sábado, 27 de enero de 2024

Afina el oído

 AFINA EL OÍDO

No todo el mundo puede presumir de tener un oído finísimo para llegar a percibir aquellos sonidos tan tenues que al resto de los mortales se nos pasan por alto como si no existiesen realmente. Ahí están aquellos tonos prístinos, pero solo algunos privilegiados llegan a distinguirlos. Hay algunos otros que no escuchan por encima de la media, sino que poseen un oído musical excepcional, y por ello desarrollan una capacidad para el lenguaje musical fuera de lo común. Y luego estamos el resto, los que escuchamos solo parcialmente alguna frecuencias y tampoco nos caracterizamos demasiado para algo más que disfrutar de la buena música, y acabe usted de contar.

Llama poderosamente la atención el nivel de percepción de ciertos animales que advierten a través de sus sentidos aspectos de la realidad que para los humanos nos están vedados. Piensen en el gato que parece adormecido, y que de forma súbita e inesperada, gira las orejas y levanta la cabeza porque ha notado algo extraño y que, aunque estaba totalmente tranquilo, también permanecía alerta. Piensen, de igual modo, en el perro que ladra alterado y persistente, porque está escuchando determinados sonidos en unas frecuencias que para nosotros pasan inadvertidas. Tal vez a muchos de nosotros nos pase que hemos perdido capacidad de audición para lo fundamental.

No quisiera entrar en la conocida disyuntiva de si el músico nace o se hace; o también el pintor, el poeta, el arquitecto, el policía, el médico, el panadero, la madre, el espeleólogo, el atleta o el astronauta. Sin ánimo de dilucidar tan controvertida cuestión, sí que habría que atreverse a apuntar que, en gran medida sería la coincidencia de ambos factores: cierta disposición por nacimiento, pero también mucha perseverancia en la adquisición del arte o profesión que se desee dominar. Y ya a riesgo de equivocarme, parece que lo más decisivo sería lo segundo, las ganas que ponemos en llegar a dominar lo que  os apasiona.

Por poner un ejemplo, nadie nace con la capacidad de saber de vinos, es decir, que el enólogo se debe hacer, estudiando y practicando los sabores, colores, olores y demás aspectos sutilísimos que a los inexpertos nos vienen grandes; aunque alguno haya que aparente saber cuando va a la tienda y quiere dárselas de que a él no le dan gato por liebre en cuestión de añadas. Seguramente en esto, como en otros tantos aspectos de nuestra vida, no valga solo con el acostumbrado "me gusta" o "no me gusta", porque si no sabemos distinguir, nos estaríamos quedando fuera del verdadero disfrute, y éste con conocimiento de causa.

Es casi seguro que con el oído también haya que llevar un proceso educativo. Y para ello lo mejor sea pasar por una buena cura de silencio, es decir, dejar descansar al tímpano un tiempo prudencial, para quitar distorsiones, confusiones y ruidos. Tras ese tiempo de barbecho, el oído sereno ya empezará a apreciar otros matices que antes ni distinguía. Una vez alcanzado este deseable estado de higiene auditiva, y ya más cualificado para reconocer toda la riquísima gama de sonidos, podrá adentrarse en ese fascinante mundo de las melodías: instrumentos, lluvia, viento, pisadas, susurros, lenguajes... 

Pues en esto de la ESCUCHA, el que más o el que menos, tenemos mucho todavía por aprender.  Efectivamente, andamos sumidos en un enorme ruido interno y externo, que nos tiene atrofiado el oído. Pero no solo el sentido del oído, sino la capacidad de escucha atenta y profunda de nosotros mismos, de los otros e incluso de Dios, aquel que habla cuando quiere y como quiere, desde la más suave intimidad a la que ni solemos llegar, ni sabemos llegar. Ojalá fuésemos como el gato anterior, capaces de no perder ni siquiera el movimiento leve de una pequeña brizna que apenas suena, pero en la que tal vez nos esté hablando Dios.

