

¡VAYAMOS CON TU LUZ A ILUMINAR EL MUNDO!



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