sábado, 7 de junio de 2025

Es el momento

 ES EL MOMENTO


En la vida las cosas suceden cuando suceden, no cuando a nosotros nos gustaría. Nosotros no somos los que marcamos el tiempo, no decidimos cuándo nos viene mejor que ocurran determinadas situaciones. Por eso hay que aprender a bailar al son que suena la música, porque en este caso, ni somos los directores de orquesta ni el DJ de turno que elige la canción. Lo importante es que suene esa melodía, que la aprecies, e incluso que el cuerpo se encuentre tan a gusto con lo que suena en ese momento que pueda moverse con total ligereza. A veces vivir puede llegar a ser como un baile, ser llevado y disfrutar de lo lindo de la pieza; aunque, si uno ya no cuenta con las mismas fuerzas de la juventud, puede acabar extenuado. Es cierto, pues, que se baila con el cuerpo, pero además del cuerpo, también se baila con todo lo que uno es: con el ánimo y con la libertad del alma.

Si en lugar de recurrir a la analogía de la danza, empleamos la de la escritura, podríamos decir que aunque uno sea el protagonista de la historia, o más bien el que se identifica en cierto grado con lo que vive el protagonista, la trama y los sucesos con los que le toca campear, la historia ni la escriben los protagonistas ni tampoco el lector.

Y así nos pasa a todos y cada uno de nosotros, que en último término no decidimos muchas cosas, aunque otras sí, y algunas, además, de enorme transcendencia, aunque no lo sospechemos. Lo normal es no estar preparado nunca del todo para salir bien parado de cualquier aventura, pero según llega la prueba, hemos de tomarla y salir del paso de la manera más digna y provechosa. ¿Qué les vamos a decir a nuestros alumnos que acaban de examinarse de la tercera evaluación? ¿No les hubiese venido muy bien contar con las preguntas de antemano? ¿O quizás disponer de unos días más para repasar y prepararse mejor? ¿Cayeron en el examen las preguntas que mejor se sabían? Cuando toca, toca, y cuando llega, llega, y no queda otra que hacer lo mejor posible la faena encomendada. La vida nos va imponiendo el momento, no sabiendo siempre cuál que puede llegar a ser decisivo. Uno ha de responder a bocajarro, con lo que en ese momento es, sabe y lleva consigo.

Así, a la chita callando, hemos recorrido el tiempo pascual hasta llegar a la solemnidad de Pentecostés. Estemos o no preparados, ha llegado la irrupción del Espíritu Santo, del mismo modo que les pilló a los apóstoles cuando temerosos se reunían a escondidas, por miedo a las represalias de los mismos que acabaron con Jesús. El Resucitado se planta en medio, se hace evidente que es el vencedor de la muerte, que está vivo y desborda vida eterna, y les transmite un doble mensaje a sus amigos. 

Primero nos dona la paz, esa paz que atraviesa muros y se abre camino para hacer posible la fraternidad. Frente a la división del mundo, frente al enfrentamiento, Jesucristo instaura la paz que nace de la reconciliación, del triunfo del bien y del amor, porque el que nace del Espíritu ya queda unido a Dios y a los hermanos; no entiende de discordias, sino que mira a los demás con los mismos ojos que Él nos contempla.

En segundo lugar, el mensaje de Jesús es que ha llegado el momento, que hemos de empezar a ser, a vivir y difundir esta cultura del encuentro entre los hombres y Dios. Es el comienzo de los tiempos de soltar amarras y cruzar los mares de la historia, la personal y la comunitaria, en la nave de la Iglesia. Somos el cuerpo intrínsecamente vivo y unido de Cristo resucitado y glorioso, anunciamos y comenzamos un nuevo mundo y un tiempo nuevo y una nueva humanidad. Los cielos nuevos y la tierra nuevas ya están comenzando; es el Espíritu el que nos mueve a esa libertad fecunda, pues no es una libertad para realizar mi propio proyecto, sino el proyecto común, el del Reino de Dios.

Por ello, Jesucristo nos conmina a la misión. Hemos de vencer a la muerte, a los apegos, a los protagonismos individualistas, a los miedos, las comodidades, las reticencias; hemos de vencernos a nosotros mismos para ser más de Dios por el Espíritu. Con esta riqueza de dones y con esta vida que nos es infundida, hemos de hacer Iglesia a los cuatro vientos. Este es el momento de la irrupción del Espíritu en el que cada uno de nosotros, unidos a los demás hermanos, hemos de tratar de estar a la altura de los tiempos. Estaremos más o menos preparados, con la efusión del Espíritu nos basta. 

Es el Espíritu que se recibe de manera expresa en Pentecostés el que capacita para formar y acrecentar el cuerpo de Cristo eclesial, unidos y diversos, y toda su actividad misionera, pastoral y caritativa que ésta lleve a cabo. Es la Iglesia la que puede ser el faro en este umbral de esta revolución tecnológica que estamos viviendo. A nuevos tiempos, nuevos retos. Ante el riesgo de la deshumanización tecnológica, de la desvinculación del tejido social humano, la Iglesia tiene una propuesta profundamente humanizadora: la revolución de la ternura y la misericordia de Dios.

