sábado, 25 de noviembre de 2023

Las cuentas claras

 LAS CUENTAS CLARAS


De antemano sabemos que tarde o temprano todos hemos de rendir cuentas. Nos guste más o menos. uno termina siendo el resultado del proceso de aquello que ha ido haciendo con mayor o menor acierto en el tiempo del que se ha dispuesto para ello. Y sí, el Dios cristiano, que nos concede toda la libertad del universo para que logremos ser la persona que determinemos, al final también nos pedirá que le rindamos cuentas. Es inevitable, pero al mismo tiempo es muy razonable.

No nos debe extrañar, pues en las costumbres asumidas funcionamos de modo semejante. Uno entra en el supermercado y va echando a la cesta de la compra una serie de productos según su antojo, pero antes de abandonar el establecimiento ha de abonar el precio de lo adquirido. Así también uno elige un restaurante, luego pide a la carta y, según lo que haya solicitado, así le llegará la cuenta con el montante de lo consumido y su respectivo IVA, porque, además, hay que tributar a las primeras de cambio.

Pues de igual modo que los griegos hacían una libación a los dioses, cediéndoles una parte del contenido de su copa, a nosotros, cada vez que consumimos, se nos requiere también una parte sustancial del importe pagado para que nos la administren los políticos, que son los que se ocupan del bien común y del reparto equitativo, a pesar de que siga habiendo una desigualdad apabullante y preocupante en la sociedad. En ese sentido, poco o casi nada ha cambiado el mundo y su equidad desde la época de Jesús hasta la nuestra: muchos contribuyen para que unos pocos decidan el reparto que más les conviene.

Y tras esta inoportuna digresión, y retomando el asunto de tener que rendir cuentas y no de tributos, los estudiantes se lo saben muy bien: primero vienen las clases con sus explicaciones, después los ejercicios y los trabajos, y, finalmente, hay que terminar rindiendo cuentas en los exámenes. No hay escapatoria. Con lo cual uno puede demostrar si verdaderamente ha aprendido algo, y, por tanto, sabe dar cuenta de lo que se le pregunta, hacer el ejercicio, la traducción o resolver el problema.

Y es que importa mucho poder contar con esa libertad esencial para decidir lo que hago con mi vida en el día a día, pero de igual modo, es fundamental contar también con la fortuna de poder rendir cuentas de lo hecho, explicar lo que uno sabe, lo que uno es, porque lo ha ido realizando tramo a tramo. Por contra, nunca asumiríamos lo que hacemos, y educar pasa por ayudar a asumir que somos responsables de aquello que hacemos y, además, también, de aquello que ni hemos intentado hacer porque ni nos preocupamos en ello o directamente nos desentendimos.

Si hace unas semanas Jesucristo nos presentaba el sorprendente programa para ser discípulos suyos y tratar de impulsar aquí en la tierra el Reino de los Cielos, es decir, la propuesta de las bienaventuranzas, hoy en el conocido pasaje de Mateo 25, se nos anuncia que al final de los tiempos vendrá la ocasión de rendir cuentas ante Él de todo lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestras vidas, mientras nos ejercitábamos en esto tan crucial de vivir la vida. Entonces, ante Cristo, Rey del Universo, le preguntaremos: Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o enfermo, o forastero, o desnudo o preso? Porque todo cuenta, y resulta que lo que hacemos al hermano se lo hacemos al mismo Cristo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que hasta los pequeños gestos de amor cuenten? Pues sí, afortunadamente, lo que hagamos por cualquiera de estos pequeños, se nos tiene en cuenta.

Así que avisados estamos, tarde o temprano, cuando llegue el tiempo de la vendimia, nos examinarán del amor, como decía el poeta. Entonces habrá que aclarar las cuentas, presentar el balance final, y reconocer cuánto amor recibimos y cuánto amor produjimos; porque de eso, sobre todo, es de lo que va la trayectoria existencial y la verdad hecha vida. Todo lo demás, por muy importante que ahora pueda parecernos, en bien poco queda.

