sábado, 15 de noviembre de 2025

En caída

EN CAÍDA


No hace falta estar demasiado al tanto para, a estas alturas del año, haberse ido dando cuenta que las horas de luz han disminuido considerablemente, que el día nos cunde aún menos, y que hasta las hojas caídas alfombran nuestras calles, plazas y parques. Es el otoño con su peculiar colorido, hermoso, pero ciertamente poco animoso. La naturaleza nos está expresando algo que no suele gustar recordar: el declive. Caen las hojas de los árboles despojándoles de su belleza, e igualmente van cayendo las últimas hojas del calendario. Todo llega a su fin, todo, antes o después encuentra su punto de maduración, al que sigue su tiempo de caída.

Aunque traten de evitarlo a toda costa, también a los que ostentaron el poder con toda la serie de artimañas, les llega el momento en que terminan por precipitarse. Caen de sus pedestales aquellos que se habían subido a sí mismos por encima de los demás mortales. Ellos se endiosaron, pero ahora la realidad termina por instalarlos en el sitio que les corresponde, y como se suele decir: más dura será la caída.

En la economía también suceden esas épocas de crecimiento y otras en que se acabaron los beneficios. Los llaman ciclos económicos a aquello que nuestros antepasados denominaban periodos de abundancia y escasez, las vacas gordas y las vacas flacas. En los mercados se especula, suben de golpe las cotizaciones bursátiles, pero llega el momento del desplome, y todo retorna a su cauce natural. Por tanto, no ha de sorprendernos demasiado esas oscilaciones, esos momentos de auge, que sin duda traerán otros posteriores de declive. A las personas nos ocurre lo mismo que a los imperios, pues los humanos no estamos inmunizados contra el declive.

Y es que el año litúrgico está llegando también a su fin y eso se nota en todo, también en las lecturas que nos propone este domingo XXXIII, jornada mundial de los pobres. El profeta Malaquías es tajante en su anuncio: llega el día en que en el horno serán quemados aquellos que vivieron como si no hubiera mañana, como si sus delitos fueran a quedar inmunes, como si lo propio del ser humano fura el cainismo. Los que practicaron la injusticia y sumieron a los demás en la pobreza caerán sin remedio, frente a los que por sus buenas obras les llegará la bonanza del amor consolador de Dios. Cada uno de nosotros está a tiempo de situarse o a un lado o a otro de la balanza. 

Hay que comportarse con rectitud, mirando el bien por todos, tal y como trató de hacer el apóstol Pablo cuando se encontró como uno más en la comunidad de Tesalónica. Practiquemos la fraternidad, trabajando y luchando por el bien de la comunidad, no por el miedo al castigo de esos días en que vendrá el Señor a regir los pueblos con rectitud, sino por el compromiso que se adquiere al creer en Jesús: practicar el bien, la justicia y la misericordia. ¿Puede haber dedicación más hermosa?

Ante este panorama de final de los tiempos que se nos avecina, se nos pide conservar la calma, la confianza y la esperanza. Sabemos de quién nos hemos fiado, del Dios amoroso que nunca va a abandonarnos. Todo sucederá cuando tenga que suceder, y habrá una gran caída, pues parece haber ya señales premonitorias del hombre como artífice activo de la destrucción de la paz y la equidad. Sin embargo, los justos deben seguir firmes en la práctica de la concordia y la justicia. Mientras llega o no llega esa caída precipitada, seamos artesanos de ese humanismo cristiano que cree y restaura al ser humano, pues pasará este tiempo, se caerá piedra sobre piedra del grandioso templo construido por manos humanas, pero de su palabra ni una sola letra perderá validez.

Es nuestra misión: dar testimonio de que el ser humano puede cambiar, dejarse hacer por Dios para atender a los hermanos, en especial a los más necesitados. Quien lleva a Jesucristo en su vida y obra en consecuencia conforme a la voluntad de Dios amando a los hombres, está anunciando un modo nuevo de ser hombre. En tiempos de caída también se puede atisbar que no todo acabará de manera lamentable, sino que el final, tanto de la historia personal como de la historia de las civilizaciones que no supieron convivir, no va a ser más que un principio, pues Dios es un Dios de vida que no acaba.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Desde dentro

 DESDE DENTRO


Nos parece facilísimo distinguir y separar, pues no hay que ser demasiado entendido para ello. Al menos desde el pensamiento occidental en el que estamos inmersos, nos resulta connatural esa visión que proyectamos sobre la realidad, identificando algo en concreto frente a lo que no lo es ni parecido. Analizamos y separamos así el grano de la paja, las peras de las manzanas, o incluso las ovejas de las cabras, porque nos parece lo inteligente y sensato, y efectivamente así lo es. Aunque, tal vez, también precisamos no olvidarnos de que es posible alguna otra manera de conocer, que justamente es complementaria a la que solemos emplear; no la perspectiva que tiende a dividir, sino más bien la que une e integra. Y es justamente ahí en donde tendemos hacer aguas. Tan necesaria es la tarea de clasificar diferenciando, como la que ve más allá de las diferencias y logra encontrar semejanzas y puntos de conexión que no resultaban tan evidentes.