Es el Espíritu el que anima e impulsa a la Iglesia formada por todo nosotros, para transformar la sociedad, no como dictan los poderes económicos y políticos, sino para liberar al hombre de todo sometimiento reduccionista. Más que nunca precisamos de la acción poderosa de Espíritu, del soplo del Resucitado, Alfa y Omega de nuestra existencia, porque Él provee de lo más necesario para dar respuesta a nuestro tiempo. Es este el momento de ser más espirituales para que gestar al ser humano que se requiere, a imagen y semejanza del Hijo en este momento de la Historia.

sábado, 31 de mayo de 2025

¡Participa!

 ¡PARTICIPA!

Cuando uno solo se ha de organizar a sí mismo, lo que se consiga o no dependerá tan solo del empeño puesto y el desempeño de que sea capaz. Afortunadamente, somos seres sociales que hemos de interactuar y cooperar los unos con los otros. Lo fácil es recurrir al consabido "yo me lo guiso, yo me lo como", pero es una fórmula excesivamente individualista, limitada y limitante, que quizás debido a algún aprendizaje defectuoso, no ha sabido desplegar el ser para los demás y con los demás que resulta imprescindible para ser verdaderamente persona e integrase de la manera más adecuada posible en la comunidad a la que pertenece.

El ser humano desde su nacimiento aprende a insertarse positivamente con las personas que le es dado relacionarse. Se descubre a sí mismo estableciendo esas relaciones con los otros. Nos necesitamos, pero a medida que crecemos, vamos creyendo que podemos llegar a considerarnos totalmente autónomos, sin necesitar nada de los demás. Craso error, pues bien sea para echar una mano a otros más necesitados, o si toca, ser el ayudado, de poco le vane a uno lamerse las propias heridas. Aunque esté muy extendido, eso de ir por la vida como lobo solitario es un auténtico desatino, del que tarde o temprano habrá que ir escapando. Hemos de compartir penas y alegrías, porque con los otros somos lo que vamos siendo.

Por eso, es necesario concienciarse de que todos hemos de sentirnos responsables y asumir un papel activo en la mejora de las condiciones de todos. Las cosas no se hacen solas, requieren la participación y colaboración de todos y cada uno de nosotros. Hay que asumir con el debido entusiasmo aquellas tareas que sean menester para que el mundo funcione de la mejor manera, o al menos nuestro pequeño mundo, el que queda a nuestro alcance: nuestro hogar, nuestro vecindario, nuestro lugar de trabajo o nuestra comunidad de creyentes. Apoyémonos, trabajemos juntos, no solo porque los logros son mayores, sino porque además satisfacen mas cuando son compartidos.

Otro gallo cantaría si nos sintiéramos llamados a participar y aportar en el bien de todos, en lugar de mirar tan solo por el propio. Otro mundo es posible, y lo será si nos vamos comprometido en que lo sea. Nada de desentenderse, nada de escurrir el bulto como si no fuera conmigo. A todos nos incumbe, todos hemos de estar dispuestos a aportar nuestro granito de arena.

En la Iglesia, cuerpo de Cristo, todos los miembros pertenecemos a una comunidad, a una red tupida de comunidades. No somos los unos sin los otros, pues todos nos encontramos por el mismo bautismo insertos en este cuerpo encarnado y espiritual de Cristo. Él vive en nosotros y nosotros en Él. Somos de Cristo, el que da la vida por sus amigos. Participamos ya de su muerte y resurrección. No podemos desentendernos los unos de los otros, hermanos y asimismo hijos en el Hijo. ¿Se puede esperar mayor implicación que constituir este único cuerpo eclesial?

Celebramos este domingo la Asunción del Señor a los cielos, y podemos vivirlo desde fuera o conminados con Él a participar en esa ascensión. Todavía permanecemos en la tierra, asumimos la misión que nos encomienda, y a la vez Él, sentado ya a la derecha del Padre, sigue unido a nosotros. Es nuestra cabeza y nosotros sus miembros. La resurrección avanza, nos afecta aún más, ya que asciende y se va el Resucitado, pero para consumar definitivamente su donación. Vienen los tiempos del Espíritu, que nos capacitan para ser su Iglesia de manera pascual y nos lanza a dar testimonio de esa nueva vida de Jesucristo y nuestra. Participamos de su cuerpo y somos uno en su cuerpo. Es el Espíritu prometido que vendrá en nuestra ayuda a avivar su palabra, su ejemplo y su aliento en todos nosotros.

