sábado, 20 de diciembre de 2025

El Gordo

EL GORDO


Llega el gordo. Todos hemos corrido a hacernos con algún décimo y andamos por ahí pendientes de que salga el gordo y engorde de paso nuestras maltrechas economías. Es una tradición que sigue manteniéndose incluso por los que no son muy partidarios de conservar las tradiciones; y es que a mayor venta de números, mayor beneficio para las arcas comunes. Todos jugamos, unos a otros nos compartimos algún número, pero el que tiene el premio asegurado es el que inventó el sorteo: Apuestas y Loterías del Estado al menos se queda con el 30% de lo recaudado. Por tanto, que siga y siga girando el bombo y haya suerte.

Pero con el genuino sorteo de Navidad el que viene y el que toca seguro es el Niño Dios. Ese por el que celebramos estas fiestas, el que viene seguro y toca también seguro es el que parece estar ausente entre tanta algarabía con la que la sociedad se adorna en estos días. Parece un contrasentido, pero no lo es; estamos tan metidos en lo que debe ser la Navidad, que su verdadero sentido se nos queda traspapelado. El gran regalo del cielo nos toca a todos, y no el reintegro ni la pedrea, sino el gordo de lleno: nos nace el Salvador, el Dios con nosotros. ¡Como para no celebrarlo!

Nos cuenta el profeta Isaías que el rey Ajaz no quería saber ni siquiera el signo de la llegada del mesías, no le debía interesar gran cosa, bastante tenía con preocuparse de sí mismo, pero Dios sí le da ese signo que no pedía: nacerá un niño hijo de la luz de una virgen y su nombre será Emmanuel. A ese número si quieres puedes jugar, a ver si a su debido tiempo, cuando llegue el sorteo, te toca el gran premio, el más esperado.

Por ello, tanto el salmo como la segunda lectura de este cuarto domingo de Adviento, con la Navidad a la vuelta de la esquina, son indican el modo en que podemos disponernos para recoger ese gran premio gordo que nos va a caer. Tenemos la gran suerte de estar llamados a recibir esa extraordinaria recompensa por la obediencia de la fe, si reconoceremos al Rey de la Gloria que va a entrar en nuestra historia y en la historia colectiva, así se transformarán tu vida y la de los otros en historia de salvación.

En el Evangelio este domingo vemos como acoge San José primero al ángel que se le aparece en sueños, para después aceptar y cuidar a María con la certeza de que el niño que trae su esposa en su seno es Hijo de Dios y viene del Espíritu Santo. Hay que ser un ser humano extraordinario para tener esa apertura para escuchar el lenguaje de Dios, los mensajes que nos traen los ángeles. No todos somos capaces de tener esa disposición para las maravillas del Señor. Ahí está el boleto de la lotería premiado y sacarle todo el partido posible. A la grandeza y generosidad de Dios, que nos trae a su propio Hijo hecho hombre, se corresponde la grandeza y generosidad del humilde José. Entonces, cuando confluyen ambas entregas mutuas, la de Dios y la del hombre, todo es posible. La Navidad es ese tiempo de encuentro.

Ya no queda nada para el sorteo de Navidad, y poco más para que en nosotros celebremos la llegada del Hijo de María y José. Es ese recién nacido que podéis ver envuelto entre pañales y acostado en un pesebre. Es el Dios humilde que acoge nuestra misma condición y se hace mortal. Que esta Navidad seamos como José, como María, como los pastores, y acojamos con esa ilusión los proyectos de Dios para cada uno de nosotros. Será una noche auténtica y maravillosa, en la que luce Él y las estrellas, no nosotros, que quedaremos sobrecogidos ante la belleza del Todopoderoso que se nos hace frágil y pequeño.

El nacimiento de Jesucristo nos enseña que hemos de nacer nosotros a Dios, aprender a amar, amarnos y dejarnos amar. Esta Navidad es una gran oportunidad, un premio extraordinario. El gordo es seguro si nos volvemos sencillos, sin que siquiera lo pregonen los telediarios. No es cuestión de azar ni de suerte, más bien de disponibilidad. Si Dios se abaja del cielo, también nosotros nos podemos apear de nuestros hábitos e inercias, para descubrir en lo oculto lo verdadero; pero para ello habrá que marchar hasta aquella aldea insignificante llamada Belén, hasta allí si quieres te guiará la luz que brilla en lo hondo de los hombres que buscan la voluntad de Dios. Si quieres estás premiado. Nos llega el gordo del amor mayor.

EL COLEGIO SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA

OS DESEA  A TODAS LAS FAMILIAS

UNA MUY FELIZ NAVIDAD

sábado, 13 de diciembre de 2025

Lo nunca visto

 LO NUNCA VISTO


No sé, tal vez pecamos de exceso de realismo. Está muy bien eso de ser fiel a la realidad, sin filtros, sin engaños, tal y como es, es decir, llamar al pan pan y al vino vino. Cuando uno se limita a los hechos sin demasiadas interpretaciones, luego no se lleva chascos ni decepciones. Pero el ser humano no puede ser absolutamente objetivo, sino que uno construye su mundo y tiene a sobredimensionar o al contrario, a minusvalorar aspectos fundamentales que solemos pasar por alto. Aún así hay que ir aprendiendo a ver sin tanto juicio y sin tanto prejuicio, simplemente a dejar que la vista se pose en cuando de maravilloso hay por doquier.

No resulta tampoco demasiado infrecuente oír eso de que uno lo tiene ya todo muy visto, que nada llama la atención ni sorprende, como si hubiésemos vivido ya tanto que lo que tenemos delante nos hastía. De ser cierta esta afirmación, no sé muy bien entonces por qué andamos absolutamente subyugados al poder hipnótico de las pantallas. ¿No lo teníamos todo tan visto? Pues parece que queremos ver más y más de lo mismo hasta llegar acaso al hartazgo. Hoy casi ya no levantamos la vista para ver el horizonte, el cielo, las flores o el rostro del otro.  

Puede que en realidad lo que nos pasa es que no sabemos mirar. El problema puede que no esté tanto en que la realidad manida se repita con una monotonía reiterativa, como que lo que resulta completamente desmotivador sea nuestra manera de mirar. En ese caso, somos nosotros los que no sabemos ver ni descubrir la asombrosa novedad de aquello que tenemos delante. Así pues, habría al menos dos tipos de ceguera: una causada por diversos problemas oftalmológicos, y otra porque nuestro estar en el mundo se colapsó de pesadumbre. No parecería desacertado aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Sabemos que Jesucristo atendió tanto a la primera como al segundo tipo de ceguera. Hoy fundamentalmente a la primera de dedican los admirables médicos; pero de la segunda, sí que podemos ocuparnos en este blog, de la ceguera por renuncia.

El Adviento es el tiempo litúrgico de incrementar la luz, si es que queremos salir de las tinieblas. Es un tiempo de espera esperanzada que aguarda con ilusión la llegada del Salvador. No tanto un tiempo de neones como de velas en la intimidad, más de escucha creyente que de grandes almacenes repletos y corazón vacío. Y es un tiempo de revisión para percibir por los ojos aquello que no vemos.

A este tercer domingo de Adviento se le denomina tradicionalmente como domingo Gaudete (Alégrate). No una alegría impostada, sino una alegría sencilla, porque ya está tan cerca el que ha de venir, que el corazón lo nota y el rostro lo refleja. Pero para descubrir ese manantial de alegría hemos de superar esa cortedad de vista que nos termina por sumir en el aburrimiento y en el desánimo. Si aprendemos a reconocer al Dios que viene y llega a hacerse hombre, entonces seremos capaces de contemplar el misterio de la la gloria del Señor.