Y es que esto de elaborar conocimientos válidos parece ser muy complicado. Mientras las ciencias han progresado muchísimo mediante la especialización, la espiritualidad busca más aunar, relacionar y hasta superar contrarios. Es verdad que hoy en día, en el desarrollo científico se combinan la especialización con equipos multidisciplinares, porque los saberes científicos se precisan los unos a los otros y se quiere superar las barreras que una visión exclusiva y reducida de los hechos no era capaz lograr. Es evidente que cuatro ojos ven más que dos, y que para poder disponer de mayor y mejor información se requieren distintos puntos de vista, no siempre coincidentes.

Ni todo es contrario ni todo ha de ser opuesto. Los electrones han de saber danzar con los protones y con los neutrones. ¡A qué tremendo caos podríamos llegar si prescindiéramos de cualquiera de ellos! Así también, lo exterior, tan valorado, ha de contar con otra parte constitutiva que es la interior. Ambas, la externa y la interna son caras de la misma moneda, esto es, de la realidad completa y compleja de las cosas y los seres. Qué error sería quedarnos solo una de ellas, negando la otra, o entendiéndolas como independientes, exclusivas y hasta opuestas. Para aproximarnos a la realidad todas las caras de la verdad cuentan. La verdad debe ser en gran medida polifacética e integradora.

Y este domingo en el que en Madrid capital celebramos la Virgen de la Almudena, en todo el orbe católico también coincide con la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma y uno de los templos más antiguos y relevantes, pues se la considera madre de todas la iglesias del mundo. Será por eso que las lecturas se centran en la idea de templo, es decir, santuario en el que mora el Santo.

Y aquí para hablar de templo sí que nos vienen muy bien las categorías que habíamos anteriormente comentado: exterior, superficie o fachada, e interior, profundidad y esencia, no como opuestos, sino como interconectados Exteriormente muchas de nuestras iglesias son construcciones excepcionales y soberbias. En especial aquellas con más solera e importancia, son monumentos visitados y retratados por los turistas. El mero hecho de llamarse basílica, como es esta de San Juan de Letrán, ya nos está indicando un tipo de construcción que ya empleaban los antiguos romanos como uno de los edificios construidos para las reuniones de los altos cargos y representantes. Allí se decidían y acordaban las cuestiones de mayor índole. Toda iglesia basílica hereda ese trazado, y por tanto, no es un edificio menor, sino que será amplio, elegante y suntuoso. Digno de lo que dentro se celebra, esto es, el culto al Absoluto.

Pero además de lo exterior, lo que confiere verdadero sentido y sostiene a la basílica como templo, es lo interior. Es casa de oración, es templo, es por ello el ámbito de realidad donde uno entra y se interna precisamente a abrir su interior a la presencia y relación con ese Dios invisible, que allí mora sin hacerse evidente. Los acuerdos a los que se puede llegar con ese Dios Trinitario no son los mismos a los que llegaban los senadores y letrados, sino a unos aún más íntimos y cruciales: son asuntos de amor verdadero, de libertad interior y recogimiento. Uno ha de entrar al templo, ya sea basílica o no, transformándose a su vez en un templo vivo, en el que también está presente ese Dios que nos habita.

Leamos y escuchemos en esa clave estas lecturas que nos propone hoy la Iglesia. Del profeta Ezequiel nos viene un texto bellísimo, donde se nos describe que del templo brota y se escapa un agua que inunda a su paso los paisajes de vida nueva y perenne. Ojalá llegue dicha agua rebosante hasta nuestros pies, o mejor hasta lo más remoto de nuestro ser, ese agua que nos dota de vida en el Espíritu. Así, si lo de dentro no se agosta, sino que está bien fresco, el exterior será reluciente, porque el correr del agua del Espíritu por nuestros capilares se nos llenará el rostro de ánimo y alegría. Que corra por las calles de nuestras ciudades también esa agua de la cordialidad y el encuentro. Que se encharquen las plazas de esa presencia que nace desde dentro. Así será maravilloso convivir aquí en la tierra como en el cielo, pues todo será ya templo vivo.

Y el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios, nos recuerda que nuestro cimiento no es otro que el mismo Cristo resucitado; a Él nos debemos, habita en nuestro propio templo, y por ello debemos sentirnos basílica consagrada, pequeña, humilde y personal, pero enorme y grandiosa por dentro, porque Él está y vive para llenarnos de vida, y de vida divina. Estamos consagrados como verdaderos templos humanados, para a su vez ser constructores de un templo mayor y fraterno: comunidades que acogen y siguen a Cristo vivificador, es decir, su Iglesia.