A lo mejor no oímos porque no estamos acostumbrados, pero sobre todo porque no tenemos ninguna disposición para ello. A la mayoría de nosotros, escuchar, lo que se dice, escuchar, no escuchamos. Y así seguimos, y así nos va, de mal en peor, porque andamos bastante perdidos, desorientados y confusos por una vida poco relevante y menos significativa. Se puede decir que tan solo sobrevivimos, tratando torpemente a ser solo un poco felices, mas bien poco reales.

En las lecturas de hoy queda bien patente la diferencia entre inclinar el oído o no inclinarlo a Dios cuando habla, esto es, obedecerle. Los que de verdad le escuchan quedan admirados, porque Jesús habla con una autoridad personal nunca hasta ahora conocida, no de sabidas, sino con autenticidad desde lo más profundo de su identidad. Dice palabras humanas, entendibles por todos, pero a la vez palabras completamente divinas, que se han de escuchar desde lo más profundo de la persona. "Qué es esto?" se preguntan los que escuchaban a Jesús, "Una enseñanza nueva expuesta con autoridad". Y también aparece reflejado en este pasaje evangélico el efecto sanador y salvador que produce su palabra en las vidas de aquellos que están dispuestos a descubrir la verdad de lo escuchan y a hacerla vida. ¡Qué poder liberador poseen las palabras y acciones de Jesús! Nada puede el mal ante la intervención enérgica del que nos trae sumo el bien.  

Se dice eso de vivir para ver, pero igualmente podríamos proponer que también habría que intentar vivir para oír, para no perderse nada de la magna belleza podemos captar si nos destaponáramos decididamente los oídos y empezáramos a escuchar el sonido original de cuanto es, está, surge y vive. Dejar lo consabido y autolimitado para adentrarnos en la verdad profunda de aquella Palabra que nos despabila y nos incita a ser nosotros en libertad. ¡Ay, si afináramos el oído para descubrir cómo suena lo inefable y qué es lo que nos propone! Pero tal vez eso sea exponerse demasiado, porque solo el que escucha es capaz de entender y sentir la verdad de su ser resonando de manera nítida dentro de sí, y a esto no está dispuesto cualquiera. 

¡Para; escucha; reconoce y comienza de nuevo guiado por la fuerza de su palabra!

martes, 16 de enero de 2024

El momento decisivo

 EL MOMENTO DECISIVO

A menudo nos cuesta entender hasta los mensajes más sencillos. No se trata de que no tengamos capacidad para comprenderlos, ni tampoco que nos hablen en un idioma desconocido, más bien es que ni ponemos suficientes ganas, ni apenas atención, ni interés alguno, y así no hay manera de enterarse de algo, aunque sea claro y fácil de asimilar. Además, como es un mal muy extendido este de no enterarse ni de la misa la media, pues ni siquiera nos preocupa, con ser uno más de los que van exclusivamente a lo suyo, nos damos por satisfechos.

Una cosa es ir de enteradillo y otra muy distinta, pero no por ello igualmente censurable, no darse por enterado por mucho que haya personas de buena voluntad que una y otra vez nos adviertan por propia experiencia de lo que ocurre y nos puede ocurrir si no espabilamos. No nos sirve de mucho, pues lo cómodo es no escuchar, no sea que advirtamos algo que desconocíamos y nos sintamos obligados a cambiar de actitud y hasta de vida, que eso de cambiar de verdad requiere grandes dosis de amor propio, verdadera fuerza de voluntad y no poco esfuerzo.

Entonces es comprensible que aquellos que asumen la noble tarea y deber de suplir nuestra adormecida conciencia, terminen por desanimarse, pues ¿para qué van a tomarse tantas fatigas y sinsabores si no están por la labor de darse por enterados? De verdad que son tan meritorios todos aquellos que en lugar de ponerse exclusivamente ellos a salvo, se molestan y preocupan de tratar de advertir y ayudarnos para que a los demás nos pueda ir mejor. Tal vez porque han descubierto que si prescindes de tratar de ayudar al otro, tu propia dicha no puede ser completa, pues la alegría y el bien o se comparte o no lo es del todo. A ver si esta sociedad tan individualista, consumista y capitalista, termina por descubrir que el evangelio puede ser el remedio para reencontrarnos con la humanidad perdida. Recuperemos los vínculos interpersonales y el sano afán por lo común. 

