FRACTURAS
Con qué facilidad levantamos verjas que dividen y separan; con qué facilidad nos creemos en el redil de los buenos y de los que ni son como nosotros ni piensan como nosotros. Con qué facilidad tendemos los seres humanos a excluirnos y dividirnos en grupitos cerrados. Hemos asumido como normal lo que no es normal: fragmentar y rechazarnos entre nosotros, que somos hermanos e hijos del mismo Padre.
Mal está que en esta sociedad en que vivimos nos hallemos en medio de la polarización y la intransigencia con aquel que no acepta nuestros esquemas ideológicos, aunque bien nos lo recuerda Jesús cuando nos advierte que "el que no está contra nosotros está a favor nuestro” o en otra ocasión “no ha de así entre vosotros” (Mt 20,26). Cuesta trabajo que sigamos llamándonos cristianos cuando nuestro proceder es justamente el que condena Jesucristo. Pues sí, ni pestañeamos por ello a pesar de criticamos entre nosotros, en lugar de sentirnos partícipes en la construcción de la comunidad y de la unión fraterna.
Y es que el maligno hace muy bien su tarea: dividir, separar, romper la unidad. Desde el principio se ha dedicado a ella, y nosotros, conocedores de sus estrategias y sus fines -y también de los de Dios-, seguimos rompiendo el vínculo de la caridad a que nos debemos: “ama al prójimo como a ti mismo”. No solo a los de tu grupito, a los similares o a los que te caen simpáticos, porque si no "¿qué mérito tenéis?" El tentador nos seduce y convence una y otra vez para que construyamos una identidad en confrontación con los otros, y empiezan las rivalidades, las enemistades y las luchas fratricidas entre nosotros: en la familia, en la vecindad, en el colegio, en la parroquia, en el trabajo, y allá donde nos suelten. Pero claro, es que ¿qué se habrá creído este o estos para profetizar o para hacer milagros al margen de nosotros, sin que yo lo controle y vigile convenientemente? Tan solo yo concedo plena garantía de legitimidad a lo que han de pensar, decir o hacer a los demás.
Aunque sería innecesario, solo para ahora, se podría añadir otro mandamiento más a los Diez Mandamientos, ya que como acabamos de proferir “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. Podría decir algo así como “No dividirás”, o “No condenarás al que piensa o actúa de modo diferente al tuyo”, o “Darás libertad a tu hermano para que viva conforme a su corazón sin entrometerte”. A ver si de esta manera, al tenerlo explícito, lo respetáramos y cumpliéramos más fácilmente en nuestras vidas cotidianas cristianas.
Y es que en esto de dejar al otro que sea y viva su fe como mejor guste, nos jugamos mucho, tanto como ser auténticamente una comunidad cristiana verdadera, rica, plural, integradora y evangelizadora, que no es lo mismo que integrista y uniformante. Dejemos hacer al Espíritu Santo tanto a los de dentro como a los de fuera; pero al Espíritu y no al Tergiversador y embaucador de siempre, el que divide, agrieta, separa y enfrenta. Solamente es el Espíritu el que posibilita unidad y comunión dentro del mismo Cuerpo de Cristo que somos la Iglesia, frente al otro, que nos destruye desde dentro y desde fuera. Cada uno de nosotros decide.
Por tanto, que en nuestro colegio, todos y cada uno de sus miembros, optemos por cuidar la convivencia, favoreciendo el entendimiento y la unidad entre todos. Porque si nos educamos como familia unida, la educación que queremos quedará firmemente integrada en nuestros alumnos, porque no se limitará a la mera transmisión/adquisición de conocimientos, sino que atenderá a aquellos valores que se asientan en lo más noble de la persona, en su base más íntima, en su corazón.
Sí, aprendemos a vivir viviendo y conviviendo. Escuchémonos, posibilitemos así la interconexión entre las personas que hacemos posible el día a día de nuestro colegio, escuela de convivencia y aprendizaje. Mantengámonos esperanzados porque la transformación y mejora son posibles y necesarias. Trabajemos conjuntamente todos, nos va mucho en ello.
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