Y finalmente, vemos en el Evangelio de San Juan como Jesús no se resigna a que no respetemos la función principal del templo. Dios reside en él, y en mayor medida ahora que acaba de hacer su entrada el Hijo en el templo de Jerusalén. No podemos seguir haciendo negocios y ocupándonos de otros menesteres secundarios, cuando estamos ante Él. El templo es un espacio sagrado que hemos de aprender a respetar con silencio y veneración. Los comportamientos profanos están fuera de lugar cuando se nos hace presente el Señor. Si no quieres entrar en el templo, quédate fuera; pero no entres como si no estuvieras ante El que es y está. Jesús, que ha venido a unir lo divino y lo humano, no acepta esa falta de correspondencia por parte de los que no se enteran ni de dónde están y hasta comercializan con lo más sagrado, y les tira los tenderetes y les echa fuera. No vale quedarse sólo con lo exterior del templo.

Aprovechemos para que eche fuera de nosotros también todo lo que nos impide ese acceso al Dios interpersonal vivo que quiere hacer morada en nosotros. Colaboremos con Él para desmontar todo aquello que nos destruye como personas creadas a imagen y semejanza suya. Facilitemos esa presencia viva del eterno en cada uno de nosotros. Distingamos lo que divide y dificulta, para promover lo que agrupa e integra. Que entre el Señor en nuestro templo y expulse a los comerciantes, artífices del interés y del beneficio, para hacerle sitio a Él, el Dios verdadero que da paz y vida, y que ya se quede dentro y ser así templos vivos en los que Él habita. Ese dentro habitado y sereno, también ha de reconocerse desde fuera, pues somos un todo unificado, como María, que estaba oculta dentro del muro, hasta que apareció al exterior, la que ahora llamamos y veneramos como Santa María de la Almudena.

Gracias a la cáscara, el huevo sigue siendo huevo y conserva sus propiedades, pero no nos comemos sino lo de dentro, así también el templo sigue siendo templo por la carcasa, los muros, fustes, bóvedas y tejados; pero lo que alimenta el alma es el Dios que habita dentro. Nosotros somos también templos humanos y divinizados por el que asumió nuestra condición carnal. Dejémonos habitar por su Espíritu y dentro de nosotros brotará esa agua prometida que mana hasta la vida eterna.

viernes, 31 de octubre de 2025

Renovar la esperanza

 RENOVAR LA ESPERAZA


Si se mira y juzga precipitadamente, se corre el riesgo de no acertar. Si no nos paramos demasiado a observar con detalle, bien puede darnos la impresión de que los humanos, al menos en países desarrollados, vivimos una fiesta constante a la que no queremos renunciar. El que más o el que menos trata de disfrutar en todo momento y a costa de todo como si nos fuera la vida en ello. En un vistazo rápido puede parecernos que derrochamos vitalidad y alegría. Pero tal vez no sea tan así como creemos. 

Terrazas llenas de amigos, restaurantes en los que sin reserva no se te ocurra presentarte, vacaciones a todo lujo, aforo completo en tantos lugares de ocio; pero, al mismo tiempo, los informes demoledores sobre soledad no deseada, sobre el consumo de ansiolíticos o sobre depresiones y suicidios, desmontan la ficción de estar en la tan cacareada sociedad del bienestar. Desengañémonos, no es oro todo lo que reluce, sobre todo si pretendemos mirar sin hacernos trampas a nosotros mismos. Como aquella película titulada Lo que la verdad esconde, hay mucho más que tal vez, por acción u omisión, se nos esté pasando inadvertido.

En esa línea se viene pronunciando en los últimos años el último premio Princesa de Asturias, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Tanto es así, que terminaba su discurso de agradecimiento en la recepción del premio afirmando que "Algo no va bien en nuestra sociedad". Podemos, por tanto, observar y reflexionar, tomar nota, leerle y debatir, a ver si esa supuesta felicidad no es más que otra farsa más, otro bulo que estamos dispuestos a dar por bueno, pero que no es real.

La Iglesia Católica siempre ha hecho hincapié en la esperanza como una de las virtudes teologales que no podemos permitirnos perder sin errar el rumbo. Andamos ahora metidos en pleno año jubilar de la esperanza, Y el actual papa León XIV acaba de sacar una extraordinaria carta apostólica, titulada "Trazando nuevos mapas de esperanza", en la que aborda la educación como acicate para renovar la esperanza, aprovechando la educación para promover una cultura más humana y justa.

No podemos permitirnos ceder a la desesperanza y celebrar y consumir la propia vida y las demás como huida del pesimismo profundo en que como sociedad vamos cayendo, como si nada tuviera remedio y estuviésemos abocados a un fin desesperado y agónico. Sabemos que lo peor que podríamos hacer es resignarnos y refugiarnos en un victimismo insolidario, en lugar de ponernos a los remos y escapar de ese atolladero al que nos conducirá irremisiblemente haber perdido la esperanza y puestos a perder, también la fe, la caridad y hasta lo que nos quede aún de humanidad. La educación ha de servirnos para revertir esta tendencia mortal ha que estamos sucumbiendo. La tarea educadora ha de estar preñada de esperanza y ser motor de transformación.

