sábado, 22 de octubre de 2022

Espejito, espejito

 ESPEJITO, ESPEJITO

A unos sí, a otros no; a unos poco, a otros muchos. Y es que hay gente para todo. Ciertas personas en cuanto pueden tratan de verse reflejadas en el espejo (o si no en el móvil o a la que pasan frente un escaparate), y otros cuando no queda más remedio. Amigo lector, no sé tú a qué grupo pertenecerás: a los que se miran con embeleso, o a los que se tienen ya muy vistos. No sé qué uso le darás tú al espejo, pero, tal vez, más que el número de ocasiones en que te complaces en mirar tu propia imagen reflejada, lo que verdaderamente importa es la actitud con que te ves, cómo interpretas lo que el espejo te devuelve.

Todos hemos oído alguna vez que un tal Narciso era al parecer físicamente muy agraciado, pero que se terminó estimando tanto a sí mismo que terminó despreciando y rechazando a todos los demás, para dedicarse por completo a la contemplación exclusiva de su propio reflejo en el agua, al cual terminó arrojándose y por ello pereció ahogado en la la superficie de su propia visión. Es así como los mitos, aunque remotos en los tiempos, no han perdido ni un ápice de su actualidad, pues todavía hoy tienen gran capacidad para advertirnos de esa tendencia tan extendida al llamado narcisismo. Y si no que se lo digan a los psicólogos y psiquiatras.

Tal vez hoy vivamos demasiado pendientes de la imagen personal, quizás porque es la imagen la que entra por los ojos, y a la hora de vender o vendernos es la que cuenta. Pero parece que tal vez se nos ha terminado yendo un poquito de las manos cuando es solo eso lo que cuenta, porque ni las cosas, ni mucho menos aún las personas, somos reducibles a mera imagen. ¿O no habíamos quedado ya en que la belleza está en el interior? ¿Qué pasaría si nos atreviésemos a mirar también al interior? ¿Si al final la belleza singular emanara de dentro hacia fuera? 

Pues el evangelio de este domingo también nos presenta a un fariseo narcisista, muy pagado de sí mismo, es decir, de la imagen que él mismo se había hecho como hombre ejemplar y deslumbrante. Mas a los ojos de Dios, el espejito, espejito que siempre refleja la verdad con tal nitidez que muchos huyen ante la posibilidad de verse reflejados en Él, para mirarse en cualquier otro lugar que sí les satisfaga. Y es que no es tan difícil maquillar la imagen que uno se construye de todo, de todos y de sí mismo.

No quieres esforzarte en descubrir quién eres, en tratar de aceptar y transformar aquel ser que misteriosamente eres, pues entonces quédate solo en lo superficial y recurre al photoshop del burdo engaño. ¿Más cómodo y tranquilo así? Puede que por un tiempo sí, pero tarde o temprano se te terminarán cayendo los palos del sombrajo y tendrás que vértelas contigo, con el yo auténtico que preferiste no enfrentar.

Efectivamente, el fariseo narcisista tenía una altísima consideración de sí mismo, y hasta se la presentaba a Dios, para que que también se la reconociera. Pero Jesús nos advierte que las artimañas que nos vienen funcionando para ocultar la realidad a nosotros no sirven para engatusar a Dios, que siempre distingue diáfanamente la pureza de nuestro corazón y nuestra alma, reconociendo la humildad de los que se saben imperfectos y necesitados del amor sanador de Dios. Resulta que solo estos pueden avanzar, mejorar y aprender a ser con y para los demás.

El fariseo narcisista se autoensalzaba y se sentía muy superior a los demás. Para Narciso nadie era merecedor de su interés y atención salvo él mismo. El Dios de Jesús, por contra, es el que se desvive por los demás, los necesitados, los vulnerables, aquellos que la sociedad afea. 

¿Quieres conocerte o con esa máscara de autosuficiencia estás más que satisfecho? ¿Estás dispuesto a ser reconocido por la mirada misericordiosa de Dios? Porque tal vez donde tú solo veas imperfección Él vea una hermosura incomparable. De igual manera que un padre o una madre saber ver a su hijo hermosísimo, o igual que un pequeño contempla la maravilla del rostro de su madre. Y es que la mirada amante descubre la belleza que todo lo amado irradia.

APRENDAMOS A MIRAR CON LA MISMA MIRADA QUE JESÚS

 

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