sábado, 27 de mayo de 2023

Más vida

MÁS VIDA


La aceptación es siempre la primera forma en que uno va asumiendo lo que es y lo que se vive. Pero cuánto nos cuesta aceptar la vida tal y como es, aceptar a los demás tal y como son, aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, y hasta aceptar que sea Dios el que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas, y no nosotros, ni cualquiera de los múltiples ídolos que se nos antoje en cada momento. Por tanto, bendita aceptación que nos impide seguir renegando de todo y todos, para empezar a valorar y agradecer tanto de tantos. 

Ponerse en verdad ante uno y ante Dios, que como decía la Santa, es justamente en lo que consiste la gran virtud de la humildad, solo va a ser posible si pasamos por el saludable umbral de la aceptación. Porque solo en la humilde aceptación es posible comenzar a despojarse de lo accesorio, de todo aquello que nos impide ser y avanzar hacia lo que realmente somos: buscadores de esa agua viva recibida que sacia y hace brotar torrentes impensables en el interior. 

Precisamos desinstalarnos de tanta superficialidad que, en lugar de facilitar que nos aceptemos y nos asumamos, promueve que tendamos a juzgar y condenar lo que no encaja con nuestro modo de concebir, lo que no concuerda con nuestros propios prejuicios. No, no nos quedemos, por tanto, en una simpleza reductora que no admite que la vida y que la realidad son múltiples, diversas y plurales. Solo así podremos favorecer de manera efectiva la acción del Espíritu en nosotros, que, de modo único y profundo, nos capacita para una libertad sin engaño.

Así, si aspiramos a más vida, a más plenitud, a más libertad y a más felicidad, lo primero que habremos de hacer es aceptar sin más lo que hay, llegando incluso a maravillarse de ello, porque es en sí bueno, hermoso y amado tal cual es. Después, a ser posible, habremos de favorecer el vaciamiento de todo aquello que nos va impidiendo ser, y solo ser, esencial y radicalmente. Tampoco esto es fácil, porque para construir nuestra identidad a menudo procedemos a levantar una torre con todo aquello que percibimos como necesario, y al final, esa torre tan segura se termina convirtiendo en una muralla en la que poco a poco nos hemos encerrado sin pretenderlo, no permitiendo ni la entrada de nada ni nadie, pero tampoco la salida. Abramos las compuertas al Espíritu transformador.

Y finalmente, tras la aceptación y la apertura, ya solo nos resta dejarnos soplar por ese aliento divino que enciende el fuego que no quema, pero alienta; dejarnos hacer por la acción de Dios mediante el Espíritu que Jesucristo nos dona. Ese Espíritu suelta, libera y diversifica, a la vez que consolida la unidad fundamental entre los creyentes.

No seamos como el mundo trata de imponernos, haciendo imposible el entendimiento entre los hombres, mediante el enfrentamiento y la confrontación constantes. Entre los que se polarizan, dividen y enfrentan no mora el Espíritu. Entre los que promueven la concordia y el encuentro en la caridad, sí mora el Espíritu apacible. Para pertenecer al cuerpo místico de Cristo resucitado, y donador del Espíritu, que es la Iglesia, hay que dejarse hacer y ser guiados, soltar amarrar, dejarse conducir por Aquel que maneja con extrema pericia esta paradójica arca eclesial. 

Vemos en la foto una imagen del bosque frondoso en el que nace una senda. En el bosque hay más que madera, hay más que árboles individuales juntos en un mismo lugar; en el bosque hay mucha vida, hay un ambiente común, hay una armonía bien perceptible, hay un silencio habitado, un rumor, insectos, flores, arbustos, fuentes, piedras, aves con sus variados cantos, y otros diversos habitantes. En el bosque siempre surgen nuevos caminos. Solo hay que descubrirlos y adentrarse. Tal vez la Iglesia que promueve el Espíritu deba ser como un bosque, donde todos aportamos vida y todos tenemos nuestra misión y nuestro sitio. En el bosque reinan la calma, la inmensidad, la belleza; que sea así en la comunidad donde está Su Espíritu, que también se noten esa armonía de la vida plural, esa paz y esa belleza admirable.  

