sábado, 26 de octubre de 2024

Vivir para ver

 VIVIR PARA VER


La costumbre es sin duda positiva, porque nos da la sensación de aparente seguridad y control, y por ello, los temores no logran que perdemos la calma. La costumbre no debería facilitar ni que la ansiedad ni el estrés nos dominen. Pero, tal vez, como ya nos advertían los sabios griegos, todo en su justa medida, porque un exceso de costumbre, donde nos vamos dejando amodorrar por un "día de la marmota" interminable, puede terminar resultando verdaderamente nocivo y anestesiante. Sin duda, el exceso de monotonía cansa y termina por alienarnos.

Los que tenemos la gran fortuna de gozar del sentido de la vista, aunque precisemos el uso de lentes correctoras, nos terminamos acostumbrando tanto a ver, que no caemos en la cuenta de lo maravilloso que nos resulta poder disfrutar del sentido de la vista. Sin embargo, aún disponiendo de la posibilidad de ver, no queremos ver. En este sentido, contamos con el conocido dicho de que "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Porque a cualquier persona privada del sentido de la vista que se le preguntase si quiere ver, no dudaría en dar de inmediato una respuesta afirmativa.

En la primera lectura de este domingo XXX de tiempo ordinario (ciclo b) nos encontramos con el profeta Jeremías. Y es que el profeta es precisamente el que ve y habla de lo que ve. El profeta ve aquello que no es evidente, aquello que está como en el famoso ángulo muerto de nuestra precipitada observación, y se nos pasa por alto.

Necesitamos profetas, seres dotados de ese superpoder de visión, esa vista sagaz, crítica y utópica que atisba caminos novedosos por los que deberíamos transitar para poder construir un mundo más humano y conforme a la voluntad de Dios. Por eso el Señor, presto a auxiliar a su pueblo, nos los suscita. Los profetas son testigos de Dios, que se preocupa por nuestro bienestar, por nuestro buen hacer, por nuestra salvación. Ellos anuncian un mundo nuevo, posible y deseable, pero nosotros con una ceguera pertinaz insistimos también en desoírlos, y si hiciese falta acallarlos. La propuesta de Dios para los hombres no suele ser bien recibida, más bien al contrario, nos incomoda, porque ni la queremos ver, ni escuchar, ni en definitiva vivir.

Una y otra vez Dios insiste en facilitarnos las cosas, ayudarnos a llevar una vida digna y feliz para todos. Cree en nosotros, nos da una nueva oportunidad para que construyamos en libertad esa sociedad justa y fraterna. Pero al mismo tiempo nosotros los hombres nos empeñamos en que no sea así. Pero Él sigue insistiendo, no, no desiste, tal vez sea porque es nuestro Padre, todo misericordia.

En la carta a los Hebreos vemos que además de elegir incansablemente a sucesivos profetas, también nos ha enviado a su Hijo. Jesús es el mesías, el mediador definitivo, nuestro Salvador. Dios no podía estar más grande con nosotros, y por eso estamos alegres (salmo 125). Aquel que necesitábamos se ha encarnado, muerto y resucitado, y vivo para siempre, no deja de abrirnos nuestros ojos y oídos para que veamos el amor del Dios, que nos ofrece el camino de la vida. Sí, vivir para ver, pero también podríamos decir que precisamos ver para vivir.

Debe de haber muchos tipos de cegueras: la del que no quiere ver, la del que se refugia en la mentira, la del que actúa de noche para no ser visto, la del que no se atreve a ver, la del que no es capaz de ver más allá de sus narices, de sus intereses y de su egoísmo. A la luz de Cristo, de su palabra, cada uno hoy puede ponerse a dilucidar su propia ceguera. Pero sobre todo, hoy es la ocasión propicia para pedirle a Cristo, que pasa a nuestro lado, que como el ciego Bartimeo, nos devuelva la vista. Que podamos ver con los ojos de un niño, que quiere conocer y que se admira constantemente con el mismo candor primero en la mirada, esa mirada confiada del con la que el niño reconoce el amor comprometido de su madre. Ver a la manera en que Cristo nos mira, sin juzgarnos, con ternura y amor restaurador.