Todo nuevo, renovado, distinto, resplandeciente. Es Él el Señor, que viene a salvarnos y por ello se abren los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos, y hasta el cojo es capaz de saltar como Un ciervo. ¿No lo ves? ¿Todavía no lo ves? ¿Es que no te das cuenta de que hay una nueva realidad que percibir y una nueva manera de percibirla?

El Bautista, preso y encadenado en la cárcel, no sé si le flojea el ánimo para mantener esa manera tan suya de ver con los ojos despiertos de la profecía, o será sólo que prefiere que sus discípulos vean por si mismos esa realidad que Jesucristo inaugura. El caso es que les manda ir a cerciorarse, a comprobar con sus ojos al que hace ver a los ciegos, escuchar a los sordos, andar a los cojos, a los leprosos, convertirse a los publicanos. Al que da cumplimiento a las Escrituras, el Mesías esperado. La realidad espiritual del Reino irrumpe con fuerza y es imparable. Lo nunca visto: a Dios hecho hombre rehumanizándonos con la fuerza de la ternura de Dios ya está operante y no tiene vuelta atrás.

Habrá quien quiera seguir sin ver lo nunca visto, el que quiera quedarse al margen de esta luz imparable de la auténtica Navidad, el que prefiera quedarse en el calabozo que no permite ver del todo, sólo de oídas lo nunca visto o el que mire las luces artificiales de una Navidad artificiosa. Pero a los que queremos empezar a ver de veras, Jesús nos responde ¿Qué salisteis a ver? Si reconocemos al Bautista como el predecesor, podremos contemplar al que él anunciaba: el Cristo, el Señor, el Dios humanado. Él nos capacita para ver y valorarlo todo de un modo nunca visto.

Si ves una luz nueva, una estrella nueva que apunta a lo desconocido, distínguela, reconócela y síguela. Algo en lo más profundo de ti te dirá que estas en lo cierto, en el camino que lleva a Belén, a contemplar y adorar a ese pequeñín entre pañales. Ahí está presente lo nunca visto.

sábado, 6 de diciembre de 2025

Avisos varios

 AVISOS VARIOS


A nadie se le escapa que las palabras son un filón, un auténtico tesoro del que hay que valerse para poder realizar una existencia realmente humana. Si prescindimos de su riqueza, volveríamos en un corto plazo de tiempo a sumirnos en la barbarie. Por tanto, conviene hacer uso frecuente del diccionario, no sólo es útil, sino también se vuelve necesario para saber de lo que hablamos y poder entendernos mejor.

Es obligado ir primero a la fuente para llenarnos del significado fresco de los términos. Comencemos nuestro periplo semántico por la etimología de la palabra aviso, que no es otra que la expresión latina "ad visum", esto es, a la vista. Y es que estas lecturas del segundo domingo de Adviento tienen mucho de ponernos delante de la vista lo que se nos viene encima, lo que debe estar a la vista, lo que hemos de esperar; otra cosa muy distinta es que prefiramos no verlo y miremos al señuelo o a la distracción de turno. No sea porque no nos vienen avisando.

Y ya iniciado este tour por las palabras, tras la etimología vayamos a las diferentes acepciones, para así poder aclararnos y ampliar todas las posibilidades de la palabra protagonista de esta humilde entrada. La RAE nos ofrece hasta siete posibles concreciones del significado de la palabra aviso: señal, indicio, precaución, cuidado, prudencia, discreción, etc. Es por esto que en nuestra lengua afirmamos que el que avisa no es traidor, pues si anticipadamente nos está indicando lo que puede pasar, y nosotros podemos ir tomando medidas para que no nos pille de sorpresa o con el pie cambiado. El que avisa no es que no sea traidor, es que es buena gente y amiga, salvo que el aviso sea infundado para engañarnos y atemorizarnos, pues de estos también los hay.

En los orígenes del periodismo se dice que fueron apareciendo cartas de aviso, en las que se informaba de lo que había ocurrido en otros lugares, y así, el lector u oyente de ellas podía estar al corriente de lo que sucedía. Mucho antes, en los momentos anteriores e iniciales de nuestra era, aparecieron los profetas, que se anticipaban a lo que iba a pasar. No eran adivinos, sino personas inspiradas para anunciar lo que el Señor quería que su pueblo escuchase, a pesar que esta vocación que asumían no les trajese más que sinsabores. Por el bien del pueblo debían estar al corriente y así poder evitar lo que, sin el aviso oportuno que ellos daban, hubiese sido inevitable.

En este tiempo de Adviento los avisos no están tampoco de más si queremos tenerlos en cuenta. Por avisar que no quede. En realidad no es un aviso de la llegada de un tiempo aciago, sino todo lo contrario, la mejor de las noticias: la llegada del mesías. San Juan Bautista, desde el corazón del desierto, ataviado con piel de camello, no deja lugar a dudas. Es un hombre de Dios, con aspecto y forma de hablar de profeta. En él no hay engaño, pues no viene a hablar de sí mismo, sino de Aquel tan esperado al que no se considera digno de llevarle las sandalias. Ya llega -es tiempo de gracia-, viene a cumplir su misión como Salvador, y por lo tanto que hay que prepararse debidamente. Nos reclama que demos el fruto que pide la conversión, pues el Reino de Dios está muy cerca, es inminente, y ahora se cumplen al fin las Escrituras y el momento no admite demora.

Estamos en sobre aviso: la venida esperada del que va a hacer posible el cambio absoluto de la historia, el triunfo definitivo del bien, ya va a ocurrir. ¿Sabremos tomar nota y preparar ese camino al Señor que llega? Los peregrinos de esperanza que hemos sido todo este año ¿lograremos mantener esa esperanza transformadora? Empecemos por cambiar nosotros y ser así agentes luminosos y convincentes de esta transformación del hombre y de la humanidad. Este mundo tiene solución; los males que nos acechan no van a ser definitivos y los malvados serán derribados. Sí, por fin será posible la Justicia y la Verdad, pues el Dios que nos va a nacer, el Dios humilde nos trae una vida nueva que se recibe por el bautismo de fuego que Él nos trae.

Facilitemos su llegada: frente a la soberbia la humildad; frente a la riqueza y el lujo, la pobreza y la belleza del Niño Dios en el portal; frente a las discordias, los intereses mezquinos de los poderosos, la paz del Señor en el sentir común; frente al egoísmo individualista y al materialismo rampante, la entrega, el cuidado, la ternura, la comprensión, la caridad y la fraternidad.

Un nuevo mundo se inicia con el nacimiento de nuevo del Salvador, si es que además cada uno de nosotros está dispuesto a nacer de nuevo. No se nos pide más: estar atentos, estar avisados y empezar a transformarnos tal y como nos piden insistentemente Isaías, San Pablo y el Bautista. Que Dios esté presente en cada uno de nosotros, en nuestro trato con los demás y en nuestro vivir. Si así hacemos, no habremos dejado caer en saco rotos tantos y tan buenos avisos, y será verdaderamente Navidad.

sábado, 29 de noviembre de 2025

Llegarán

LLEGARÁN


Todo lo queremos para ya. La consecución de nuestros deseos no puede demorarse, ha de ser inmediata. El consumista atroz, el adicto a lo digital, lo quieren todo a tiro de clic. Que no nos vengan con la paciencia y la espera, eso es agua pasada; ahora lo quiero ya y que me lo traigan a casita sin más molestia que haber movido un poquito el dedo índice. Ni en las peores épocas de las antiguas tiranías un solo dedo llegó a ser tan ambicioso, tan poderoso, tan caprichoso, tan acaparador como lo es hoy el nuestro.

Por otra parte, lo ávidos de las ventas y el beneficio rápido no van a perder la ocasión: Señor cliente, aproveche el momento. Pero el que en verdad lo va a aprovechar sin duda es el vendedor. Acrecientan la publicidad para que también se dispare la demanda y llenar las arcas insaciables. Hoy black friday, mañana Navidad, y después las rebajas. De compra en compra y tiro porque me toca. ¿Estás preparado? No dejes que tu tarjeta de crédito descanse, y así, entre la adquisición planificada y la espontánea, vas intentando atenuar la ansiedad irrefrenable que te sobrepasa.