Recibamos hoy alegres el Espíritu prometido. Estamos muy necesitados de Él para afrontar los retos que el presente nos está proponiendo. Tan solo siendo fieles al Espíritu recibido podremos ser verdaderas piedras vivas, o árboles frondosos, de la nueva humanidad que estamos llamados a construir. Hemos de creer y crear desde los dones recibidos, para poder llevar a cabo la nueva evangelización que el mundo de hoy precisa. Ante el riesgo de la sociedad despersonalizada y desvinculada, el humanismo cristiano, plural y diverso, puede lograr que de nuevo todo florezca por el mismo Espíritu dador de vida.

¡MUY PROVECHOSO PENTECOSTÉS! 







sábado, 20 de mayo de 2023

El turno es nuestro

EL TURNO ES NUESTRO


Nos pasamos la vida preparándonos, pero nunca uno suele sentirse verdaderamente preparado para lo que pueda venir. Es más cómodo que otros nos hagan las cosas, o al menos que nos ayuden a solventarlas, pero así no funciona la mayor parte de las veces. Termina llegando el momento en el que te la ligas tú, te toca tratar arreglártelas por ti mismo, y comprobar que mal que bien, también eres capaz de afrontar los distintos atolladeros por los que toca pasar.

De igual manera que los niños aprenden a andar de la mano de sus padres, hasta que llega el momento decisivo y se sienten capaces de lo que anteriormente no podían, así también nosotros hemos de soltarnos y comenzar por nosotros mismos, aunque no nos demos ni cuenta que hay Alguien pendiente de nuestros posibles tropiezos.

Un ejemplo de este estilo es el que año tras año vamos comprobando cuando nuestros alumnos llegan a cuarto de la ESO, culminando una etapa educativa, y no les queda otra que abandonar el colegio donde han estado muy bien instalados y tranquilos. Porque si tenían cualquier problemilla, siempre sabían a quién recurrir, y no les iba a faltar una mano amiga que les ayudase y guiase. Aquí, se sentían muy seguros, porque efectivamente lo estaban. Ahora llega el momento en que este tramo vital tan agradable se les acaba. Hay que ir rompiendo el cascarón para atreverse a ver cómo es el mundo ahí fuera. No pasa nada, lleváis muy buen equipaje, el que os han dado en casa y el que os hemos tratado de aportar en vuestra querida Providencia. Confiad, pues lo que tenga que venir será manejable y os seguirá ayudando a superaros aún más.

A los primeros apóstoles les pasa hoy lo mismo que a nosotros, que no nos lo terminamos de creer, que cuando nos llega el momento de la verdad, de dar los primeros pasos, nos entran los temblores, las inseguridades, y puede incluso que hasta nos flaquee la confianza en nosotros mismos. Hoy asistimos a la solemnidad de la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos, el retorno al seno del Padre. Regresa al lugar del que vino tras compartir su existencia con sus discípulos. Él vuelve a ocupar su sitio sin desentenderse de nosotros, pero nosotros notamos su falta, aunque seguimos percibiéndole presente sacramental y espiritualmente. No nos ha abandonado, pero el turno es ahora nuestro.

Antes de elevarse nos deja bien claras las pocas instrucciones necesarias para hacer fructificar su legado. Ahora es tiempo de misión, justo la que Él nos deja encomendada. Y solo se podrá asumir esa misión, y acertar en ella, si procedemos tal y como nos indica. Observemos los verbos empleados por Jesús. Comprobamos que están mayoritariamente en imperativo y son: id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos, enseñándoles y sabed. Constituyen toda una hoja de ruta propuesta para la construcción de la gran comunidad de discípulos de Jesús, ese Dios encarnado que vence a la muerte con la rotunda fuerza de su inmenso amor; que redime al hombre y nos convierte a todos en hermanos e hijos del mismo Dios. 

Por tanto, para ser y hacer Iglesia en primer lugar hemos de ponernos en movimiento (id) abandonando comodidades y seguridades, aventurarse, salir en libertad buscando hacer el bien y la voluntad del que es el Bien, porque es su Reino el que vamos a construir.

Para ser y hacer Iglesia después hemos de tratar de ser testigos fieles, creíbles y capaces de contagiar ese entusiasmo por el seguimiento a Jesús. Y este ofrecimiento es para todo ser humano, independientemente de su cultura y lengua, entre otros motivos porque todos andamos sedientos de la buena noticia de Jesús, y que solo esta puede calmar las más hondas inquietudes del ser humano. 

