viernes, 29 de septiembre de 2023
Nobleza obliga
sábado, 23 de septiembre de 2023
Sui generis
SUI GENERIS
A menudo las cosas no son como parecen. Con cierta frecuencia, y en contra de lo previsto, salta lo insólito y nos pilla descolocados. Creemos que nos sabemos de sobra lo que ocurre, lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá; que todo se tiende a repetir una y otra vez de modo muy similar al de otras veces y, por tanto, sabemos muy bien a qué atenernos de antemano.
Los seres humanos concebimos todo a nuestra manera, y hasta no nos sienta demasiado bien cuando las cosas se nos alteran. ¿Qué sería de nosotros sin ese margen de suposición consistente en que todos siga siendo conforme ya era? ¿Dónde quedarían nuestras seguridades? ¿Qué podríamos conocer por el seguro método científico si no hubiese una repetición que probara sobradamente el cumplimiento de cualquier hipótesis? ¿A qué podríamos atenernos entonces? ¿De verdad podemos creernos que la vida transcurre una y otra vez por los derroteros acostrumbrados? ¿Todo es siempre tan sumamente monótono y anodino?
Pues a Dios tal vez le guste sorprendernos y de paso también despertarnos de nuestra recurrente modorra. Con sus inesperados guiños a lo mejor logra romper nuestras concepciones férreas, permitiendo que de vez en cuando surja un conejo en la chistera. Hay a quién puede no sentarle nada bien los imprevistos; hay quien no lleva bien que a veces sea necesario desaprender algo para poder aprender lo nuevo. Pero cuántas veces no hemos de rectificar, volver sobre nuestros pasos para poder retornar al camino correcto.
Las lecturas de este domingo XXV de tiempo ordinario (A) nos hablan del Dios que no está hecho a nuestra medida, sino de otro muy distinto al que el hombre suele proyectar a su medida. Un Dios que tiene unos planes, unos proyectos y unos modos, que no son los que cupiera esperar desde nuestras expectativas. Un Dios algo sui géneris, puesto que desborda nuestras pacatas concepciones, ni se adapta a lo que podíamos haber nosotros previsto, pero es el que es y tal cual es: el Dios auténtico. ¿Y si entonces las que hubiese que adaptar a la realidad fueran maneras de entender lo que es Dios? ¿Y si tratáramos de entenderle? ¿Y si nos ponemos a la escucha y nos dejamos sorprender?
El profeta Isaías nos previene de ello cuando profetiza que hay que buscar a Dios mientras se le encuentra: no al final, sino durante todo el trayecto que vamos recorriendo hasta dar con Él, porque se deja entrever también durante el camino. El problema sería no llegar a advertirlo, no saber encontrarnos con Él porque no le buscamos tal y como es. Nos anima a invocarlo sabiendo que lo tenemos muy cerca, es decir, que está aquí entre nosotros, en las entretelas de nuestras existencias, y por tanto, la invocación puede volverse íntima conversación. ¡Qué Dios este tan admirable como sorprendente!
Y en el Evangelio es el mismo Hijo el que nos presenta una parábola bien llamativa, la del propietario que manda a diferentes trabajadores sucesivos a su viña a lo largo de la jornada. Al terminar el día paga a todos igual según lo acordado, pero los que habían trabajado más horas reclaman más paga que los demás. No se alegran que haya contratado más trabajadores ni que sea con los últimos compañeros tan generoso como con ellos, por contra, se quejan y sienten injustamente tratados a pesar de que el dueño de la viña les paga lo que les dijo y que entonces les había parecido bien.
Desde luego, cuando pensamos así, solo en nosotros y en lo nuestro, y nos desentendemos del bien de los demás, no entendemos el mundo con la bondad, la generosidad y misericordia con la que Dios nos trata a todos sin distinciones. Desde luego que eso de que los últimos serán los primeros, y (por fin) los primeros últimos, no nos termina de entrar en la cabeza. Desde luego que este Dios tan sui géneris, que va más allá de la justicia según los hombres, para proponernos una justicia que se basa en la caridad, nos rompe todos los esquemas. Y qué bueno que sea así, y podamos empezar de nuevo, pero esta vez atisbando algo.
