sábado, 4 de octubre de 2025

Elegir bien el terreno

ELEGIR BIEN EL TERRENO


No nos llevemos a engaño elegir, y además elegir bien, es un asunto complejo y complicado. Pues aunque en nuestro día a día, estamos continuamente realizando elecciones, a veces muy a la ligera y sin haber sopesado la idoneidad de cada una de las diferentes opciones. Hay elecciones muy fáciles de tomar, pero menos habituales, que tratamos de no tener que tomar, pero que al final no nos queda más remedio, porque terminan siendo inevitables si queremos avanzar.

Tal vez aprender a vivir es aprender a decidir y aceptar aquello que hemos ido eligiendo. Asumir tanto errores como aciertos, y llegar a ser uno mismo con todo ello, pues hasta los tropiezos implican avance. Don Quijote, a veces, llegados a un cruce de caminos, dejaba que Rocinante fuera el que decidiera cuál era el camino por el que seguir, daba tanto uno como otro, pues cuando va el caballero andante, la aventura, hilada por la magistral pluma da D. Miguel de Cervantes, está más que asegurada. Todo camino puede ser un itinerario estimulante para el aprendizaje y el crecimiento.

La cuestión de la elección se complica bastante más cuando las opciones por las que inclinarse no son solamente dos, donde el margen de acierto era el mismo que el de error, sino que aparecen múltiples variantes que complican y dificultan seriamente la toma de decisiones. Ahí ya la cosa cambia y las posibilidades de tomar la opción correcta son mucho menores. ¡Qué gran misterio este de vivir decidiendo antes de poder hacer el balance de las consecuencias, pero también qué gran aventura! 

Normalmente, la mayor parte de las decisiones que implica la vida no presentan gran dificultad, porque son sobre algo externo a nuestra ser: lo que preferimos, lo que nos interesa, con qué nos entretenemos o que actividad realizamos; pero el evangelio no se ocupa demasiado de este tipo de elecciones de poca monta, sino, por el contrario, de aquellas que afectan de lleno a nuestra propia existencia, las que van a marcar nuestro periplo existencial. Son las decisiones que nos permitirán ser nosotros mismos de manera definitiva, y eso ya sí que son palabras mayores. En estas decisiones, de profundidad o de raíz, es donde nos lo jugamos todo, donde podemos ganar o perder por completo nuestra vida.

Las lecturas de este domingo XXVII del tiempo ordinario, en el que la Iglesia celebra a la vez la jornada del migrante y también el VI domingo por la comunión eclesial, el salmo nos indica que no endurezcamos el corazón, sino que ojalá lo abriésemos de par en par a esa palabra vivificadora de Dios, y por su palabra, arraigue en nosotros su Espíritu, para que poco a poco, se produzca en un hermoso y fructífero proceso, y nos transformemos en seres capaces de amar de verdad a los otros, de construir puentes de encuentro y colaboración los unos con los otros.

Nos dice Jesús en el evangelio que pidamos al Padre que nos aumente la fe, para que con esta manera de vivir sea posible realizar su voluntad; para que nuestras decisiones acierten con el terreno donde queremos arraigar y crecer como los seres humanos que se atreven a soñar y a posibilitar cambios y mejoras. Empecemos ya a servir para ese propósito del reino, en lugar de replegarnos sobre nosotros mismos y sobre nuestras heridas. Entonces no desecharemos nuestras capacidades, sino que sabremos ponerlas en común para transformar nuestras vidas y nuestro entorno.

Por tanto, debemos elegir bien el terrenos sobre el que vamos a cimentar nuestro proyecto vital. Esta cuestión es crucial. Podremos echar raíces en el legado precioso que se nos da, que, según nos propone San Pablo en la segunda carta a Timoteo, es "el precioso depósito del Espíritu Santo que habita en nosotros", "no un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza". Este es buen terreno, quien cultiva en él acierta de plano y su vida da fruto abundante.

Ay, si tuviéramos la fe de un granito de mostaza, tal y como nos propone el evangelio, todo lo venceríamos, todo lo lograríamos, no con nuestras propias fuerzas, sino porque Dios se vale de los humildes, los que se abren sin doblez a su obra para hacer grandes cosas, porque nosotros somos tan sólo siervos inútiles, que hacemos lo que deberíamos hacer: ponernos a su servicio, trabajar concordes en su viña, tender puentes de entendimiento con los otros, abrazar la diferencia, amar, amar como Él nos enseña, como él nos ha amado.     

