sábado, 27 de septiembre de 2025

Maneras de vivir

MANERAS DE VIVIR


Los que llevan en esta vida ya mucho recorrido tal vez recuerden una canción que en su día alcanzó mucha fama, y hoy, aunque sea un clásico de aquellas generaciones, ya es poco escuchada. Y es que pasa el tiempo, los seres humanos también, y con ellos a la vez las modas y gustos con una pasmosa fugacidad. El tema en cuestión se titulaba "Maneras de vivir" y sirve de inspiración para la entrada de este XXVI domingo de tiempo ordinario, ya que las lecturas nos proponen estas posibles maneras de vivir que cada uno trata de llevar con mayor o menor acierto.

Y es que esto de la vida no es cuestión baladí, que está muchísimo en juego. Por ello el profeta Amós nos indica que algunos andan viviendo de lujo en lujo, de deleite en deleite, y de banquete en banquete, y la vida se les pasa sin más ni más, inmersos en una distracción inconsciente poco propia de los seres racionales que supuestamente somos. Efectivamente, lo que antaño pasó, sigue pasando hoy en día. Los poderosos se dedican por completo a su continuo disfrute, sin reparar siquiera en los sudores y dificultades que pasan muchos del resto de los seres humanos. Mientras algunos abundan en la opulencia, otros pasan enormes penurias, y no tratan de poner a esta injusta e inhumana situación remedio alguno. Tan solo se ocupan de su estúpidas fiestas privadas y se enriquecen a costa del sufrimiento del resto.

Qué bueno que las Escrituras siempre nos proponen una lectura de la realidad con mayor sensibilidad, la de Dios, para hacernos ser críticos con esta manera de vivir insostenible. La palabra de Dios una y otra vez nos insisten en que hemos de despertar ya, no permanecer con la cabeza, el corazón y el alma embotados y aceptamos como normal lo que es absolutamente inaceptable.

Lo peligroso es que no solo los poderosos se miran en exclusiva a su propio ombligo, prescindiendo de los rostros de sus semejantes. Esa manera de vivir inconsciente y egoísta es compartida de manera generalizada por unos y otros, y es ahí donde radica el verdadero problema. También nosotros vamos a lo nuestro y el sufrimiento y las necesidades ajenas nos terminan resultando indiferentes. Esa manera de vivir tan nociva se podría expresar bajo el adagio de "tú a lo tuyo", como si en lo tuyo no cupiese lo de todos. ¿O es que alguien se ha hecho a sí mismo sin nadie que le haya prestado su ayuda, colaboración, auxilio o cooperación? Ya antes de venir al mundo todos precisamos de otros seres humanos. Precisamente ser persona es reconocer esa tupida red de relaciones que posibilitan que seamos. Sin embargo, terminamos cayendo en aquella manera de vivir que denunciaba el profeta Amós.

En la parábola que nos regala Jesús en el evangelio, aparece la parte que no solemos tener presente. Hay dos personajes un rico que solo se ocupa de pasarlo bien y un pobre llamado Lázaro del que el rico no se ocupa, a pesar de tenerlo en la puerta de su casa. Tras la muerte de ambos, el rico no goza de la gloria de Dios, como sí lo hace Lázaro, y por fin, ya tarde, descubre que no ha sabido vivir esa relación preocupada, implicada y ocupada en compartir su bienestar con los que tenía cerca (prójimo). ¿Qué nos impide a nosotros reconocer y paliar las necesidades de aquellos que están a nuestro alcance? Santa Teresa de Calcuta veía en el sufriente al mismo Jesús y se deshacía en atenciones con todos ellos. Su corazón estaba atento al prójimo y sus manos prestas a cuidar. Hay una manera mejor de vivir, mucho más grata a Dios y a los hombres. Empecemos a vivir dando vida.

San Pablo, hoy, en la primera carta a Timoteo lo afirma con estas palabras: "busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre..."Ese el el camino, esa es la forma, la manera de transformarnos en más humanos, viviendo en la caridad, que es el amor que no se cierra sobre sí mismo, sino que por contra se entrega en bien de los demás. Esa es la manera de vivir que da satisfacción y plenitud, y no el disfrute vulgar y pasajero que poco aporta y termina por sumergirnos en una vorágine de consumo deshumanizadora. No seamos como el rico incauto, que entre tanto disfrute vano, no se percató del hermano desnudo, enfermo y hambriento.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Ajustar las cuentas

AJUSTAR LAS CUENTAS


Después de tanta información que nos dan los medios de comunicación y de cantidad de películas y series, hemos terminado asociando el significado de venganza cruenta a lo que antes se expresaba con el término ajuste de cuentas. No todo ajuste de cuentas ha de implicar tomarse la justicia por su cuenta, más bien eso ocurre en ciertos casos en los que no se ajustaron nada bien las cuentas, en que alguno de los intervinientes en el trato no cumplió con lo establecido, faltando flagrantemente al acuerdo, y por eso, acabó en una escabechina. Lo normal es que si uno recibe un bien o un favor, luego trate de devolver aquello que ha recibido, ya que de bien nacidos es ser agradecidos. Pero recordemos que las relaciones entre las personas no han de reducirse a meros negocios.