Sin embargo, este es el Dios cristiano, el Dios que se compadece y busca nuestro bien; es Dios del amor. ¿Puede haberlo mejor?
Pincha en el enlace para poder acceder al buenos días de esta semana:
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jueves, 21 de septiembre de 2023
Reconocimiento
RECONOCIMIENTO
sábado, 16 de septiembre de 2023
Sin medida
SIN MEDIDA
En este mundo de cálculos, promedios y estimaciones todo se nos ha vuelto cuantificable y clasificable, tal vez en exceso. Parece que incluso la cantidad contante y sonante valiese más que la mera calidad. Tenemos los índices bursátiles, el producto interior bruto, la tasa de paro, los poderosísimos sondeos electorales, el interés neto, los pingües beneficios o el peso específico. Todo se haya sujeto al más estricto cómputo. Queremos ser exactos, y por eso no dejamos que se nos escape ni un solo decimal, ni un solo centavo, ni una milésima de segundo ni el mínimo gramo suelto. Queda así bajo la apariencia de estar todo bajo nuestro control, aunque en realidad más bien poco es lo que en realidad controlamos.
Cuentan los mitos griegos que había un tal Procusto, también conocido como Polipemón o como Damastes, que regentaba una posada en la que ofrecía hospedaje a los cansados caminantes. Cuando el viajero dormía tranquilo en el lecho, Procusto tenía la fea costumbre de amordazarle a la cama de hierro y ajustar el cuerpo de su hospedado con gran exactitud a las dimensiones de la cama, consiguiendo así que nada faltara o sobrase en su preciado camastro. Para que todo cuadrara a sus medidas, procedía salvajemente a alargar y desconyuntar los miembros de su víctima, o si fuese necesario a cortárselos.
No sé si alguno de nosotros, sin advertirlo siquiera, guardaremos alguna similitud con legendario Procusto, mostrando escasa flexibilidad para con los demás. Lo cierto es que a él le terminó ocurriendo exactamente lo mismo que él les hacía a sus invitados, porque se dice que Teseo le aplicó a él su misma medicina a modo de escarmiento, aunque ya de bien poco le sirviese esa última lección al cruel Procusto.
En este domingo vigésimo cuarto de tiempo ordinario, el evangelio nos enseña que si a uno le perdonan, lo que corresponde es que también sepas perdonar a tus semejantes. Si Dios ha tenido "manga ancha" contigo ¿cómo no vas a obrar tú del mismo modo? En lugar de aplicar a otros los rígidos moldes con los que Procusto trataba a todos, lo mejor es aplicar el flexible "lecho" de la comprensión a los demás. Ser alto de miras en tus juicios, pero sobre todo alto y generoso de miras en la medida de tu corazón con los demás, porque cuando practicas el perdón hacia las faltas de los otros (y de las tuyas), les concedes una nueva oportunidad, y ya de paso te mejoras en calidad humana a ti mismo.
Perdona al que te perdona, aunque te cueste enormidades. Empieza por perdonar tú, para abrir así una dinámica de perdón y de vida reconciliada. Comienza por experimentar el perdón que procede de Dios, que nos ama hasta el extremo a todos y cada uno, y ya no podrás dejar de perdonar a los otros también, tanto sus pequeños defectillos como incluso hasta los grandes defectazos que puedan tener y cometer. Ensancha el lecho y el corazón.
Trata a los demás como quieres ser tratado también tú. Trata a los demás como a ti te trata el Señor, que tiene verdaderas entrañas de misericordia, y empezarás a tratar a los demás con las mismas entrañas de misericordia también tú. Intente mirar más a los demás con los mismos ojos que Dios nos ve, y entonces, no una ni dos, sino setenta veces siete podrás respirar en lo profundo el perdón sanador.