Pidámosle a Jesús que tenga misericordia y nos devuelva una mirada nítida para ver la verdad y ser capaces de amarla. No nos cansemos tampoco nosotros de solicitarse esa merced: que tenga piedad de nosotros y nos permita ver con amor las cosas de Dios y de los hombres. La mirada de Dios se caracteriza por verlo todo con amor. Que nos enseñe a mirar así, de veras, con el corazón, y a seguirle agradecidos y comprometidos. Miremos más y mejor, y amemos igualmente más y mejor. Que nuestra fe nos salve y salve, como a Bartimeo, y nos capacite para mirar con misericordia y compasión a cuantos pasan junto a nosotros en el camino de la Vida. Pero ojo, a ver si nos va a dar al mismo tiempo que recuperamos la capacidad de ver, ojos y boca de profeta para que proclamemos que este es tiempo de conversión y salvación para todos.

¿Y tú qué le quieres pedir? Deja ya de estar postrado al borde del camino, salta, deja el manto y ves tras el Señor. 

jueves, 17 de octubre de 2024

A los remos

 A LOS REMOS

¡Qué facil es hablar y exigir a los otros que actúen de una manera determinada, pero luego uno mismo no se exige nada a sí mismo! ¡Qué fácil resulta echar mano de infinidad de excusas para autojustificarse, pero ninguna para comprender los comportamientos de los demás! Puede parecer que aquel mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo nos queda grande. Resulta curioso que lo que en otros me indigna, en mí me resulta normal y llevadero, y así pasa lo que pasa, y es que terminamos siendo poco o nada ejemplares.

Sin embargo, el evangelio nos interpela una vez más. Quizás por eso sea mejor no leerlo, no escucharlo, no tenerlo en cuenta y no pararnos un instante a meditarlo, no sea que me saque del cómodo, autosuficiente y superficial lugar en el mundo en que he decidido instalarme. Cuanto menos me plantee o me planteen, mucho mejor.

Pero no, si lees este blog, es que al menos te atreves a dejarte cuestionar; que no das el evangelio por leído, y que el mensaje de Jesús, la buena nueva te sigue interpelando y ayudando a desinstalarte de este mundo de prisa y lo superfluo. Si conecta el evangelio contigo, serás como la tierra buena que acoge la semilla y trata de germinar para dar fruto.

Y es que precisamos el agua y el alimento para tener vida, pero no solo eso, también necesitamos el aire, a los padres, hermanos, abuelos, amigos, compañeros, es decir, al resto de personas que nos cuidan y ayudan, pero, además, necesitamos alimentarnos de esta palabra de vida que nos trae como regalo valiosísimo Jesús, y que tenemos disponible las veinticuatro horas durante todos los días de los años que nos sea dado vivir. Esto es así, y ya nos hace caer en la cuenta de que solitos, de manera exclusivamente autónoma tenemos poco recorrido, que nos necesitamos los unos a los otros para casi todo, como por ejemplo, para aprender a ser nosotros mismos, siempre en relación a los demás.

Reconocerse necesitado es dar un paso muy grande, ni capaz de todo ni autosuficiente, sino humilde, sencillo y agradecido. Estar dispuesto, asumir lo que venga, por duro que sea, porque me va conformando en esa persona que, desde la debilidad y tan necesitado, se deja ayudar y aprende con lo que va viviendo. Dejemos hacer y hacernos por Dios. Confiemos en su buen hacer en nosotros y a la vez, colaboremos con esa acción misericordiosa y gratuita que realiza en nuestras vidas. Sí, Dios está aquí, remando con nosotros, pero eso no quita que el que tiene que echar mano a los remos y andar a la brega junto a Él y el resto, somos cada uno de nosotros. Hacer y dejar hacer. Alentar y ser alentado. No soltar el remo. Seguir remando.

Porque los hay de esos que gustan estar arriba, en los primeros puestos, en los más destacados, los que quieren subirse al podio y tomar para sí las medallas, cuando ni siquiera se han preocupado de remar. ¿Para qué si ya tiraban los otros y les hacían el trabajo duro? Que no sea así entre nosotros, que al igual que Jesús, hemos de aspirar otro podio, aquel de los que descubren que el éxito de la vida está en servir para que sean los otros los que sí que triunfen, o al menos tengan oportunidad de salir adelante. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir; ha venido y está vivo entre nosotros dándonos Vida, y Vida en abundancia. Él no suelta los remos.

