sábado, 25 de febrero de 2023

Con tiento

 CON TIENTO


En español tenemos gran cantidad de palabras y expresiones que derivan del término latino tentatio. Se dice que alguien ha de tener mucho tiento, para indicar que debe tener cuidado, prudencia, agudeza para no errar, y destreza y precaución para acertar en aquello que pretenda llevar a cabo. Y tal vez esto de tener tiento sea una de las artes más difíciles y necesarias para ejercer el oficio de vivir. Deberían, por tanto, enseñarlo en los colegios. 

También tenemos la expresión de ir a tientas, es decir, que uno ha de extender las manos y recurrir al sentido del tacto para percibir así lo que no llega por el sentido de la vista. Y es que, a veces, no tenemos las cosas demasiado claras y hemos de recurrir a un sexto sentido para tener mucho tiento y salir airoso de esa situación en la que andamos a tientas.

De la misma etimología es la palabra tentación, que aunque hoy lo tentador está muy aprovechado por la publicidad para indicarnos que ese producto es casi irresistible, y por tanto casi no se puede uno aguantar sin comprar y consumirlo, siempre ha estado relacionado justamente con lo contrario: lo tentador ha sido lo que se debía evitar, porque conllevaría consecuencias nada aconsejables.

Así en las lecturas con las que comenzamos el itinerario cuaresmal aparece ya la primera tentación fundacional, en la que, influenciados por la torticera invitación del reptil a nuestros antecesores, constatamos lo sencillo que resulta ser engañados. Tal vez los actuales hacedores profesionales de manipulaciones, patrañas, artífices consumados del embauco y del timo, también compartan con la serpiente esa condición de arrastrarse por el lodo de la inmundicia, mientras el resto de los mortales seguimos cayendo una y otra vez, como moscas o tontos recurrentes, en el mismo ardid: el engaño y la mentira tentadora. Pudiera parecer que no aprendemos demasiado de los errores, ni propios ni ajenos.

Pero no acaba ahí el asunto, ya que el mismo ser, astuto, vil y embustero, se atreve a tentar al mismo Hijo de Dios que se expone a ello en su recorrido por el desierto. Primero recurre a la necesidad material para hacerle caer, y ya que está ayunando, aprovecha para incitarle a convertir en panes las piedras y saciar así el hambre. Después, tras su primer fiasco, trata de tentarle con el poder y el reconocimiento, pero de nuevo pincha en hueso. Y finalmente, le tienta con la riqueza si comete idolatría, pero vuelve a constatar su rotundo fracaso, y se ha de marchar escamado el tentador (con el rabo entre las piernas) hasta volver a encontrar a Jesucristo en otro momento de suma debilidad.

Y cabe preguntarse: ¿cuáles pueden ser mis tentaciones? ¿Cuáles tus debilidades? ¿Son tan elementales como caer en algo que resulta atrayente a los sentidos? ¿Son de no fiarme en lo que Dios Padre me ha dejado indicado, y quiero ser yo mi único señor y por eso termino probando el fruto prohibido? ¿O son más bien tentaciones de calado parecido a las que es sometido Jesús: necesidades, identidad, poder, reconocimiento, riquezas, idolatrías...? Lo que es seguro es que tentaciones tengo, o bien de las inmediatas, o de aquellas en las que uno va cayendo poco a poco y sin notarlo. Tal vez estas últimas sean las que más peligro tengan, porque uno acaba siendo quien no es o quien nunca debería haber sido sin percatarse.

Estamos en Cuaresma, por lo que habrá que avivar el corazón, el alma y el seso y estar espabilados, pues de seguro que anda rondando sin parar ese especialista en fraudes. Si uno quiere, mediante un severo combate interior, también podemos salir airosos de nuestro encuentro con las sucesivas tentaciones. ¿Difícil? Mucho. ¿Posible? También. Tal vez haya que desenmascarar las innumerables tentaciones y celadas en las que si vas a tientas, terminarás cayendo; pero asimismo también habrá que ir descubriendo los recursos disponibles para superar toda acechanza. Anda, tómate tu tiempo y entra en el desierto que va a permitirte encontrarte contigo cuando encuentres a Dios.