Pero parémonos a pensar un poquito. No perdamos el control. No hay que precipitarse ni acudir corriendo tras el primer reclamo. Las prisas no son buenas; la sensatez y la prudencia sí que lo son. Sabemos que todo llegará, que termina por llegar, así que haya calma y no demos rienda suelta a nervios como si no fuese a llegar la ocasión esperada. El tiempo, que no lo cura todo, pone a todos y cada uno en su sitio. Precisamos más pausa y lentitud para aprender a disfrutar del momento presente sin más, con lo que estés haciendo o siendo, como ahora con esta pequeña lectura. Y solo eso es suficiente: remanso y atención.

Ya nos encendieron las luces de Navidad; ya rebosan los estantes de los comercios de mercancías navideñas, y por tanto, como ya está montado el decorado navideño, lo que nos toca es ponerse en modo Navidad, alegría consumista y felicidad obligada. Pero no, no es así exactamente, lo que toca es esperar a que lleguen las Navidades, porque llegar, llegarán. Esa actitud de espera, de preparación, de comienzo es lo que llamamos los cristianos Adviento. No, no es Navidad todavía, toca esperar con la confianza de que el que ha de venir vendrá. Ni más ni menos, porque si dejamos que nos arrebaten el tiempo de Adviento, terminarán por quitarnos también la esencia de la Navidad.

El profeta Isaías nos anuncia que llegarán días de encuentro y reunión en la diversidad, de celebración compartida, de paz entre los pueblos en la presencia en torno a Dios. Cabe, por tanto, esperar a que ello ocurra, pero colaborando para que esta utopía intuida por Isaías se haga realidad: una humanidad fraterna y reconciliada. Hemos de tender hacia allí con esa disposición que expresa el salmo: vamos alegres al encuentro del Señor. Y así también nos exhorta San Pablo, cambiar de modo de vida para que esté más acorde con lo que se espera. Vivir esperando y preparando esa venida del acontecimiento que transforme definitivamente nuestro existir. Que se acaben los egoísmos, cainismos y consumismos que mantenemos como si nada fuera o pudiera cambiar nunca. Despertemos ya y comencemos a hacer efectiva la mejor forma de ser humanos, hermanos que avanzan hacia ese Dios con nosotros que ya presentimos.

Y en el evangelio de San Mateo se nos indica que Noé se preparó y dispuso. Cuando empezaron a formarse los nubarrones, el entró en el arca. Y al contar con los demás, en lugar de ser un final definitivo, su disposición a escuchar y cumplir la voluntad de Dios posibilitó un nuevo comienzo. No desoigamos hoy esa palabra de Dios que predispuso a Noé a ser garante de vida. No desoigamos esta invitación al comienzo del Adviento para preparar la venida gloriosa y humilde de nuestro Salvador. No se trata tanto de decorar calles y escaparates, no, pues para que llegue la Navidad, puesto que con la luz de las estrellas, y alguna que otra vela encendida, es más que suficiente para iluminar al que es la Luz del mundo.

Preparemos el corazón para estar prestos a acoger el amor de Dios a los hombres. Seamos hogares para los demás. Descartemos todo lo que nos impide estar cercanos de los hombre y de Aquel que se hizo hombre naciendo allá por Belén en un sencillo portal. Aprovechemos este tiempo de Adviento para que este año sea un tiempo de bendición para ti, para tu familia y para todos. Sólo así llegará finalmente sin prisa ni pausa, la tan esperada Navidad, con el verdadero sabor a natividad del Verbo encarnado. Mejor, por tanto, abstenerse de cualquier sucedáneo de Navidad sin precipitación ni denominación de origen.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Sin trampa ni cartón

SIN TRAMPA NI CARTÓN

Decir que en esta vida todo parece un perfecto decorado es quedarse muy corto. Ya Calderón de la Barca tituló a uno de sus auto sacramentales con el elocuente nombre de El gran teatro del mundo. Y es que la realidad parece más una trama ficticia que cualquier otra cosa. Todo es pose, apariencia y ocultación frenética e interesada de la verdad. Los unos y los otros, y cada cual en su medida, se afana no por dejar manifiesta la verdad objetiva, sino por maquillarla o esconderla tras de múltiples caretas.

Es conocida la expresión acuñada recientemente de posverdad; con ella nos referimos a esa distorsión deliberada de los hechos objetivos, suplantándolos con posturas emotivistas, para que sin reflexión alguna las personas se posicionen y caigan fácilmente en la manipulación y en la polarización. Por lo que si antaño pocos se esforzaban en ese afán meritorio de esclarecer la verdad, en este turbio presente, dominado por las pantallas más que por las bibliotecas, y por la información rápida y sesgada en lugar del conocimiento logrado a fuego lento, la verdad se encuentra aún más sola que nunca.

Eso de exponerse con luz y taquígrafos ante lo que sin trampa ni cartón quede manifiesto lo que sólo somos, debe de ser muy doloroso, pues el común de los mortales huye despavorido antes de someterse a ese necesario autodescubrimiento. ¿Acaso no consistía en eso el famoso oráculo délfico? Pues parece que hoy vale cualquier cosa con tal de evitar ese sabio y prudente consejo de conócete a ti mismo. Pues si fallamos en reconocer nuestra propia verdad, ninguna verdad del mundo y de los demás vamos a poder alcanzar, y todo seguirá siendo farsa y decorado, máscara y caverna.

Y ante este drama humano de dar "la espantá" a la realidad nos ponen las lecturas en el final del ciclo litúrgico que hemos venido celebrando. Muy seguros de sí mismos, bien instalados en sus puestos, unos y otros pasan ante el Dios crucificado entre malhechores para exigirle entre burlas que sea un Dios a la medida de su mentalidad, que si Jesucristo es quien dice ser, en lugar de salvar a otros, se salve a sí mismo. Pero se impone la verdad de quien Él es. En la cruz, bien clarito y en tres idiomas, se lee que es el rey de los judíos. Pero es un rey cuyo poder real y divino le viene del amor oblativo. No viene a salvarse a sí mismo, sino a salvarnos de ese egoísmo cerril que nos esclaviza y destruye. Justamente pendiendo del madero, desnudo, desfigurado y desposeído, nos muestra brutalmente la verdad de Dios, que no se salva a sí mismo, sino a aquellos que libremente se confían a Él. Le piden que demuestre mediante el alarde de librarse del tormento que él es el mesías, y lo demuestra, con la aceptación y la renuncia a su identidad mediante la traición que le solicitan.

Abrirse a la verdad espeluznante y conmovedora de siervo sufriente que entrega la vida sin reservarse absolutamente nada, es la única manera de entender el triunfo inaudito al que estamos asistiendo. Ese es Dios verdadero no según nuestras concepciones, sino sin tapujos, el Cristo, Rey del Universo que vence el mal y la muerte en el abandono de los hombres, aunque esté muriendo por todos ellos. Y sin embargo, el buen ladrón, que sí sabe reconocer al Dios que comparte su misma suerte, se encomienda a Él mientras el otro sigue burlándose de este Dios humilde y crucificado. Y Jesús le promete compartir igualmente su suerte.

En definitiva, nadie se salva a sí mismo, como nadie se hace a sí mismo, todos nos necesitamos y todos hemos de ser salvados por otros y por el Dios encarnado. Esta es una de las verdades que este gran teatro del mundo virtual va a tratar de impedirte que descubras. Trata de ser contigo y para ti es lo que le exigían entre burlas a Jesucristo en el suplicio los mismos que le habían conducido hasta allí; pero es justamente al contrario: el que ama no mira tanto por sí como por los amados. En la cruz Jesucristo nos salva y nos hace hermanos, por mucho que esta sociedad trate de olvidarlo echando capas de superficialidad sucesivas y distracciones.