Porque estamos ya hartitos de gente interesada, personas que solo tratan con los demás para sacar provecho de los demás. Gente sin escrúpulos que sólo buscan su propio beneficio, que tan sólo miran por sí mismos y todo lo que hacen les vale si persigue ese fin. En una sociedad marcadamente materialista e individualista es normal que esto ocurra, sin embargo, aunque esa haya sido la tendencia general de muchos seres humanos, y hayan causado efectos devastadores a lo largo de la historia, no todos hemos de ser así. Es más, cuanto menos seamos así, mejor para todos.

Nosotros no caigamos en ese error tan extendido. Advirtamos que otra manera de estar en el mundo y tratar con los demás es posible. Siempre habrá poderosos sin escrúpulos, capaces de pisar, engañar, manipular, vender, comprar, arruinar, destruir, especular y lo que haga falta, con tal de seguir acumulando ellos, sin preocuparse ni de la pobreza, la hambruna, muerte y desolación que van dejando a su paso. Para estos seres inhumanos la sed de poseer y dominar les impide ver ni las víctimas y ni las consecuencias de sus actos y decisiones. Creen que no tiene que dar cuenta a nadie, peor sí se las exigen a los demás con extremo rigor. Se equivocan por completo cuando creen que se librarán de hacer un balance final y de ajustarse las cuentas. Se consideran más inteligentes que todos los demás, pero demuestran ser unos completos insensatos.

En este domingo XXV de tiempo ordinario el profeta Amós nos pone en sobre aviso ante esta práctica explotadora que practican los malvados y que el Dios del amor deplora, pero los que han sucumbido al dios dinero desprecian esta antigua enseñanza, a la vez que se desentienden del amor divino.

¿Y nosotros? ¿Somos de los que en nuestro vivir tratamos de acaparar bienes a toda costa y valernos de los demás, o por contra, queremos compartir lo que somos y tenemos con sencillez y transparencia? Sin duda, la palabra de Dios nos ayuda a reconocer aspectos no siempre claros de nuestro proceder y tratar de transformarnos. Hemos de dejarnos iluminar por esta palabra que corrige, anima y hace crecer. En este sentido, el evangelio nos resulta muy beneficioso y esclarecedor. 

San Pablo, en la preciosa carta a Timoteo nos recuerda que en lugar de vivir con ese horizonte exclusivamente interesado, busquemos mejor el bien común, el que Dios promueve; este Dios Padre que se desvive por nosotros y nuestro bien. Los seres humanos, si estamos dispuestos a vivir conforme a esa voluntad que nos bendice, podremos hacer de este mundo un lugar en el que no se excluye a nadie, sino que se le apoya y cuida; donde sólo se combate por mejorarnos para mejorar el mundo.

No seamos, por tanto, de los insensatos que creen que no habrán de ajustar las cuentas ni consigo mismos ni con los demás, ni con la historia (al menos la propia) ni con Dios. Al final de la vida seremos juzgados del amor con el que hemos vivido; habremos de ajustarnos las cuentas, y ya no habrá posibilidad de más autoengaños ni huidas, la verdad de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho con nuestras vidas y nuestros talentos quedará en evidencia. Tan sólo eso: saldrá a reducir la verdad tal cual es. En algunos casos esa verdad será entrañablemente hermosa, porque triunfó la humildad, la bondad y el servicio; pero habrá otros casos en que la verdad dará vergüenza, será nauseabunda, porque tan solo nos movió el egoísmo feroz y la autocomplacencia, el amor al dinero, la violencia y la falta de honestidad, y no habrá ya nada que hacer ni lugar donde esconderse.

Como nos propone Jesús en el evangelio, si somos fieles en lo poco, podemos llegar a ser de manera fehaciente hijos de la Luz, hacedores de bien en lugar de daño. Somos siervos que hemos de elegir bien a quién servimos, para que así nuestras obras puedan presentarse el día que haya que ajustas las cuentas, y nuestra entrega sea reconocida y agradecida. Escojamos al mejor Señor y nuestra labor redundará en beneficio de todos. Ese es el camino de la felicidad compartida y del acierto pleno. Por contra, los que se equivocan en esa elección se destruirán ellos mismos y todo con ellos. No podrán ajustar las cuentas con el Señor de la vida, porque mucho les fue encomendado y lo desperdiciaron, dando más valor a lo material que a lo humano y a lo divino.