Resulta pues curioso, y hasta justo, que los que vivieron uniendo, estrechando relaciones y amando, cuando pase este tiempo y llegue el definitivo, seguirán en el amor y la comunión recíproca con Dios y con todos, frente a aquellos que hicieron división de sus vidas, conflictos, separaciones, desunión y falta de entendimiento, quedarán desligados del plan eterno al que estamos llamados.

Por tanto, mientras tengamos tiempo, no lo malgastemos en discusiones, sino en pequeños gestos de amor y caridad, de encuentro, fraternidad y misericordia, porque eso es lo que cuenta cuando tengamos que rendir cuentas al Señor. Vive, pues, más sensatamente encontrándote con todos y sirviendo a cada uno, porque en esto encontrarás la plenitud aquí en la tierra y muy posiblemente también en el cielo. No te quedes al margen del bien y del amor, pues de seguro que tu vida, por no haber aprendido a amar llana y sencillamente, se habrá malogrado.  

    



sábado, 18 de noviembre de 2023

AFANES

AFANES



Tan solo una pequeña hormiguita puede servirnos de gran ejemplo. Salvo los niños chiquititos, prácticamente nadie les presta ni la más mínima atención a estos minúsculos animalillos que recorren afanosos el suelo. Son tan insignificantes en su tamaño y peso que, salvo que estén intentando hacerse con una miga de nuestro alimento, ni percibimos siquiera su presencia. Prestamos mucha más atención a lo que es obvio y grande que a lo menudo y discreto. Y es que somos así, ¡cómo para detenernos entonces en aquello que escapa a nuestros burdos sentidos! Solemos hacer la vista gorda, porque nos trae más cuenta y no deparamos en sutilezas. 

Sin embargo, bien mirado, las hormiguitas han sido alguna que otra vez puestas como ejemplo de laboriosidad y empeño. Eran aquellos otros tiempos, donde se consideraba un gran valor el esfuerzo. Hoy en día nos va más eso de ser cigarra que de ser hormiga. El que va de listo es el mejor considerado: aquel que dice pasárselo muy bien y es experto en no hacer nada de provecho, aquel que se dedica a perder el tiempo a todas horas, o aquel que vive del cuento o al menos del trabajo de los otros. Y eso incluso sabiendo de antemano que a la larga al vago redomado no le suele ir demasiado bien. Da igual, porque lo que importa ahora es tan solo lo inmediato y concreto, ya que plantearse más allá acaso es insensatez y locura. Además, las teorías están muy bien, pero la práctica nos aconseja inclinarnos una y otra vez por lo más fácil, por el camino más corto para conseguir lo que queramos, y hasta si hace falta hacer (y hacernos a nosotros mismos) todo tipo de trampas.

Y es que, aunque a la hormiga le resulta de lo más normal comportarse movida por su continuo afán, a nosotros los humanos personas del siglo XXI, cada vez se nos está olvidando más conducirnos por grandes afanes, personales y colectivos -a los que llegamos a llamar utopías-, y nos apresuramos a recoger y disfrutar los frutos de aquello que no nos hemos trabajado. Exigimos, pero no damos. Nos frustramos, pero apenas hemos sudado la camiseta. Ay, si al menos fuésemos un poquito hormiguitas constantes y laboriosas, que prosiguen infatigablemente en la tarea y la persecución de los afanes.

Poniendo otro ejemplo, entre los muchos que podríamos plantearnos, al peregrino le mueve un afán, que es llegar a un lugar para él especial y sagrado. Para lograrlo ha de avanzar sin desfallecer una jornada y otra también, superando todo tipo de obstáculos y dificultades, porque persigue su afán, y ello da sentido a todo lo que hace y vive, y a todo el empeño y el esfuerzo que pone en ello. Al final, poco a poco, lo va logrando y se siente inmensamente feliz por haberlo conseguido.

Justamente de eso deberíamos hablar hoy. El tiempo litúrgico llega ya a su fin, a su ocaso, y las lecturas de este domingo nos hacen caer en la cuenta de lo que hemos hecho hasta ahora, del afán que nos ha movido y del empeño que hemos de poner día a día, momento a momento, para lograr llegar a la meta. Porque lo que es muy seguro es que, si no tenemos ni siquiera meta ni afán que alcanzar en nuestra vida, tendremos la actitud de la cigarra, y viviremos en la inconsciencia y la inconstancia, verdaderamente lejos de la actitud mucho más acertada de la hormiga o del peregrino.

