sábado, 29 de abril de 2023

Darse de bruces

DARSE DE BRUCES


A menudo no es hasta que no nos damos de bruces con algo, hasta que no descubrimos que estaba delante de nosotros y ni siquiera nos habíamos percatado de ello. No sé si esto es debido a que vamos sumidos en nuestro rico mundo interior, en los derroteros de nuestros pensamientos, o más bien pudiera deberse a que la mayor de las veces estamos totalmente distraídos en múltiples e insustanciales minucias, cuando no totalmente alelados. De ahí que pueda resultar verdaderamente incómodo que alguien, con la mejor de las intenciones, nos pregunte que en qué estamos pensando. Posiblemente en un alarde de sinceridad deberíamos entonces reconocer que no estábamos pensando en absolutamente nada, o como mucho en las tan socorridas musarañas.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos cuenta que algunos del pueblo, al reconocer que, con toda probabilidad se habían equivocado, y, llevados por las astutas maniobras de los jefes, habían terminado apoyando la ejecución del Mesías. Es por ello que le preguntan a Pedro: "¿Qué debemos hacer?".

Cuando uno se da de bruces con la realidad, pero como tantas veces ocurre, ya a toro pasado, solo se nos presenta la opción de reconocer lo hecho y asumir las consecuencias de nuestros errores, o por contra fingir que no tenemos nada que ver en el asunto. A diario lo vemos en nuestras aulas: nadie ha sido, nadie ha hecho la fechoría, e incluso si el profesor le ha visto u oído, algunos obcecados alumnos persisten en su burda falsedad. Parece que no debe estar de moda reconocer las propias acciones y menos aún llegar a asumir la responsabilidad de lo realizado. Habría que tratar de descubrir qué tipo de persona va a salir del que sigue por esa línea de falta de autenticidad y de falta a la verdad.

Esa misma pregunta que se le formulaban a San Pedro nos la podemos hacer también hoy nosotros: ¿qué debemos hacer? ¿Acudir al primer buscador online disponible? ¿Activar el GPS para saber dónde estamos y por dónde seguir? ¿Dejarme llevar por lo que hace la mayoría, porque es lo que toca o lo dicta la moda? ¿Preguntar a ChatGPT? ¿O por contra habrá que ponerse a observar, reflexionar y espabilarse para evitar volvernos a darnos de bruces con lo que somos y hacemos? ¿Y lo que no somos ni hacemos? ¿Qué me resultará más cómodo y facilón? ¿Qué me evita tomarme cualquier molestia? 

En las lecturas de este Cuarto Domingo se nos ofrecen una serie de pistas para poder levantarnos y ponernos en camino de asumir nuestra libertad. Absténganse, pues, los indiferentes y los perfectamente acomodados.

Lo primero que nos tocaría, si quisiéramos cambiar de rumbo en esta vida que llevamos, esta que es capaz de apoyar (o ignorar) las múltiples crucifixiones de inocentes, abandonos u otros descartes de seres humanos, sería ponernos a escuchar en serio. Sí, empezar por escuchar y escucharnos. No hace falta ni siquiera ponerse los auriculares para enterarse que vivimos en la sociedad de la incomunicación interconectada. Poderosas empresas de telecomunicaciones, previo pago, nos posibilitan poder hablar y escribirnos mensajes en todo momento y lugar, y sin embargo, prolifera la sensación de aislamiento, soledad e incomunicación entre los humanos. ¿Quién se para a escuchar? ¿Quién quiere escuchar? ¿Quién se siente escuchado? ¿Quién sabe escuchar, tan solo escuchar?

Y va Jesús y nos pide que escuchemos precisamente su voz. ¡Si no somos capaces ni de escucharnos a nosotros! Si huimos del silencio como desesperados. ¿Cómo vamos a ponernos a escuchar a Aquel que tiene palabras de vida eterna? Tal vez nos estás pidiendo demasiado: que nos pongamos en verdad; que entre tanta broza escuchemos en lo más profundo de nuestro ser, allí donde resuena con claridad la única voz que libera. Pero si ni siquiera nos tomamos la molestia de ponernos a leer tu voz en el evangelio. Perdónanos, porque no sabemos lo que hacemos, y porque tenemos muchos mensajes que atender para atender el mensaje que has puesto en nosotros y hace que todo pueda cambiar.