Desengañémonos de que para tener éxito hay que competir con los otros, es un engaño; más bien es justamente al contrario, para que tu vida tenga plenitud, no has de competir, sino escoger con acierto desde qué terreno quieres desarrollar tu vida. Tú eliges si sobre aquello que te ofrece el mundo (individualismo, consumismo, superficialidad...) o sobre el plan del Dios vivo, que te habla en el evangelio y te llama a una transformación luminosa de lo humano, a sacar a la luz la belleza esencial que tú eres.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Maneras de vivir

MANERAS DE VIVIR


Los que llevan en esta vida ya mucho recorrido tal vez recuerden una canción que en su día alcanzó mucha fama, y hoy, aunque sea un clásico de aquellas generaciones, ya es poco escuchada. Y es que pasa el tiempo, los seres humanos también, y con ellos a la vez las modas y gustos con una pasmosa fugacidad. El tema en cuestión se titulaba "Maneras de vivir" y sirve de inspiración para la entrada de este XXVI domingo de tiempo ordinario, ya que las lecturas nos proponen estas posibles maneras de vivir que cada uno trata de llevar con mayor o menor acierto.

Y es que esto de la vida no es cuestión baladí, que está muchísimo en juego. Por ello el profeta Amós nos indica que algunos andan viviendo de lujo en lujo, de deleite en deleite, y de banquete en banquete, y la vida se les pasa sin más ni más, inmersos en una distracción inconsciente poco propia de los seres racionales que supuestamente somos. Efectivamente, lo que antaño pasó, sigue pasando hoy en día. Los poderosos se dedican por completo a su continuo disfrute, sin reparar siquiera en los sudores y dificultades que pasan muchos del resto de los seres humanos. Mientras algunos abundan en la opulencia, otros pasan enormes penurias, y no tratan de poner a esta injusta e inhumana situación remedio alguno. Tan solo se ocupan de su estúpidas fiestas privadas y se enriquecen a costa del sufrimiento del resto.

Qué bueno que las Escrituras siempre nos proponen una lectura de la realidad con mayor sensibilidad, la de Dios, para hacernos ser críticos con esta manera de vivir insostenible. La palabra de Dios una y otra vez nos insisten en que hemos de despertar ya, no permanecer con la cabeza, el corazón y el alma embotados y aceptamos como normal lo que es absolutamente inaceptable.

Lo peligroso es que no solo los poderosos se miran en exclusiva a su propio ombligo, prescindiendo de los rostros de sus semejantes. Esa manera de vivir inconsciente y egoísta es compartida de manera generalizada por unos y otros, y es ahí donde radica el verdadero problema. También nosotros vamos a lo nuestro y el sufrimiento y las necesidades ajenas nos terminan resultando indiferentes. Esa manera de vivir tan nociva se podría expresar bajo el adagio de "tú a lo tuyo", como si en lo tuyo no cupiese lo de todos. ¿O es que alguien se ha hecho a sí mismo sin nadie que le haya prestado su ayuda, colaboración, auxilio o cooperación? Ya antes de venir al mundo todos precisamos de otros seres humanos. Precisamente ser persona es reconocer esa tupida red de relaciones que posibilitan que seamos. Sin embargo, terminamos cayendo en aquella manera de vivir que denunciaba el profeta Amós.

En la parábola que nos regala Jesús en el evangelio, aparece la parte que no solemos tener presente. Hay dos personajes un rico que solo se ocupa de pasarlo bien y un pobre llamado Lázaro del que el rico no se ocupa, a pesar de tenerlo en la puerta de su casa. Tras la muerte de ambos, el rico no goza de la gloria de Dios, como sí lo hace Lázaro, y por fin, ya tarde, descubre que no ha sabido vivir esa relación preocupada, implicada y ocupada en compartir su bienestar con los que tenía cerca (prójimo). ¿Qué nos impide a nosotros reconocer y paliar las necesidades de aquellos que están a nuestro alcance? Santa Teresa de Calcuta veía en el sufriente al mismo Jesús y se deshacía en atenciones con todos ellos. Su corazón estaba atento al prójimo y sus manos prestas a cuidar. Hay una manera mejor de vivir, mucho más grata a Dios y a los hombres. Empecemos a vivir dando vida.