La Iglesia y la misión que el Amigo nos encomienda es tarea de todos, requiere la ilusión y el compromiso de todos. Participemos gustosos es la construcción de este nuevo mundo que por el Espíritu nos hace renacer al mutuo amor, la bondad, la justicia y el bien. No es cosa exclusivamente nuestra, no depende de lo que cada uno haga, sino de la aportación de todos y la ayuda de su gracia. El, que asciende a los cielos, se queda entre nosotros entrelazando nuestras libertades para ser ahora su cuerpo que ha de seguir sirviendo a los hombres e impulsando una nueva humanidad más conforme al Padre. No se trata de participar en un sorteo, no es un juego de azar más, sino de asumir nuestra participación en el proyecto fraterno de Dios. No es cuestión de suerte, es cuestión de identidad y de práctica de amor corresponsable. ¡Pongámonos en marcha, que soplan tiempos favorables!

sábado, 24 de mayo de 2025

Vencer a la tiniebla

VENCER A LA TINIEBLA



Por si vienen mal dadas, se nos ha puesto en sobre aviso: hemos de tener absolutamente de todo en nuestros hogares. Bueno, empecemos por tener hogar, porque algo que es un derecho de todos, cada vez lo es para menos, y de ninguna manera hemos de dejar de verlo y menos aún conformarnos. Decíamos que si tienes vivienda digna y espaciosa, podrás guardar lo necesario en caso de situación extrema: un apagón inexplicable, una pandemia imprevisible, una riada recurrente y previsible, una Filomena en condiciones e inolvidable, un ataque cibernético, sabotajes varios, la invasión de los pueblos bárbaros o cualquier otro percance anunciado por Los Simpson. Estemos preparados, todo puede ocurrirnos, y por ello, que a nadie le pille sin un buen surtido velas y demás utensilios de ocasión extrema. No está de más, por tanto, no olvidarnos en modo supervivencia.

Pero seamos realistas, ser y estar prevenidos es muy conveniente, pero uno no puede estar perfectamente preparado para todo lo que pueda llegar a ocurrir, en especial si esto fuera de lo más inesperado. Por lo que de alguna manera es bastante contradictorio que desde altas instituciones se nos pide: que estemos preparados para lo que no sabemos que puede pasar. Pero ¿y los responsables de la prevención y toma las medidas necesarias para evitar que ocurran estos imprevisibles apagones y crisis insospechadas, que nos sobrevienen sucesivas cual plagas bíblicas, por qué no lo están ellos primero y nos garantizan cierta tranquilidad? A lo mejor nosotros debemos estar preparados, o al menos tratar de estarlo, pero los mandatarios deben también estarlo. ¿O no debería ser así?

Quizás haya que hablar aquí de algunos apagones no advertidos que, a unos y otros, nos tienen completamente a oscuras. Y es que parece que no vemos lo que no vemos, es decir, que aunque sean evidentes todos los problemas y dificultades que nos rodean, no nos percatamos. Puede que solo se trate de que no queremos ver, o que nos tienen verdaderamente distraídos para que nos ocupemos del reclamo o polémica del momento, evitando que tomemos conciencia de lo que está realmente ocurriendo. Gracias a Dios no todos andan sumidos en una oscuridad que no perciben, en un apagón de lucidez y consciencia, puesto que aún quedan cabezas pensantes y mentes despiertas. Hagámonos un favor y escuchemos las propuestas de los más avezados pensadores, tal vez descubramos una luz incipiente que pueda guiarnos a buen destino en lugar de vagar hacia el abismo del desatino.

Nos advierte, por ejemplo, nuestro nuevo pontífice, León XIV, que ha elegido dicho nombre porque viene a retomar la misión de reivindicar la defensa del hombre ante la actual revolución de la IA. ¿Concebimos el alcance y la transformación que se nos avecina? ¿Sabremos emplearla bien y para el bien? Toda precaución y prudencia no están de más, o es que solo hemos estar preparado para los desastres. ¿No habrá que estar también alerta y atentos para anticiparse a las posibles consecuencias de este tremendo cambio al que estamos asistiendo. Sorprende que, salvo entre especialistas en la materia, el documento "Antiqua et nova" que el Vaticano publicó el pasado 28 de enero ha pasado en perfecto apagón para el resto de los mortales. ¿Vemos o no vemos lo que deberíamos ver? ¿Acaso no va con nosotros? Qué bueno sería que comprendiéramos adecuadamente y supiéramos manejar esta potente herramienta y los retos que supone. No permanezcamos en las tinieblas de la ignorancia y la posible manipulación.

Las lecturas de este VI domingo de pascua pueden servirnos también de acicate para no permanecer dormidos a merced de la oscuridad dominante. Podemos tratar de iluminarnos con la palabra que Jesucristo resucitado nos propone, porque ella misma es resucitadora y, por ello, nos capacita para vencer la tiniebla. Una tiniebla que campa a sus anchas en este mundo violento e injusto, pero que también se instala dentro de cada uno de nosotros impidiendo que brote lo mejor en nuestras relaciones. Nos lo expresa Jesús cuando nos insiste en que "El que me ama guardará mi palabra". Porque si amamos a Aquel que nos ama hasta el extremo, aprenderemos que el amor a uno mismo no ha de ser la máxima de nuestro modo de vivir, por mucho que esté vigente y establecido un amor posesivo y excluyente con la alteridad, un amor egoísta y solipsista que mata cualquier posible de fraternidad y comunidad. Esta ausencia de amor y reconocimiento de la dignidad del resto de personas está detrás de los abusos, manipulaciones, agresividades y relaciones destructivas que tanto predominan. Por tanto, la propuesta es bien sencilla: más evangelio y menos maldad, y con ella otro gallo nos cantaría.