¿Qué debemos hacer entonces? Elegir la puerta por la que acceder a todo lo que nos libera, o volver a elegir la puerta que solo da entrada a vivir en los engaños, ficciones y apariencias. Jesucristo es la puerta que lleva a la Vida desde el espíritu, es decir desde lo más hondo de la persona. Si escuchas ahí, en lo escondido, sabrás entrar por la puerta correcta. Él es la puerta. Acierta.

Ay, si viviéramos pendientes de escuchar tu voz, esa que invita a ser, que invita a vivir en la fraternidad y la justicia; esa que nos conduce hacia fuentes tranquilas; esa que despierta del atolondramiento en el que hemos preferido seguir sumidos. 

DETENTE. ESCUCHA. TE ESTÁ LLAMANDO POR TU NOMBRE
A LA LIBERTAD PARA EL AMOR.
¡AY SI LE ESCUCHÁSEMOS!           




domingo, 23 de abril de 2023

Horizontes cercanos

HORIZONTES CERCANOS


La vida se va pasando sin darnos apenas cuenta. El tiempo se nos va escapando poco a poco. Este incesante paso de los días puede percibirse como una pérdida irreversible, aunque también puede entenderse como el elemento imprescindible para ir elaborando y desplegando nuestra trama existencial, es decir, nuestra trayectoria biográfica singular. Sin tiempo no habría vida, aunque ello conlleve también el uso y disfrute de un tiempo que se nos va agotando según va siendo vivido. Por tanto, todo en nuestra existencia está marcado por esa magnitud temporal que interpretamos en una triple dimensión de pasado, presente y futuro.

De ahí que el ser humano proyecte tanto en lo que es, como en lo que hace. Siempre se está en algún momento del proceso, o más bien procesos, que simultáneamente estamos llevando a cabo, tanto sea en su inicio, continuación o conclusión. Y esto lo debe saber todo profesor, ya que a esto básicamente se reduce su tarea: a despertar, iniciar, acompañar y enriquecer procesos de aprendizaje y crecimiento personal tanto en él mismo como, por supuesto, en sus alumnos.

En el conocido pasaje de los discípulos de Emaús, que es el evangelio de este domingo tercero de Pascua, podemos apreciar gran cantidad de enseñanzas y significados en lo que hace y dice Jesús, pero también en el cómo lo hace y dice. Fundamentalmente en este evangelio tenemos a Jesús, Maestro de maestros, puesto que manifiesta cuál es el método pedagógico que emplea para que los que no saben comiencen a saber, para que los que ven, pero no reconocen, logren descubrir le esplendor inconfundible de la verdad.

Hay un libro del siglo III de nuestra era, escrito por Clemente de Alejandría titulado El pedagogo. En el que se va desgranando la figura de Jesucristo como el gran facilitador de verdaderos aprendizajes. Por ejemplo, hoy se nos propone diseñar situaciones de aprendizaje, cuando vemos que el propio Jesús se acerca a los dos discípulos de Emaús, que regresaban cabizbajos tras en rotundo fracaso de la muerte en cruz aquel profeta en el que tenían puestas sus esperanzas. Los discípulos ya traen consigo la situación a sus espaldas. Es el Buen Pedagogo el que sabe hacerse presente en la realidad de los discípulos para primero escucharla con interés y atención, y después establecer un diálogo esclarecedor, un análisis profundo que entronca con sus conocimientos previos, para facilitar que ellos mismos mismos sean los que le expresan que desean les siga enseñando, hasta que son capaces de reconocer quién es Él, entonces ya, iluminados y capaces de ver la realidad desde la esperanza, se marcha y les da autonomía.