Bien podríamos alterar el refrán y decir: "Dime tu esperanza y te diré cómo estás". Si quieres, puedes parar un momento y preguntarte sobre lo que esperas de ti mismo y de los demás; lo que esperas de la vida y en la vida. Y también, puestos a autocuestionarnos, planteartse lo que espera cada uno tras la muerte. Casi es obligado al comienzo de este mes de noviembre volver a enfrentarse a la propia finitud y la de los seres queridos que ya han partido. Y ahí no hay muchas posibilidades: o aceptamos la desaparición total, o atisbamos esperanzados una continuidad, o al menos su razonable posibilidad.

Qué bueno sería poder renovar la esperanza como si se tratara de un delicadísima planta de la que nacen las ganas de vivir y de hacerlo con la verdadera alegría capaz de transformar la desesperanza reinante en ánimos y entusiasmo. La palabra de Dios de este sábado, Día de todos los santos, como del domingo, celebración de los fieles difuntos, sí que puede insuflarnos la luz de la que se nutra nuestra esperanza. Luz que anuncia el triunfo sobre la oscuridad y las tinieblas.

Jesús se dirige al pueblo numeroso que acudía a escucharle y les anuncia la seguridad del triunfo sobre toda penalidad. En el sermón de la montaña afirma que los que ahora sufren van a ser bienaventurados, felices, porque el Dios de misericordia no abandona a los hombres. El Hijo de María ve más allá, apunta a un futuro profético en que lo negativo va acabar y cambiar definitivamente. Creer en las palabras hermosísimas de Jesucristo sostiene nuestra esperanza. La actuación de Dios acabará contra todo mal propiciado y permitido por los hombres sin esperanza. Llegarán días firmes en que el triunfo del bien prometido por el Dios de vivos transforme nuestra condición. El Señor tiene preparado para sus amigos los santos, los que vivieron en fe, esperanza y caridad un lugar junto a Él. No se puede aspirar en esta vida a nada mejor, la otra la eterna en festiva comunión.

Ojalá nos queden algo más claras aquellas palabras de Václav Havel cuando apuntaba que "la esperanza no es una convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que vale la pena luchar por una causa justa independientemente del desenlace".  Llevar a cabo la realidad del Reino, luchar por el proyecto de Jesús, ser santos en la capacidad de amar, merece por completo la pena, aunque el desenlace se encuentre aquí y todavía más allá de este mundo. Aprendamos a mirarnos con otra perspectiva para que se pueda renovar nuestra esperanza. Atrevámonos a ser bienaventuranza, anticipo y promesa del don de Dios de todo consuelo.

Sabemos que Cristo resucitó y resucita aún resucitándonos. Todos los hermanos que por el bautismo nos hemos unido a Él, ya participamos de su muerte y resurrección. No temamos a la muerte, porque ya no puede acabar definitivamente con la vida. Contamos con una vida divina que ha de estar operativa en cada uno de nosotros. Por tanto, no hemos de temer ni estar cabizbajos. Los que ya partieron, nuestros seres queridos, a los que seguimos añorando, ya están con Él en la vida eterna. Conocemos al que es la verdad, el camino y la Vida, y es justamente Él el que nos garantiza el acceso al Padre y al cielo. ¿Cómo no vamos a estar esperanzados los que hemos conocido su amor?

Lo que ahora no vemos, lo que ahora no llegamos a entender, lo que ahora todavía nos apena y entristece, debe comenzar a transformarse en segura esperanza de poder compartir el amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu, con todos santos y familiares y amigos difuntos. Allí serán enjugadas nuestras lágrimas y seremos bienaventurados con los bienaventurados, porque supimos amar y supimos optar por vivir para el amor a Dios y a los prójimos con los que tuvimos la suerte de compartir nuestras vidas. Hoy agradecemos, recordamos y rezamos por los que se fueron, dejándonos también un hueco palpable, sabiendo que ya descansan en la bienaventuranza del Señor. A Él nuestra alabanza por los siglos.

sábado, 25 de octubre de 2025

Con otra perspectiva

CON OTRA PERSPECTIVA


Que vivimos en una sociedad donde impera la imagen sobre el juicio, a nadie se le escapa. Para bien o para mal, en la actualidad esto es así. De hecho parece que nos estamos libremente autoesclavizando bajo este yugo de las pantallas en lugar abrirnos a la conquista de las ideas. Pues si dejamos que un día tras otro el foco de nuestro interés esté centrado exclusivamente en lo insustancial que a menudo nos muestran, poco a poco y sin remedio nos iremos convirtiendo más en auténticos mentecatos que en hombres y mujeres ilustrados y libres. El exceso de virtualidad, junto a la falta de análisis de la realidad, puede ser el triste diagnóstico más extendido en nuestros días.

No estaría demasiado desencaminado comparar el tiempo que pasan nuestros adolescentes o jóvenes frente a la información audiovisual, en lugar ocuparlo frente a un libro que presente ideas o pensamientos elaborados. Si ya a través de las redes nos da su versión prefabricada el influencer de turno, nos evitará tener que pensar por nosotros mismos. Pudiera parecer que esto de tratar de reflexionar de manera personal fuese una tarea inhumana, cuando, por el contrario, es una de las ocupaciones que más propiamente podemos considerar humana y humanizante.