A tiempo estamos de acertar y priorizar todo lo que da vida, genera vida, alegría y construye fraternidad. El reino de Dios no sólo es deseable, también es posible, siempre que cada uno de nosotros ponga de su parte. Si tú te transformas, se empieza a transformar a la vez tu entorno.

sábado, 13 de septiembre de 2025

Contar con el antídoto

CONTAR CON EL ANTÍDOTO


Tal como nos advirtieron nuestros antepasados, mucho más experimentados que nosotros en tantas peripecias y en tantos asuntos vitales del noble arte del existir, muchos son los peligros que nos rondan. Por tanto, nunca está de más que seamos más prudentes y tratemos de evitarlos, o al menos andar prevenidos y llevar con nosotros el remedio eficaz para nuestros posibles males. Será por eso que también nos contaban antaño aquello de que hombre (o mujer) prevenido vale por dos. Sin embargo, a veces parece que nosotros andamos bastante desprevenidos y despreocupados por la vida, como si no nos fuera a pasar nada malo nunca.

Tan grave sería pecar de timoratos como de temerarios, es decir, no hemos de vivir ni atemorizados ni tampono no saber advertir los riesgos, lo primero porque nos impediría tomar las decisiones necesarias para avanzar, lo otro, porque al no considerar los daños y perjuicios de nuestras acciones, podemos llegar a soluciones para nada queridas, y hasta terribles, sin tienen posibilidad de retroceso. Seamos suficientemente valientes para intentar lo que queremos, pero al mismo tiempo, sensatos para evitar grandes locuras y lamentables errores.

Entre los innumerables peligros que tal vez acechan nuestro tranquilo discurrir por la vida, les habrá externos, totalmente ajenos a nuestra voluntad, contra los que algo, aunque poco, podremos hacer para que no se terminen produciendo. Pero hay otros peligros que sí provienen de nuestras malas decisiones, de nuestra mala cabeza; y en estos sí que quizás tengamos un margen mayor para evitarlos: no exponernos a ellos será el mayor remedio para no acabar sucumbiendo ante el peligro que con un mínimo de sensatez podríamos haber evitado.

Aún así, no conviene olvidar que contamos con un remedio excepcional, el mayor de los antídoto que siempre podemos llevarlo con nosotros: el auxilio del que entregó su vida en rescate de nosotros, y de nuestra tremenda y pertinaz debilidad, los seres humanos. Si hemos sucumbido ante cualquier mal, aún contamos con la misericordia inmensa del Padre, que hace lo imposible por nuestro bien. No lo desperdiciemos a la ligera.

Este domingo XXIV de tiempo ordinario coincide con una festividad de gran arraigo en nuestra tradición religiosa: la exaltación de la santa Cruz. Porque en la cruz Jesucristo dio su vida, y por su desbordante amor, unió todo su ser personal, de verdadero hombre y verdadero Dios, con nosotros. En la cruz, que era instrumento de suplicio y de castigo, la víctima logró dar muerte a la muerte y al mal, para entregarnos su vida, la vida que no acaba con esta vida finita, sino que se convierte en preámbulo de la vida eterna y verdadera, la del gozo y el consuelo eterno, la del encuentro con los que aman y son amados en la gloria.

Este antídoto es eficacísimo, ningún mal, por terrible que sea, puede mermar sus efectos. Si logramos hacer de nuestras vidas una inmersión en la vida espiritual que Jesucristo nos ha concedido, nada hemos de temer, porque la salvación y la gracia ya están operantes en nosotros. Qué lamentable error sería que pudiendo acceder a la mejor de las medicinas, esta que siendo mortales nos hace además ser inmortales, prescindiésemos de ella y corriésemos tras los falsos remedios que los voceros de turno tratan de vendernos. 

Porque es un auténtico regalo el que Dios nos hace con la entrega de su Hijo. Dios no nos abandona nunca, aunque a veces, por negligencia o falta de prudencia, nosotros si le abandonemos. En cualquier encrucijada, en cualquier aprieto, pero también cuando vienen bien dadas, confiemos en el Señor, que camina a tu lado, que no nos suelta de la mano, que nos ha facilitado la mejor de las medicinas: el amor incondicional que nos restaura. Abrámonos a la acción del Señor, en Él radica nuestra sanación y nuestra salvación. La cruz ya no es signo de final, sino de ese amor que se da sin reservas por el bien de aquellos a los que se ama. Es el amor de los amores, aprendamos de Jesús a vencernos a nosotros mismos y a todo mal, para amar más y mejor y dar también vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Suena la sirena

SUENA LA SIRENA


Lo queramos o no, ya toca despertar del sueño vacacional, aunque el tiempo se nos haya pasado volando. A unos nos costará más, a otros menos, pero a todos nos va tocando regresar a los lugares de residencia habitual, a los horarios que el día a día nos va imponiendo entre múltiples ocupaciones y obligaciones.