Además nos habla Jesús de darnos su paz, una paz consumada y pascual, una paz que reconstruye los puentes con todos, tanto Dios como los hombres, piensen o sienten como quieran; una voluntad de paz profunda que no anula la diferencia, sino que en el amor la armoniza; una paz que no deconstruye hostilidades y guerras. Porque son estas, insignes jinetes del Apocalipsis, poderosos agentes de la tiniebla y del gran apagón en el que, a nivel personal o global, podemos sumirnos por mera dejadez. En cambio, si Cristo nos dona su misma paz, la que nace del amor incondicional, hemos de ir llevando esa paz "desarmada y desarmante" a todo nuestro ser y a nuestras relaciones. Pacifiquémonos y pacifiquemos con este don de Cristo resucitado que vence al mundo y a la tiniebla.

Y finalmente, nos promete Jesús en el evangelio de Juan, la necesaria ayuda del Espíritu Santo. Nosotros solos poco podemos, pero juntos y unidos, sí que podemos, contando con el Paráclito que actúa en nosotros, nos renueva y guía; posibilita e impulsa a esa Iglesia, comunidad inmensa de hermanos que se esfuerzan día a día por ser mejores y hacer el bien; por perdonar y perdonarse; por amar y entregarse por el bien de todos; por convertir este mundo en el Reino de Dios, donde el amor de Dios sea la única ley, esa que todo hombre lleva inscrita en el corazón, aunque si permanece en la tiniebla, ni siquiera se ha percatado aún de ello.

Cristo, en la cruz, cuando parecía que vencían las tinieblas, venció y sigue venciendo rotundamente con su luz pascual. Nosotros hemos de insistir y sumarnos a esa su victoria, que es la nuestra. El nos da su Espíritu y su vida plena. Imposible será la derrota. En Él podemos vencer toda posible tiniebla, por mucho que el apagón trate de anularlo todo. Por ello, somos peregrinos de la esperanza, dispuestos a hacer partícipes de la resurrección a toda la creacción. 

sábado, 17 de mayo de 2025

Con los pies en el cielo

 CON LOS PIES EN EL CIELO


Posiblemente los antiguos, al carecer de otros entretenimientos al alcance, miraban y se recreaban mucho más que nosotros, los postmodernos cibernéticos, en la serena contemplación del cielo, pues nosotros a lo único que prestamos atención es ya a los dispositivos móviles, apéndice no fisiológico de nuestra persona. Algunos afirman, muy reflexivos, que tras el apagón ya hemos aprendido la lección de la hiperdependencia tecnológica, es decir, que hay vida más allá de la pantalla. Da la impresión que después, tampoco ha cambiado nada realmente, y que eso de tener la testuz inclinada, sometida y distraída, tiene mucho arraigo en estas generaciones, y tiene difícil remedio. ¡Qué lástima!

Y es que en esto de vérselas o no vérselas con el cielo nos jugamos mucho; tanto como lo que en realidad somos. Contemplar el cielo es para ociosos, seres liberados de los apegos inmediatos y terrenales, que se pueden permitir seguir el ritmo excelso al que van transcurriendo las nubes, las aves, los días y las noches con perfecta armonía. Sea de día o de noche, de mañana o de tarde, el cielo siempre es digno de que nos recreemos en él gozosamente.

Si es verdad aquello de que somos lo que comemos, tal vez podría ser cierto también que somos aquello que contemplamos. Es cuerpo se alimenta por la boca, pero no solo de pan vive el hombre. Escojamos, por tanto, lo mejor para no quedarnos espiritualmente escuchimizados. Alimentémonos de cielos prodigiosamente desplegados, de horizontes lejanos, y de perspectivas inmensas. Alternemos la vista de cerca con la vista al infinito. Seamos al mismo tiempo soñadores y prácticos; tengamos, por tanto, los pies en la tierra, pero sin que por ello dejemos de poner, asimismo, los pies y la vista en el cielo. Pisemos charcos, hollemos nubes. No renunciemos a la utopía, sino avancemos para que pueda ser. Juntos podemos ir realizando aquel sueño de Jesús al que no vamos a renunciar. 

Es por eso que precisamos como agua de mayo recrearnos con el evangelio, que si nos cala, nos capacita, como a los apóstoles para ver más allá, ver lo que no se ve, pero así (y solo así) poder empezar a posibilitarlo. Ensanchemos nuestra visión para poder mermar aquello que se nos escapa. 

Las lecturas de este V domingo de Pascua nos testimonian a una primera comunidad creyente dispuesta a anunciar por toda la vasta extensión de la tierra, que va tan pareja al cielo, que Cristo ha resucitado, que todo es posible, que Dios vive, resucita y transforma. Tanto es así, que unos pocos lograron cambiar las tornas de la historia, se salieron de los rígidos raíles de lo esperable y surcaron intrépidamente nuevos mares, porque iban llenos de cielo. ¿Qué nos ha ocurrido a nosotros para andar tan cegatos, tan reducidos de visión para las cosas grandes e intangibles? ¿No será que ya casi no miramos el cielo?

