ENTRE LÁGRIMAS
No conviene minusvalorar el poder de las lágrimas. Sí, son pequeñas y transparentes, apenas una gota de rocío que se desliza por el rostro, pero cada una de ellas logra sacar al exterior lo que anida en lo más íntimo de la persona. Aunque en sí una lágrima, producida la pena o la felicidad de alguien que se encuentra conmovido, no consiga alterar gran cosa el mundo en el que vivimos, sí logra que esa persona muestre su rico mundo interior. Por tanto, las lágrimas sí tienen importancia, y mucha, para aliviar nuestras emociones, evidenciarlas, esto es, para decir todo aquello que muy difícilmente se sabe expresar con las palabras.
Hay personas de lágrima fácil, y hay otras que tienen ya reseco el lagrimal. Toca a cada uno dictaminar sobre sí mismo y descubrir cuándo, cómo y por qué nos damos al llanto. Y desdramatizar, porque puede que convenga soltar alguna que otra lagrimita de vez en cuando, porque a todos nos viene muy bien drenar ese mundo emotivo complejo, para que no se nos terminen convirtiendo las penas en un nudo que a la larga nos puedan atar a ciertas situaciones, en lugar de permitirnos superarlas. Llorar es sano y saludable, aunque no hacer más que llorar a todas horas y de manera continuada puede llegar a hacerse poco entendible.
Tampoco conviene incomodarse ante las lágrimas ajenas, sino saber estar ahí, acompañándolas y acogiéndolas en la medida de lo posible, con respeto y atención. No se acaba el mundo porque alguien llore si lo necesita, y si puedes estar ahí apoyando esos momentos, bien puedes sentirte privilegiado de poder ofrecer tu hombro y tu ternura a quien en ese momento lo necesita.
Una de las situaciones en las que lo normal es deshacerse en lágrimas, porque el corazón se nos rompe, es la pérdida de un ser muy querido. ¿Cómo vamos a poder permanecer en este mundo sin él? La desaparición irremediable y para siempre de esa persona entrañable es de las experiencias más difíciles de afrontar y remontar. Nunca estamos demasiado preparados para el duelo. Se nos viene el mundo encima y hay que aprender a convivir con la tristeza de la ausencia de la persona que hemos perdido. ¿Quién es capaz de encauzar tanto dolor? ¿Cómo echar para adelante?
Pues en esa terrible tesitura nos encontramos hoy a Jesús. Le avisan de la muerte de su amigo Lázaro, el hermano de Marta y María, y hasta allí se encamina. Al llegar a Betania se encuentra con Marta y después con María y acoge también el dolor y el llanto de ellas. Él mismo también solloza y rompe a llorar emocionado. Sin embargo, se acerca hasta la tumba y pide que quiten la losa. Le da gracias al Padre porque le escucha, y después le habla a Lázaro para que también le escuche: "Lázaro, ven fuera". Y su amigo Lázaro, a pesar de estar muerto escucha su voz, por ella recupera la vida a vista de todos. Lázaro sale de lo hondo de la tierra en la que estaba sepultado y también sale de las ataduras de la Muerte. Para Dios no hay imposibles.
Este es Jesús, el Dios que llora por su amigo, el hombre que tiene poder sobre la muerte. Este es Jesús de Nazaret, el que nos rescata de la muerte y que con su Espíritu nos confiere una Vida sin fin. Este es Él, el mesías, el esperado, el Hijo, el que te anima a escuchar su voz y tener parte en su vida. Si le amas y te sientes amado por Él, nada has de temer, porque no te dejará morir, como no dejó tampoco morir a su amigo Lázaro. Es el Amigo que se conmueve ante el dolor humano, y como no le es indiferente, lo asume y pasa por él. Este es el Dios humanado.
Si crees en Él vivirás, y tus lágrimas amargas por la pesadumbre y la finitud se volverán lágrimas de agradecimiento, de compasión, de alegría y amor profundo. Tal y como les debió pasar a Marta y a María al poder volver a abrazar a su hermano vivo de nuevo. Pronto lo podremos experimentar también nosotros, porque de la muerte del Señor vamos a pasar a la Pascua, en la que Él mismo resucita, y con Él todos los que vivamos unidos a Él.
Que esas sean ya nuestras lágrimas, porque a través de ellas aprenderemos a ver que toda nuestra vida en realidad es pascua, pues ya participamos de la resurrección del Señor. Levántate, amigo, ven fuera, porque el que te llama te invita a una vida más plena. Escúchale y deja atrás tanta muerte y tristeza sin sentido.