En el libro de Jonás se nos cuenta cómo a él le toca asumir ese desagradable papel de poner en sobre aviso a los habitantes de Nínive lo que se les viene encima si persisten en su mal proceder. No debió de hacerlo mal Jonás, pues tuvo gran poder de convicción, ya que los ninivitas recapacitaron y dejaron de practicar las injusticias y fechorías a las que damos rienda suelta los humanos cuando expulsamos a Dios del campo de juego,  cuando nos creemos dueños absolutos (omnipotentes) de nuestras acciones, como si no tuviesen ninguna consecuencia, ni tampoco tuviésemos que dar explicaciones a nadie de lo que hacemos. Sin embargo, los ninivitas, al haber hecho caso a Jonás, reestablecieron el justo y sensato proceder de los unos para los otros, evitando a tiempo males mayores.

Si uno mira como están las cosas y cómo se están poniendo, la verdad es para preocuparse y pensar en hacer ya algo. Pero ¿a quién le importa? ¿Quién es consciente del derrotero que llevamos y trata de advertir y poner remedio? Aunque viniese otro Jonás a anunciar los mayores desastres (inflación, carestía, paro, fractura social, violencia, pérdida de derechos y libertades, desastres naturales, pobreza, etc.) nada haríamos salvo tildarle al que levante la voz de aguafiestas, para seguir a lo nuestro y mirando para otro lado, evitando así tener que cambiar y enmendar nuestros errores. Esta parálisis para espabilar a tiempo es la causante, sin duda, de que nuestros males no encuentren aún solución alguna, como si hubiésemos asumido que nada podemos hacer porque excede nuestras posibilidades. Que Dios nos coja confesados entonces, porque no hemos de ponernos en serio a solucionar nuestras desdichas, tal y como habríamos de tratar de hacer.

Sin embargo, el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios nos lo recuerda "el momento es apremiante", y, por tanto, que no nos apeguemos tanto a las rutinas, sino que vivamos conscientes y despiertos, pendientes de lo que de verdad importa, más de nuestro ser que nuestro continuo hacer sin sentido.

Y en el Evangelio también sorprende el modo de proceder de los primeros discípulos ante la llamada de Jesús. Lo dejan todo empantanado. Cambian radicalmente de vida. Se dan cuenta de que hay otra forma de vida mucho más libre y liberadora, con otros objetivos mucho más grandes y a más largo plazo. Que uno puede soltar de golpe esta vida que llevamos tan adaptadas a lo que dicta el sistema, para seguir solo y por encima de todo al Señor, que te llama y te requiere para un aprendizaje y una misión. Deja de vivir autoreferido, para vivir según Dios, construyendo fraternidad.

¿Qué vas a hacer tú con tu vida? ¿Vas a escuchar la llamada de Jonás o la que hoy nos lanza Jesús que te incitan a un cambio profundo de valores y prioridades? ¿Vas a hacer caso a la advertencia del evangelio o vas a seguir como si nada, totalmente paralizado? ¿Qué te retiene? Deja las redes y comienza ya a VIVIR, pues el momento puede ser verdaderamente apremiante y decisivo si estás dispuesto a dar ese giro, ese aumento progresivo de perspectiva, ese hacer tu propio camino al andar y no surcar tristemente los caminos trillados que no te satisfacen. Lo fácil es no darte por enterado una vez más, es volver a escurrir el bulto, no querer reaccionar; lo verdaderamente audaz es asumir que necesitamos un cambio radical, que éste es posible, y que no puede esperar. ¿Es tas dispuesto a arriesgar? ¿Quieres escuchar al Maestro y hacerte su discípulo? ¿De verdad que tienes otra propuesta más apasionante? Jesucristo libera si tú quieres, pero has de querer y empezar a escoger lo mejor.