Sí, conviene recordar que siempre termina por llegar el fin, que en la famosa fábula era el invierno; y que allí ya no sirven engaños, escusas o componendas, ahí se nos impone la verdad desnuda y solo cuenta ya lo que hemos ido haciendo hasta entonces. El peregrino al acabar descubre que lo verdaderamente importante no fue llegar al lugar sagrado que se fijó al comienzo, sino todos y cada uno de los momentos que vivió con afán mientras llegaba, es decir, la perseverancia en el esfuerzo y el cambio producido en él mismo al proseguir en su empeño.

Así a nosotros, como se nos recuerda en el evangelio, se nos confían unos talentos y un tiempo de entera libertad para sacarles todo el partido que podamos en bien de todos. Podemos, día a día, ir incrementando el valor de lo que somos mediante todo aquello bueno que vayamos haciendo, pero para ello, hemos de tener y mantener ese bendito afán, constancia y fuerza de voluntad, porque de lo contrario, llegará el tan temido invierno, y habremos de dar cuenta de lo que hemos hecho con nuestros días, y no sabremos ni dónde meternos, pues nada de nada hemos hecho, salvo descansar de estar cansados.

Pídele a María, a Santa María de la Providencia, cuya festividad vamos a celebrar juntos toda esta semana, que te ayude a vivir tu vida con verdadero afán, con ilusión, y a ser provi con todos y para todos; que no te falten nunca las fuerzas para seguir afanado en tus más nobles afanes, pues, al final, esa será la mejor manera de poner en práctica todos esos talentos admirables que posees, dándote a los demás. ¿Te atreves? ¿Te animas? Recuerda que te juegas mucho en ello. 

¡VIVA LA PROVI! ¡SÉ TÚ TAMBIÉN PROVI!





sábado, 11 de noviembre de 2023

Preparados, listos, ¡YA!

 PREPARADOS, LISTOS, ¡YA!


Como es normal, la vida sucede según lo esperado, y, por tanto, sabemos bastante bien lo que cabe esperar que siga sucediendo. En principio está muy bien que suceda así, porque nos permite andar tranquilos y confiados, pues sabemos bien a qué atenernos y cómo resolver cuanto vaya produciéndose en nuestros días venideros. De lo contrario, cuando uno no tiene cierto control sobre lo que nos sucede y vivimos sujetos a un margen de incertidumbre muy grande, se nos dispara la ansiedad, porque nos encontramos totalmente indefensos. No hace tanto que hemos pasado por una lamentable situación totalmente desconocida en que prácticamente nadie sabía cómo había que actuar con acierto. Me estoy refiriendo a la pandemia que nos pilló desprevenidos y nos ha dejado todavía bastante maltrechos.

Por contra, ocurre también que cuando todo es previsible, nos va poco a poco invadiendo una modorra que produce vivir sumidos en una aparente y constante rutina. En esta sentido se puede incluso llegar a escuchar a alguien que se queje de que su vida es gris, monótona, anodina, porque no le ocurre nada especial. Esas personas tratan de compensar esa falta de expectativas vitales tratando de consumir emociones fuertes, y para consumir su dosis de adrenalina y soltarse del todo la melena, practican deportes de riesgos o se toman una bebida muy energética, porque es que si no el día a día se les vuelve cuesta arriba, insoportable y, sin comerlo ni beberlo, la ilusión y el ánimo se les termina cayendo por los suelos. Andemos, pues, con ojo para no pisar o tropezar nosotros con esos ánimos que ciertos sujetos arrastran por las calles como si fuesen sus propias sombras.

No sé, pero tal vez la solución esté, como tantas otras veces, lejos de ambos extremos: ni depender absolutamente de que ocurran en nuestras vidas sucesos fuera de lo común, ni tampoco en buscar algo forzado y artificial que nos ponga a mil revoluciones. Más bien, la sensatez aconsejaría aprender a vivir cada momento de manera que en sí mismo sea ya insólito, irrepetible, único y cautivador. ¿Es esto posible? ¿Es posible mantener una disposición atenta y abierta ante lo que nos sucede sin que nos adormezca y hastíe? ¿No es acaso la vida suficientemente estimulante de por sí?

