ESTRELLARSE
Pocos son capaces de mirar hacia arriba y quedarse prácticamente embobados y cautivados por la suma grandeza del cielo. Cada vez somos menos los que quedamos sobrecogidos ante la inmensidad admirable del firmamento que se despliega sobre nuestras cabezas mostrándonos lo que es él y a la vez lo que somos nosotros. Sin embargo, contra viento y marea, bien pudiera ser que pocos espectáculos sean más dignos de contemplar con serenidad y sin prisa alguna que la bóveda celestre estrellada. Me viene a la memoria un pasaje leído, y nunca olvidado, de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en el que nos cuenta como Adriano pasó toda una noche en vela contemplando las estrellas, y recuerda que fue una de las más hermosas y felices noches de toda su vida de emperador. Qué paradoja, pues de lo que confiesa haber disfrutado más es aquello que cualquiera puede experimentar con tan solo ser emperador de sí mismo: el misterio cautivador de la belleza de cualquier noche. ¿Quieres emociones fuertes? Estréllate ante lo inefable de tantos astros suspendidos y en perfecta armonía, lejanos, sí pero no desconectados.
Es cierto que como vivimos sumidos en la prisa y la ansiedad, como vivimos medidos de llenos en ciudades con cada vez más contaminación lumínica en calles y plazas, o porque simple y llanamente vivimos más pendiente de las pantallas luminosas que de la pura realidad simple y a la vez sorprendente, pues casi nadie se dedica prácticamente a contemplar el firmamento sin más, como quien pasea junto al mar olvidándose por unos instantes eternos de cualquier otra distracción, salvo los privilegiadísimos astrofísicos, los pocos fareros que queden todavía o pastores trashumantes. Y es que como no andemos con cautela, el tiempo termina devorándonos en lugar de ser el acantilado que nos permita disfrutar de una posibilidad privilegiada para solo ser y sentirse parte de este gran cosmos silente donde es posible que el mismísimo Dios nos haga un guiño y nos deje estupefactos de por vida
¡Qué hermosa puede ser la noche, y qué dichosa! ¡Qué clara y resplandeciente para el que se deja iluminar por el inmenso misterio en el que nos sentimos inmersos! Pero muy especialmente esta noche en que todo parece adquirir un tinte sacro. Es Nochebuena, todo nos habla de la gloria de Dios; todo se nos llena de ese Dios que se manifiesta y que apenas es descubierto. Este Dios amante que nos nace aquí en la tierra hostil de los hombres que aún no han aprendido siquiera a ser auténticos hombres; este Dios sutil que nos renueva la esperanza de que la historia -al menos la de cada uno- transcurra por otros caminos, con otros anhelos, con otras formas, sentidos y motivaciones. Sí, por eso esta noche es radicalmente distinta; cómo para perderse en los ajetreos y agobios de celebraciones que ignoran hasta lo que las está motivando.
Y es que esta es una noche perfecta, no para estrellarse contra la dura realidad del materialismo en que nos hemos instalado, sino bien al contrario, para estrellarse de maravilla y asombro, porque nunca estuvo el cielo tan estrellado ni tan cerca de la tierra, nunca Dios y el hombre se han aproximado tanto como la noche sagrada en que nace Dios, sí en la que el Eterno se hace menudo y sujeto al tiempo y al frío. Por eso ese niño que duerme en el regazo de María nos ha traído el cielo a la tierra, y por ello brillan así de alegres y con esa melodía las estrellas todas del firmamento, y uno, a poco que se lo proponga puede también estrellarse y quedar sobrecogido de emoción. ¿Puede el corazón del hombre aún aguardar tanto prodigio? ¿Puede aún ser capaz de asombro?
Si Él se hace pequeño, aprendamos también nosotros a hacernos pequeños y sencillos, solo así podremos ser capaces de contemplar lo más grande. Vayamos al portal y contemplemos allí en el pesebre a Dios entre pañales. Callemos perplejos, adoremos, cantemos, riamos, agradezcamos, pues hoy sí está fundada nuestra dicha, pues nunca en la tierra puede haber brotado tanto amor, un amor por todo lo humano y que a su vez nos humaniza y diviniza a nosotros.
Sí, esta noche es sagrada solo si sabes también dejar hacerte sagrado tú por su presencia entre nosotros. Recíbele en tu inocencia, cédele el puesto central en tu ser y serás Navidad con Cristo dentro. Préndete, brilla, estréllate, hoy ya el mundo está más lleno de Dios.