Ojalá este método cristológico de suscitar procesos que llevan al discípulo a semejante aprendizaje pueda orientar nuestra práctica docente. Hay que bajar a la realidad de los discentes, hacerse presente, aprender sus lenguajes, entender lo que les pasa por la cabeza, por las manos, por el corazón. Hay que pisar el mismo suelo e ir por el mismo camino que ellos. Hacerles ver que lo que ignoran y lo que no han descubierto, pues les fue explicando pormenorizadamente el cumplimiento de las Escrituras -a esta fase se denomina en el lenguaje de la filosofía socrática como mayéutica-, y, finalmente, les conduce al aprendizaje por descubrimiento en la práctica, ya que solo al compartir el pan es cuando empiezan por fin a reconocer al Resucitado, esto es, lo que eran incapaces de reconocer aunque estaban delante de Él.

Podemos hacer muchas cosas en la enseñanza, unas más originales, otras más novedosas, otras "más difícil todavía", pero hemos de tratar de reproducir esos procesos de desvelamiento que propone y acompaña tan adecuadamente el Maestro de Nazaret, porque son los que funcionan, los que hacen experimentar una atracción por la verdad que ya por sí sola va motivando para aprender (¿No ardía nuestro corazón mientras por el camino?). 

Pero ahora toca tratar de llevar ese encuentro pedagógico a nuestras aulas y pasillos mediante una pedagogía del encuentro personalizada que sea relevante e iluminadora, que les lleve a nuestros alumnos a descubrir quién es Jesús y quiénes son ellos, que les haga plantearse grandes horizontes cercanos y posibles, despertar en ellos la fuerza de la resurrección, y sean capaces de empezar a transformar toda su realidad en su día a día. Y de esta el modelo de educación que inspira a nuestro colegio y nuestra pastoral, y también la de todos los colegios que somos Educación y Evangelio.

¿Cómo? Pues con ilusión y esfuerzo, con ganas de afrontar entre todos este gran reto educativo, con esperanza, con compromiso y paciencia, pero sobre todo con verdadero amor por nuestros alumnos. Si la madre de Sócrates era matrona y de ella aprendió a facilitar un nacimiento a la verdad, nosotros entendemos que hay que renacer de nuevo por el agua y el espíritu del Resucitado para ser capaces de vivir en esa dinámica del reconocimiento y la búsqueda de la verdad, porque es ella y solo ella las que nos hace libres. Liberémonos y propongamos procesos de liberación en las personas con las que nos encontramos en medio del camino. Jesús, contigo estamos en proceso.    

      

 

 





sábado, 15 de abril de 2023

Caer en la cuenta

CAER EN LA CUENTA

Mira que nos cuesta caer en la cuenta, descubrir por fin algo importante que se nos había pasado por alto, algo que tal vez era evidente, pero ni siquiera lo teníamos en consideración. Pero así somos los seres humanos, duros de mollera, duros de cerviz, redomados cabezotas, atentos tan solo a lo primero que captamos, normalmente lo básico, ya con eso nos creemos que lo sabemos todo y hasta vamos sobrados. Ya no quiero ni pensar cuando juzgamos así, a bote pronto y demasiado a la ligera a los demás, su comportamiento, o incluso su vida, y sin verdadero conocimiento de causa, para dejamos caer nuestro severo y tajante juicio condenatorio.

A menudo nos dejamos llevar por las primeras impresiones, y eso ya nos basta. Es muy cierto que las percepciones que nos llegan a través de los sentidos son una excelente fuente de información necesaria para reconocer el entorno y la situación en la que estamos. Es más, la privación de alguno de ellos supone una merma considerable a la hora de interactuar con el mundo, una gran limitación que tratamos de paliar a toda costa.

Pero, no por presteza y simplicidad, deberíamos terminar reduciendo la sensitividad (lo que percibimos a través de los sentidos) a la sensibilidad (todo lo que somos capaces de llegar a sentir). Decía el viejo Heráclito aquello de que "malos testigos son los sentidos para los que tienen el alma de bárbaro", y puede que efectivamente sepa el sabio de lo que está hablando. Empecemos por educar nuestros sentidos, desarrollémoslos, cultivémoslos, para saber degustar sabores, apreciar matices, variaciones, sutilezas, y poder llegar así a captar y admirar esa belleza de que la realidad está dotadísima.

