Y TÚ, ¿A QUÉ ASPIRAS?
Hace años se solía escuchar bastante esta expresión que hoy ya ni se oye: "Y tú, ¿a qué aspiras?" No siempre se formulaba por verdadero interés en los planes futuros de la persona a la que se preguntaba, sino más bien como sinónimo de esta otra expresión: "Pero ¿de qué vas?" o "Pero a ti qué te pasa". Es decir, se trataba de hacer caer en la cuenta al interlocutor que su actitud no parecía muy coherente. Tal vez ya no cabe pedir a nadie demasiada coherencia en el comportamiento, y quizás sea por eso que la expresión "¿A qué aspiras?" ha entrado definitivamente en desuso.
Y es que bien pudiera habernos pasado que de tanto mirar y mirar las pantallas, pues nuestro mundo ya es enteramente digital y hasta virtual, hayamos ido desarrollando una aguda miopía que nos impide mirar más allá. ¿Cómo vas a preguntar a nadie por sus aspiraciones, es decir, por sus proyectos a largo plazo, cuando solo nos ocupamos de lo más inmediato? Sin embargo, como decía Julián Marías padre, el ser humano es el animal que proyecta a futuro, que hace planes y tiene aspiraciones. Entonces, si renunciamos a nuestras proyecciones tal vez estemos también cediendo parte de lo que esencialmente somos. ¿Empezamos a preocuparnos ya por la deriva de lo humano, y tratamos de enmendarla en lo posible, o mejor la dejamos estar así a la deriva?
Cuando uno pierde esa visión de largo alcance, tanto sobre uno mismo como sobre la sociedad, aparte de hacer dejación de la propia capacidad de orientar nuestra vida de manera responsable, va a desencadenar otra serie de preocupantes consecuencias, ya que si no me interesa el porvenir tampoco tiene demasiado interés ni el pasado ni la historia. Con que el que ostenta el poder nos presente y repita machaconamente un relato verosímil, nos basta y nos sobra. Y qué contentos con seguir confirmando nuestras ideas, una y otra vez, en nuestras pantallas, en lugar de activar de manera libre nuestra capacidad de búsqueda y proyección. ¡Qué comodidad vivir sin plantearse demasiados asuntos complejos!
Pues, sintiéndolo mucho, vuelvo a tirar del pasado para comprenderme a mí mismo, a los otros y a nuestro presente, y poder así orientar las posibilidades que se abren en el futuro. Y recurro al gran tesoro del evangelio, a ver qué nos dice hoy, día de Todos los Santos. Una vez más el evangelio no nos defrauda, sino todo lo contrario, resulta verdaderamente actual y esclarecedor, puesto que nos hace caer en la cuenta de esa incipiente miopía que impide que despleguemos un tiempo que desborda los estrechos márgenes de la mera sucesión de momentos presentes. Este aquí y ahora no lo es todo; hay un más allá de plenitud y sentido en este aquí y ahora de nuestra existencia. Y es que Jesús capta y expresa lo que vivimos también con la mirada ilimitada de Dios a la par que de hombre.
¡Qué sumamente hermoso que el día de Todos los Santos se nos hable de bienaventuranzas y de hombre y mujeres bienaventurados! Todos nosotros estamos llamados a aspirar a lo máximo, no a quedarnos ni en la superficie ni en lo mediocre. Con eso no basta para realizarnos como persona. Estamos llamados a la comunión con Dios. Que nada ni nadie impida que seamos según el amor de Dios y para el amor de Dios. Vivamos esa apertura al amor ya con nuestros semejantes. Vivamos la santidad ya en la bienaventuranza presente, y a la vez futura, en la fraternidad del Reino de los Cielos aquí ya en la tierra. ¿Hay mayor belleza? ¿Se puede aspirar a más?
Si, hoy recordamos que debemos y podemos ser santos, igual que todos los santos y santos que ya nos han precedido. ¿Cómo se nos puede llegar a olvidar esa vocación fundamental a la santidad de todo cristiano? Trata de ser santo día a día y en medio de todas las circunstancias y vicisitudes que nos acontezcan. Trata de convertir en bienaventurada tu vida y la de los demás, y en esa forma de vivir y ser para los demás: hallaras la dicha completa.
Como nos dijo el Papa Francisco: no nos dejemos arrebatar ni la fe, ni la esperanza, ni la caridad, sino, por contra, que sean las que las ejerzamos cotidianamente en nuestro caminar. Resulta que hay santos en la puerta de al lado.