En definitiva, eres tú el que ha de decidirse. ¿Qué eliges?   


sábado, 13 de enero de 2024

Ser uno mismo

SER UNO MISMO

Indiscutiblemente, si hay un tema de verdad candente, este sería el de la identidad. Reivindicamos nuestra identidad y el derecho a que se respete nuestra identidad. En efecto, es necesario que se respete a toda persona o pueblo, independientemente de su idiosincrasia, gustos, peculiaridades, opciones, etc. ¿Pero sabemos en realidad de qué estamos hablando al referirnos al constructo de la identidad? ¿Podemos alardear de saber bien quienes somos?

En una sociedad profundamente relativista, donde la verdad hace ya bastante que se nos ha ido escapando de entre las manos, la identidad se ha vuelto un tema borroso a la vez que incuestionable. Parece paradójico que si no sabemos bien lo que nos pasa en un preciso momento, ni siquiera lo que nos está ocurriendo, ni lo que queremos, ni lo que buscamos, ni si vamos o venimos, ni tampoco de dónde venimos ni a donde vamos, es decir, que no tenemos nada realmente claro, podamos defender a ultranza, y a veces incluso como arma arrojadiza, nuestra supuesta identidad para considerar al diferente como una amenaza o como un enemigo al que combatir. ¿No habrá que escarbar más profundo en nuestra identidad para encontrar un poso común con todo y todos? ¿No estaremos terminando por ser meras marionetas de las ideologías en lugar de aprender a tratar de descubrir nuestra autenticidad? 

El filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman hablaba hace décadas de la nuestra como una sociedad líquida, esto es, cambiante, incierta y precaria, en la que nada está ni seguro ni asegurado; sin embargo, y a pesar de que bien poco hay seguro, nos seguimos aferrando a aquello de mi identidad muy firmemente. Atrás quedó el conocido dicho socrático de solo sé que no se nada, porque mi identidad, basada en no sé bien qué, ni se discute ni se cuestiona, más bien nos limitamos a atacar y acatar el dogma legitimador de todas nuestras furias y fobias.

Tanto es así que hoy en día disponemos una gran gama de posibles identidades: atávicas identidades históricas reivindicadas y forzadas por los nacionalismos, tan propensos a excluir lo que no comparten o reconocen como suyo. También tenemos las identidades raciales, a pesar de que las Naciones Unidas hayan zanjado de modo definitivo la cuestión al confirmar que genéticamente solo podemos hablar en propiedad de una sola raza humana. Además habría que mencionar las nuevas identidades de género, aunque aún es pronto para poder consensuar si son 13, como afirman algunos, 37 como reconoce oficialmente el Estado Español, o incluso más de 100 como propuso alguna universidad británica. Vaya usted a saber; pero en esa línea podríamos llegar a plantearnos si realmente no habrá tantas identidades como personas, aunque todas con plena cabida en la común identidad humana por todos compartida.

Y es que. se mire por donde se mire, esto de la identidad es un derecho, sin duda, y debe seguir siéndolo, pero también un tremendo barullo. Cuesta muchísimo aclararse y saber responder a la eterna pregunta ¿Quién soy yo? Tal vez, para poder resolverlo se requiere ponerse a pensar en serio y durante largo tiempo, dejando al margen toda posible interferencia interesada de aquellos que deseen darnos ya la respuesta prefabricada y tratar de superar nuestros prejuicios. Pero ¿Quién tiene tiempo y ganas para ponerse en serio a buscar su propia identidad? ¿Acaso no hemos apartado ya a la Filosofía de nuestros planes de estudio para conseguir que cada vez menos alumnos lleguen a caer en la tentación de plantearse algo? Va a ser cierto, cuanto menos te cuestiones, más firme, sólida y rígida será eso a lo que llamas tu identidad.