El filósofo, pensador y escritor Javier Gomá se lamentaba la semana pasada en un dominical del triunfo de la vulgaridad frente a otras épocas donde a toda costa se trataba de aparentar, cuanto menos, ciertos modales e incluso refinamiento. Ponía como ejemplo la música actual que mayor popularidad alcanza: vulgar donde las haya, tanto en letras como en melodías. Parece que o educamos los sentidos o nos quedamos al margen de la gran cultura, de las formas y contenidos más sublimes que ha logrado el ser humano. Todos, también los educadores, tenemos parte de responsabilidad en no saber despertar en nuestros alumnos cierta atracción por lo selecto, lo mejor, pero también, y en último término, el propio sujeto será el verdadero responsable de sus logros.

Pero,dejando al margen el cultivo de los sentidos propio de los seres humanos, un error en el que con más frecuencia solemos caer en tropel es el de limitar lo existente a lo sensible. Parece un axioma muy asumido ese de que si no lo veo o no lo toco, ni me lo planteo. ¿A qué punto de desarrollo intelectual estamos llegando entonces?. Con esa disposición el hombre no hubiese progresado absolutamente nada en ningún campo del conocimiento. Afortunadamente el ser humano ha presentido, ha intuido, ha buscado más allá de lo evidente, ha deseado, ha propuesto, se ha puesto a indagar, ha creado, ha inventado, ha soñado. ¿Qué sería de nosotros si no nos extralimitáramos de lo evidente?

En el evangelio de este domingo de la octava de Pascua, vemos al apóstol Santo Tomás, que no se fiaba de lo que le decían sus amigos y compañeros, no les concedía ningún crédito. Tenía que constatar por sí mismo la resurrección de Jesús. Pero el propio Jesús resucitado, según se había pronunciado Santo Tomás, se ofrece Jesús a mostrarle sus heridas y a ponérselas al alcance de su mano.

No digo yo que no tengamos necesidad de creer empleando la razón, pero tal vez en el amor, además de indicios, haya que lanzarse asumiendo un riesgo. Para saber si Jesús ha resucitado has de reflexionar y sondear mucho, dar crédito, confiar y arriesgar mucho. El ser humano es capaz de adentrarse en los misterios, allí donde los sentidos y la razón se te quedan cortos, pero es allí, sin duda, donde alcanza su máxima altura. 

Busca desde y con el corazón, con todo tu ser sintiente y pensante al Resucitado, y trata de recoger evidencias de que está vivo y presente en medio de nosotros. No solo le encontrarás viviendo a él, sino que también tú estarás más vivo, más despierto, más lleno de vida. 

De poco sirve que yo te cuente que vive, pues hasta que como Santo Tomás no tengas experiencia de Él no podrás creer. Pero una vez que hayas tenido esa experiencia radical de la vida y verdad de su resurrección, ya nada ni nadie te podrá desengañar de que a veces no es tan necesario ver para creer, sino que también que hay que creer para ver. ¿Quién precisa entonces tocar para tener certezas? Muchas heridas hay por tocar y curar, y seguramente en ellas también podrás descubrir aquellas del que dio su vida en la cruz. 

   





sábado, 8 de abril de 2023

¿Te gustan los finales felices?

 ¿TE GUSTAN LOS FINALES FELICES?


Entre unas cosas y otras, y gracias a la gran oferta disponible, nos hemos ido convirtiendo poco a poco en meros espectadores. ¡Qué cómodo es sentarse, encender el dispositivo más a mano y ver la vida pasar, sabiendo que, pase lo que pase, saldremos indemnes de cualquier historieta! ¡Qué gozada saber que se dispone de una experiencia inmersiva, y a la carta, desde nuestro mando a distancia! Basta con encender la pantalla y ponerse a vivir aventuras trepidantes, románticas, truculentas, de acción o intriga, policiacas, de terror, de enredo, fantásticas o distópicas, con solo la ligera molestia de pulsar un botón.

No es nada nuevo reconocer que somos seres altamente emocionales, algo adictos a cierto tipos de emociones. Los fabricantes de ficción lo saben, y por ello no paran en esfuerzos para sacarle el mayor rédito posible. Pero, tal vez, hemos ido cediendo y en lugar de protagonizar nuestras propias vidas, terminamos optado por limitarnos a emocionarnos con lo que nos puedan ofrecer multitud series, películas o lo que nos quieran proponer. Triunfa lo ficticio frente a lo real, lo virtual frente a lo natural sin conservantes. Pero nosotros tan contentos con la programación que nos ofrezcan y entretengan, pues de lo que se trata es de evitar en la cuenta de lo que no estamos viviendo.

