martes, 16 de enero de 2024

El momento decisivo

 EL MOMENTO DECISIVO

A menudo nos cuesta entender hasta los mensajes más sencillos. No se trata de que no tengamos capacidad para comprenderlos, ni tampoco que nos hablen en un idioma desconocido, más bien es que ni ponemos suficientes ganas, ni apenas atención, ni interés alguno, y así no hay manera de enterarse de algo, aunque sea claro y fácil de asimilar. Además, como es un mal muy extendido este de no enterarse ni de la misa la media, pues ni siquiera nos preocupa, con ser uno más de los que van exclusivamente a lo suyo, nos damos por satisfechos.

Una cosa es ir de enteradillo y otra muy distinta, pero no por ello igualmente censurable, no darse por enterado por mucho que haya personas de buena voluntad que una y otra vez nos adviertan por propia experiencia de lo que ocurre y nos puede ocurrir si no espabilamos. No nos sirve de mucho, pues lo cómodo es no escuchar, no sea que advirtamos algo que desconocíamos y nos sintamos obligados a cambiar de actitud y hasta de vida, que eso de cambiar de verdad requiere grandes dosis de amor propio, verdadera fuerza de voluntad y no poco esfuerzo.

Entonces es comprensible que aquellos que asumen la noble tarea y deber de suplir nuestra adormecida conciencia, terminen por desanimarse, pues ¿para qué van a tomarse tantas fatigas y sinsabores si no están por la labor de darse por enterados? De verdad que son tan meritorios todos aquellos que en lugar de ponerse exclusivamente ellos a salvo, se molestan y preocupan de tratar de advertir y ayudarnos para que a los demás nos pueda ir mejor. Tal vez porque han descubierto que si prescindes de tratar de ayudar al otro, tu propia dicha no puede ser completa, pues la alegría y el bien o se comparte o no lo es del todo. A ver si esta sociedad tan individualista, consumista y capitalista, termina por descubrir que el evangelio puede ser el remedio para reencontrarnos con la humanidad perdida. Recuperemos los vínculos interpersonales y el sano afán por lo común. 

En el libro de Jonás se nos cuenta cómo a él le toca asumir ese desagradable papel de poner en sobre aviso a los habitantes de Nínive lo que se les viene encima si persisten en su mal proceder. No debió de hacerlo mal Jonás, pues tuvo gran poder de convicción, ya que los ninivitas recapacitaron y dejaron de practicar las injusticias y fechorías a las que damos rienda suelta los humanos cuando expulsamos a Dios del campo de juego,  cuando nos creemos dueños absolutos (omnipotentes) de nuestras acciones, como si no tuviesen ninguna consecuencia, ni tampoco tuviésemos que dar explicaciones a nadie de lo que hacemos. Sin embargo, los ninivitas, al haber hecho caso a Jonás, reestablecieron el justo y sensato proceder de los unos para los otros, evitando a tiempo males mayores.

Si uno mira como están las cosas y cómo se están poniendo, la verdad es para preocuparse y pensar en hacer ya algo. Pero ¿a quién le importa? ¿Quién es consciente del derrotero que llevamos y trata de advertir y poner remedio? Aunque viniese otro Jonás a anunciar los mayores desastres (inflación, carestía, paro, fractura social, violencia, pérdida de derechos y libertades, desastres naturales, pobreza, etc.) nada haríamos salvo tildarle al que levante la voz de aguafiestas, para seguir a lo nuestro y mirando para otro lado, evitando así tener que cambiar y enmendar nuestros errores. Esta parálisis para espabilar a tiempo es la causante, sin duda, de que nuestros males no encuentren aún solución alguna, como si hubiésemos asumido que nada podemos hacer porque excede nuestras posibilidades. Que Dios nos coja confesados entonces, porque no hemos de ponernos en serio a solucionar nuestras desdichas, tal y como habríamos de tratar de hacer.

Sin embargo, el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios nos lo recuerda "el momento es apremiante", y, por tanto, que no nos apeguemos tanto a las rutinas, sino que vivamos conscientes y despiertos, pendientes de lo que de verdad importa, más de nuestro ser que nuestro continuo hacer sin sentido.

Y en el Evangelio también sorprende el modo de proceder de los primeros discípulos ante la llamada de Jesús. Lo dejan todo empantanado. Cambian radicalmente de vida. Se dan cuenta de que hay otra forma de vida mucho más libre y liberadora, con otros objetivos mucho más grandes y a más largo plazo. Que uno puede soltar de golpe esta vida que llevamos tan adaptadas a lo que dicta el sistema, para seguir solo y por encima de todo al Señor, que te llama y te requiere para un aprendizaje y una misión. Deja de vivir autoreferido, para vivir según Dios, construyendo fraternidad.

¿Qué vas a hacer tú con tu vida? ¿Vas a escuchar la llamada de Jonás o la que hoy nos lanza Jesús que te incitan a un cambio profundo de valores y prioridades? ¿Vas a hacer caso a la advertencia del evangelio o vas a seguir como si nada, totalmente paralizado? ¿Qué te retiene? Deja las redes y comienza ya a VIVIR, pues el momento puede ser verdaderamente apremiante y decisivo si estás dispuesto a dar ese giro, ese aumento progresivo de perspectiva, ese hacer tu propio camino al andar y no surcar tristemente los caminos trillados que no te satisfacen. Lo fácil es no darte por enterado una vez más, es volver a escurrir el bulto, no querer reaccionar; lo verdaderamente audaz es asumir que necesitamos un cambio radical, que éste es posible, y que no puede esperar. ¿Es tas dispuesto a arriesgar? ¿Quieres escuchar al Maestro y hacerte su discípulo? ¿De verdad que tienes otra propuesta más apasionante? Jesucristo libera si tú quieres, pero has de querer y empezar a escoger lo mejor.

En definitiva, eres tú el que ha de decidirse. ¿Qué eliges?   


No hay comentarios:

Publicar un comentario