Pero, una vez más, para hacer saltar todos nuestros esquemas por los aires, en el evangelio de este segundo domingo de tiempo ordinario, nos encontramos con un pasaje en el que dos jóvenes están dispuestos a realizar ese proceso liberador que les permita encontrarse con ellos mismos, y, por tanto, tratar de averiguar quiénes son. Comienza este episodio cuando escuchan una indicación, una pista o propuesta: Juan el Bautista, un buscador como la copa de un pino, proclama que el que está pasando es el esperado, es el Cordero de Dios. Ellos, que han escuchado, se ponen inmediatamente en modo búsqueda porque hay algo dentro de sí mismos que les insta a resolver su identidad resolviendo primero la identidad de Aquel que les salía al paso. Seguro que se trata de otro de los disparates del evangelio eso de que para saber quién soy yo deba también plantearme quién eres tú (y Tú).

Y se ponen a seguir a ese individuo, a ver comprobar por ellos mismos (no solo de oídas) qué hay de cierto. Pero es que ese tal Jesús se vuelve y se les pone a hablar. Además les pregunta a bocajarro por lo que buscan. Nada nuevo, pues ya hemos comentado que sin preguntas radicales no hay posible identidad, salvo que ésta sea facilona, supuesta e impostada. "¿Qué buscáis?"- les dice. Y es que para ser seguidor -y mira que me parece que esta ya es en sí misma una identidad- hay que ser un buscador de los pies a la cabeza. Ellos le responden que quieren conocer dónde vive, es decir, hacer una experiencia íntima y lúcida con Él y compartir su vida. Y claro, Jesús, el buscador de buscadores, les invita a esa experiencia de la que no se nos dice más que la hora del día en la que ocurrió, pero no en qué consistió. Por lo que el que quiera descubrir en qué consistió esa experiencia con Jesús, tendrá que tratar de realizarla por sí mismo o quedarse en la más burda ignorancia.

Ahora bien, sí que sabemos lo que hicieron al terminar ese trato con Jesús que no se nos cuenta. Fueron inmediatamente a anunciar lo que les llenaba, pues era una verdad tan grande y valiosa, que les transformó y empezaron por ello también a transformar a los que uno ama. Y llevan a Simón, el hermano de uno de esos jóvenes que recién habían estrenado su identidad de discípulo, ante Jesús, para que él mismo lo pueda comprobar por sí mismo. Jesús le escruta con la mirada y reconoce en él una enorme identidad desconocida hasta entonces por todos y a la que ya no renunciaría nunca. Jesús sabe ver en Simón tal capacidad de amor y de renuncia a sí mismo, que le concede un nombre nuevo y con él su insospechada identidad: Simón Pedro, pescador de hombres.

Hoy muchos se consideran, reconocen e identifican, como no creyentes, y como no ateos, y como no agnósticos; al parecer están por encima de la cuestión de Dios. Pero lo que no sabemos es si han tratado de hacer ese proceso esclarecedor de búsqueda e interpelación sobre la existencia e identidad de Dios. 

Tal vez nos pueda pasar como a aquellos primeros discípulos que no empezaron a descubrir su verdad hasta que no se encontraron con Aquél que les proponía un modo de ser y comprender, y para saber quiénes somos en realidad, debamos primero escuchar su llamada y sus preguntas junto con las nuestras. Bien podría ocurrirnos como a ellos, que se consideraban a sí mismos meros pescadores, y sin embargo, desconocían que en realidad eran y debían ser apóstoles. Tal vez sea vano nuestro deseo de ser nosotros mismos si prescindimos de la molestia de ir a descubrir a Jesús, cuyo nacimiento hemos descubierto hace nada, allí donde mora, y experimentar a qué sabe la vida compartida con Él.

Seamos muy libres para construir nuestra propia identidad, pero si no estamos dispuestos a escuchar las voces más discretas y reveladoras, y quedarnos en el estruendo del mercado de mensajes estereotipados, tal vez no demos finalmente con el tesoro de saber ser tan solo nosotros mismos.