En la primera lectura de este domingo XXII de tiempo ordinario se nos propone que vivamos buscando ante todo la sabiduría, que eso ya da pleno sentido al vivir; que perseguir la sabiduría realmente supone la prudencia consumada. Que andar percibiendo la sabiduría que permanece velada en lo cotidiano nos librará de otros afanes menos meritorios. ¿Y entonces como es que no tratamos de vivir más sabiamente? Si el precioso salmo 62 exclama desde lo más profundo del corazón del salmista que "mi alma está sedienta de ti, que mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua" ¿cómo es posible entonces que nosotros no reconozcamos también en el fondo de nuestro ser ese anhelo de sabiduría y de Dios. ¿Cómo vamos a vivir sin buscarle a Él, que es la Sabiduría?

Sí, nuestras vidas han de estar en continua búsqueda de lo que nos da el sentido y la verdadera felicidad. Cuando la existencia es vuelve espera que no desespera ni desiste, cuando uno se mantiene activo propiciando ese encuentro secreto e inmensamente feliz con el Dios que en todo y en todos habita, el Dios entrañable y apasionado por los hombres, ya nada puede resultar anodino o sin sentido, sino vibrante, sorprendente y fascinante.

El propio Jesús nos habla de eso mismo a través de la parábola de las diez doncellas, que de noche aguardaban la llegada del novio con el que van a casarse. La mitad de ellas fueron prudentes y se prepararon, mientras que la otra mitad no aprovechó ni se dispuso adecuadamente para poder recibirle. Cuando finalmente llegó el esperado esposo no fueron precavidas, pues no habían llevado el aceite de la ilusión y el entusiasmo pasa saber iluminar en la noche y poder advertir que ya llegaba.

No sé si nos deberíamos más identificar con las vírgenes prudentes o con las insensatas. Lo fácil, bien es verdad, es despistarse, desilusionarse, desmotivarse, terminar por bajar la guardia y dejar de atender a lo fundamental, es decir, a esa sabiduría de vivir amando la vida y todo lo que nos depara. Lo fácil es no acertar a vivir, desentendiéndose de la pasión que nos habita. Lo normal es no ser tampoco precavidos y no saber hacer acopio del aceite del amor habitual y cotidiano. Mucho me temo que más que aburrirnos la vida, nos vamos poco a poco hastiando de nosotros mismos, pues va a ser que en gran medida todo depende de la actitud que en ella mantenemos.

Sin embargo, para el enamorado, para el que ama a otro ser con todo su ser, todo le recuerda de continuo al amado: las estrellas, la brisa, el rumor del arroyo, una canción, cierto lugar... ¿Cómo va a adormecerse o amodorrarse el enamorado? ¿Qué amor ardiente sería ese que a la mínima se apaga? Tan solo el ejercicio del amor nos va a mantener despiertos y expectantes, el Amado, la Sabiduría, viene por todos los caminos, está ya tan próximo. ¿No lo notas? ¿No se te inflama el corazón con su cercana presencia? ¡Ay si acertáramos a vivir como verdaderos amantes! ¡Ay si estuviésemos constantemente preparándonos para ese Dios, misterio de cercanía, que viene a hacerse uno con nosotros. ¡Qué preciosa la vida es cuando se vive así, al filo del continuo encuentro!

Recuperemos la pasión por la vida, la gratuidad y el don de cada día. Recuperemos la ilusión por compartir momentos preciosos con todos los que nos salen al encuentro. Que vivir amándonos sea nuestro irrenunciable empeño. Sí, es posible mantener despierta la pasión por el Reino y la fraternidad. Para eso, y no para cualquier otra cosa, estamos vivos.