Para ser y hacer Iglesia también hemos de pasar por el bautismo, o lo que es lo mismo, volver a nacer de nuevo como criaturas renovadas en las que ya Cristo mora. Dejémonos pues hacer por su gracia transformadora. Es Él, mediante el sacramento bautismal, el que nos hace pertenecer a la Iglesia, que es su cuerpo. Expándase, con la singular vocación de cada uno, ese cuerpo eclesial de Cristo por toda la faz de la tierra. Todos tenemos cabida y misión en su proyecto.

Para ser y hacer Iglesia hay que asumir la preciosa tarea de enseñar al Señor de la Vida y mostrar lo que hace Él con nuestras vidas. ¿Cómo enseñar la reconciliación si no estamos reconciliados? ¿Cómo enseñar la misericordia si no somos misericordiosos? ¿Cómo enseñar la oración si no vivimos en oración? ¿Cómo enseñar lo que es la Providencia si no somos Providencia? Solo siendo buenos discípulos podremos enseñar al Maestro.

Y todo sabiendo que es Él el que importa, Él el que salva, Él al que hay que anunciar, y que nosotros solo somos trabajadores de su viña, meros servidores agradecidos a Dios y a los hombres. Pero sin olvidar que asumiendo este compromiso por la misión, encontramos nuestra felicidad y el sentido pleno a lo que somos.

Por tanto ¿qué hacemos todavía mirando al cielo? Cuando tenemos que empezar ya a realizar sus obras. 

 





sábado, 13 de mayo de 2023

No a las tristes despedidas

 NO A LAS TRISTES DESPEDIDAS

A muy pocos les deben gustar las despedidas, pues separarse de lo que uno ama es siempre penoso. Más aún cuando no se trata de separarnos de algo, sino de alguien muy amado y querido con el que se ha compartido la vida. Si, además, esa separación es definitiva e irreversible, la experiencia más que dolorosa, habría que calificarla ciertamente de desgarradora. Como mucho uno trata de retener ciertos momentos en la memoria, aferrarse a tanto bueno vivido con esa persona de la cual nos alejamos.

Es cierto que la muerte impone ese corte brutal en nuestras relaciones, pero hay otras situaciones que también obligan a las personas a no poder seguir permaneciendo físicamente juntas, distanciarse, pero en estos casos al menos podemos mantener activa la vinculación comunicándonos con frecuencia por el medio que se pueda o prefiera.

En el evangelio del VI Domingo de Pascua, Jesús es muy consciente de lo que va a suponer su vuelta al Padre. No desea separarse de sus discípulos y se hace cargo del sentimiento de abandono que va a producir en sus discípulos, y por tanto, nos aclara que si el amor que les une es auténtico, se va a mantener; que la vida que él nos ha traído no puede quebrarse con la separación, y que hay maneras de permanecer presentes, aún cuando la muerte, u otras circunstancias, nos tratan de separan. Sí, la separación es tan solo aparente y la unión se puede mantener viva en el Espíritu, porque no solo somos materia, sino que la materia está avivada por el Espíritu, y este no perece, no se aleja, se mantiene, y hasta se incrementa, cuando se está dispuesto a amar y ser amado contra viento y marea.

Y en esa no despedida, en esa negación de la cesura, en esa presencia resucitada y resucitante nos hallamos ahora. Cristo ha vencido a la muerte y con ello la vida triunfa y no se interrumpe, se transforma, se amplifica y espiritualiza. Este es el tiempo de la Iglesia. Nuestro tiempo. Tiempo para revivir y dar vida. Tiempo para proclamación, la alegría y el testimonio. Tiempos nuevos de creer y de crear, porque Él está con nosotros y entre nosotros. Cómo no desbordar de gozo cuando es su Espíritu el que ha impedido toda separación y la despedida es imposible "porque yo sigo vivo".

Ahora ya solo vivir consiste en amarle y dejarse amar por Jesucristo resucitado; aprender a amar a todos con ese mismo amor suyo y con Él estarás bien vivo. El presente hay que vivirlo en modo pascua, con unos ojos, un corazón y unas manos llenos de Espíritu.

Era verdad que el amor vence la muerte, la separación y las tristes despedidas. Solo el amor, desde el Espíritu, capacita para la cultura del encuentro. Porque cuanto esa vida íntima con Cristo sea más profunda, más podremos vivir con la libertad del Espíritu que Él nos da. Verás entonces como crecen los vínculos en una preciosa primavera con ecos de eternidad.