San Pablo, hoy, en la primera carta a Timoteo lo afirma con estas palabras: "busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre..."Ese el el camino, esa es la forma, la manera de transformarnos en más humanos, viviendo en la caridad, que es el amor que no se cierra sobre sí mismo, sino que por contra se entrega en bien de los demás. Esa es la manera de vivir que da satisfacción y plenitud, y no el disfrute vulgar y pasajero que poco aporta y termina por sumergirnos en una vorágine de consumo deshumanizadora. No seamos como el rico incauto, que entre tanto disfrute vano, no se percató del hermano desnudo, enfermo y hambriento.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Ajustar las cuentas

AJUSTAR LAS CUENTAS


Después de tanta información que nos dan los medios de comunicación y de cantidad de películas y series, hemos terminado asociando el significado de venganza cruenta a lo que antes se expresaba con el término ajuste de cuentas. No todo ajuste de cuentas ha de implicar tomarse la justicia por su cuenta, más bien eso ocurre en ciertos casos en los que no se ajustaron nada bien las cuentas, en que alguno de los intervinientes en el trato no cumplió con lo establecido, faltando flagrantemente al acuerdo, y por eso, acabó en una escabechina. Lo normal es que si uno recibe un bien o un favor, luego trate de devolver aquello que ha recibido, ya que de bien nacidos es ser agradecidos. Pero recordemos que las relaciones entre las personas no han de reducirse a meros negocios.

Porque estamos ya hartitos de gente interesada, personas que solo tratan con los demás para sacar provecho de los demás. Gente sin escrúpulos que sólo buscan su propio beneficio, que tan sólo miran por sí mismos y todo lo que hacen les vale si persigue ese fin. En una sociedad marcadamente materialista e individualista es normal que esto ocurra, sin embargo, aunque esa haya sido la tendencia general de muchos seres humanos, y hayan causado efectos devastadores a lo largo de la historia, no todos hemos de ser así. Es más, cuanto menos seamos así, mejor para todos.

Nosotros no caigamos en ese error tan extendido. Advirtamos que otra manera de estar en el mundo y tratar con los demás es posible. Siempre habrá poderosos sin escrúpulos, capaces de pisar, engañar, manipular, vender, comprar, arruinar, destruir, especular y lo que haga falta, con tal de seguir acumulando ellos, sin preocuparse ni de la pobreza, la hambruna, muerte y desolación que van dejando a su paso. Para estos seres inhumanos la sed de poseer y dominar les impide ver ni las víctimas y ni las consecuencias de sus actos y decisiones. Creen que no tiene que dar cuenta a nadie, peor sí se las exigen a los demás con extremo rigor. Se equivocan por completo cuando creen que se librarán de hacer un balance final y de ajustarse las cuentas. Se consideran más inteligentes que todos los demás, pero demuestran ser unos completos insensatos.

En este domingo XXV de tiempo ordinario el profeta Amós nos pone en sobre aviso ante esta práctica explotadora que practican los malvados y que el Dios del amor deplora, pero los que han sucumbido al dios dinero desprecian esta antigua enseñanza, a la vez que se desentienden del amor divino.

¿Y nosotros? ¿Somos de los que en nuestro vivir tratamos de acaparar bienes a toda costa y valernos de los demás, o por contra, queremos compartir lo que somos y tenemos con sencillez y transparencia? Sin duda, la palabra de Dios nos ayuda a reconocer aspectos no siempre claros de nuestro proceder y tratar de transformarnos. Hemos de dejarnos iluminar por esta palabra que corrige, anima y hace crecer. En este sentido, el evangelio nos resulta muy beneficioso y esclarecedor. 

San Pablo, en la preciosa carta a Timoteo nos recuerda que en lugar de vivir con ese horizonte exclusivamente interesado, busquemos mejor el bien común, el que Dios promueve; este Dios Padre que se desvive por nosotros y nuestro bien. Los seres humanos, si estamos dispuestos a vivir conforme a esa voluntad que nos bendice, podremos hacer de este mundo un lugar en el que no se excluye a nadie, sino que se le apoya y cuida; donde sólo se combate por mejorarnos para mejorar el mundo.

