miércoles, 4 de enero de 2023

De las memorias perdidas del anciano Rey Melichor

DE LAS MEMORIAS PERDIDAS

DEL ANCIANO REY MELICHOR 


Con todos ustedes, en absoluta primicia mundial para los lectores de este blog, os presentamos un extracto de las memorias inéditas de Melichor, Rey, sabio o mago de algún remoto territorio de la antigua Persia.


“Lo recuerdo perfectamente, como si fuese hoy, como si lo estuviera viviendo ahora. Ya la memoria, a mis años, me falla mucho; de hecho al cabo de unas horas no recuerdo si hoy he comido sopa o lentejas, pero lo que me ocurrió aquella en ocasión, no se me olvida ni olvidará nunca, parece estar siempre presente, ajeno por completo al paso del tiempo, que todo se lo lleva, salvo la impronta viva que me dejaron aquellos días.


Yo tenía por aquel entonces muchos años menos, como la mitad de los que ahora tengo, que ya no sé cuántos son y casi prefiero ni saberlo, porque sí sé que son muchos. Yo, desde que tuve uso de razón, me dediqué apasionadamente a escrutar el curso de las estrellas. Me pasaba las noches expectante, vibrando al unísono con los astros que titilaban al parecer con tanta emoción como la que yo sentía. Conocía el nombre y la posición de todas ellas, de tal modo que aunque me hubiese perdido en un desierto hubiera sabido orientarme sin ningún problema. Y es que las estrellas nos hablan a pesar de su silencio, el problema es que a menudo ni las miramos, ni las escuchamos, ni las entendemos, pues tienen un lenguaje que solo hemos llegado a conocer algunos: locos, poetas, enamorados, astrónomos y eremitas. Y tal vez yo tenga algo de todos ellos, pues lo más lejano era para mí era mi mundo verdadero, mi realidad, con la que yo estaba más familiarizado.


Pues sucedió que por aquel entonces entre la profusión de estrellas, apareció una singularmente brillante y desconocida. Y es que el cielo es como un fuego vivio, que está en continua combustión, y aunque los tiempos del espacio no corren sincrónicamente con el nuestro, si guardan una cierta correlación. Por tanto, al principio no logré entender ni supe descifrar lo que esa nueva estrella podría significar, pero sí fui consciente que presagiaba una singularidad de mucha relevancia. Como también conocía las escrituras y escritos de muchos otros sabios, no me costó demasiado descifrar qué era lo que anunciaba ese precioso lucero: que iba a nacer el Mesías, el esperado; que el Dios Creador del Cielo y la Tierra que se iba a hacer hombre como nosotros para descubrirnos el sentido y la maravilla de la vida.


En seguida dispuse mi partida, y con una pequeña comitiva de mi entera confianza y ciertos obsequios con los que reconocer la majestad del Soberano nacido, partí en la dirección que esa estrella me marcaba. Dentro de mí se había también despertado como otra estrella interior que me impelía a seguir a la que brillaba en el firmamento, marcándome indefectiblemente mi camino. ¿Por qué no seguiremos más nuestras estrellas, nuestras corazonadas en lugar de hacer caso a las indicaciones interesadas que nos llegan por doquier y que tanto nos apartan de la verdadera luz que buscamos? No lo sé, nunca lo he sabido, pero me apena mucho ver a tantos que son incapaces de descubrir esa estrella interna, o a veces externas, que nos va marcando el camino a seguir en nuestras vidas.”


“Resulta que en el largo camino que emprendí me encontré con otros dos Reyes sabios, o magos, como también nos han venido llamando desde entonces. En ellos encontré no solo leales compañeros de camino, sino verdaderos hermanos que también compartían mis mismos anhelos. Sí, al igual que yo, Melchor, que procedía de Persia, mi gran amigo Gaspar venía desde Etiopía, y Balthasar, excelente músico y cantor, era un sabio Rey de los lejanos territorios de la India. ¡Qué buenos momentos pasamos durante el viaje compartiendo idéntica emoción por el misterio! En realidad los tres nos habíamos puesto en camino por el mismo motivo, el anuncio de la estrella que confirmaba el nacimiento del Salvador. Ignorábamos el destino final al que nos conduciría la estrella, pero avanzábamos alegres y esperanzados porque sabíamos que se cumplirían todas nuestras expectativas, que merecía la pena habernos puesto en camino.