Este Cristo es la verdad radiante que no queremos ver ni asumir. En el supuesto fracaso estaba la verdadera victoria. En el Humillado el Salvador. En el que pierde su vida por Él y por el Evangelio, el que en realidad la gana ya para siempre. Es la gran lección que este mundo no está dispuesta a aceptar, porque los poderosos de entonces no son demasiado diferentes a los de ahora: sólo miran por ellos, los demás no les importan. Es la mentalidad vigente de salvarse exclusivamente a uno mismo a costa de los demás, pero de la que los creyentes deberíamos contar con suficientes anticuerpos para no caer en esas pseudo verdades que ofrece el sistema. No, la lógica del amor es la que asegura y posibilita que salga a la luz la más honda del saberse todavía humanos: el que se vence a sí mismo es el único capaz de vencer al mundo con la ayuda de Jesucristo, el Rey del Universo, autor de la vida y la gracia.

sábado, 15 de noviembre de 2025

En caída

EN CAÍDA


No hace falta estar demasiado al tanto para, a estas alturas del año, haberse ido dando cuenta que las horas de luz han disminuido considerablemente, que el día nos cunde aún menos, y que hasta las hojas caídas alfombran nuestras calles, plazas y parques. Es el otoño con su peculiar colorido, hermoso, pero ciertamente poco animoso. La naturaleza nos está expresando algo que no suele gustar recordar: el declive. Caen las hojas de los árboles despojándoles de su belleza, e igualmente van cayendo las últimas hojas del calendario. Todo llega a su fin, todo, antes o después encuentra su punto de maduración, al que sigue su tiempo de caída.

Aunque traten de evitarlo a toda costa, también a los que ostentaron el poder con toda la serie de artimañas, les llega el momento en que terminan por precipitarse. Caen de sus pedestales aquellos que se habían subido a sí mismos por encima de los demás mortales. Ellos se endiosaron, pero ahora la realidad termina por instalarlos en el sitio que les corresponde, y como se suele decir: más dura será la caída.

En la economía también suceden esas épocas de crecimiento y otras en que se acabaron los beneficios. Los llaman ciclos económicos a aquello que nuestros antepasados denominaban periodos de abundancia y escasez, las vacas gordas y las vacas flacas. En los mercados se especula, suben de golpe las cotizaciones bursátiles, pero llega el momento del desplome, y todo retorna a su cauce natural. Por tanto, no ha de sorprendernos demasiado esas oscilaciones, esos momentos de auge, que sin duda traerán otros posteriores de declive. A las personas nos ocurre lo mismo que a los imperios, pues los humanos no estamos inmunizados contra el declive.

Y es que el año litúrgico está llegando también a su fin y eso se nota en todo, también en las lecturas que nos propone este domingo XXXIII, jornada mundial de los pobres. El profeta Malaquías es tajante en su anuncio: llega el día en que en el horno serán quemados aquellos que vivieron como si no hubiera mañana, como si sus delitos fueran a quedar inmunes, como si lo propio del ser humano fura el cainismo. Los que practicaron la injusticia y sumieron a los demás en la pobreza caerán sin remedio, frente a los que por sus buenas obras les llegará la bonanza del amor consolador de Dios. Cada uno de nosotros está a tiempo de situarse o a un lado o a otro de la balanza. 

Hay que comportarse con rectitud, mirando el bien por todos, tal y como trató de hacer el apóstol Pablo cuando se encontró como uno más en la comunidad de Tesalónica. Practiquemos la fraternidad, trabajando y luchando por el bien de la comunidad, no por el miedo al castigo de esos días en que vendrá el Señor a regir los pueblos con rectitud, sino por el compromiso que se adquiere al creer en Jesús: practicar el bien, la justicia y la misericordia. ¿Puede haber dedicación más hermosa?

Ante este panorama de final de los tiempos que se nos avecina, se nos pide conservar la calma, la confianza y la esperanza. Sabemos de quién nos hemos fiado, del Dios amoroso que nunca va a abandonarnos. Todo sucederá cuando tenga que suceder, y habrá una gran caída, pues parece haber ya señales premonitorias del hombre como artífice activo de la destrucción de la paz y la equidad. Sin embargo, los justos deben seguir firmes en la práctica de la concordia y la justicia. Mientras llega o no llega esa caída precipitada, seamos artesanos de ese humanismo cristiano que cree y restaura al ser humano, pues pasará este tiempo, se caerá piedra sobre piedra del grandioso templo construido por manos humanas, pero de su palabra ni una sola letra perderá validez.

Es nuestra misión: dar testimonio de que el ser humano puede cambiar, dejarse hacer por Dios para atender a los hermanos, en especial a los más necesitados. Quien lleva a Jesucristo en su vida y obra en consecuencia conforme a la voluntad de Dios amando a los hombres, está anunciando un modo nuevo de ser hombre. En tiempos de caída también se puede atisbar que no todo acabará de manera lamentable, sino que el final, tanto de la historia personal como de la historia de las civilizaciones que no supieron convivir, no va a ser más que un principio, pues Dios es un Dios de vida que no acaba.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Desde dentro

 DESDE DENTRO


Nos parece facilísimo distinguir y separar, pues no hay que ser demasiado entendido para ello. Al menos desde el pensamiento occidental en el que estamos inmersos, nos resulta connatural esa visión que proyectamos sobre la realidad, identificando algo en concreto frente a lo que no lo es ni parecido. Analizamos y separamos así el grano de la paja, las peras de las manzanas, o incluso las ovejas de las cabras, porque nos parece lo inteligente y sensato, y efectivamente así lo es. Aunque, tal vez, también precisamos no olvidarnos de que es posible alguna otra manera de conocer, que justamente es complementaria a la que solemos emplear; no la perspectiva que tiende a dividir, sino más bien la que une e integra. Y es justamente ahí en donde tendemos hacer aguas. Tan necesaria es la tarea de clasificar diferenciando, como la que ve más allá de las diferencias y logra encontrar semejanzas y puntos de conexión que no resultaban tan evidentes.

Y es que esto de elaborar conocimientos válidos parece ser muy complicado. Mientras las ciencias han progresado muchísimo mediante la especialización, la espiritualidad busca más aunar, relacionar y hasta superar contrarios. Es verdad que hoy en día, en el desarrollo científico se combinan la especialización con equipos multidisciplinares, porque los saberes científicos se precisan los unos a los otros y se quiere superar las barreras que una visión exclusiva y reducida de los hechos no era capaz lograr. Es evidente que cuatro ojos ven más que dos, y que para poder disponer de mayor y mejor información se requieren distintos puntos de vista, no siempre coincidentes.

Ni todo es contrario ni todo ha de ser opuesto. Los electrones han de saber danzar con los protones y con los neutrones. ¡A qué tremendo caos podríamos llegar si prescindiéramos de cualquiera de ellos! Así también, lo exterior, tan valorado, ha de contar con otra parte constitutiva que es la interior. Ambas, la externa y la interna son caras de la misma moneda, esto es, de la realidad completa y compleja de las cosas y los seres. Qué error sería quedarnos solo una de ellas, negando la otra, o entendiéndolas como independientes, exclusivas y hasta opuestas. Para aproximarnos a la realidad todas las caras de la verdad cuentan. La verdad debe ser en gran medida polifacética e integradora.

Y este domingo en el que en Madrid capital celebramos la Virgen de la Almudena, en todo el orbe católico también coincide con la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma y uno de los templos más antiguos y relevantes, pues se la considera madre de todas la iglesias del mundo. Será por eso que las lecturas se centran en la idea de templo, es decir, santuario en el que mora el Santo.