No seamos, por tanto, de los insensatos que creen que no habrán de ajustar las cuentas ni consigo mismos ni con los demás, ni con la historia (al menos la propia) ni con Dios. Al final de la vida seremos juzgados del amor con el que hemos vivido; habremos de ajustarnos las cuentas, y ya no habrá posibilidad de más autoengaños ni huidas, la verdad de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho con nuestras vidas y nuestros talentos quedará en evidencia. Tan sólo eso: saldrá a reducir la verdad tal cual es. En algunos casos esa verdad será entrañablemente hermosa, porque triunfó la humildad, la bondad y el servicio; pero habrá otros casos en que la verdad dará vergüenza, será nauseabunda, porque tan solo nos movió el egoísmo feroz y la autocomplacencia, el amor al dinero, la violencia y la falta de honestidad, y no habrá ya nada que hacer ni lugar donde esconderse.

Como nos propone Jesús en el evangelio, si somos fieles en lo poco, podemos llegar a ser de manera fehaciente hijos de la Luz, hacedores de bien en lugar de daño. Somos siervos que hemos de elegir bien a quién servimos, para que así nuestras obras puedan presentarse el día que haya que ajustas las cuentas, y nuestra entrega sea reconocida y agradecida. Escojamos al mejor Señor y nuestra labor redundará en beneficio de todos. Ese es el camino de la felicidad compartida y del acierto pleno. Por contra, los que se equivocan en esa elección se destruirán ellos mismos y todo con ellos. No podrán ajustar las cuentas con el Señor de la vida, porque mucho les fue encomendado y lo desperdiciaron, dando más valor a lo material que a lo humano y a lo divino.

A tiempo estamos de acertar y priorizar todo lo que da vida, genera vida, alegría y construye fraternidad. El reino de Dios no sólo es deseable, también es posible, siempre que cada uno de nosotros ponga de su parte. Si tú te transformas, se empieza a transformar a la vez tu entorno.

sábado, 13 de septiembre de 2025

Contar con el antídoto

CONTAR CON EL ANTÍDOTO


Tal como nos advirtieron nuestros antepasados, mucho más experimentados que nosotros en tantas peripecias y en tantos asuntos vitales del noble arte del existir, muchos son los peligros que nos rondan. Por tanto, nunca está de más que seamos más prudentes y tratemos de evitarlos, o al menos andar prevenidos y llevar con nosotros el remedio eficaz para nuestros posibles males. Será por eso que también nos contaban antaño aquello de que hombre (o mujer) prevenido vale por dos. Sin embargo, a veces parece que nosotros andamos bastante desprevenidos y despreocupados por la vida, como si no nos fuera a pasar nada malo nunca.

Tan grave sería pecar de timoratos como de temerarios, es decir, no hemos de vivir ni atemorizados ni tampono no saber advertir los riesgos, lo primero porque nos impediría tomar las decisiones necesarias para avanzar, lo otro, porque al no considerar los daños y perjuicios de nuestras acciones, podemos llegar a soluciones para nada queridas, y hasta terribles, sin tienen posibilidad de retroceso. Seamos suficientemente valientes para intentar lo que queremos, pero al mismo tiempo, sensatos para evitar grandes locuras y lamentables errores.

Entre los innumerables peligros que tal vez acechan nuestro tranquilo discurrir por la vida, les habrá externos, totalmente ajenos a nuestra voluntad, contra los que algo, aunque poco, podremos hacer para que no se terminen produciendo. Pero hay otros peligros que sí provienen de nuestras malas decisiones, de nuestra mala cabeza; y en estos sí que quizás tengamos un margen mayor para evitarlos: no exponernos a ellos será el mayor remedio para no acabar sucumbiendo ante el peligro que con un mínimo de sensatez podríamos haber evitado.

Aún así, no conviene olvidar que contamos con un remedio excepcional, el mayor de los antídoto que siempre podemos llevarlo con nosotros: el auxilio del que entregó su vida en rescate de nosotros, y de nuestra tremenda y pertinaz debilidad, los seres humanos. Si hemos sucumbido ante cualquier mal, aún contamos con la misericordia inmensa del Padre, que hace lo imposible por nuestro bien. No lo desperdiciemos a la ligera.

