A LOS REMOS
¡Qué facil es hablar y exigir a los otros que actúen de una manera determinada, pero luego uno mismo no se exige nada a sí mismo! ¡Qué fácil resulta echar mano de infinidad de excusas para autojustificarse, pero ninguna para comprender los comportamientos de los demás! Puede parecer que aquel mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo nos queda grande. Resulta curioso que lo que en otros me indigna, en mí me resulta normal y llevadero, y así pasa lo que pasa, y es que terminamos siendo poco o nada ejemplares.
Sin embargo, el evangelio nos interpela una vez más. Quizás por eso sea mejor no leerlo, no escucharlo, no tenerlo en cuenta y no pararnos un instante a meditarlo, no sea que me saque del cómodo, autosuficiente y superficial lugar en el mundo en que he decidido instalarme. Cuanto menos me plantee o me planteen, mucho mejor.
Pero no, si lees este blog, es que al menos te atreves a dejarte cuestionar; que no das el evangelio por leído, y que el mensaje de Jesús, la buena nueva te sigue interpelando y ayudando a desinstalarte de este mundo de prisa y lo superfluo. Si conecta el evangelio contigo, serás como la tierra buena que acoge la semilla y trata de germinar para dar fruto.
Y es que precisamos el agua y el alimento para tener vida, pero no solo eso, también necesitamos el aire, a los padres, hermanos, abuelos, amigos, compañeros, es decir, al resto de personas que nos cuidan y ayudan, pero, además, necesitamos alimentarnos de esta palabra de vida que nos trae como regalo valiosísimo Jesús, y que tenemos disponible las veinticuatro horas durante todos los días de los años que nos sea dado vivir. Esto es así, y ya nos hace caer en la cuenta de que solitos, de manera exclusivamente autónoma tenemos poco recorrido, que nos necesitamos los unos a los otros para casi todo, como por ejemplo, para aprender a ser nosotros mismos, siempre en relación a los demás.
Reconocerse necesitado es dar un paso muy grande, ni capaz de todo ni autosuficiente, sino humilde, sencillo y agradecido. Estar dispuesto, asumir lo que venga, por duro que sea, porque me va conformando en esa persona que, desde la debilidad y tan necesitado, se deja ayudar y aprende con lo que va viviendo. Dejemos hacer y hacernos por Dios. Confiemos en su buen hacer en nosotros y a la vez, colaboremos con esa acción misericordiosa y gratuita que realiza en nuestras vidas. Sí, Dios está aquí, remando con nosotros, pero eso no quita que el que tiene que echar mano a los remos y andar a la brega junto a Él y el resto, somos cada uno de nosotros. Hacer y dejar hacer. Alentar y ser alentado. No soltar el remo. Seguir remando.
Porque los hay de esos que gustan estar arriba, en los primeros puestos, en los más destacados, los que quieren subirse al podio y tomar para sí las medallas, cuando ni siquiera se han preocupado de remar. ¿Para qué si ya tiraban los otros y les hacían el trabajo duro? Que no sea así entre nosotros, que al igual que Jesús, hemos de aspirar otro podio, aquel de los que descubren que el éxito de la vida está en servir para que sean los otros los que sí que triunfen, o al menos tengan oportunidad de salir adelante. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir; ha venido y está vivo entre nosotros dándonos Vida, y Vida en abundancia. Él no suelta los remos.
Dejémonos, por tanto, de marear la perdiz, y pongámonos ya a los remos o donde cada uno descubra que puede servir y ayudar más y mejor. Y allí, en plena tarea, sabrás lo que es la verdadera victoria: la entrega por amor al prójimo. Uno solo no puede, pero si contamos con su ayuda gratuita e incondicional, todo cambia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario