DAR EN EL CLAVO
El que tiene boca se equivoca, afirma un conocido dicho popular. En verdad es así, tan solo aquellos que lo intentan pueden llegar a acertar, aunque las más de las veces errarán, simple y llanamente por mera probabilidad, acumulando error tras error hasta el acierto final. La IA, sin embargo, por poner un ejemplo, ni acierta ni falla, simplemente recopila de aquí y de allá, ni sabe lo que dice ni le importa si lo que cuenta es cierto o está totalmente equivocado, pero sale del paso produciendo un resultado. Será que la IA no tiene boca, y por tanto, eso de atinar más o menos le preocupa más bien poco. En realidad la IA no tiene preocupaciones, aunque a algunos humanos sí nos preocupe, y no poco, el uso que le demos a ese quehacer por encima del bien y del mal que la IA nos proporciona.
En este camino de Adviento, por el que ya nos adentramos en la tercera semana, aparece el Bautista para orientar a los que queremos transitar hacia la Navidad con la adecuada preparación. Ciertamente, algunos no se preocupan tampoco ni por la Navidad, ni por los problemas actuales ni menos aún por los que están por venir, esos no se prepararán para la llegada del Salvador que viene. También los profetas anunciaron la intervención definitiva de Dios, la venida del Enmanuel, pero cuando esta se produjo, ni se enteraron, porque esperaban otro tipo de Mesías, más evidente, más esperable conforme a sus expectativas, más apoteósico, pero menos real, discreto y humilde. Tenían boca, oídos, ojos y entendederas, pero se equivocaron y no lo reconocieron. Hay, pues, quien no atina nunca, pero también están los que afinan y terminan por acertar y dar de lleno en el clavo.
Desde entonces seguimos en las mismas. Año tras año celebramos ininterrumpidamente la Navidad, el nacimiento del Niño Dios, pero de poco sirve, pues parece que tampoco nos damos por enterados del todo. Hemos terminado convirtiendo la Navidad en un decorado, simplemente en algo externo, sin significado alguno, mera fachada hueca que en el fondo ahonda en nuestra insatisfacción compulsiva. Sí, no es lógico que en una sociedad que ha dado mayoritariamente la espalda a Dios y a lo sagrado, una sociedad donde la dimensión espiritual y religiosa ha quedado como residual, celebre con derroche de neón el nacimiento del Dios del que hemos prescindido, el acercamiento definitivo del Dios humanado entre los hombres. Necesitamos mucha luz artificial, mucha y variopinta IA, para paliar la oscuridad que se produce cuando ya no reconocemos al que es la luz del mundo.
En el conocido comienzo del evangelio de Juan aparece ese rechazo explícito de la luz por parte de los hombres, que prefieren vivir en tierra de penumbras, de bulos y contra bulos, para que no se descubran sus miserias vergonzantes. Sin embargo, no todos reaccionan rechazando esa luz menuda que disipa las tinieblas, hay personas que la descubren y deciden seguirla. Algunos de esos, conscientes de la necesidad de prepararse a la venida del Salvador, quieren disponerse y no perdérsela. Son los menos, pero son, y eso es lo que importa. No abundan, pero tratan de dar en el clavo, al menos esta vez.
¿Qué hemos de hacer nosotros? le preguntan a Juan el Bautista en el evangelio de Lucas; y este les va dando pistas muy concretas de como transformar su modo de proceder para tener una vida buena y acorde con la llegada de Dios: compartir con el que no tiene, tratad de ser justos, no os aprovechéis de los demás, decid la verdad, conformaos con lo que recibís. Es importante empezar a dar ese cambio y tener más en cuenta a Dios y a los hermanos; establecer relaciones beneficiosas para todos, poner freno a la avaricia, a los afanes materialistas, respetar la dignidad del otro. ¿Acaso no tenemos necesidad de incrementar esta transformación liberadora? ¿Acaso no sería en verdad una Navidad esplendorosa cuando vivamos para hacer sitio a los demás en lugar de seguir viviendo exclusivamente de manera autorreferida?
Tan solo si vamos dando esos pasos que se nos indican, podremos descubrir la belleza humilde y valiosa de la Navidad. Seamos más sencillos y más humanos; convivamos más próximos los unos de los otros, no porque toca por ser Navidad, sino porque si no nos hacemos como niños, al igual que hace Dios al nacer en un establo, no alcanzaremos el gozo verdadero de participar de este único acontecimiento.
Por esta vez no tratemos de ser los protagonistas. No todo ha de girar siempre en torno a nosotros. Esta vez ese niño desconocido y humilde que podemos contemplar entre pañales, el hijo de José y María, al que no admiten ni en las posadas ni en las casas ni en los palacios, es el que importa. Él trae para todos nosotros un mensaje de amor que necesitamos escuchar y asumir, Dejémonos salvar por su pequeñez y su grandeza, dejémonos amar por Él
¡Alégrate también tú con los ángeles y los humildes, esos que bajo las estrellas se admiran por la luz singular del Niño Dios! Esos que le contemplan y exultan de alegría son los que han acertado a dar en el clavo, porque todo lo demás será seguir dando palos de ciego.
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