Pero este panorama de opción por lo fácil y simplón tiene sus consecuencias. Cada vez hay menos pensamiento profundo o crítico. Amigo lector, haga usted mismo la prueba. Encienda la televisión, escuche y compruebe por si mismo. ¿Qué tipos de argumentos aducen los políticos o aquellos que suelen participar en tertulias televisivas? ¿Acaso no son ideas consabidas, generalidades ideologizantes, consignas maniqueas, sin que aparezca una mínima búsqueda de la verdad y el consenso? Antaño había programas de considerable nivel cultural del tipo de la siempre añorada "La clave", donde, a partir de una película, se iban debatiendo diferentes aspectos del tema abordado con seriedad, rigor y conocimiento de causa, desde los más diversos puntos de vista. Hoy, sin embargo, plantearse cualquier asunto con ese interés y complejidad no tiene cabida en la programación televisiva, pues sólo persigue audiencia y hacerle el caldo de cultivo a su señor.

En este sentido, no debe extrañarnos que la enseñanza está cada vez más orientada a la instrucción profesional y técnica en lugar de capacitarnos para pensar de manera libre, crítica y fundada. No cultivamos ciudadanos libres y responsables, sino meros trabajadores cualificados para las demandas tecnológicas del mercado laboral. Y lo que no satisfaga a ese fin pragmático no tiene cabida. Para pensar, lo que se dice generar pensamiento, ya tenemos a la IA que va a ser la que se dedique de manera delegada a ello, en lugar del homo sapiens. Así parece que están las cosas: que piensen las máquinas, que a nosotros nos cansa la tarea.

Con lo cual, el pensamiento no pasa de juzgar precipitadamente por meras apariencias, como si más allá de estas nos estuviese vedado mirar. Pero para aquellos que aún, y en contra del mundanal ruido y de las tendencias, se atreven a asomarse a las lecturas de este domingo XXX de tiempo ordinario, verán que son un revulsivo contra esa forma de proceder tan ligera de juicio y sensatez. En el libro del Eclesiástico o Sirácida se nos muestra que Dios, al contrario de nosotros, no hace acepción de personas, sin desentenderse de aquellos que para la sociedad cuentan poco a nada. Él escucha al humilde, al huérfano o a la viuda con predilección, pues sus súplicas le conmueven y son atendidas. Al contrario de lo que ocurre en esta sociedad de individualistas con auriculares, el sufrimiento de los descartados no le es indiferente.

En esa misma línea van el salmo 33 y el fragmento de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo, pues si Dios no nos abandona, sino que nos escucha, acompaña, consuela y socorre, entonces nosotros deberíamos también mantener nuestra confianza en Él, y con Él, escuchar, acompañar, consolar y socorrer al hermano que sufre, porque, aunque la sociedad se desentienda, los cristianos no.

Y en el evangelio de San Lucas, es el propio Jesús el que nos narra la parábola del fariseo y el publicano. Mientras el primero juzga y prejuzga peyorativamente al hermano que reza con él en el mismo templo, considerándose mejor y superior al otro, el publicano tan solo se fija en sí, en su pequeñez y fragilidad, pues se sitúa con autenticidad ante la grandeza y el misterio sobrecogedor de Dios, donde no puede haber sitio alguno para la vanidad que ostenta al fariseo.

Es benefactor, por tanto, situarnos como aprendices una y otra vez ante las enseñanzas transformadoras del evangelio. Aprendamos a no ser superficiales y vanos consumidores de imágenes virtuales y sí de más contenidos virtuosos, porque si no se nos terminará distorsionando necesariamente el ego y hasta puede llegar a desaparecer el rostro real del hermano sufriente. No viene mal tampoco, como terapia espiritual saludable, situarnos ante el amor de Dios todoabrazador, reconociendo nuestra poquedad, nuestro barro humilde, pues Él lo considera sagrado y nos trata con suma ternura y cuidado.

La tendencia y la tentación pueden ser construirse una imagen falsa de quienes somos, hasta el punto de ni siquiera llegar a reconocer nuestra máscara, tal y como el fariseo, que se veía a sí mismo perfecto y modélico en su relación con Dios y con los demás hombres, aunque a las claras dejara bastante que desear. Cuidado, por tanto, con las imágenes, porque aún pudiendo ser hermosas, pueden estar mostrándonos más que una realidad parcial y superficial de lo que hay y de lo que somos. Si quieres descender y descubrirte, adéntrate en tu desierto y será el mismo Dios el que se te revele para mostrarte entera y progresivamente tu autenticidad y tu espejismo.

sábado, 18 de octubre de 2025

En confianza

EN CONFIANZA



Antaño tuvo cierto éxito entre la gente de la llamada movida madrileña una canción titulada "Malos tiempos para la lírica" cantada por un grupo denominado Golpes Bajos. Posiblemente haya habido algún tiempo halagüeño para la lírica. Pero seamos realistas, más bien, la mayor parte en el largo devenir de la historia, los tiempos no han sido favorables para la lírica. Seguramente tampoco para la paz, pues nos empeñamos en que lo más valioso pase rápido, y así seguir añorando ese tiempo idílico, más que aprender a mantenerlo por años sin término. No será necedad del todo, por tanto, afirmar que los seres humanos parecemos unos insensatos recalcitrantes poco dispuestos a aprender.