NO ES TIEMPO DE DESPEDIDAS, SINO DE VERDADEROS ENCUENTROS   

domingo, 7 de mayo de 2023

Restableciendo coordenadas

 RESTABLECIENDO COORDENADAS


Es verdad, totalmente verdad, que aclararse en la vida no es nada fácil. Ahora bien, es una cuestión por completo inevitable. Saber de dónde venimos resulta más accesible. No hay más que refrescar la memoria de lo vivido, para tener un mínimo conocimiento del propio bagaje existencial. Ahora bien, hacerse cargo del momento y la situación en la que nos encontramos, requiere ya de una pericia poco común. Y es normal, porque el aquí y el ahora en que nos encontramos en un momento dado es verdaderamente complejo, y precisa de un análisis profundo y detallado. Para conocernos es preciso saber de dónde venimos, dónde nos encontramos y otear al menos una cierta intuición de hacia vamos o queremos ir. Si no disponemos de la ruta completa, al menos reconocer la dirección adecuada poe la que seguir haciendo camino.

Dependiendo de la etapa de la vida, este grado de autoconocimiento será muy diferente. Un niño no precisa hacer un ejercicio para dilucidar quién es él. Sin embargo, en el periodo vital de la adolescencia todo son arenas movedizas, montañas rusas y encrucijadas muy confusas. Pero hay que afrontar esa transición de la vida y, con un trabajo arduo, salir de ella lo mejor orientado posible. En el resto de etapas de la existencia se precisa igualmente seguir trabajando para dilucidar y esclarecer la propia identidad y las actitudes con que hay que ir viviendo, encontrando y concediendo sentido a lo que se es y se vive.

Si se quiere mantener a alguien muy desinformado, nada tan eficaz como la sobreinformación. De modo similar, si se pretende tener a alguien totalmente perdido, no le indique solo los cuatro puntos cardinales, sino cuatro mil puntos cardinales distintos. Gracias a Dios no somos computadoras, y no trabajamos con ingentes cantidades de datos, sino solo con los que necesitamos. Porque tal vez sea más importante el conocimiento que la mera información, aunque efectivamente la información puede contribuir al conocimiento.

En este V Domingo de Pascua las lecturas nos pueden servir de pista para plantearnos en serio el peliagudo problema de la identidad desde la experiencia espiritual y religiosa. Una vez reconocida la rotunda identidad de Jesucristo con su resurrección, esta constatación también nos puede empezar a afectar a nosotros mismos. A la luz del hecho de la resurrección de Cristo hemos de ir descubriendo también la nueva perspectiva que se nos abre. No deberíamos permitirnos continuar viviendo sin esa certidumbre, y tratar de adecuar nuestra verdadera identidad a la luz del que es "el camino, y la verdad, y la vida".

Y es que hoy se nos invita a repensar, a plantearnos la idea de consagración, tal y como leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles cuando son consagrados los primeros siete diáconos. ¿Qué vínculo puede existir entra la identidad y la consagración? Cuando uno se consagra, opta, y además de modo definitivo, a una forma de vida con radicalidad y trata de cumplir con esa vocación recibida. Solo desde la humildad y con un acogimiento consciente y agredecido, sabiéndose necesitado de la gracia del resucitado para tratar de llevar a cabo esa consagración, que se va realizando día a día a lo largo de toda vida.

Y entre todas la identidades posibles a las que nos podemos consagrar, hay una de una belleza y entrega ingente, la de ser madre. Al igual que María se consagró por entero a esa maravillosa tarea de ser la Madre de Dios y nuestra, tantas y tantas madres han acogido la misma identidad: dar vida y cuidar de los hijos concebidos. Sabemos que ninguno sería ni la cuarta parte de lo que somos sin la inmensa dedicación desinteresada de nuestras madres. Está bien que al menos hoy de manera oficial les reconozcamos esa labor a la que se han consagrado y los frutos conseguidos. Esa es en gran medida su identidad, la de ser madres, las que se dan por entero a sus hijos. Seres consagradas al amor, y por las que todos hemos conocido lo que es ser amados.

Descubre a qué estás llamado, y trata de configurar tu auténtica identidad libremente a esa consagración. No hay otra manera de que Jesucristo sea tu camino, tu verdad y tu vida. No dejes pasar esta oportunidad, está en juego tu felicidad.