     



sábado, 18 de febrero de 2023

Insuficiente

 INSUFICIENTE


En el ámbito educativo de este blog de pastoral escolar, una de las palabras que nos vemos obligados a emplear con cierta frecuencia los profesores es la consabida calificación de "insuficiente", aunque en relación con el resto de calificaciones mucho más positivas: "suficiente", "bien", notable" o "sobresaliente", a las que también pueden aspirar nuestros alumnos que desean superarse. No conviene olvidar tampoco que los profesores también debemos ser avaluados y hasta autoevaluarnos, para saber desempeñar mejor la hermosa y exigente tarea que tenemos encomendada.

Hoy pudiera parecer que las cosas están cambiando mucho en educación, ya que con esta nueva manera de evaluar competencialmente, y como los docentes no deberíamos frustrar nunca emocionalmente al alumno, sino tratar de evitar a toda costa que se sigan incrementando las enormes cifras de fracaso y abandono escolar, pues vamos a valorar sobremanera cualquier cosa que hagan, evitando el esfuerzo y el estudio propio del que quiere aprender. Por tanto, no va a ser demasiado difícil alcanzar el deseado "suficiente", independientemente del resultado logrado en el aprendizaje por parte de alumno. Sin embargo, e independientemente de la ley educativa que nos sea impuesta, el buen profesional de la enseñanza siempre va a intentar animar al alumnos a que se esfuerce y se ganen esa calificación que reconoce su trabajo. Porque ni padres, ni alumnos, ni profesores quieren una mediocridad considerada por algunos como "suficiente".

Pues la dinámica evangélica que nos propone Jesús en el evangelio de este domingo séptimo es diametralmente opuesta a esta manera de evaluar como siempre suficiente. Y realmente Jesucristo nos pide algo casi imposible: "Habéis oído que se dijo 'Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo'. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen...". ¿Pero es esto posible? ¿Es acertado? ¿Es humano? Pues precisamente tal vez esta fórmula sería la única que nos permitiría ser verdaderamente humanos, recíprocos, hermanos.

Estamos viendo, miremos por donde miremos, desencuentros, enemistades, conflictos, violencia y guerras. Menganito no se habla con Futanito "por quítame allá esa pajas". ¿De verdad que no somos capaces de ir más allá? ¿De verdad no podemos llegar a solucionar aquello que tanto nos separa? ¿De verdad es inevitable la confrontación? Convendría detenerse a planteárnoslo bien en serio y buscar las mejores opciones. 

Pero ¿cómo vamos a tratar de llegar a amar incluso a nuestros enemigos cuando ni siquiera somos capaces de llevarnos suficientemente bien con aquellos a los que queremos? Otra forma de amar es urgente. Otra manera de entender las relaciones entre unos y otros es necesaria. ¿Hemos escuchado algo del mensaje que Jesús nos viene repitiendo desde hace dos mil años? ¿Qué enemigo? ¿Por qué es o le considero mi enemigo? ¿Acaso estamos condenados a mirar al otro como lo mira el señor Putin (o otros tantos de su calaña que en el mundo han sido) o podemos asemejar nuestra mirada a la que Jesús nos propone?

Pues el evangelio no se anda con medias tintas, nuestra manera de amar exclusivamente a los que nos tratan bien es INSUFICIENTE. Por ahí nuestro recorrido va a ser muy, pero que muy corto, pues hasta los pérfidos son capaces de ello. Aspiremos a un amor hacia los demás que anula las barreras, que incluye a unos y a otros; un amor tan total que integra y supera diferencias y perdona ofensas; un amor real que donde unos siguen viendo solo a un enemigo, podamos ver a otro ser humano necesitado y vulnerable, a un semejante, a un hijo de Dios, a un hermano.