Este domingo XXIV de tiempo ordinario coincide con una festividad de gran arraigo en nuestra tradición religiosa: la exaltación de la santa Cruz. Porque en la cruz Jesucristo dio su vida, y por su desbordante amor, unió todo su ser personal, de verdadero hombre y verdadero Dios, con nosotros. En la cruz, que era instrumento de suplicio y de castigo, la víctima logró dar muerte a la muerte y al mal, para entregarnos su vida, la vida que no acaba con esta vida finita, sino que se convierte en preámbulo de la vida eterna y verdadera, la del gozo y el consuelo eterno, la del encuentro con los que aman y son amados en la gloria.

Este antídoto es eficacísimo, ningún mal, por terrible que sea, puede mermar sus efectos. Si logramos hacer de nuestras vidas una inmersión en la vida espiritual que Jesucristo nos ha concedido, nada hemos de temer, porque la salvación y la gracia ya están operantes en nosotros. Qué lamentable error sería que pudiendo acceder a la mejor de las medicinas, esta que siendo mortales nos hace además ser inmortales, prescindiésemos de ella y corriésemos tras los falsos remedios que los voceros de turno tratan de vendernos. 

Porque es un auténtico regalo el que Dios nos hace con la entrega de su Hijo. Dios no nos abandona nunca, aunque a veces, por negligencia o falta de prudencia, nosotros si le abandonemos. En cualquier encrucijada, en cualquier aprieto, pero también cuando vienen bien dadas, confiemos en el Señor, que camina a tu lado, que no nos suelta de la mano, que nos ha facilitado la mejor de las medicinas: el amor incondicional que nos restaura. Abrámonos a la acción del Señor, en Él radica nuestra sanación y nuestra salvación. La cruz ya no es signo de final, sino de ese amor que se da sin reservas por el bien de aquellos a los que se ama. Es el amor de los amores, aprendamos de Jesús a vencernos a nosotros mismos y a todo mal, para amar más y mejor y dar también vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Suena la sirena

SUENA LA SIRENA


Lo queramos o no, ya toca despertar del sueño vacacional, aunque el tiempo se nos haya pasado volando. A unos nos costará más, a otros menos, pero a todos nos va tocando regresar a los lugares de residencia habitual, a los horarios que el día a día nos va imponiendo entre múltiples ocupaciones y obligaciones.

Ciertamente se hace duro volver a escuchar el sonido estridente de las sirenas y los despertadores, que ya nos convocan a la actividad. Cuesta lo suyo dejar atrás el sonido del remanso del arroyo, el rumor repetitivo y adormecedor de la las olas perdiendo su ímpetu en la orilla de la playa o el canto alegre de los pájaros y los grillos. Se acabaron de pronto las largas jornadas calurosas de luz recia y las noches bajo un cielo hermosamente igualable de estrellas, que invita a trasnochar y seguir soñando despiertos. Nos pasa todos los años desde que el mundo es mundo, o al menos desde que somos capaces de recordar: llega septiembre y con él el comienzo del cole. Ahora lo llaman depresión postvacacional, y a todos en distinto grado nos afecta. Cuando se termina un periodo, empieza otro que puede ser tan bueno o más que el anterior; esto en gran medida dependerá de cómo estemos dispuestos a vivirlo y a aprovecharlo.

Aunque tal vez no sea tan difícil encontrar algún remedio para tan extendido mal. Por ejemplo, nos puede ser posible alegrarnos por todo lo vivido durante el verano, por haber disfrutado y descansado tanto como se ha podido. Unos aprovecharon para viajar, otros para poder devorar libros, otros para reunirse con familiares o amigos a los que el resto del año difícilmente se les puede ver con calma, y hay quien pudo disponer de un tiempo no acotado por el despertador, para dar rienda suelta al sueño mañanero.

Otro motivo por el que podamos asumir este regreso a las aulas bien puede ser también que nos vamos a reencontrar con los amigos y compañeros, que lo que ahora tenemos por delante tampoco es tan terrible. En nuestro caso cuando suenan las sirenas es tan sólo o para marcar el comienzo de las clases o el recreo, o para indicarnos su conclusión, y no como está ocurriendo en otras zonas del mundo, en las que el sonido de las sirenas anuncia un nuevo ataque de efectos devastadores impredecibles. Eso sí que es terrible.