Y aquí para hablar de templo sí que nos vienen muy bien las categorías que habíamos anteriormente comentado: exterior, superficie o fachada, e interior, profundidad y esencia, no como opuestos, sino como interconectados Exteriormente muchas de nuestras iglesias son construcciones excepcionales y soberbias. En especial aquellas con más solera e importancia, son monumentos visitados y retratados por los turistas. El mero hecho de llamarse basílica, como es esta de San Juan de Letrán, ya nos está indicando un tipo de construcción que ya empleaban los antiguos romanos como uno de los edificios construidos para las reuniones de los altos cargos y representantes. Allí se decidían y acordaban las cuestiones de mayor índole. Toda iglesia basílica hereda ese trazado, y por tanto, no es un edificio menor, sino que será amplio, elegante y suntuoso. Digno de lo que dentro se celebra, esto es, el culto al Absoluto.

Pero además de lo exterior, lo que confiere verdadero sentido y sostiene a la basílica como templo, es lo interior. Es casa de oración, es templo, es por ello el ámbito de realidad donde uno entra y se interna precisamente a abrir su interior a la presencia y relación con ese Dios invisible, que allí mora sin hacerse evidente. Los acuerdos a los que se puede llegar con ese Dios Trinitario no son los mismos a los que llegaban los senadores y letrados, sino a unos aún más íntimos y cruciales: son asuntos de amor verdadero, de libertad interior y recogimiento. Uno ha de entrar al templo, ya sea basílica o no, transformándose a su vez en un templo vivo, en el que también está presente ese Dios que nos habita.

Leamos y escuchemos en esa clave estas lecturas que nos propone hoy la Iglesia. Del profeta Ezequiel nos viene un texto bellísimo, donde se nos describe que del templo brota y se escapa un agua que inunda a su paso los paisajes de vida nueva y perenne. Ojalá llegue dicha agua rebosante hasta nuestros pies, o mejor hasta lo más remoto de nuestro ser, ese agua que nos dota de vida en el Espíritu. Así, si lo de dentro no se agosta, sino que está bien fresco, el exterior será reluciente, porque el correr del agua del Espíritu por nuestros capilares se nos llenará el rostro de ánimo y alegría. Que corra por las calles de nuestras ciudades también esa agua de la cordialidad y el encuentro. Que se encharquen las plazas de esa presencia que nace desde dentro. Así será maravilloso convivir aquí en la tierra como en el cielo, pues todo será ya templo vivo.

Y el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios, nos recuerda que nuestro cimiento no es otro que el mismo Cristo resucitado; a Él nos debemos, habita en nuestro propio templo, y por ello debemos sentirnos basílica consagrada, pequeña, humilde y personal, pero enorme y grandiosa por dentro, porque Él está y vive para llenarnos de vida, y de vida divina. Estamos consagrados como verdaderos templos humanados, para a su vez ser constructores de un templo mayor y fraterno: comunidades que acogen y siguen a Cristo vivificador, es decir, su Iglesia.

Y finalmente, vemos en el Evangelio de San Juan como Jesús no se resigna a que no respetemos la función principal del templo. Dios reside en él, y en mayor medida ahora que acaba de hacer su entrada el Hijo en el templo de Jerusalén. No podemos seguir haciendo negocios y ocupándonos de otros menesteres secundarios, cuando estamos ante Él. El templo es un espacio sagrado que hemos de aprender a respetar con silencio y veneración. Los comportamientos profanos están fuera de lugar cuando se nos hace presente el Señor. Si no quieres entrar en el templo, quédate fuera; pero no entres como si no estuvieras ante El que es y está. Jesús, que ha venido a unir lo divino y lo humano, no acepta esa falta de correspondencia por parte de los que no se enteran ni de dónde están y hasta comercializan con lo más sagrado, y les tira los tenderetes y les echa fuera. No vale quedarse sólo con lo exterior del templo.

Aprovechemos para que eche fuera de nosotros también todo lo que nos impide ese acceso al Dios interpersonal vivo que quiere hacer morada en nosotros. Colaboremos con Él para desmontar todo aquello que nos destruye como personas creadas a imagen y semejanza suya. Facilitemos esa presencia viva del eterno en cada uno de nosotros. Distingamos lo que divide y dificulta, para promover lo que agrupa e integra. Que entre el Señor en nuestro templo y expulse a los comerciantes, artífices del interés y del beneficio, para hacerle sitio a Él, el Dios verdadero que da paz y vida, y que ya se quede dentro y ser así templos vivos en los que Él habita. Ese dentro habitado y sereno, también ha de reconocerse desde fuera, pues somos un todo unificado, como María, que estaba oculta dentro del muro, hasta que apareció al exterior, la que ahora llamamos y veneramos como Santa María de la Almudena.

Gracias a la cáscara, el huevo sigue siendo huevo y conserva sus propiedades, pero no nos comemos sino lo de dentro, así también el templo sigue siendo templo por la carcasa, los muros, fustes, bóvedas y tejados; pero lo que alimenta el alma es el Dios que habita dentro. Nosotros somos también templos humanos y divinizados por el que asumió nuestra condición carnal. Dejémonos habitar por su Espíritu y dentro de nosotros brotará esa agua prometida que mana hasta la vida eterna.

viernes, 31 de octubre de 2025

Renovar la esperanza

 RENOVAR LA ESPERAZA


Si se mira y juzga precipitadamente, se corre el riesgo de no acertar. Si no nos paramos demasiado a observar con detalle, bien puede darnos la impresión de que los humanos, al menos en países desarrollados, vivimos una fiesta constante a la que no queremos renunciar. El que más o el que menos trata de disfrutar en todo momento y a costa de todo como si nos fuera la vida en ello. En un vistazo rápido puede parecernos que derrochamos vitalidad y alegría. Pero tal vez no sea tan así como creemos. 

Terrazas llenas de amigos, restaurantes en los que sin reserva no se te ocurra presentarte, vacaciones a todo lujo, aforo completo en tantos lugares de ocio; pero, al mismo tiempo, los informes demoledores sobre soledad no deseada, sobre el consumo de ansiolíticos o sobre depresiones y suicidios, desmontan la ficción de estar en la tan cacareada sociedad del bienestar. Desengañémonos, no es oro todo lo que reluce, sobre todo si pretendemos mirar sin hacernos trampas a nosotros mismos. Como aquella película titulada Lo que la verdad esconde, hay mucho más que tal vez, por acción u omisión, se nos esté pasando inadvertido.

En esa línea se viene pronunciando en los últimos años el último premio Princesa de Asturias, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Tanto es así, que terminaba su discurso de agradecimiento en la recepción del premio afirmando que "Algo no va bien en nuestra sociedad". Podemos, por tanto, observar y reflexionar, tomar nota, leerle y debatir, a ver si esa supuesta felicidad no es más que otra farsa más, otro bulo que estamos dispuestos a dar por bueno, pero que no es real.

La Iglesia Católica siempre ha hecho hincapié en la esperanza como una de las virtudes teologales que no podemos permitirnos perder sin errar el rumbo. Andamos ahora metidos en pleno año jubilar de la esperanza, Y el actual papa León XIV acaba de sacar una extraordinaria carta apostólica, titulada "Trazando nuevos mapas de esperanza", en la que aborda la educación como acicate para renovar la esperanza, aprovechando la educación para promover una cultura más humana y justa.

No podemos permitirnos ceder a la desesperanza y celebrar y consumir la propia vida y las demás como huida del pesimismo profundo en que como sociedad vamos cayendo, como si nada tuviera remedio y estuviésemos abocados a un fin desesperado y agónico. Sabemos que lo peor que podríamos hacer es resignarnos y refugiarnos en un victimismo insolidario, en lugar de ponernos a los remos y escapar de ese atolladero al que nos conducirá irremisiblemente haber perdido la esperanza y puestos a perder, también la fe, la caridad y hasta lo que nos quede aún de humanidad. La educación ha de servirnos para revertir esta tendencia mortal ha que estamos sucumbiendo. La tarea educadora ha de estar preñada de esperanza y ser motor de transformación.