Mayúsculo error sería no ver más allá de lo que tenemos a un palmo de nuestras narices, no por falta de agudeza visual, sino más bien por cortedad de entendimiento, por desengaño o por indiferencia. No nos acostumbremos a los límites impuestos por una realidad excesivamente superficial. No pequemos de ser demasiado acomodaticios y conformistas. El corazón sabe bien que podemos amar más y con mayor alcance. No seamos meros zombis desesperanzados, marionetas a la deriva en una sociedad que vaga sin rumbo y seriamente deshumanizada. Alcémonos y plantemos cara al reduccionismo materialista. Hemos de ser leones, como nuestro nuevo papa, capaces de no asumir lo inasumible, porque un mundo mejor es posible y deseable.

Es el que bajó del cielo el que una y otra vez nos anima a alzar la mirada, a aspirar a una transformación fundamental del propio ser y nuestras relaciones: la tierra ha de ser semejante al cielo, si logramos dar pasos imparables para lograr el Reino de Dios aquí en la tierra. ¿Imposible? Para los que creen, para los que ven lo que todavía no es no hay nada imposible. Jesús nos dice la manera: "Si os amáis como yo os he amado". No hay otra manera de acercar el cielo a la tierra, que lleguen a tocarse, que haya una simbiosis esplendorosa. Creamos y creemos, con la ayuda del Espíritu, que hace nuevas todas las cosas esa nueva vida que Cristo resucitado nos propone.

Miremos, pues, la tierra con el mismo afán creador con el que deberíamos leer el cielo, y todo se ira convirtiendo en maravilloso. De los que son como niños, de los que miran así, maravillados, con ese candor y esa capacidad de confiar, es y será el reino de los cielos, esa tierra nueva y esos cielos nuevos de los que habla el Apocalipsis. Es el momento de enfrentarnos al mal con la confianza de que el amor lo transforma todo. Dios está empeñado en que así sea. Colaboremos animosos con Él. Esta es la misión de los que formamos la Iglesia.

sábado, 10 de mayo de 2025

Regalazo

REGALAZO



Dar y recibir. En la vida tenemos la sana costumbre de expresar nuestro afecto, gratitud o reconocimiento a otra persona a través de regalos. Está bien que esos regalos sean materiales, pero no han de serlo necesariamente siempre. De hecho, los regalos más valiosos son los que menos precio tienen, pues ni siquiera se pueden adquirirse en las tiendas. Estamos inmersos en una sociedad hiperconsumista y mercantilista, todo es tasado según la consabida ley de la oferta y la demanda, y sin embargo, lo realmente exclusivo sería lo inasequible, porque no se puede comprar por mucho que algunas marcas traten de apropiarse del anterior adjetivo. Ni todo se compra ni todo tiene precio.

Qué bueno que se pueda dar y recibir porque sí, en una entrega desinteresada o a veces en un intercambio gratuito y recíproco. Qué bueno ir reconociendo que la existencia puede llegar a ser un regalo: cada día, cada momento, cada ocasión como oportunidad para ser vivida y compartida con el resto. Cierto que en muchas situaciones extremas hemos convertido la vida de tantos en algo extremadamente penoso apenas soportable (guerras, injusticias, pobreza, maltrato y crueldad). Pero también es cierto que cuando se respeta la dignidad de todos, y las condiciones son también dignas, entonces sí que podríamos valorar la maravilla de llevar una existencia en la que todo es don gratuito, regalo, posibilidad de compartir con los demás, tanto lo que uno es, como lo que son los otros. Esa es la clave de la cultura del encuentro, la gratuidad, la entrega desinteresada, el amor. Todas las existencias son por amor y para amar, por mucho que los seres humanos nos empeñemos en impedirlo. Jesús de Nazaret lo sabía y no se cansó ni se cansa de hacérnoslo saber. Tratemos de hacer realidad ese modo de ser y estar que Jesucristo nos descubre. Es posible escapar de esta vida abocada al sinsentido en que nos quieren instalar. El que ya venció, viene a liberarnos. 

Es por ello que el Evangelio es siempre buena nueva, es regalo para todos, al menos para los que cuando quieran puedan abrirlo, conocerlo y dejarse avivar por él. Sí, las palabras de vida que nos llegan en el evangelio, a través de las cuales conocemos al Hijo del hombre, son un verdadero regalo, un auténtico tesoro para custodiar en nuestro interior, pero sobre todo para plantar y que germine en nosotros una vida divina que es inmenso regalo.