El comienzo de un nuevo curso en realidad debería ser muy motivador, porque es una gran aventura que se inicia, una fase nueva en nuestro aprendizaje académico y experiencial, un seguir avanzando juntos, tratando de crecer todos en madurez y humanidad. Con esa actitud hemos de comenzar: aprovechar lo que se nos ofrece y dar gracias por ello. Ojalá este nuevo curso 2025/26 estemos a la altura del reto que tenemos por delante, para poder dar lo mejor de nosotros mismos, tanto como profesores y como alumnos. Pongamos nuestras capacidades, nuestro interés, esfuerzo y motivación, para dejar transformarnos y transformar nuestro centro escolar en una comunidad de aprendizaje, en la que todos nos implicamos, colaboramos y nos ayudamos porque nos sentimos miembros de una gran familia.

A esto precisamente nos llaman las lecturas de este XXIII domingo del tiempo ordinario, a salir de nuestras comodidades y autorreferencias exclusivas para buscar siempre la voluntad de Dios; a no perdernos en un horizonte reducido de intereses propios, sino a tratar de hacer un camino común en el que todos tratamos de convivir concordes como verdaderos hermanos y discípulos de Jesús, el maestro del amor. Ampliemos la mirada y veamos ante nosotros un curso en el que todo esto, que Dios quiere, es posible, y tratemos de llevarlo a cabo con esperanza, fe y caridad, porque para ello todos nosotros memos de sentirnos peregrinos de esperanza. Y se ha de notar en lo que hacemos que verdaderamente lo somos.

¡Que Santa María de la Providencia, nuestra querida Madre, nos acompañe y ayude en este curso que ahora empezamos!

Santa María de la Providencia, madre solícita

que año tras año nos acompañas a lo largo del curso

para que todo nos vaya saliendo bien.

Hoy, el primer día de clase queremos ponernos bajo tu amparo de nuevo.

En los cursos anteriores nos hemos puesto a la escucha atenta y confiada de tu Hijo

y de nuestros hermanos,

hemos querido entender y conectar con la realidad

y las personas que tenemos cerca desde el amor.

Ahora quisiéramos pedirte que nos ayudes una vez más a transformarnos

para ser mejores, para aprender y aprovechar las clases,

para respetar a padres, compañeros y profesores,

porque solo así podremos ser con la ayuda de Dios,

tal y como él nos quiere:

buenas personas, dispuestos y disponibles para transformar el mundo.

sábado, 7 de junio de 2025

Es el momento

 ES EL MOMENTO


En la vida las cosas suceden cuando suceden, no cuando a nosotros nos gustaría. Nosotros no somos los que marcamos el tiempo, no decidimos cuándo nos viene mejor que ocurran determinadas situaciones. Por eso hay que aprender a bailar al son que suena la música, porque en este caso, ni somos los directores de orquesta ni el DJ de turno que elige la canción. Lo importante es que suene esa melodía, que la aprecies, e incluso que el cuerpo se encuentre tan a gusto con lo que suena en ese momento que pueda moverse con total ligereza. A veces vivir puede llegar a ser como un baile, ser llevado y disfrutar de lo lindo de la pieza; aunque, si uno ya no cuenta con las mismas fuerzas de la juventud, puede acabar extenuado. Es cierto, pues, que se baila con el cuerpo, pero además del cuerpo, también se baila con todo lo que uno es: con el ánimo y con la libertad del alma.

Si en lugar de recurrir a la analogía de la danza, empleamos la de la escritura, podríamos decir que aunque uno sea el protagonista de la historia, o más bien el que se identifica en cierto grado con lo que vive el protagonista, la trama y los sucesos con los que le toca campear, la historia ni la escriben los protagonistas ni tampoco el lector.

Y así nos pasa a todos y cada uno de nosotros, que en último término no decidimos muchas cosas, aunque otras sí, y algunas, además, de enorme transcendencia, aunque no lo sospechemos. Lo normal es no estar preparado nunca del todo para salir bien parado de cualquier aventura, pero según llega la prueba, hemos de tomarla y salir del paso de la manera más digna y provechosa. ¿Qué les vamos a decir a nuestros alumnos que acaban de examinarse de la tercera evaluación? ¿No les hubiese venido muy bien contar con las preguntas de antemano? ¿O quizás disponer de unos días más para repasar y prepararse mejor? ¿Cayeron en el examen las preguntas que mejor se sabían? Cuando toca, toca, y cuando llega, llega, y no queda otra que hacer lo mejor posible la faena encomendada. La vida nos va imponiendo el momento, no sabiendo siempre cuál que puede llegar a ser decisivo. Uno ha de responder a bocajarro, con lo que en ese momento es, sabe y lleva consigo.