Bien podríamos alterar el refrán y decir: "Dime tu esperanza y te diré cómo estás". Si quieres, puedes parar un momento y preguntarte sobre lo que esperas de ti mismo y de los demás; lo que esperas de la vida y en la vida. Y también, puestos a autocuestionarnos, planteartse lo que espera cada uno tras la muerte. Casi es obligado al comienzo de este mes de noviembre volver a enfrentarse a la propia finitud y la de los seres queridos que ya han partido. Y ahí no hay muchas posibilidades: o aceptamos la desaparición total, o atisbamos esperanzados una continuidad, o al menos su razonable posibilidad.

Qué bueno sería poder renovar la esperanza como si se tratara de un delicadísima planta de la que nacen las ganas de vivir y de hacerlo con la verdadera alegría capaz de transformar la desesperanza reinante en ánimos y entusiasmo. La palabra de Dios de este sábado, Día de todos los santos, como del domingo, celebración de los fieles difuntos, sí que puede insuflarnos la luz de la que se nutra nuestra esperanza. Luz que anuncia el triunfo sobre la oscuridad y las tinieblas.

Jesús se dirige al pueblo numeroso que acudía a escucharle y les anuncia la seguridad del triunfo sobre toda penalidad. En el sermón de la montaña afirma que los que ahora sufren van a ser bienaventurados, felices, porque el Dios de misericordia no abandona a los hombres. El Hijo de María ve más allá, apunta a un futuro profético en que lo negativo va acabar y cambiar definitivamente. Creer en las palabras hermosísimas de Jesucristo sostiene nuestra esperanza. La actuación de Dios acabará contra todo mal propiciado y permitido por los hombres sin esperanza. Llegarán días firmes en que el triunfo del bien prometido por el Dios de vivos transforme nuestra condición. El Señor tiene preparado para sus amigos los santos, los que vivieron en fe, esperanza y caridad un lugar junto a Él. No se puede aspirar en esta vida a nada mejor, la otra la eterna en festiva comunión.

Ojalá nos queden algo más claras aquellas palabras de Václav Havel cuando apuntaba que "la esperanza no es una convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que vale la pena luchar por una causa justa independientemente del desenlace".  Llevar a cabo la realidad del Reino, luchar por el proyecto de Jesús, ser santos en la capacidad de amar, merece por completo la pena, aunque el desenlace se encuentre aquí y todavía más allá de este mundo. Aprendamos a mirarnos con otra perspectiva para que se pueda renovar nuestra esperanza. Atrevámonos a ser bienaventuranza, anticipo y promesa del don de Dios de todo consuelo.

Sabemos que Cristo resucitó y resucita aún resucitándonos. Todos los hermanos que por el bautismo nos hemos unido a Él, ya participamos de su muerte y resurrección. No temamos a la muerte, porque ya no puede acabar definitivamente con la vida. Contamos con una vida divina que ha de estar operativa en cada uno de nosotros. Por tanto, no hemos de temer ni estar cabizbajos. Los que ya partieron, nuestros seres queridos, a los que seguimos añorando, ya están con Él en la vida eterna. Conocemos al que es la verdad, el camino y la Vida, y es justamente Él el que nos garantiza el acceso al Padre y al cielo. ¿Cómo no vamos a estar esperanzados los que hemos conocido su amor?

Lo que ahora no vemos, lo que ahora no llegamos a entender, lo que ahora todavía nos apena y entristece, debe comenzar a transformarse en segura esperanza de poder compartir el amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu, con todos santos y familiares y amigos difuntos. Allí serán enjugadas nuestras lágrimas y seremos bienaventurados con los bienaventurados, porque supimos amar y supimos optar por vivir para el amor a Dios y a los prójimos con los que tuvimos la suerte de compartir nuestras vidas. Hoy agradecemos, recordamos y rezamos por los que se fueron, dejándonos también un hueco palpable, sabiendo que ya descansan en la bienaventuranza del Señor. A Él nuestra alabanza por los siglos.

sábado, 25 de octubre de 2025

Con otra perspectiva

CON OTRA PERSPECTIVA


Que vivimos en una sociedad donde impera la imagen sobre el juicio, a nadie se le escapa. Para bien o para mal, en la actualidad esto es así. De hecho parece que nos estamos libremente autoesclavizando bajo este yugo de las pantallas en lugar abrirnos a la conquista de las ideas. Pues si dejamos que un día tras otro el foco de nuestro interés esté centrado exclusivamente en lo insustancial que a menudo nos muestran, poco a poco y sin remedio nos iremos convirtiendo más en auténticos mentecatos que en hombres y mujeres ilustrados y libres. El exceso de virtualidad, junto a la falta de análisis de la realidad, puede ser el triste diagnóstico más extendido en nuestros días.

No estaría demasiado desencaminado comparar el tiempo que pasan nuestros adolescentes o jóvenes frente a la información audiovisual, en lugar ocuparlo frente a un libro que presente ideas o pensamientos elaborados. Si ya a través de las redes nos da su versión prefabricada el influencer de turno, nos evitará tener que pensar por nosotros mismos. Pudiera parecer que esto de tratar de reflexionar de manera personal fuese una tarea inhumana, cuando, por el contrario, es una de las ocupaciones que más propiamente podemos considerar humana y humanizante.

Pero este panorama de opción por lo fácil y simplón tiene sus consecuencias. Cada vez hay menos pensamiento profundo o crítico. Amigo lector, haga usted mismo la prueba. Encienda la televisión, escuche y compruebe por si mismo. ¿Qué tipos de argumentos aducen los políticos o aquellos que suelen participar en tertulias televisivas? ¿Acaso no son ideas consabidas, generalidades ideologizantes, consignas maniqueas, sin que aparezca una mínima búsqueda de la verdad y el consenso? Antaño había programas de considerable nivel cultural del tipo de la siempre añorada "La clave", donde, a partir de una película, se iban debatiendo diferentes aspectos del tema abordado con seriedad, rigor y conocimiento de causa, desde los más diversos puntos de vista. Hoy, sin embargo, plantearse cualquier asunto con ese interés y complejidad no tiene cabida en la programación televisiva, pues sólo persigue audiencia y hacerle el caldo de cultivo a su señor.

En este sentido, no debe extrañarnos que la enseñanza está cada vez más orientada a la instrucción profesional y técnica en lugar de capacitarnos para pensar de manera libre, crítica y fundada. No cultivamos ciudadanos libres y responsables, sino meros trabajadores cualificados para las demandas tecnológicas del mercado laboral. Y lo que no satisfaga a ese fin pragmático no tiene cabida. Para pensar, lo que se dice generar pensamiento, ya tenemos a la IA que va a ser la que se dedique de manera delegada a ello, en lugar del homo sapiens. Así parece que están las cosas: que piensen las máquinas, que a nosotros nos cansa la tarea.

Con lo cual, el pensamiento no pasa de juzgar precipitadamente por meras apariencias, como si más allá de estas nos estuviese vedado mirar. Pero para aquellos que aún, y en contra del mundanal ruido y de las tendencias, se atreven a asomarse a las lecturas de este domingo XXX de tiempo ordinario, verán que son un revulsivo contra esa forma de proceder tan ligera de juicio y sensatez. En el libro del Eclesiástico o Sirácida se nos muestra que Dios, al contrario de nosotros, no hace acepción de personas, sin desentenderse de aquellos que para la sociedad cuentan poco a nada. Él escucha al humilde, al huérfano o a la viuda con predilección, pues sus súplicas le conmueven y son atendidas. Al contrario de lo que ocurre en esta sociedad de individualistas con auriculares, el sufrimiento de los descartados no le es indiferente.