Dejémonos, por tanto, de marear la perdiz, y pongámonos ya a los remos o donde cada uno descubra que puede servir y ayudar más y mejor. Y allí, en plena tarea, sabrás lo que es la verdadera victoria: la entrega por amor al prójimo. Uno solo no puede, pero si contamos con su ayuda gratuita e incondicional, todo cambia.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Dar en el clavo

 DAR EN EL CLAVO


Puede parecer fácil, pero dar en el clavo, acertar de lleno, no está al alcance de cualquiera así de buenas a primeras; requiere su tiento y su esfuerzo, su puntería, pero también el tiempo que lleva a dominar toda una técnica.

No digamos ya si no se trata solo de tirar un dardo o una flecha, sino de acertar con la decisión más adecuada. Esto requiere al menos cierta pericia, atrevimiento, cálculo, previsión y prudencia, además de contar con la suerte a tu favor.

Pero la vida no es un mero juego, y esto de ganar y perder no está siempre tan diferenciado. Puede incluso haber veces que se gana más perdiendo o que lo que parecía una clara victoria, resulta en realidad una derrota. De eso trata la poco conocida novelita de Graham Greene titulada El que pierde gana. Sí, porque solo el factor tiempo termina por dar mayor nitidez a los aciertos o errores cometidos. Lo bueno es que en numerosas ocasiones se puede empezar de nuevo, como si de una partida de dardos se tratara, y contáramos con nuevas tiradas.

Lo primero que habrá que intentar es tener los ojos muy abiertos y la visión muy despejada del objetivo o diana. Para ello, y siguiendo las lecturas propuestas por la liturgia de este domingo XXVII, en el libro de la Sabiduría se nos advierte que a pesar de todas las apariencias, preferir la prudencia y la sabiduría a las riquezas, no es necedad, sino acierto pleno. Pero aún, siendo así ¿Quién hace caso hoy ya al libro de la Sabiduría? ¿Acaso la Sabiduría cotiza en bolsa o en los mercados de opinión? Sin embargo, aunque las multitudes acudan raudas tras el dinero, y hasta pierdan la cabeza por acumularlos, lo verdaderamente valioso, el acierto pleno es el aprendizaje de la Sabiduría.

Las riquezas terminan por atrapar y anquilosar el corazón de los ricos, que solo ya viven para seguir sumando más sus cuentas bancarias en paraísos fiscales. Todo lo sacrifican para aumentar el caudal de su egoísmo, y sin embargo, por contra qué poco necesita el no pone su riqueza en las posesiones de bienes, sino que acierta a poner su confianza en el amor de Dios. Por eso el salmista exclama "Sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo", porque esa sí es suficiente abundancia de bien, y gracias a la misericordia del Padre cantan nuestros corazones.

"¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!" nos avisa Jesús en el evangelio de este domingo. Efectivamente, el mundo ha dado muchas vueltas, ha llovido mucho desde entonces, pero su enseñanza no ha perdido ni un ápice de validez. Estamos advertidos, de igual manera que el joven rico, aunque quería, no supo acertar con su opción, nosotros, en pleno siglo XXI, seguimos poniendo nuestra seguridad en aquello que no la da, que sabemos que no la da, pero que no logramos dejar atrás.

Y es que para seguir a Jesús se hace necesario desprenderse de lo accesorio, de lo superficial, y atreverse a ser libre de verdad, esto es, buscar y amar la Sabiduría por encima de cualquier otra cosa. Esto requiere desprendimiento, renuncia, pero también valentía y capacidad de renacer. Al final, hay que decidirse, lanzar el dardo al aire con los ojos del corazón apuntando a lo mejor: el Reino de Dios que su Hijo nos trae y anuncia. Inténtalo, te juegas tu vida y tu más verdadera felicidad. No está tanto en el dardo que tú seas, sino en elegir la diana de la Sabiduría. Es a esa a la que has de apuntar.     