Las lecturas de este cuarto domingo de Pascua nos inciden en que todos podemos ser receptores del regalo o invitación que Dios nos hace: sale a nuestro encuentro, nos reconoce, nos muestra su amor y nos llama a seguirle sin reservas, a ser más libres, a dejarlo todo para optar a lo mejor. El amor de Dios no obliga, no coacciona, no engatusa ni promete algo que no vaya a cumplir. No, el amor de Dios, acepta, integra, acompaña, cuida y libera; es grano de mostaza y es, por ello, árbol que permite anidar a las aves y dar fruto a su debido tiempo. Es promesa y cumplimiento. Es el regalo más regalado que te capacita para que tú puedas ser regalo también para los demás. Todo es don, todo es gracia, todo regalo inmerecido.

Si así lo decides, puedes seguir su voz, la voz del Resucitado que nos convoca a ser miembros vivos de su Iglesia. No pasivos que se dejan llevar, sino despiertos, conscientes, ilusionados, como peregrinos de esperanza que no pueden dejar de compartir su alegría. Seas de dónde seas, en su pueblo o su rebaño hay sitio y hermanos para ti. No estás solo, Dios habita en medio de su pueblo, y nos conduce hacia fuentes de aguas vivas. Ven, ven también tú y podrás descubrirlo y vivirlo por ti mismo en medio de la fiesta pascual. Ven al encuentro y al banquete. Que nada te lastre, impida o bloquee. Has nacido para ser libre y participar de este nuevo pueblo en el amor resucitador. ¿No escuchas su invitación?

Hemos asistido en estas fechas al fallecimiento de Francisco, al que hemos despedido con sincero agradecimiento. Ahora, tras este cónclave tan sorprendente, estamos atónitos y alegres, como los apóstoles tras ser testigos de la resurrección del Señor, pues ya tenemos a un nuevo papa bueno, de nombre León XIV. Un hombre de Dios que ha asumido el reto y la elección de Dios realizada a través de los cardenales. Este nuevo pontífice es un regalazo que nos llegado. Es hora de escuchar su voz, de dejarse conducir por aquel que a su vez se ha dejado conducir por el Espíritu. Seguirle, rezar por él y arrimar el hombro. El vicario de Cristo nos anima a realizar juntos la misión encomendada a la Iglesia, y a hacerlo como Dios quiere, sinodalmente y en comunión.

Fue una tarde inolvidable aquella del 8 de mayo del 2025. Con cuánta expectación y emoción se siguió en todo el orbe la elección del sucesor de Pedro. Mereció la pena estar pendiente del humo que saliese de la chimenea. El Espíritu del Señor, protagonista de lo que ocurría, estaba actuando de manera clara, sutil y decisiva en la Iglesia para renovar y abrir nuevos caminos. La Iglesia, impulsada por el Espíritu del Resucitado, está disponiéndose a seguir siendo el referente y evitar que caigamos en una sociedad deshumanizada. La Iglesia es imprescindible para el triunfo del bien, del amor y de la paz en el futuro. Es necesario permanecer atentos a León XIV y seguir apoyándole. Viene a hacer mucho bien, y todos nosotros con él, pues vamos en la misma barca, y hemos de remar conjuntamente.

Qué regalo es la Iglesia para los hombres de hoy en día, en especial para aquellos que de verdad buscan la verdad. Qué regalo son su mensaje, sus propuestas en favor del bien común, de la dignidad y los derechos de los hombres y de la paz. ¡Ánimo, León, cuentas con la fuerza de los débiles y sencillos, con la fuerza de la oración y del amor! No podemos ser indiferentes ni pasivos, sabemos que estamos llamados a colaborar corresponsablemente en el plan de Dios! Cuentas con nosotros y nosotros contigo. Recibe nuestra cariñosa bienvenida. Que el regalo del amor salvador de Dios siga dando mucho fruto. 

sábado, 3 de mayo de 2025

Lo propio

 LO PROPIO


Las palabras dan bastante de sí, porque la misma palabra que sirve para denominar una idea suele tener otros significados subalternos nada desdeñables. Con una misma palabra se puede expresar gran cantidad de matices muy pertinentes de la realidad y del pensamiento. Tanto es así, que aquellos que reducen el mundo a su exclusiva concepción, los poco dados a admitir otras opiniones, se manejan en un lenguaje donde las palabras tan solo expresan lo que ellos piensan. Bien pudiera ser que la raíz de su cerrazón comience en un problema lingüístico y terminológico. Gracias a Dios, a la complejidad del mundo le corresponde la riqueza disponible del lenguaje. Aunque este blog trata más de compartir una reflexión a partir de la interpelación que nos hace el Evangelio dominical, que de conjeturas semánticas, en esta ocasión sí quisiéramos apuntar la rica significación del término testigo.

La palabra testigo designaría a aquel que presencia algún suceso. Es esta una primera y necesaria significación. Si dicho ser humano no ha presenciado un hecho, no va a saber dar cuenta de aquello que ni ha visto ni oído ni experimentado por sí mismo. Es cierto que puede haber y hay falsos testigos. Son aquellos que dicen haber estado delante sin haber estado, los que testifican lo que les conviene a sus intereses, faltando por completo a la verdad con total desfachatez. El buen juez, con experiencia y criterio, sabe detectar a los segundos y fiarse solo de los primeros. En la medida que a nosotros nos concierne, que no hemos de ejercer tan compleja tarea legal, también deberíamos discriminar a los que solo sale de su boca lo que es cierto, de aquellos otros que pretenden dar testimonio, pero no son m´s que embaucadores y manipuladores. ¿Tan difícil resulta? ¿Por qué solemos caer en la trampa de los cínicos como cándidos o incautos?

