JUNTOS SOMOS MÁS PROVI
Lo primero agradecer a la parroquia de Santiago y a su párroco, José, que nos haya acogido una vez más. Pero también hacer extensible el agradecimiento a todos vosotros, alumnos, antiguos alumnos, profesores y familias por estar aquí, por venir a agradecer a ese Dios que nos ha ido acompañando a lo largo de todos estos días, de todo el curso y de todos los cursos que hemos pasado hasta ahora en La Provi. Pues el amor de nuestro Dios es inmenso y sin hacerse notar nos cuida y quiere siempre para nosotros lo mejor. Hoy venimos a esta eucaristía a expresárselo: Gracias, Padre, por todo lo recibido de ti durante este año.
Como estamos entre amigos y reunidos delante de nuestro Padre, que todo lo comprende y perdona, aprovecho para haceros una confidencia: a mi no me gusta predicar, sino escuchar, porque soy consciente de todas mis carencias y quiero seguir aprendiendo. Si a pesar de esto estoy aquí hablandoos es porque me lo habéis pedido, no porque yo lo quiera. Vamos que me ha tocado.
Porque decía uno de los más eminentes teólogos de los últimos años que el creyente es ante todo un oyente de la Palabra. Y la Palabra, así con mayúsculas, es Jesucristo. Por lo tanto, para aprender mucho hay que escuchar muy bien y mucho, pero aún todavía más, si en lo que queremos progresar es como cristianos, dejar de escucharnos tanto a nosotros y más al Hijo de María. Ella nos dice en el pasaje que leemos aquí el día de la Providencia “Haced lo que Él os diga”. Que cada uno de los presentes examine si escucha a María, y si hacemos caso de su recomendación: ¿Escuchamos a nuestros padres? ¿Escuchamos a nuestros profes? ¿Escuchamos a nuestros sacerdotes y catequistas? ¿Escuchamos a Jesucristo? ¿O somos como un cántaro agrietado que nunca es capaz de retener nada? Pues, fijaos, de ello va a depender quiénes logremos ser.
No sé si os habréis dado cuenta de cómo ha empezado el apósito San Pablo en la segunda carta a los Corintios, en la primera lectura de hoy: “Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos”, justamente así, quiero comenzar yo hoy, sabiendo que a vuestros profesores les tenéis que aguantar muchos desvaríos, pero muy especialmente a mí, que a veces empiezo a soltar mis reflexiones, y es como las tormentas, ya parará. Es verdad que a veces también nos toca aguantar también muchos desvaríos vuestros. Lo bueno es que los que os graduáis hoy ya no vais a tener que aguantar ningún desvarío más, salvo el de ahora, este de hoy va a ser el último sermón (pero para el resto no).
Vemos en el Evangelio de hoy como los apóstoles se sienten necesitados de Dios, de poder ejercitarse en la oración, en la conversación con Dios Padre. Sin embargo, nosotros tratamos de vivir muchas veces de espaldas a Dios, sin tratar de escucharle, de tenerle presente, de descubrirle en nuestras vidas, de no buscar su voluntad, y no tener una relación de confianza e intimidad, porque eso es la oración, una auténtica relación de amor recíproco.
Y yo me pregunto y os pregunto ¿Cómo podemos aspirar a ser personas libres sin esa relación liberadora con el amor del Padre? ¿Cómo pretendemos ser medianamente felices sin cultivar esa dimensión profunda de nuestro ser, la espiritualidad? Sin embargo, los apóstoles le piden a Jesús que les enseñe a rezar, porque detectan que no es algo marginal en sus vidas, sino fundamental para realizar su identidad.
La Virgen María, al igual que todos los grandes santos, fueron principalmente hombres y mujeres orantes. También nosotros si queremos hacer lo que Él nos dice escuchemos cómo nos enseña Jesús a rezar y a hacer de esa oración la manera de conducir con acierto nuestras vidas. Es cierto que hay muchas maneras de rezar e incluso también mucha oraciones que han compuesto diferentes autores para facilitarnos a nosotros las palabras con las que podemos hablar y lo que deberíamos sentir, sin embargo, nosotros tenemos un gran tesoro que no sabemos ni descubrir ni valorar, tenemos la mismas palabras que Él nos enseñó para dirigirnos al Padre, es decir, el propio Hijo, que conoce a fondo la intimidad de Dios y el corazón del hombre (pues Él es Dios y hombre) nos muestra cómo ha de ser nuestra oración.
No se trata de emplear grandes palabras, altisonantes y muy elaboradas, sino al contrario, sencillas y sentidas, naturales, auténticas y salidas desde lo más profundo de nuestro ser, porque hablamos a Dios, pero al Dios que nos ama y escucha como Padre. Para dirigimos al Padre que no es exclusivo mío, sino de todos los hermanos, y por eso empleamos el posesivo plural, Padre nuestro que estás en el cielo, por encima de todos y todo, no atrapado en lo material y mundano, sino en el cielo, en lo inmenso.
Luego le pedimos que venga a nosotros su reino, a lo más profundo de nosotros habite ese reino de justicia, misericordia, acogida, verdad, ternura, amor, y que por ello impulsemos en nuestro mundo la voluntad de bien que él desea para todos.
También le pedimos que no nos falte el pan a ninguno, pero el pan que alimenta el cuerpo, el pan que alimenta la cabeza y el corazón, que es el pan de su palabra, y el pan que alimenta el espíritu, que es el pan que es cuerpo de Cristo, que no nos falte ese pan que nos alimenta, sana y transforma. Ojalá tengamos verdadera hambre de saciarnos y compartir esos panes que Dios nos da.
Le pedimos después que nos ayude a perdonarnos entre nosotros, de la misma manera que Él nos perdona, porque comprendemos que todos podemos fallar. Le pedimos también que nos ayude a ser más libres y por ello ser capaces de salir indemnes de toda posible tentación, porque vamos aprendiendo a elegir bien el bien, pero nos reconocemos necesitados de su fuerza para enfrentarnos al mal.
Por lo tanto, el padrenuestro es una oración para rezarla pero sobre todo para tratar de hacerla vida, para vivirla. Y así tenemos que tratar de vivir, hoy los alumnos de 4º dejáis La Provi, y por ello, además de ser para los demás, tenéis que portar una singularidad ejemplar: tratad de escuchar al que nos escucha, tratad de vivir orando y orar viviendo. Sabed que es posible y deseable. Pueden ocurrir muchas y diferentes cosas, pero si sois hombres y mujeres de oración, con esa vida interior cuidada y cultivada, podréis afrontar y superar todo. No estáis solos ni contáis nada más que con vuestras propias fuerzas, Santa María de la Providencia no os va a dejar de la mano. Tenedlo por seguro. No lo olvidéis nunca. Tampoco que este es y será siempre vuestro cole y vuestra casa.
AQUÍ OS ESPERAMOS