Pues sí, hoy te toca a ti autoevaluarte a ti mismo en calidad de amor. ¿Eres capaz de amar con ese amor que Cristo nos pide o te conformas con un suficiente mondo y lirondo? ¿Se puede ser pacato en el amor? ¿Y si la vida no fuera más que una escuela en la que aprender a amar absolutamente?  

sábado, 11 de febrero de 2023

Depende

 DEPENDE


Muchos alumnos (y no solo alumnos), cuando se les pregunta sobre una cuestión compleja, suelen recurrir muy prudentemente a la consabida expresión "depende". Pero, aunque creen que con ello ya está zanjada la pregunta inicial de la que creían haberse salvado ya, les suelo pedir que expliquen cuáles son esas dependencias. Sí, es verdad, todo depende de tantas y tantas cosas; pero saber las causas e influencias de los fenómenos y de las acciones es ir profundizando en la comprensión de la complejidad de los problemas, es aprender a analizar detenidamente las cuestiones, y por tanto, se hace muy conveniente y hasta obligado en cualquier situación aprendizaje, al margen de la ley educativa que en ese momento tengamos.

Y así, dependiendo de la disposición del sujeto que observa y piensa la realidad, podremos descubrir unas apreciaciones u otras. Por poner un ejemplo, ante el mar batiendo contra la costa, unos verán la lucha de contrarios, otros, sin embargo descubrirán una armonía no tanto en los contrarios, sino en los complementarios. Habrá otros que intuirán que por fin están en un momento fascinante para conseguir la gran fotografía que buscaban, frente a otros que lamentarán no haberse puesto el traje de neopreno y la tabla de surf. Sí, todo depende de quién seamos, de en quién nos hayamos ido convirtiendo.

Y de eso nos hablan las lecturas de este domingo VI de tiempo ordinario, de lo que hacemos o dejamos de hacer con nuestra libertad, es decir, del uso que le damos, que decidimos darle. Y tal vez la propuesta no es que hagamos una fotografía o surf, sino que nos hagamos con los otros contrarios en lucha o complementarios en una complementariedad cómplice. Efectivamente depende de esa disposición interior, que es el fundamento de nuestra libertad, y nuestro comportamiento será de una manera u otra.

Y es que hacerse libre, tal y como Dios ha querido y quiere que seamos, requiere mucha conciencia y continuas decisiones. Requiere ejercitarse en la praxis de la libertad vivida con los demás. Requiere un lentísimo aprendizaje que incluso de los propios errores aprende, para no solo ir descubriendo el propio camino, sino también la auténtica identidad y el compromiso en el camino común.

La libertad es como un precipicio donde uno descubre todas las posibilidades, además de unas vistas deslumbrantes, pero del que hay que ir descendiendo con cautela, pasito a pasito, tratando de no perder el rumbo a la vez que se disfruta de lo concreto y variado que vas descubriendo durante la bajada. Conócete a ti mismo, decían los antiguos, y además trata de ser tú mismo, buscando la verdad y la autenticidad en aquello que protagonices. Vive con coherencia entre lo que deseas, lo que piensas y lo que realmente luego vas construyendo y compartiendo en la vida. Y si te equivocas, rectifica a tiempo y destiempo.

Seguramente en lo profundo de ti hallarás una voz que te llama al amor; es la voz que te habita y te permite descubrir y diferenciar entre el bien y el mal sin que dependa de lo que te digan las ideologías vigentes o los influencers de turno. Esa voz íntima que estas capacitado para escuchar y seguir es la ley del amor que Dios puso en ti para facilitarte tu libertad de persona. Puedes oírla o desoírla. Sé enteramente libre para ello, pues tan solo depende de ti. Y trata de ser consecuente.     