Cuando vamos al evangelio y nos exponemos a su lectura, lo hacemos ante el testimonio de aquellos que nos cuentan lo que ellos por sí mismos presenciaron y experimentaron. Los evangelios están escritos por testigos preferentes del Hijo de Dios encarnado. A su vez, Jesucristo, el protagonista de toda la Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, también refiere que Él cuenta lo que ha visto y oído en el seno de la Trinidad, y por tanto, también es testigo del Padre. Y los que a su vez nos reconocemos creyentes, somos testigos de los testigos que nos hemos ido pasando de unos a otros el testigo, es decir, el objeto de traspaso que confiere continuidad en el mismo testimonio.

Por tanto, si nos hemos sabido explicarnos hasta aquí, en primer lugar habría una presencia ante un acontecimiento por el que uno es testigo presencial; esto es lo que le convierte en testigo autorizado y veraz de aquello que presenció o experimentó, y ese testimonio, aunque no sea el objeto que se pasan los corredores en las carreras por equipos cuando se pasan el turno, es el testigo que los cristianos seguimos pasándonos en una sucesión progresiva que podríamos denominar transmisión y misión evangelizadora.

En estos días de Pascua, los apóstoles y discípulos, empezando por las mujeres, los amigos de Jesús, son testigos de su resurrección. Por más que les acarrean represalias taxativas, no cejan en su empeño entusiasta de proclamar que Jesucristo vive. Son testigos de primera mano que testifican ante el mundo que se ha iniciado un tiempo nuevo y salvífico para la humanidad. Este proceso que irrumpe tras la muerte y resurrección del Señor es imparable: es el tiempo del Espíritu y su acción en la Iglesia y en la historia. Aunque se opongan el Imperio Romano con sus legiones, y el Sanedrín en pleno con sus reparos y confabulaciones, el testimonio que con su vida deben dar los cristianos manifiesta que el amor de Dios es la buena noticia que se expande y arraiga. Todos somos ahora testigos del Jesús que está en la orilla esperando que volvamos de nuestras faenas con el fuego encendido, el pescado asado y todo dispuesto para el banquete.

Cuando regresemos adonde Él está no nos preguntará si le hemos amado, sino si le amamos, en un presente eterno y absoluto, que integra pasado y futuro. Ahí ya se han encontrado plenamente el Papa Francisco y Jesús, su amado Jesús. Allí posiblemente le habrá preguntado tan solo eso mismo que le preguntó de manera reiterativa a Pedro aquella mañana: Francisco, ¿me amas?

Francisco ha sido un testigo valiente. Ha amado a Cristo y a su Iglesia, y por ello, no se ha amilanado ante las dificultades, sino que con audacia nos ha propuesto a las claras el amor que resucita, ese que sale del costado de Cristo, ese que no defrauda y que es para todos, todos, todos; especialmente los que la sociedad tiene a gala excluir inmisericordemente. Francisco ha puesto a la Iglesia a caminar en sinodalidad; y resulta que, con estos pequeños retoques y su puesta a punto, la maquinaria de la locomotora de la Iglesia funciona perfectamente, a pesar de los años, pues bastaba con engrasarla (y de eso ya se ocupa el Espíritu) y de aligerar algo la carga acumulada.

Lo propio es que el nuevo y futuro Papa que salga del cónclave, seguirá trabajando como testigo de testigos, y la Iglesia tendrá cabida para todos y se ensanchará hasta donde haga falta. Hoy por hoy esta Iglesia que anuncia y vive con radicalidad el mensaje esperanzador del Evangelio es el futuro y el remedio para una sociedad que se está deshumanizando y que no parece encontrar el rumbo. La defensa de la dignidad del hombre va pareja al mensaje de Cristo. Papa, te esperamos con ilusión, la misión nos reclama. Ni el mundo ni la Iglesia se pueden parar.

Y nosotros en esta labor ¿somos auténticos testigos? ¿Hemos sido previamente testigos del Resucitado para poder dar también testimonio? ¿Qué nos mueve a serlo? ¿Nos han pasado el testigo otros testigos como el Papa Francisco? ¿No es lo propio contar y vivir aquello que conocemos y somos porque lo hemos experimentado? ¿Cómo hemos de dar ese testimonio? Que el Espíritu sea el que promueva ese Reino de los Cielos aquí ya en la tierra.

sábado, 26 de abril de 2025

No en vano

NO EN VANO


Cuesta creer. Nadie dijo que fuese fácil. Creer, a la vez que crear, supone un salto importante en el vacío, en el que puede uno sostenerse en el aire o caer y darse de bruces contra una sórdida realidad. No es seguro, se requiere aceptar el riesgo de equivocarse, pero también el de acertar de pleno. Vivimos tiempos de asumir el mínimo riesgo, se prefiere ir sobre seguro. Tiempos confusos, donde lo tangible puede llegar a parecernos de mayor solidez que aquello que tan solo intuimos. Pero, sin embargo, si el ser humano no llega a ser capaz de apuestas audaces, dejando atrás el burdo materialismo y el hedonismo individualista y consumista, a bien poco va a llegar en su periplo vital. Sí, conviene no perder la sensatez, pero "el corazón tiene razones que la razón no entiende" (B. Pascal).