En esa misma línea van el salmo 33 y el fragmento de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo, pues si Dios no nos abandona, sino que nos escucha, acompaña, consuela y socorre, entonces nosotros deberíamos también mantener nuestra confianza en Él, y con Él, escuchar, acompañar, consolar y socorrer al hermano que sufre, porque, aunque la sociedad se desentienda, los cristianos no.

Y en el evangelio de San Lucas, es el propio Jesús el que nos narra la parábola del fariseo y el publicano. Mientras el primero juzga y prejuzga peyorativamente al hermano que reza con él en el mismo templo, considerándose mejor y superior al otro, el publicano tan solo se fija en sí, en su pequeñez y fragilidad, pues se sitúa con autenticidad ante la grandeza y el misterio sobrecogedor de Dios, donde no puede haber sitio alguno para la vanidad que ostenta al fariseo.

Es benefactor, por tanto, situarnos como aprendices una y otra vez ante las enseñanzas transformadoras del evangelio. Aprendamos a no ser superficiales y vanos consumidores de imágenes virtuales y sí de más contenidos virtuosos, porque si no se nos terminará distorsionando necesariamente el ego y hasta puede llegar a desaparecer el rostro real del hermano sufriente. No viene mal tampoco, como terapia espiritual saludable, situarnos ante el amor de Dios todoabrazador, reconociendo nuestra poquedad, nuestro barro humilde, pues Él lo considera sagrado y nos trata con suma ternura y cuidado.

La tendencia y la tentación pueden ser construirse una imagen falsa de quienes somos, hasta el punto de ni siquiera llegar a reconocer nuestra máscara, tal y como el fariseo, que se veía a sí mismo perfecto y modélico en su relación con Dios y con los demás hombres, aunque a las claras dejara bastante que desear. Cuidado, por tanto, con las imágenes, porque aún pudiendo ser hermosas, pueden estar mostrándonos más que una realidad parcial y superficial de lo que hay y de lo que somos. Si quieres descender y descubrirte, adéntrate en tu desierto y será el mismo Dios el que se te revele para mostrarte entera y progresivamente tu autenticidad y tu espejismo.

sábado, 18 de octubre de 2025

En confianza

EN CONFIANZA



Antaño tuvo cierto éxito entre la gente de la llamada movida madrileña una canción titulada "Malos tiempos para la lírica" cantada por un grupo denominado Golpes Bajos. Posiblemente haya habido algún tiempo halagüeño para la lírica. Pero seamos realistas, más bien, la mayor parte en el largo devenir de la historia, los tiempos no han sido favorables para la lírica. Seguramente tampoco para la paz, pues nos empeñamos en que lo más valioso pase rápido, y así seguir añorando ese tiempo idílico, más que aprender a mantenerlo por años sin término. No será necedad del todo, por tanto, afirmar que los seres humanos parecemos unos insensatos recalcitrantes poco dispuestos a aprender.

Si es verdad que la paz y la seguridad son absolutamente beneficiosos para todos, salvo para los que sacan tajada del río revuelto, ¿por qué entonces dejamos que nos la arrebaten con tanta facilidad? ¿No podríamos hacer algo para no caer en ciertas manipulaciones que, poco a poco, nos van predisponiendo a unos contra otros? Bien pudiera parecer que al final estuviésemos condenados a vivir en perpetua desazón o en vilo todo el tiempo, dado que en cualquier momento se nos puede venir encima la adversidad. Si esto es así, vivir sería un prolongado sinvivir, y estos no son tampoco tiempos para vivir en confianza. 

A lo peor, la vida ha de resultar siempre imprevisible, y debemos asumir seguir adelante con ese margen de incertidumbre manejable, en lugar de estar asustados y temerosos, a pesar de que tampoco sean estos buenos tiempos tampoco para ejercer tranquilamente el noble arte de ser humanos. Vengan buenas o malas, hemos de permanecer juntos, unidos y con una fe que mueva y conmueva montañas. Así y sólo así superaremos lo que se nos pueda venir encima, confiando en que la ayuda nos vendrá siempre del Señor.

Y de eso nos habla también estas lecturas del domingo XIX del tiempo ordinario. Moisés tendía los brazos en alto y la buena fortuna parecía acompañar a su pueblo. Fue necesario la ayuda de los suyos para que pudiera permanecer con los brazos alzados hacia Dios. Contemos siempre con su ayuda sutil, pues los logros no dependen en exclusiva de nuestro esfuerzo individual, también por supuesto, de la ayuda extra recibida de los demás y de lo alto, que no solo nunca están de más, sino que suele ser necesaria y decisiva.

En pleno año jubilar de la Esperanza, es preciso recordar que esta es radicalmente profética, Sólo esperando y confiando en ese Dios comprometido que nunca nos abandona podremos persistir, mantenernos firmes y constantes en la tarea encomendada a cada uno. Para atrevernos a ponernos manos a la obra en la transformación personal y comunitaria, hemos de mantener una firme esperanza confiada en lo que llevamos a cabo y en la consecución de los objetivos marcados. Sí, una y otra vez, con la misma constancia que la viuda del evangelio solicitaba justicia al juez injusto, contra viento y marea, incluso contra las evidencias. Creemos, actuamos y esperamos. La enseñanza tiene mucho de confiar en lo que aún cabe esperar. Si así lo hacemos, antes o después, el Dios todobondadoso permitirá que nuestro empeño no haya sido vano.

No renunciemos a las primeras de cambio ni a nuestras ilusiones ni nuestros sueños. El ser humano no debe rendirse a las primeras de cambio. Por el contrario, hagamos de los problemas y dificultades trampolines de transformación y mejora. Dios nunca va a dejar de escuchar nuestras peticiones y anhelos. Perseveremos, pues, en nuestra espera confiada, porque la perseverancia y la espera ya nos están permitiendo transformar nuestro corazón, impaciente y caprichoso, en uno sereno, que transciende su propio deseo personal, para dar espacio y cabida a las necesidades de todos los demás.  

Los lectores asiduos de este blog saben que domingo a domingo nos disponemos a dejarnos iluminar por la palabra de Dios, porque esta es lámpara para nuestros pasos; es tierra fecunda en que vamos poco a poco germinando para tener vida en nosotros, profundas raíces, e incluso llegar a dar buenos frutos. Esta semana, en medio de la semana por la convivencia escolar, queremos que esa palabra, escuchada, aceptada, reflexionada y asumida, sea la que orienta y posibilita los retos de nuestro convivir como comunidad educativa. Y es que el evangelio y el Espíritu nos permiten ser verdaderamente una comunidad familiar en que todos los miembros nos cuidamos. Esa es la convivencia que perseguimos, la que propone Jesucristo: "Amaos unos a otros como yo os he amado". La escuela en donde se convive bien, permite que todos confiemos en los demás y aprendamos en confianza.

Todo nuestro apoyo, por tanto, a las causas de aquellos que cuidan a los demás, especialmente a los más vulnerables. Estamos, con la ilusión y el buen hacer de la familia Provi, en la carrera contra la leucemia. Y estamos muy cerca de las Hijas de Santa María de la Providencia, nuestras abuelitas misioneras, y de todos los cristianos misioneros que se desviven por transformar el mundo que tenemos en el mejor de los mundos. Sois un ejemplo admirable de compromiso y generosidad que la educación no puede permitirse pasar por alto. Os queremos y agradecemos toda vuestra entrega por el Evangelio. Sois las manos de Dios. ¡Gracias!

sábado, 11 de octubre de 2025

Libres, sanos y salvos

LIBRES, SANOS Y SALVOS


Hay seres humanos realmente excepcionales y otros muchos que parecen fabricados en serie, con un molde básico y que, por ello, poco se distinguen los unos de los otros, salvo en minucias anecdóticas. El hombre que por la grandeza de su corazón llama poderosamente la atención está hecho exactamente de la misma materia que el resto (barro del paraíso), y ha vivido experiencias semejantes a los demás; sin embargo, con todo ello ha logrado ser más que notable en humanidad, aunque nadie esté allí para verlo ni para contarlo. Y es que cualquiera de nosotros puede llegar a alcanzar la talla humana que se proponga, o por contra, quedarse sólo en ciernes como persona, con más que ocultar que conquistas admirables.