Y como grandes consumidores de ocio audiovisual que somos, y, dependiendo de los gustos, la edad y el momento vital de cada persona, habrá los que prefieran los finales abiertos, cerrados, felices, trágicos o inesperados. Pero eso sí, que lo visionado no nos haga interrogarnos demasiado ni comprometernos con nada, porque queremos emociones, sí, pero con frecuencia preferimos los sucedáneos de emociones a las que nos pueda ofrecer la vida, pues estás son reales, más complicadas y hasta más difíciles de digerir, pues hasta llegan a causar dolor.

Hay una historia bien conocida, que ocurrió en la vida real hace ya bastantes años, un acontecimiento cruento y cruel que hemos vuelto a revivir desde entonces año tras año, y por ello está inscrito en lo más profundo de la entraña de nuestro pueblo y la cultura: la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, acontecida allá por el año 33 de nuestra era (fechada desde su nacimiento) en Tierra Santa, cuando era gobernador un tal Poncio Pilato. Pero esta no es ninguna ficción de las que tanto nos complacen, sino ocurrió tal y como nos documentan las fuentes historiográficas.

Había algunos que querían que esta historia, la vida de Jesús de Nazaret, tuviese un final cerrado y terrible. Bastaba para ello con condenar a muerte ignominiosa al que tan molesto estaba resultando, tanto a los judíos poderosos como a los imperialistas romanos. Total, otra muerte inocente y asunto arreglado. Pero resulta que esta historia real y verdadera estaba en realidad escrita por el mejor de los guionistas, y no acabó como esos artífices del delito habían planificado. Al principio creían haberse salido con la suya una vez más, pero a los tres días dio un giro totalmente inesperado en la vida cotidiana (no así en las fabuladas), y es que el que había anunciado que era Hijo de Dios y que resucitaría, cumplió su promesa y resucitó. 

Y desde entonces el Resucitado puso el mundo patas arriba, pues los buenos, poderosos y bien pensantes eran ahora los malos, pues proceden con mezquindad para defender exclusivamente sus intereses, no los del pueblo. Logró matar a la muerte, o al menos la arrebató su terrible aguijón, pues desde entonces entreabre a la vida eterna. Y convirtió la cruz, instrumento ominoso de suplicio, en lugar de entrega de la vida, manifestación del amor extremo y de misericordia. Con su resurrección Jesucristo demostró de manera indiscutible que siendo Dios se habría despojado de todo poder y asumió la vulnerabilidad, el sufrimiento y la limitación de los seres humanos.

Así, el final triste de la muerte de Dios encarnado, se ha convertido en el más feliz de los inicios. Pero ahora, cada uno de nosotros puede seguir enganchado a las ficciones de todo tipo o unirte al que verdaderamente ha resucitado y dejar que sea Él el que te haga resucitar de una vida anodina y distraída para pasar a protagonizar una auténtica historia de amor en vivo y en directo. Tú decides si quieres empezar a protagonizar una vida con final feliz. El mejor de los guionistas, el que te hizo criatura suya, tiene justo pensado escribir una maravillosa historia para ti. La tinta es tu libertad. Entre ambos se logrará una vida repleta de felicidad que, además, no tiene fin.   

¡¡¡Él HA RESUCITADO!!! ¿Y TÚ?  




  



sábado, 1 de abril de 2023

El momento de la verdad

 EL MOMENTO DE LA VERDAD


Tarde o temprano a todos nos llega el momento de la verdad, en el que nos quedamos sin adornos ni florituras, sin excusas posibles ni subterfugios, el momento en que no podemos hacernos a nosotros mismos ni trampas ni cartón. Ese momento transcendental en el que lo que uno haga o deje de hacer mostrará indefectiblemente quién es y lo que lleva en el corazón, bien a un posible auditorio, bien a uno mismo.