Sé lo que quieras, pero al menos sé un verdadero buscador.










miércoles, 3 de enero de 2024

Carta a los Reyes Magos

        CARTA A LOS REYES MAGOS 2024



Queridas Majestades:


Se dice que cada vez se escriben menos cartas, y como ustedes ya sabrán esa parece que es la tendencia; sin embargo, esta costumbre tan nuestra de seguir celebrando la Epifanía del Señor nos permite año tras año ejercitarnos en el noble arte de retomar la pluma y el papel y ponernos a escribir de nuevo cartas. Gracias, por tanto, por no admitir en modo alguno mensajes a través de dispositivos digitales, y por tanto que si queremos pedirles a sus majestades algo, habremos de tener que practicar la escritura a mano.


No sé yo sí hemos sido buenos o malos este año que acabamos de concluir, supongo que de todo habrá habido. Y si lo comparamos con otros años anteriores, seguramente este último no se diferencie demasiado de los anteriores. Lo que sí está claro es que hubiésemos podido ser mejores de lo que hemos finalmente sido, y, debido a nuestra escasa fuerza de voluntad, se nos han terminado quedando los buenos proyectos una vez más en meros buenos propósitos.


Y ya, dejando a su sensato y experimentado discernimiento si nos merecemos o no algún presente, empezamos ya a formularles nuestras peticiones, pues el ser humano no se cansa nunca de desear y de pedir, pues por mucho que ya tenga siempre ambiciona más, independientemente de si se lo merece o no, si se lo ha ganado o no. Dependemos, por tanto, de su reconocida generosidad.


No quisiera cansarles esta vez solicitándoles más bienes materiales, de esos que solemos pedirles tantos, pues con los que disponemos ya estamos en realidad bien servidos, y además, no conviene tener siempre de todo en demasía, pues, al final, uno se termina malacostumbrando. No, este año no es que queramos ser más originales, sino que vemos que hay otros regalos, menos tangibles, que tal vez precisamos mucho más. Por ejemplo, más que juguetes, deberíamos solicitarles verdaderas ganas de jugar, ganas y tiempo para saber disfrutar con cualquier cosa, en cualquier momento y en compañía de buena gente; quitarle importancia y seriedad a tantos asuntos que no son ni tan importantes ni acuciantes y saber dársela los que verdaderamente lo tienen: cuidar a los demás y aprovechar el tiempo que pasamos con ellos.


Por ello, a lo mejor también deberíamos pedirles mayor capacidad de aceptación, es decir ni resignarnos con lo que sea, ni tampoco frustrarnos las cosas cuando no salen como nosotros queremos, pues entre otras causas no solo estamos nosotros en el mundo con nuestros gustos y forma de ver y entender la vida.


Y además de las ganas de jugar con ilusión, esto es, animarnos a seguir una estrella; y de la capacidad de aceptación para reconocer en el pesebre al Niño Dios; también me gustaría pedirles una última cosa más. sería algo de sentido común para saber convivir cordialmente los unos con los otros, en lugar de considerar que el vecino, el diferente o el que opina de una manera distinta a mí es un rival o un enemigo a combatir. Que sepamos entendernos por encima de toda distancia, y resolver pacientemente y mediante el diálogo cualquier tipo de desencuentro. Más convivir en lugar de combatir, es decir, aprovechar que nos ha nacido el Señor, ese que nos habéis enseñado a reconocerlo y adorarlo, para aprender a ser más hermanos los unos de los otros. Mucho podremos hacer en este año entrante si remamos juntos y concordes.


Como ven, con los años uno no tiene por qué dejar de seguir siendo un niño y escribiendo la tradicional carta a los Reyes Magos, pero sí puede dejar de pedir meramente para uno mismo, y finalmente termina por entender que cuanto beneficia a todos es mejor y, además, también termina ayudando a poder ser feliz también uno mismo.


Y concluyo ya. Les aseguro que si ustedes son tan gentiles de regalarnos algún regalo de los que le hemos pedido, u otro cualquiera que consideren conveniente, este año sí que vamos a tratar de hacer buen uso de ellos y además ser un poco mejores.


Y traigan lo que traigan, cuenten con nuestra entera gratitud por permitirnos a todos seguir creyendo y renovando nuestra ilusión.


¿Y tú, no te animas también a escribir y presentarles tu carta a los Reyes Magos?