No sabemos la herida que aquejaba a Procusto para obrar con ese odio intransigente hacia los demás, posiblemente hubo una causa que explicase su modo de proceder, pero otro muy diferente hubiese sido el mito y su final, si en lugar de quedar marcado de manera definitiva por el dolor de la herida, se hubiese dejado llevar por el admirable don sanador del perdón que procede de Dios o de los hombres que saben perdonar. Ábrete a la renovación del perdón, por ahí tal vez empieces a dejarte ganar para el Reino de los cielos. Ama y podrás perdonar hasta lo inadmisible, porque el amor es mucho poderoso que el mal y el daño. Y si te cuesta mucho perdonar las ofensas, pídele a Jesús que te ayude a perdonar. Él todo lo puede, y con Él tú también.
sábado, 9 de septiembre de 2023
Rizar el rizo
RIZAR EL RIZO
ESCUCHAR la palabra de Dios, a diario, o al menos domingo a domingo, puede ser verdaderamente beneficioso para todos nosotros. En primer lugar, el beneficiario directo de la escucha es el que presta atención a esa palabra, se siente receptor interesado y se deja sondear por la palabra de Dios, palabra que es enteramente humana y a la vez revelada, es decir, iniciada e inspirada por la divinidad para iluminar nuestras existencias. El comienzo de toda vida espiritual en el hombre viene dado por esa disposición receptiva a la propuesta de Dios que nos sitúa, nada más y nada menos, como interlocutores suyos.
Que el ser humano llegue a rechazar esa oferta extraordinaria -aunque comprensible y respetable- sería una gran imprudencia, porque con ese rechazo se impide que el mismo Dios Padre, impulse nuestra más profunda libertad, para quedarnos tan solo con un sucedáneo de libertad, que solo trata de acomodarse a la realidad e ir tirando de la manera que se pueda. Es verdad que ese rechazo resulta muy cómodo y te evita toda búsqueda radical, porque la persona se autolimita a escuchar lo que dice el mundo o la sociedad, pero que no lanza a llegar a escuchar más allá de la mera evidencia.
Pero si aceptamos esa escucha asidua de la palabra de Dios, si como deja traslucir la etimología de la palabra escuchar "inclinamos la oreja", se iniciará un proceso de crecimiento integral, donde el creyente va aceptando dentro de sí la levadura de la vida divina. ¡Oh, ser vasijas de barro, pero barro moldeado por el divino alfarero! Escuchemos su Palabra y dejémonos escuchar por ella.
En este vigésimo tercer domingo de tiempo ordinario, la propuesta que nos trae la escucha de la palabra nos viene a decir que no basta con ser responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer cada uno de nosotros, sino que además, tenemos que asumir también cierta responsabilidad sobre las acciones y comportamientos de los demás. Sí, por eso hablamos de rizar el rizo, porque si ya nos cuesta asumir responsablemente las consecuencias de nuestros propios actos, además, si nuestros semejantes obran el mal, hemos también de hacérselo saber, para que sean conscientes de ello y puedan reconducir su actitud si así lo determinan.
Para nada entonces la indiferencia y el pasotismo. Primero saber escuchar para tratar de aclararse, tratar de discernir lo bueno, lo correcto y lo mejor para todos; y después, tratar de realizarlo consecuentemente. Pero si no tuviésemos ya bastante con ese imperativo moral personal e intransferible, además nos deberíamos comprometer con advertir a nuestros hermanos de sus fallos, no quedarnos callados; pero tampoco se trata de hacer sangre de los errores de los demás, sino hablar con ellos, intentando de hacerles ver que hay otras maneras más justas de proceder. Y esto, seguro, seguro, que nos causa más problemas, pero no podemos mirar para otro lado, haciendo dejación de los fallos de otros, porque somos también coresponsables los unos de los otros.
Ahora bien, de ahí a monitorizar continuamente a los demás y hasta tiranizar su comportamiento con nuestro parecer, convirtiéndonos en sus jueces, hay un salto demasiado grande. Hazle caer en la cuenta, sí, pero con corrección fraterna y nunca anulando su voluntad ni su libertad. Ni tampoco cumpliendo ese refrán que dice "consejos vendo, pero para mí no tengo", porque el primero que ha de tratar de obrar bien es uno mismo, y luego, si puedes y estás capacitado, ayudar al resto.
El apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos nos lo dice hoy de una manera sencilla, clara y sumamente acertada: "Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera". ¿Le vamos a escuchar? ¿Lo vamos a llevar a nuestra vida y a nuestras relaciones?
¡Ánimo, es posible ir mejorándonos!