Si es verdad que la paz y la seguridad son absolutamente beneficiosos para todos, salvo para los que sacan tajada del río revuelto, ¿por qué entonces dejamos que nos la arrebaten con tanta facilidad? ¿No podríamos hacer algo para no caer en ciertas manipulaciones que, poco a poco, nos van predisponiendo a unos contra otros? Bien pudiera parecer que al final estuviésemos condenados a vivir en perpetua desazón o en vilo todo el tiempo, dado que en cualquier momento se nos puede venir encima la adversidad. Si esto es así, vivir sería un prolongado sinvivir, y estos no son tampoco tiempos para vivir en confianza. 

A lo peor, la vida ha de resultar siempre imprevisible, y debemos asumir seguir adelante con ese margen de incertidumbre manejable, en lugar de estar asustados y temerosos, a pesar de que tampoco sean estos buenos tiempos tampoco para ejercer tranquilamente el noble arte de ser humanos. Vengan buenas o malas, hemos de permanecer juntos, unidos y con una fe que mueva y conmueva montañas. Así y sólo así superaremos lo que se nos pueda venir encima, confiando en que la ayuda nos vendrá siempre del Señor.

Y de eso nos habla también estas lecturas del domingo XIX del tiempo ordinario. Moisés tendía los brazos en alto y la buena fortuna parecía acompañar a su pueblo. Fue necesario la ayuda de los suyos para que pudiera permanecer con los brazos alzados hacia Dios. Contemos siempre con su ayuda sutil, pues los logros no dependen en exclusiva de nuestro esfuerzo individual, también por supuesto, de la ayuda extra recibida de los demás y de lo alto, que no solo nunca están de más, sino que suele ser necesaria y decisiva.

En pleno año jubilar de la Esperanza, es preciso recordar que esta es radicalmente profética, Sólo esperando y confiando en ese Dios comprometido que nunca nos abandona podremos persistir, mantenernos firmes y constantes en la tarea encomendada a cada uno. Para atrevernos a ponernos manos a la obra en la transformación personal y comunitaria, hemos de mantener una firme esperanza confiada en lo que llevamos a cabo y en la consecución de los objetivos marcados. Sí, una y otra vez, con la misma constancia que la viuda del evangelio solicitaba justicia al juez injusto, contra viento y marea, incluso contra las evidencias. Creemos, actuamos y esperamos. La enseñanza tiene mucho de confiar en lo que aún cabe esperar. Si así lo hacemos, antes o después, el Dios todobondadoso permitirá que nuestro empeño no haya sido vano.

No renunciemos a las primeras de cambio ni a nuestras ilusiones ni nuestros sueños. El ser humano no debe rendirse a las primeras de cambio. Por el contrario, hagamos de los problemas y dificultades trampolines de transformación y mejora. Dios nunca va a dejar de escuchar nuestras peticiones y anhelos. Perseveremos, pues, en nuestra espera confiada, porque la perseverancia y la espera ya nos están permitiendo transformar nuestro corazón, impaciente y caprichoso, en uno sereno, que transciende su propio deseo personal, para dar espacio y cabida a las necesidades de todos los demás.  

Los lectores asiduos de este blog saben que domingo a domingo nos disponemos a dejarnos iluminar por la palabra de Dios, porque esta es lámpara para nuestros pasos; es tierra fecunda en que vamos poco a poco germinando para tener vida en nosotros, profundas raíces, e incluso llegar a dar buenos frutos. Esta semana, en medio de la semana por la convivencia escolar, queremos que esa palabra, escuchada, aceptada, reflexionada y asumida, sea la que orienta y posibilita los retos de nuestro convivir como comunidad educativa. Y es que el evangelio y el Espíritu nos permiten ser verdaderamente una comunidad familiar en que todos los miembros nos cuidamos. Esa es la convivencia que perseguimos, la que propone Jesucristo: "Amaos unos a otros como yo os he amado". La escuela en donde se convive bien, permite que todos confiemos en los demás y aprendamos en confianza.

Todo nuestro apoyo, por tanto, a las causas de aquellos que cuidan a los demás, especialmente a los más vulnerables. Estamos, con la ilusión y el buen hacer de la familia Provi, en la carrera contra la leucemia. Y estamos muy cerca de las Hijas de Santa María de la Providencia, nuestras abuelitas misioneras, y de todos los cristianos misioneros que se desviven por transformar el mundo que tenemos en el mejor de los mundos. Sois un ejemplo admirable de compromiso y generosidad que la educación no puede permitirse pasar por alto. Os queremos y agradecemos toda vuestra entrega por el Evangelio. Sois las manos de Dios. ¡Gracias!

sábado, 11 de octubre de 2025

Libres, sanos y salvos

LIBRES, SANOS Y SALVOS


Hay seres humanos realmente excepcionales y otros muchos que parecen fabricados en serie, con un molde básico y que, por ello, poco se distinguen los unos de los otros, salvo en minucias anecdóticas. El hombre que por la grandeza de su corazón llama poderosamente la atención está hecho exactamente de la misma materia que el resto (barro del paraíso), y ha vivido experiencias semejantes a los demás; sin embargo, con todo ello ha logrado ser más que notable en humanidad, aunque nadie esté allí para verlo ni para contarlo. Y es que cualquiera de nosotros puede llegar a alcanzar la talla humana que se proponga, o por contra, quedarse sólo en ciernes como persona, con más que ocultar que conquistas admirables.