En el libro del extraordinario escritor Stefan Zweig titulado Momentos estelares de la humanidad, se nos habla de que en la vida de toda persona hay ciertos momentos, en los que su historia podía haber sido otra muy distinta, pero finalmente en ese momento clave se produce un giro decisivo que posibilita que el porvenir transcurra por unos derroteros determinados, aunque bien hubiesen podido ser otros muy distintos. Parece que hay momentos y circunstancias aparentemente normales, pero que terminan configurando el curso de la vida de una manera extraordinariamente singular. Tal vez esos momentos no solo se produzcan en ocasiones especiales, sino que abundan más de lo que pudiéramos pensar y, bien de manera activa o pasiva, lo que posteriormente ocurre se va fraguando en lo más cotidiano y anodino. Porque nunca se llegará a intuir las posibles repercusiones que alcanzarán los actos del ahora en el futuro próximo.

Y es que el tiempo no se detiene, ni se puede detener, e incluso conociendo los grandes avances de la ciencia, es bastante probable que tampoco se podrá detener jamás  técnicamente el tiempo, ni el personal, ni el de la sociedad, que prosigue su paso sin pausa. Así, hace unos cuantos días nosotros comenzábamos la Cuaresma, y ya estamos iniciando la Semana Santa. Por lo que es oportuno preguntarse: ¿Qué has hecho con todo este tiempo? ¿Qué renovación o avances espirituales se han ido produciendo en ti durante esta Cuaresma que concluimos? ¿Has conseguido ser más tú y mejor? ¿Has convertido tu tiempo en auténticos pequeños momento de la verdad?

Y en este avanzar en el tiempo, hoy le llega a Jesús de Nazaret el momento de la verdad. Él es muy consciente de ello. Sabe lo que le espera y accede a consumar su entrega. Bien podía haber eludido ese final y no haber asumido su momento de la verdad, en que el amor inmenso hacia los seres humanos le lleva a sacrificarse por ellos. Pero asume plenamente su identidad mesiánica y su cometido: se sabe el Siervo sufriente que anunció el profeta Isaías.

Entra en Jerusalén subido a una humilde burrita y es reconocido y aclamado como el Mesías esperado. A cualquiera se nos habría subido ese éxito de multitudes. Pero Él ya había pasado por esa tentación del poder y del reconocimiento, y no había caído en ella. En Cristo se cumplen las Escrituras, y Él, a su vez, las da cumplimiento en su propia persona y con su propia vida. Viene como Dios que se desposee a sí mismo para salvarnos a nosotros.

En estos días el misterio de la redención vuelve a producirse. Dios hecho hombre es víctima de los hombres. El que es el Amor padece y perece a manos de los que aún no han aprendido a amar. Y desde entonces, además de en Jesús, cuántas veces se ha vuelto a producir esta injustificable violencia ciega contra tantas personas que han resultado ser víctimas inocentes de la crueldad de los que se hacen a toda costa con el poder. Pero Jesucristo asume su condición, su dolor, su injusticia y su sufrimiento; pasa por el desamparo y lo transciende. En Cristo son vencidos de una vez para siempre el mal y la muerte. Él resucita y comparte con nosotros esa Vida que brota del Amor que mana de su costado. Su entrega nos ha salvado. Si también tú te desposees a ti mismo, con él, de todo poder, y dejas que en ti triunfe su amor y su perdón, y serás salvo.

¿Puede haber un momento más decisivo en la Historia que la pasión de Dios? ¿No es este el momento de la verdad de Dios y del hombre? ¿No es este el momento también de tu verdad? ¿Cómo vivir estos días al margen completamente de lo que está otra vez ocurriendo?

Que estos días de intensa vida religiosa que recorren nuestras iglesias y nuestras calles, sean también momentos decisivos en la verdad de tus búsquedas y de tu fe. Únete a Cristo en su pasión y en su resurrección y convertirás tu tiempo en el momento de la verdad. ¡Qué pena si te quedaras frío y al margen de lo que va a ocurrir en estos días, porque el momento decisivo ya llega! ¿No vas a optar por amar y dejarte amar por el que es el Amos y la Vida? ¿Si Él se da, no vas a darte tú con Él? Aprendamos a amar con Él.