sábado, 4 de febrero de 2023

Así sea

 ASÍ SEA


Vivimos inmersos en el mundo digital, en un mundo virtual de pequeñas pantallas táctiles. Hemos avanzado y evolucionado tantísimo que cada vez nuestro mundo se ha ido reduciendo a las pulgadas y píxeles de nuestros dispositivos. Ya no somos, o no sabemos ser, sin nuestro móvil, y el que más o el que menos, todos tenemos cierta dependencia de él. ¿Dónde quedó el sano aburrimiento creativo? ¿Dónde la libertad ociosa de estar desconectado? ¿Dónde la intimidad de estar al margen de las operadoras de telefonía? ¿Acaso no nos estamos convirtiendo en aceptadores incondicionales de cookies pero no tanto de nuestra realidad palpable?

Pues estos nuevos hábitos adquiridos sumisamente terminan incidiendo también en nuestras actitudes. Y si de la adicción a las nuevas tecnologías no se está hablando lo suficiente. de sus consecuencias aún menos. Solo vamos a considerar una de ellas: la extrema superficialidad a la que nos vamos reduciendo. Lo que prevalece es la mera apariencia, la pose que busca reconocimiento en forma de "likes", el fingimiento, la pantomima superflua en lugar de la realidad, pues esta muchas veces tiene sombras que preferimos no ver ni que vean. Siempre será más duro aceptar lo real que la adulterada virtualidad. Que ya hasta hemos perdido hasta el valor de la belleza no retocada. Qué bueno sería menos apariencia autocomplaciente y más gusto por la verdad, a secas sin florituras.

Pues, una vez más, el evangelio de este domingo V de tiempo ordinario (ciclo A) es una invitación a la conversión, a tomar conciencia y poder  reconducir y enmendar nuestros errores; es decir, a mejorar nuestra forma de vida, para que sea más acorde con la voluntad del que nos ama incondicionalmente. Y es que nos insiste en ser luz, pero ser luz que ilumina, que da visibilidad a otros en lugar de lucirse uno mismo. No se trata tanto de lucirse, sino de relucir, de generar espacios iluminados por las buenas acciones, por el encuentro amoroso con todos. Llevar luz, la luz de Cristo a todas aquellas realidades humanas que la precisan: el dolor, la soledad, la ternura, la amistad, el amor, el encuentro, la alegría, la sinceridad, el misterio... 

Qué luminosidad diáfana la de aquellas personas modestas que aportan lo que son, lo que llevan, lo que pueden, pero no piden ni reconocimiento ni recompensa. Qué impagable su testimonio. Pues tal vez la santidad sea la manera más excelsa de iluminar desde la humildad y la mansedumbre. Y para adentrarse y progresar en ella, habrá que ir diciendo una y otra vez: así sea, Señor, lo que tú quieras.

Y es que no solo nosotros y nuestro pequeño mundo, sino también la humanidad entera de este siglo XXI, cegado por las luces de la apariencia, necesitamos de esa luz que es Cristo, esa luz y esa sal que nos da la buena nueva. Por ello hacemos tanta falta en esta sociedad dividida y deshumanizada. Frente a las "fakes" interesadas de los sembradores de engaño, frente al individualismo feroz que nos atenaza, se hace necesario que volvamos a aportar la débil luz que llevamos en frágiles lámparas de barro. Llevemos esa luz de la fe, la esperanza y la caridad, porque es un tesoro que no podemos ni debemos guardarnos. Nos va mucho en ello. Este mundo precisa de esa luz para vislumbrar el aquí y el ahora en el que nos encontramos y poder avanzar así hacia una sociedad más humana, menos cruel, más justa, más acogedora y más fraterna.

Que así sean nuestras vidas y nuestras obras: luz cálida que acompaña y disipa toda tiniebla. Luz que no se impone, sino que se invita a descubrir como ayuda indispensable para conducirnos por el camino óptimo. Seamos más luz, más educación y evangelio, más lumbre, más encuentro, más verdad y más aliento. Que así sea.