Así, a la chita callando, hemos recorrido el tiempo pascual hasta llegar a la solemnidad de Pentecostés. Estemos o no preparados, ha llegado la irrupción del Espíritu Santo, del mismo modo que les pilló a los apóstoles cuando temerosos se reunían a escondidas, por miedo a las represalias de los mismos que acabaron con Jesús. El Resucitado se planta en medio, se hace evidente que es el vencedor de la muerte, que está vivo y desborda vida eterna, y les transmite un doble mensaje a sus amigos. 

Primero nos dona la paz, esa paz que atraviesa muros y se abre camino para hacer posible la fraternidad. Frente a la división del mundo, frente al enfrentamiento, Jesucristo instaura la paz que nace de la reconciliación, del triunfo del bien y del amor, porque el que nace del Espíritu ya queda unido a Dios y a los hermanos; no entiende de discordias, sino que mira a los demás con los mismos ojos que Él nos contempla.

En segundo lugar, el mensaje de Jesús es que ha llegado el momento, que hemos de empezar a ser, a vivir y difundir esta cultura del encuentro entre los hombres y Dios. Es el comienzo de los tiempos de soltar amarras y cruzar los mares de la historia, la personal y la comunitaria, en la nave de la Iglesia. Somos el cuerpo intrínsecamente vivo y unido de Cristo resucitado y glorioso, anunciamos y comenzamos un nuevo mundo y un tiempo nuevo y una nueva humanidad. Los cielos nuevos y la tierra nuevas ya están comenzando; es el Espíritu el que nos mueve a esa libertad fecunda, pues no es una libertad para realizar mi propio proyecto, sino el proyecto común, el del Reino de Dios.

Por ello, Jesucristo nos conmina a la misión. Hemos de vencer a la muerte, a los apegos, a los protagonismos individualistas, a los miedos, las comodidades, las reticencias; hemos de vencernos a nosotros mismos para ser más de Dios por el Espíritu. Con esta riqueza de dones y con esta vida que nos es infundida, hemos de hacer Iglesia a los cuatro vientos. Este es el momento de la irrupción del Espíritu en el que cada uno de nosotros, unidos a los demás hermanos, hemos de tratar de estar a la altura de los tiempos. Estaremos más o menos preparados, con la efusión del Espíritu nos basta. 

Es el Espíritu que se recibe de manera expresa en Pentecostés el que capacita para formar y acrecentar el cuerpo de Cristo eclesial, unidos y diversos, y toda su actividad misionera, pastoral y caritativa que ésta lleve a cabo. Es la Iglesia la que puede ser el faro en este umbral de esta revolución tecnológica que estamos viviendo. A nuevos tiempos, nuevos retos. Ante el riesgo de la deshumanización tecnológica, de la desvinculación del tejido social humano, la Iglesia tiene una propuesta profundamente humanizadora: la revolución de la ternura y la misericordia de Dios.

Es el Espíritu el que anima e impulsa a la Iglesia formada por todo nosotros, para transformar la sociedad, no como dictan los poderes económicos y políticos, sino para liberar al hombre de todo sometimiento reduccionista. Más que nunca precisamos de la acción poderosa de Espíritu, del soplo del Resucitado, Alfa y Omega de nuestra existencia, porque Él provee de lo más necesario para dar respuesta a nuestro tiempo. Es este el momento de ser más espirituales para que gestar al ser humano que se requiere, a imagen y semejanza del Hijo en este momento de la Historia.

sábado, 31 de mayo de 2025

¡Participa!

 ¡PARTICIPA!

Cuando uno solo se ha de organizar a sí mismo, lo que se consiga o no dependerá tan solo del empeño puesto y el desempeño de que sea capaz. Afortunadamente, somos seres sociales que hemos de interactuar y cooperar los unos con los otros. Lo fácil es recurrir al consabido "yo me lo guiso, yo me lo como", pero es una fórmula excesivamente individualista, limitada y limitante, que quizás debido a algún aprendizaje defectuoso, no ha sabido desplegar el ser para los demás y con los demás que resulta imprescindible para ser verdaderamente persona e integrase de la manera más adecuada posible en la comunidad a la que pertenece.