Por poner un solo ejemplo de estos grandiosos seres humanos que andan viviendo entre nosotros, recordamos a Albert Camus, que tras recibir el premio Nobel de Literatura, y una vez sosegadas las múltiples felicitaciones, tomó de nuevo el papel y la estilográfica y escribió el 19 de noviembre de 1957 esta conocida carta a su profesor: 

"Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Le abrazo con todo mi corazón.
Albert Camus."

Verdaderamente conmovedor ¿no? Para nada podemos advertir que se le han subido los honores y reconocimientos que ha logrado. Más bien al contrario, se reconoce en deuda con otro ser humano que logró no solo sacarle de la pobreza material, sino al mismo tiempo le rescató de una vida ordinaria, meramente adaptada a las circunstancias, para transformarse y sacar lo que en verdad él era y llevaba dentro de sí. Le hizo capaz de confiar en sus capacidades y llegar a apostar por él. Descubrió su vocación y se propuso realizarla. Habían pasado muchos años, pero aún se consideraba un alumno agradecido del profesor D. Germain. Va a ser verdad entonces aquello de que detrás de un hombre excepcional, hay otro ser humano que ha realizado bien su labor.

Y tras este preámbulo, llegamos ante las lecturas que nos propone hoy el domingo XXVIII de tiempo ordinario, donde el primer ministro sirio, tras ser curado al seguir las instrucciones que le había dado el profeta Elíseo, regresa a reconocerle el favor obtenido: el restablecimiento de la salud, y por tanto, las posibilidades de gozar de la vida de nuevo. Junto a la salud, también Naamán manifiesta la fe en el mismo Dios de Israel, que también es nueva vida ampliada.

Además contemplamos a Jesús de Nazaret que en el evangelio de hoy se encuentra con un grupo de diez leprosos que le solicitan la curación. Al ser los diez sanados, solo uno de ellos deshace lo andado, vuelve sobre sus pasos, para manifestar su gratitud por la salud recobrada, frente al montón que una vez alcanzado lo que le habían pedido, siguen a lo suyo, olvidándose muy pronto del don gratuito concedido por gracia de Jesús. Seguramente que la distancia que habían recorrido desde que dejaron atrás a Jesús era ya mucha, y las fuerzas con que contaban los ya sanos eran aún escasas, o tal vez tenían una cita ineludible a la que no llegaban y debían apresurarse. El caso es que no volvieron. Quedaron, pues, curados de la lepra, pero no de la ingratitud que no debe ser tampoco un mal menor.

Muchas veces somos así nosotros, vamos con nuestra propia lepra, sin siquiera sospecharla, y seguimos encerrados en nuestras prisas, agobios e intereses personales, y por ello, es poco frecuente aquel ser humano que es capaz de encontrarse con el otro, ir a su paso, tratarle con afabilidad y atención, es decir, comportarse auténticamente como humano y con el agradecimiento debido por el mero hecho de que sea. En lugar de ello, la mayor parte de las veces, marchamos cabizbajos, poseídos por la pantalla del móvil, e incapaces de agradecer ni siquiera la vida o los servicios que nos prestan los demás. Inconscientes de todo lo que deberíamos agradecer y devolver a tantos que se desviven por nuestro bienestar.

Entonces, ¿cómo vamos a agradecer siquiera a Dios nuestra propia existencia? ¿Cómo vamos a acercarnos a Jesús salvo para pedir, exigir o quejarnos? Tal vez sea pedirnos demasiado, nosotros, a lo peor, no somos ni como el leproso que frente a los otros nueve se vuelve, ni como Albert Camus, que regresa por el camino del corazón a su pueblo y a su pasado, para honrar a su anciano profesor la bondad y la enseñanza que recibió de él. Y así nos va, seguiremos cargando con la lepra del egoísmo, o de la desafectación con los demás, en lugar de compartir con sencilla alegría lo que somos y nos debemos los unos a los otros. Sí, el evangelio nos vuelve a presentar la fiesta del amor, del amor desinteresado, el amor que Dios nos tiene como hijos amados y nosotros como hermanos. Es preciso regresar hasta Él y agradecerle todo cuanto somos, porque Él así lo ha querido.