Preparémonos, estemos listos, porque el ya, no del pistoletazo de salida, sino el de la llegada, es cada ahora. Preparados, listos, ¡YA!

sábado, 4 de noviembre de 2023

Dar ejemplo

 DAR EJEMPLO


Un filósofo español actual, Javier Gomá Lazón, insiste con acierto, una y otra vez, en la necesidad imperiosa no solo de llevar una buena conducta en tanto que ciudadanos civilizados y educados, sino, sobre todo, en mantener una conducta ejemplar. Por tanto, aunque esté muy de moda lo soez y lo chabacano, y lo horrible circule rápidamente por las redes como la pólvora, hemos al menos de intentar cierta elegancia en los modales, en los gustos y en los intereses personales, en el buen decir, en el trato amable y cortés, huyendo de lo vulgar e infame, por mucho éxito que esto tenga, pues antes de tratar cosechar famas perecederas, deberíamos más bien esforzarnos en el cultivo de uno mismo (cultura) y tratar de sacar el mejor yo posible, en todo lugar y momento, para estar al menos estar satisfecho quien uno llega ser. Al menos como antaño se decía: tratar de causar buena impresión por la cultura, la prudencia y el respeto.

Nos consta que siempre se educó para ello, para que cada persona, en lugar de ser zafio y vulgar, fuese alguien prudente y respetuoso; que se le notase la buena educación recibida en la manera de hablar y en los buenos modales. Porque los valores que uno lleva dentro afloran en cualquier situación en que se mueve, y por ello se vuelve manifiesto. Asimismo, si uno carece de la más mínima educación, en todo lo que realice irá quedando en evidencia sus carencias. Por ello, a los educandos se les proponía el ejemplo de personas admirables que sirviesen como modelos de esfuerzo, de pasión y búsqueda del conocimiento, caritativos, honrados, que se sacrificaban por los demás, grandes pensadores, por su nobleza, santos piadosos, etc.

Es cierto que la sociedad ha cambiado mucho y lo que antes se consideraba modélico, hoy ya no suele serlo tanto, y acceden a la pódium de la fama y popularidad justamente los que tienen un comportamiento nada ejemplar en los negocios, en los deportes, en la política o en la convivencia con sus semejantes. Parece que todo vale mientras a uno mismo le beneficie, porque para el individualista, el egocéntrico y narcisista, los demás solo cuentan si le sirven a su interesado fin (culto a uno mismo). ¿Realmente una sociedad puede admirar a los que no propician ese debido bien común que revierte en toda la sociedad? Pues si esto fuese así, entonces no vamos precisamente bien como comunidad humana, puesto que la transmisión de los grandes valores está fallando tanto en casa y como en la escuela. Otros, menos apropiados, menos bienintencionados, pero más avispados se habrán ocupado entonces de asumir la tarea de transmitir la mala educación y las peores costumbres.

Sin embargo, el evangelio de hoy no deja lugar a dudas nos pide integridad "no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen". Ellos fingen, se desdicen, aparentan y engañan, es decir, distan mucho de ser ejemplares y modélicos. Nada, pues, de pretender destacar o pasar por encima de los demás. El evangelio, que es un modelo de conducta con plena vigencia, nos propone con absoluta radicalidad la ejemplaridad: "El primero entre vosotros será vuestro servidor", esto es, el que realmente se distingue por su grandeza es el que se hace pequeño y sencillo para engrandecer al otro. El que encuentra su felicidad en hacer felices a los demás y hacerles el bien.

Yo sé, pero es que este modelo de conducta me recuerda tanto a aquello de lo que hablábamos el miércoles pasado en este blog: la santidad. ¿No son ellos los más ejemplares? Sin duda. Pero lo mejor es que cada uno, si quiere puede ser santo, llegar a ser santo o al menos esforzarse en serlo, ir configurándose con Cristo en los sentimientos, pensamientos y acciones. ¿Acaso hay alguna manera mejor de realizar todo el bien y bondad que llevamos dentro?

Podríamos empezar justo por la sentencia con la que Jesús termina hoy su evangelio: "Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". El camino de la ejemplaridad no pasa por el autoengreimiento, la soberbia y el orgullo, sino por la aceptación de lo que uno es y el cariño para desde ir estableciendo en la cordialidad. En verdad somos tan poca cosa, pero estamos llamados a lo más grande: el servicio desinteresado, a la ayuda mutua, a la ejemplaridad y ¿por qué no? también a la santidad. Y eso lo ha de decidir y llevar a cabo uno mismo y nadie más.