 




miércoles, 2 de octubre de 2024

Fracturas

FRACTURAS


Con qué facilidad levantamos verjas que dividen y separan; con qué facilidad nos creemos en el redil de los buenos y de los que ni son como nosotros ni piensan como nosotros. Con qué facilidad tendemos los seres humanos a excluirnos y dividirnos en grupitos cerrados. Hemos asumido como normal lo que no es normal: fragmentar y rechazarnos entre nosotros, que somos hermanos e hijos del mismo Padre.


Mal está que en esta sociedad en que vivimos nos hallemos en medio de la polarización y la intransigencia con aquel que no acepta nuestros esquemas ideológicos, aunque bien nos lo recuerda Jesús cuando nos advierte que "el que no está contra nosotros está a favor nuestro” o en otra ocasión “no ha de así entre vosotros” (Mt 20,26). Cuesta trabajo que sigamos llamándonos cristianos cuando nuestro proceder es justamente el que condena Jesucristo. Pues sí, ni pestañeamos por ello a pesar de criticamos entre nosotros, en lugar de sentirnos partícipes en la construcción de la comunidad y de la unión fraterna.


Y es que el maligno hace muy bien su tarea: dividir, separar, romper la unidad. Desde el principio se ha dedicado a ella, y nosotros, conocedores de sus estrategias y sus fines -y también de los de Dios-, seguimos rompiendo el vínculo de la caridad a que nos debemos: “ama al prójimo como a ti mismo”. No solo a los de tu grupito, a los similares o a los que te caen simpáticos, porque si no "¿qué mérito tenéis?" El tentador nos seduce y convence una y otra vez para que construyamos una identidad en confrontación con los otros, y empiezan las rivalidades, las enemistades y las luchas fratricidas entre nosotros: en la familia, en la vecindad, en el colegio, en la parroquia, en el trabajo, y allá donde nos suelten. Pero claro, es que ¿qué se habrá creído este o estos para profetizar o para hacer milagros al margen de nosotros, sin que yo lo controle y vigile convenientemente? Tan solo yo concedo plena garantía de legitimidad a lo que han de pensar, decir o hacer a los demás.


Aunque sería innecesario, solo para ahora, se podría añadir otro mandamiento más a los Diez Mandamientos, ya que como acabamos de proferir “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. Podría decir algo así como “No dividirás”, o “No condenarás al que piensa o actúa de modo diferente al tuyo”, o “Darás libertad a tu hermano para que viva conforme a su corazón sin entrometerte”. A ver si de esta manera, al tenerlo explícito, lo respetáramos y cumpliéramos más fácilmente en nuestras vidas cotidianas cristianas.


Y es que en esto de dejar al otro que sea y viva su fe como mejor guste, nos jugamos mucho, tanto como ser auténticamente una comunidad cristiana verdadera, rica, plural, integradora y evangelizadora, que no es lo mismo que integrista y uniformante. Dejemos hacer al Espíritu Santo tanto a los de dentro como  a los de fuera; pero al Espíritu y no al Tergiversador y embaucador de siempre, el que divide, agrieta, separa y enfrenta. Solamente es el Espíritu el que posibilita unidad y comunión dentro del mismo Cuerpo de Cristo que somos la Iglesia, frente al otro, que nos destruye desde dentro y desde fuera. Cada uno de nosotros decide.


Por tanto, que en nuestro colegio, todos y cada uno de sus miembros, optemos por cuidar la convivencia, favoreciendo el entendimiento y la unidad entre todos. Porque si nos educamos como familia unida, la educación que queremos quedará firmemente integrada en nuestros alumnos, porque no se limitará a la mera transmisión/adquisición de conocimientos, sino que atenderá a aquellos valores que se asientan en lo más noble de la persona, en su base más íntima, en su corazón.


Sí, aprendemos a vivir viviendo y conviviendo. Escuchémonos, posibilitemos así la interconexión entre las personas que hacemos posible el día a día de nuestro colegio, escuela de convivencia y aprendizaje. Mantengámonos esperanzados porque la transformación y mejora son posibles y necesarias. Trabajemos conjuntamente todos, nos va mucho en ello.