Muchos y buenos conocimientos podemos aprender tanto en la familia como en el colegio, pero al menos en esta semana de la convivencia, que no se nos pase ni un sólo día aprender a ser agradecidos, a valorar y respetar a todos los compañeros, y hasta a implicarnos por el bien de los que en este momento preciso nos necesitan (Carrera por los niños enfermos de leucemia). Es este un aprendizaje esencial para ser seres excepcionales, personas que de verdad son para los demás motivo de alegría y orgullo. Así lograremos ser libres, sanos y salvos, que es eso de lo que se trata.

sábado, 4 de octubre de 2025

Elegir bien el terreno

ELEGIR BIEN EL TERRENO


No nos llevemos a engaño elegir, y además elegir bien, es un asunto complejo y complicado. Pues aunque en nuestro día a día, estamos continuamente realizando elecciones, a veces muy a la ligera y sin haber sopesado la idoneidad de cada una de las diferentes opciones. Hay elecciones muy fáciles de tomar, pero menos habituales, que tratamos de no tener que tomar, pero que al final no nos queda más remedio, porque terminan siendo inevitables si queremos avanzar.

Tal vez aprender a vivir es aprender a decidir y aceptar aquello que hemos ido eligiendo. Asumir tanto errores como aciertos, y llegar a ser uno mismo con todo ello, pues hasta los tropiezos implican avance. Don Quijote, a veces, llegados a un cruce de caminos, dejaba que Rocinante fuera el que decidiera cuál era el camino por el que seguir, daba tanto uno como otro, pues cuando va el caballero andante, la aventura, hilada por la magistral pluma da D. Miguel de Cervantes, está más que asegurada. Todo camino puede ser un itinerario estimulante para el aprendizaje y el crecimiento.

La cuestión de la elección se complica bastante más cuando las opciones por las que inclinarse no son solamente dos, donde el margen de acierto era el mismo que el de error, sino que aparecen múltiples variantes que complican y dificultan seriamente la toma de decisiones. Ahí ya la cosa cambia y las posibilidades de tomar la opción correcta son mucho menores. ¡Qué gran misterio este de vivir decidiendo antes de poder hacer el balance de las consecuencias, pero también qué gran aventura! 

Normalmente, la mayor parte de las decisiones que implica la vida no presentan gran dificultad, porque son sobre algo externo a nuestra ser: lo que preferimos, lo que nos interesa, con qué nos entretenemos o que actividad realizamos; pero el evangelio no se ocupa demasiado de este tipo de elecciones de poca monta, sino, por el contrario, de aquellas que afectan de lleno a nuestra propia existencia, las que van a marcar nuestro periplo existencial. Son las decisiones que nos permitirán ser nosotros mismos de manera definitiva, y eso ya sí que son palabras mayores. En estas decisiones, de profundidad o de raíz, es donde nos lo jugamos todo, donde podemos ganar o perder por completo nuestra vida.

Las lecturas de este domingo XXVII del tiempo ordinario, en el que la Iglesia celebra a la vez la jornada del migrante y también el VI domingo por la comunión eclesial, el salmo nos indica que no endurezcamos el corazón, sino que ojalá lo abriésemos de par en par a esa palabra vivificadora de Dios, y por su palabra, arraigue en nosotros su Espíritu, para que poco a poco, se produzca en un hermoso y fructífero proceso, y nos transformemos en seres capaces de amar de verdad a los otros, de construir puentes de encuentro y colaboración los unos con los otros.

Nos dice Jesús en el evangelio que pidamos al Padre que nos aumente la fe, para que con esta manera de vivir sea posible realizar su voluntad; para que nuestras decisiones acierten con el terreno donde queremos arraigar y crecer como los seres humanos que se atreven a soñar y a posibilitar cambios y mejoras. Empecemos ya a servir para ese propósito del reino, en lugar de replegarnos sobre nosotros mismos y sobre nuestras heridas. Entonces no desecharemos nuestras capacidades, sino que sabremos ponerlas en común para transformar nuestras vidas y nuestro entorno.

Por tanto, debemos elegir bien el terrenos sobre el que vamos a cimentar nuestro proyecto vital. Esta cuestión es crucial. Podremos echar raíces en el legado precioso que se nos da, que, según nos propone San Pablo en la segunda carta a Timoteo, es "el precioso depósito del Espíritu Santo que habita en nosotros", "no un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza". Este es buen terreno, quien cultiva en él acierta de plano y su vida da fruto abundante.

Ay, si tuviéramos la fe de un granito de mostaza, tal y como nos propone el evangelio, todo lo venceríamos, todo lo lograríamos, no con nuestras propias fuerzas, sino porque Dios se vale de los humildes, los que se abren sin doblez a su obra para hacer grandes cosas, porque nosotros somos tan sólo siervos inútiles, que hacemos lo que deberíamos hacer: ponernos a su servicio, trabajar concordes en su viña, tender puentes de entendimiento con los otros, abrazar la diferencia, amar, amar como Él nos enseña, como él nos ha amado.     

Desengañémonos de que para tener éxito hay que competir con los otros, es un engaño; más bien es justamente al contrario, para que tu vida tenga plenitud, no has de competir, sino escoger con acierto desde qué terreno quieres desarrollar tu vida. Tú eliges si sobre aquello que te ofrece el mundo (individualismo, consumismo, superficialidad...) o sobre el plan del Dios vivo, que te habla en el evangelio y te llama a una transformación luminosa de lo humano, a sacar a la luz la belleza esencial que tú eres.