El ser humano desde su nacimiento aprende a insertarse positivamente con las personas que le es dado relacionarse. Se descubre a sí mismo estableciendo esas relaciones con los otros. Nos necesitamos, pero a medida que crecemos, vamos creyendo que podemos llegar a considerarnos totalmente autónomos, sin necesitar nada de los demás. Craso error, pues bien sea para echar una mano a otros más necesitados, o si toca, ser el ayudado, de poco le vane a uno lamerse las propias heridas. Aunque esté muy extendido, eso de ir por la vida como lobo solitario es un auténtico desatino, del que tarde o temprano habrá que ir escapando. Hemos de compartir penas y alegrías, porque con los otros somos lo que vamos siendo.

Por eso, es necesario concienciarse de que todos hemos de sentirnos responsables y asumir un papel activo en la mejora de las condiciones de todos. Las cosas no se hacen solas, requieren la participación y colaboración de todos y cada uno de nosotros. Hay que asumir con el debido entusiasmo aquellas tareas que sean menester para que el mundo funcione de la mejor manera, o al menos nuestro pequeño mundo, el que queda a nuestro alcance: nuestro hogar, nuestro vecindario, nuestro lugar de trabajo o nuestra comunidad de creyentes. Apoyémonos, trabajemos juntos, no solo porque los logros son mayores, sino porque además satisfacen mas cuando son compartidos.

Otro gallo cantaría si nos sintiéramos llamados a participar y aportar en el bien de todos, en lugar de mirar tan solo por el propio. Otro mundo es posible, y lo será si nos vamos comprometido en que lo sea. Nada de desentenderse, nada de escurrir el bulto como si no fuera conmigo. A todos nos incumbe, todos hemos de estar dispuestos a aportar nuestro granito de arena.

En la Iglesia, cuerpo de Cristo, todos los miembros pertenecemos a una comunidad, a una red tupida de comunidades. No somos los unos sin los otros, pues todos nos encontramos por el mismo bautismo insertos en este cuerpo encarnado y espiritual de Cristo. Él vive en nosotros y nosotros en Él. Somos de Cristo, el que da la vida por sus amigos. Participamos ya de su muerte y resurrección. No podemos desentendernos los unos de los otros, hermanos y asimismo hijos en el Hijo. ¿Se puede esperar mayor implicación que constituir este único cuerpo eclesial?

Celebramos este domingo la Asunción del Señor a los cielos, y podemos vivirlo desde fuera o conminados con Él a participar en esa ascensión. Todavía permanecemos en la tierra, asumimos la misión que nos encomienda, y a la vez Él, sentado ya a la derecha del Padre, sigue unido a nosotros. Es nuestra cabeza y nosotros sus miembros. La resurrección avanza, nos afecta aún más, ya que asciende y se va el Resucitado, pero para consumar definitivamente su donación. Vienen los tiempos del Espíritu, que nos capacitan para ser su Iglesia de manera pascual y nos lanza a dar testimonio de esa nueva vida de Jesucristo y nuestra. Participamos de su cuerpo y somos uno en su cuerpo. Es el Espíritu prometido que vendrá en nuestra ayuda a avivar su palabra, su ejemplo y su aliento en todos nosotros.

La Iglesia y la misión que el Amigo nos encomienda es tarea de todos, requiere la ilusión y el compromiso de todos. Participemos gustosos es la construcción de este nuevo mundo que por el Espíritu nos hace renacer al mutuo amor, la bondad, la justicia y el bien. No es cosa exclusivamente nuestra, no depende de lo que cada uno haga, sino de la aportación de todos y la ayuda de su gracia. El, que asciende a los cielos, se queda entre nosotros entrelazando nuestras libertades para ser ahora su cuerpo que ha de seguir sirviendo a los hombres e impulsando una nueva humanidad más conforme al Padre. No se trata de participar en un sorteo, no es un juego de azar más, sino de asumir nuestra participación en el proyecto fraterno de Dios. No es cuestión de suerte, es cuestión de identidad y de práctica de amor corresponsable. ¡Pongámonos en marcha, que soplan tiempos favorables!