Tal vez, alguno de los mayores males de esta sociedad posmoderna mercantilista, es que hemos ido dejando de creer en ideales, en luchar por aquellos logros que merecían la pena y que conferían a las personas un rumbo y una vocación. No puede ser así. Hemos de apostar personalmente por aquello que amamos, pero con un corazón raquítico, sino con un corazón potente, capaz de aspirar a los mayores y mejores horizontes. Si esto no es así, si ya no somos capaces de apasionarnos por lo mejor, estaríamos viviendo en una sociedad del desencanto, y llevando existencias de mínimos, que no logran dar plenitud a la vida humana, pues se conforman con intereses exclusivamente particulares y poco explicitables. Pero, si hemos acertado con el síntoma que hoy nos aqueja, también podremos aproximarnos a dar con el remedio necesario para ahuyentar nuestros males.

No en vano estamos celebrando la octava de Pascua. Cristo ha resucitado de una vez para siempre, ya no deja de resucitarnos, de concedernos una nueva vida que nace del Espíritu y que deja a nuestra disposición. Solemos acudir a toda prisa adonde consideramos que hay algo urgente, necesario e importantísimo; sin embargo, a esa posibilidad de vida que mana del corazón de Cristo, no solemos acudir, nos resulta indiferente. Por contra, María Magdalena y los apóstoles sí corrieron y se enfrentaron a la frontera paralizante de la evidencia. ¿No habrá un más allá de la ausencia ante la evidencia del sepulcro vacío? ¿Cabe acaso esperar la razón de la sinrazón de la resurrección del Señor? ¿Queda aún algún resquicio en nuestro entendimiento para el misterio y para lo sagrado?

Santo Tomás lo tenía bien claro: "si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo". ¿Es que es hasta ahí solo hasta donde llega el ser humano o es capaz tal vez de fiarse, aunque no constate y verifique de manera palpable lo que puede llegar a descubrir desde el amor y el espíritu? Es cierto que con el método empírico hemos avanzado mucho técnicamente, pero tal vez no demasiado en otras dimensiones propias del ser humano. Aunque no en vano algunos sí se arriesgaron, y con todo en contra creyeron, vieron, tocaron, escucharon y reconocieron al Resucitado. Fueron capaces de ver más allá del muro de la evidencia de la muerte, porque sí se puede, y gracias a ello, lograron descubrir la evidencia de la resurrección: el Señor estaba en medio de ellos y les exhortaba a vivir en paz. Se llenaron de esa presencia viva de Cristo Resucitado y no podían ya dejar de contarlo.

No en vano ha sido tampoco la vida de entrega fiel del Papa Francisco, que en este tiempo pascual se nos ha ido al cielo. Pero nos queda su recuerdo, su testimonio, su legado y un montón de propuestas abiertas. No se explicaría nada de la vida de Francisco sin esa adhesión creativa a la fe en el Resucitado, que no nos permite seguir viviendo autorreferidos, sino que nos capacita para vivir en ese nuevo modo de ser y estar abiertos a Dios, al hermano y a la construcción de un mundo de amor, es decir, conforme a los ideales valiosos que, como se ha expuesto, son los que permiten llevar una vida mucho más plena y con sentido. Esto es, no una sociedad de la indiferencia, de la desvinculación y el descarte, y por tanto deshumanizada por completo, sino justo lo contrario: ser para los demás, ser personas, llamados a descubrir y construir la cultura del encuentro, tal y como quería el Papa Francisco.

Es hora de tomarnos muy en serio ese mensaje transformador del Papa Francisco. Él trató de encarnar el evangelio con sencillez y originalidad, y por ello, como pontífice, hacer una Iglesia más coherente con los orígenes que con la historia. Hemos de recuperar esa Iglesia sinodal, hospital de campaña para acompañar y consolar a todos los hombres que sufren. Es hora de seguir caminando con ilusión, como verdaderos peregrinos de esperanza. Es hora de dejarnos resucitar como personas y como Iglesia unida, ya que la frescura del evangelio, que tan magistralmente supo recordarnos el Papa Francisco, no debe perder novedad su propuesta.

Que el Espíritu, que todo lo hace nuevo siga y siga soplándonos para que se nos avive a todos la llama del amor y de la fe (tal vez no pueda haber uno sin el otro),y para que conduzca la nave de la Iglesia hacia su Pascua. Soltemos, pues amarras, convirtámonos profundamente, y confiados, dejémonos conducir por el Señor, remando juntos. El está y estará en medio de nosotros, hasta el final, acompañándonos, por mucho que arrecie la tormenta.