Ciertamente se hace duro volver a escuchar el sonido estridente de las sirenas y los despertadores, que ya nos convocan a la actividad. Cuesta lo suyo dejar atrás el sonido del remanso del arroyo, el rumor repetitivo y adormecedor de la las olas perdiendo su ímpetu en la orilla de la playa o el canto alegre de los pájaros y los grillos. Se acabaron de pronto las largas jornadas calurosas de luz recia y las noches bajo un cielo hermosamente igualable de estrellas, que invita a trasnochar y seguir soñando despiertos. Nos pasa todos los años desde que el mundo es mundo, o al menos desde que somos capaces de recordar: llega septiembre y con él el comienzo del cole. Ahora lo llaman depresión postvacacional, y a todos en distinto grado nos afecta. Cuando se termina un periodo, empieza otro que puede ser tan bueno o más que el anterior; esto en gran medida dependerá de cómo estemos dispuestos a vivirlo y a aprovecharlo.

Aunque tal vez no sea tan difícil encontrar algún remedio para tan extendido mal. Por ejemplo, nos puede ser posible alegrarnos por todo lo vivido durante el verano, por haber disfrutado y descansado tanto como se ha podido. Unos aprovecharon para viajar, otros para poder devorar libros, otros para reunirse con familiares o amigos a los que el resto del año difícilmente se les puede ver con calma, y hay quien pudo disponer de un tiempo no acotado por el despertador, para dar rienda suelta al sueño mañanero.

Otro motivo por el que podamos asumir este regreso a las aulas bien puede ser también que nos vamos a reencontrar con los amigos y compañeros, que lo que ahora tenemos por delante tampoco es tan terrible. En nuestro caso cuando suenan las sirenas es tan sólo o para marcar el comienzo de las clases o el recreo, o para indicarnos su conclusión, y no como está ocurriendo en otras zonas del mundo, en las que el sonido de las sirenas anuncia un nuevo ataque de efectos devastadores impredecibles. Eso sí que es terrible.

El comienzo de un nuevo curso en realidad debería ser muy motivador, porque es una gran aventura que se inicia, una fase nueva en nuestro aprendizaje académico y experiencial, un seguir avanzando juntos, tratando de crecer todos en madurez y humanidad. Con esa actitud hemos de comenzar: aprovechar lo que se nos ofrece y dar gracias por ello. Ojalá este nuevo curso 2025/26 estemos a la altura del reto que tenemos por delante, para poder dar lo mejor de nosotros mismos, tanto como profesores y como alumnos. Pongamos nuestras capacidades, nuestro interés, esfuerzo y motivación, para dejar transformarnos y transformar nuestro centro escolar en una comunidad de aprendizaje, en la que todos nos implicamos, colaboramos y nos ayudamos porque nos sentimos miembros de una gran familia.

A esto precisamente nos llaman las lecturas de este XXIII domingo del tiempo ordinario, a salir de nuestras comodidades y autorreferencias exclusivas para buscar siempre la voluntad de Dios; a no perdernos en un horizonte reducido de intereses propios, sino a tratar de hacer un camino común en el que todos tratamos de convivir concordes como verdaderos hermanos y discípulos de Jesús, el maestro del amor. Ampliemos la mirada y veamos ante nosotros un curso en el que todo esto, que Dios quiere, es posible, y tratemos de llevarlo a cabo con esperanza, fe y caridad, porque para ello todos nosotros memos de sentirnos peregrinos de esperanza. Y se ha de notar en lo que hacemos que verdaderamente lo somos.

¡Que Santa María de la Providencia, nuestra querida Madre, nos acompañe y ayude en este curso que ahora empezamos!

Santa María de la Providencia, madre solícita

que año tras año nos acompañas a lo largo del curso

para que todo nos vaya saliendo bien.

Hoy, el primer día de clase queremos ponernos bajo tu amparo de nuevo.

En los cursos anteriores nos hemos puesto a la escucha atenta y confiada de tu Hijo

y de nuestros hermanos,

hemos querido entender y conectar con la realidad

y las personas que tenemos cerca desde el amor.

Ahora quisiéramos pedirte que nos ayudes una vez más a transformarnos

para ser mejores, para aprender y aprovechar las clases,

para respetar a padres, compañeros y profesores,

porque solo así podremos ser con la ayuda de Dios,

tal y como él nos quiere:

buenas personas, dispuestos y disponibles para transformar el mundo.