Pasamos muchos días juntos en los que se fue estrechando nuestra amistad, y poco a poco nos fuimos acercando a una ciudad llamada Jerusalén, de la que habíamos oído hablar mucho. Allí había un Rey que nos recibió muy bien y nos trató con verdadera atención. Fueron sus consejeros los que nos hablaron por primera vez de una aldea conocida como Belén, en la que era previsible que hubiese acontecido ya el nacimiento de ese Niño, más rey que todos nosotros juntos. Pero a este tal Herodes no le vimos sincero, porque aunque nos sonreía, el brillo de sus ojos en realidad nos daba miedo, por lo que emprendimos de nuevo nuestra marcha y la misma estrella siguió guiándonos hasta esa aldea llamada Belén. Nunca regresamos a compartir con él nuestro hallazgo, pues ni nos apetecía ni lo encontrábamos conveniente. Los que sabemos interpretar las estrellas lejanas, también captamos las verdaderas intenciones de los rostros, por mucho que traten de cautivarnos, pues la verdad, aunque muchas veces escondida, brilla por sí sola como una estrella.


Realmente no acierto expresar con palabras cómo fue el encuentro con el Niño; en todo parecía un niño más, sin embargo, esa estrella, que como dije antes se había encendido también en mi interior -y a mis otros sabios acompañantes les sucedía exactamente igual- se volvió al contemplarle un verdadero manantial de gratitud. Reconocimos que el Niño, al que habían puesto por nombre Jesús, era un niño más, pero, además, Él era en verdad el Hijo de Dios, aquel que anunciaban los textos sagrados. No puedo precisar en qué rasgos se percibía su reconocible realeza, pero aun siendo muy humildes, la grandeza de ese pequeñín no la habíamos contemplado ni antes ni lo volvimos a hacer después. En ese momento todo encajaba en el universo, todo alcanzaba su sentido y su lugar de una manera admirable, insospechada, ilógica y preciosa: sin duda alguna Él era el Mesías.


Le adoramos, le veneramos y le dimos nuestros presentes, pero ellos a su vez nos concedieron una paz y una bondad extraordinarias que no se nos ha agotado nunca. Mi corazón aún está lleno de ese amor que irradiaba del Niño Jesús.”


“Volvimos alabando a Dios porque nos había otorgado la merced de conocer a su Hijo, y aunque nos tuvimos que separar los tres Reyes Magos, hemos seguido manteniendo la amistad y todos los años nos escribimos y nos juntamos desde entonces para volver a regalar distintos regalos a todos los niños buenos que nos recuerdan al Niño Dios. Porque son ellos los que aún mantienen la ilusión, y es preciso avivarla.”


"Que vuestras vidas también estén llenas de esa bendición sin igual que es saber reconocer al Dios nacido, al Dios mortal, al Amor hecho hombre por amor a los hombres. Desde entonces todas las noches son sagradas y maravillosas, porque el Redentor ha consagrado nuestro mundo al personarse en él, y ya no hay vuelta atrás. Que siempre, siempre puedas mirar tanto las estrellas como a cualquier otro ser con la simplicidad con la que vimos nosotros en aquella primera Navidad al Niño, descubriendo la grandeza infinita de lo pequeño y concreto. Tal vez ese sea el misterio de la Navidad: aprender a mirar reconociendo la presencia del Dios cercano en la tierra."


Se hace saber que queda terminantemente prohibido cualquier reproducción total o parcial de este texto, respetando los derechos de autor de los herederos reconocidos del Rey Melchor y la legalidad vigente en materia de copyrigth.

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