Por poner un solo ejemplo de estos grandiosos seres humanos que andan viviendo entre nosotros, recordamos a Albert Camus, que tras recibir el premio Nobel de Literatura, y una vez sosegadas las múltiples felicitaciones, tomó de nuevo el papel y la estilográfica y escribió el 19 de noviembre de 1957 esta conocida carta a su profesor: 

"Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Le abrazo con todo mi corazón.
Albert Camus."

Verdaderamente conmovedor ¿no? Para nada podemos advertir que se le han subido los honores y reconocimientos que ha logrado. Más bien al contrario, se reconoce en deuda con otro ser humano que logró no solo sacarle de la pobreza material, sino al mismo tiempo le rescató de una vida ordinaria, meramente adaptada a las circunstancias, para transformarse y sacar lo que en verdad él era y llevaba dentro de sí. Le hizo capaz de confiar en sus capacidades y llegar a apostar por él. Descubrió su vocación y se propuso realizarla. Habían pasado muchos años, pero aún se consideraba un alumno agradecido del profesor D. Germain. Va a ser verdad entonces aquello de que detrás de un hombre excepcional, hay otro ser humano que ha realizado bien su labor.

Y tras este preámbulo, llegamos ante las lecturas que nos propone hoy el domingo XXVIII de tiempo ordinario, donde el primer ministro sirio, tras ser curado al seguir las instrucciones que le había dado el profeta Elíseo, regresa a reconocerle el favor obtenido: el restablecimiento de la salud, y por tanto, las posibilidades de gozar de la vida de nuevo. Junto a la salud, también Naamán manifiesta la fe en el mismo Dios de Israel, que también es nueva vida ampliada.

Además contemplamos a Jesús de Nazaret que en el evangelio de hoy se encuentra con un grupo de diez leprosos que le solicitan la curación. Al ser los diez sanados, solo uno de ellos deshace lo andado, vuelve sobre sus pasos, para manifestar su gratitud por la salud recobrada, frente al montón que una vez alcanzado lo que le habían pedido, siguen a lo suyo, olvidándose muy pronto del don gratuito concedido por gracia de Jesús. Seguramente que la distancia que habían recorrido desde que dejaron atrás a Jesús era ya mucha, y las fuerzas con que contaban los ya sanos eran aún escasas, o tal vez tenían una cita ineludible a la que no llegaban y debían apresurarse. El caso es que no volvieron. Quedaron, pues, curados de la lepra, pero no de la ingratitud que no debe ser tampoco un mal menor.

Muchas veces somos así nosotros, vamos con nuestra propia lepra, sin siquiera sospecharla, y seguimos encerrados en nuestras prisas, agobios e intereses personales, y por ello, es poco frecuente aquel ser humano que es capaz de encontrarse con el otro, ir a su paso, tratarle con afabilidad y atención, es decir, comportarse auténticamente como humano y con el agradecimiento debido por el mero hecho de que sea. En lugar de ello, la mayor parte de las veces, marchamos cabizbajos, poseídos por la pantalla del móvil, e incapaces de agradecer ni siquiera la vida o los servicios que nos prestan los demás. Inconscientes de todo lo que deberíamos agradecer y devolver a tantos que se desviven por nuestro bienestar.

Entonces, ¿cómo vamos a agradecer siquiera a Dios nuestra propia existencia? ¿Cómo vamos a acercarnos a Jesús salvo para pedir, exigir o quejarnos? Tal vez sea pedirnos demasiado, nosotros, a lo peor, no somos ni como el leproso que frente a los otros nueve se vuelve, ni como Albert Camus, que regresa por el camino del corazón a su pueblo y a su pasado, para honrar a su anciano profesor la bondad y la enseñanza que recibió de él. Y así nos va, seguiremos cargando con la lepra del egoísmo, o de la desafectación con los demás, en lugar de compartir con sencilla alegría lo que somos y nos debemos los unos a los otros. Sí, el evangelio nos vuelve a presentar la fiesta del amor, del amor desinteresado, el amor que Dios nos tiene como hijos amados y nosotros como hermanos. Es preciso regresar hasta Él y agradecerle todo cuanto somos, porque Él así lo ha querido.

Muchos y buenos conocimientos podemos aprender tanto en la familia como en el colegio, pero al menos en esta semana de la convivencia, que no se nos pase ni un sólo día aprender a ser agradecidos, a valorar y respetar a todos los compañeros, y hasta a implicarnos por el bien de los que en este momento preciso nos necesitan (Carrera por los niños enfermos de leucemia). Es este un aprendizaje esencial para ser seres excepcionales, personas que de verdad son para los demás motivo de alegría y orgullo. Así lograremos ser libres, sanos y salvos, que es eso de lo que se trata.

sábado, 4 de octubre de 2025

Elegir bien el terreno

ELEGIR BIEN EL TERRENO


No nos llevemos a engaño elegir, y además elegir bien, es un asunto complejo y complicado. Pues aunque en nuestro día a día, estamos continuamente realizando elecciones, a veces muy a la ligera y sin haber sopesado la idoneidad de cada una de las diferentes opciones. Hay elecciones muy fáciles de tomar, pero menos habituales, que tratamos de no tener que tomar, pero que al final no nos queda más remedio, porque terminan siendo inevitables si queremos avanzar.

Tal vez aprender a vivir es aprender a decidir y aceptar aquello que hemos ido eligiendo. Asumir tanto errores como aciertos, y llegar a ser uno mismo con todo ello, pues hasta los tropiezos implican avance. Don Quijote, a veces, llegados a un cruce de caminos, dejaba que Rocinante fuera el que decidiera cuál era el camino por el que seguir, daba tanto uno como otro, pues cuando va el caballero andante, la aventura, hilada por la magistral pluma da D. Miguel de Cervantes, está más que asegurada. Todo camino puede ser un itinerario estimulante para el aprendizaje y el crecimiento.

La cuestión de la elección se complica bastante más cuando las opciones por las que inclinarse no son solamente dos, donde el margen de acierto era el mismo que el de error, sino que aparecen múltiples variantes que complican y dificultan seriamente la toma de decisiones. Ahí ya la cosa cambia y las posibilidades de tomar la opción correcta son mucho menores. ¡Qué gran misterio este de vivir decidiendo antes de poder hacer el balance de las consecuencias, pero también qué gran aventura! 

Normalmente, la mayor parte de las decisiones que implica la vida no presentan gran dificultad, porque son sobre algo externo a nuestra ser: lo que preferimos, lo que nos interesa, con qué nos entretenemos o que actividad realizamos; pero el evangelio no se ocupa demasiado de este tipo de elecciones de poca monta, sino, por el contrario, de aquellas que afectan de lleno a nuestra propia existencia, las que van a marcar nuestro periplo existencial. Son las decisiones que nos permitirán ser nosotros mismos de manera definitiva, y eso ya sí que son palabras mayores. En estas decisiones, de profundidad o de raíz, es donde nos lo jugamos todo, donde podemos ganar o perder por completo nuestra vida.

Las lecturas de este domingo XXVII del tiempo ordinario, en el que la Iglesia celebra a la vez la jornada del migrante y también el VI domingo por la comunión eclesial, el salmo nos indica que no endurezcamos el corazón, sino que ojalá lo abriésemos de par en par a esa palabra vivificadora de Dios, y por su palabra, arraigue en nosotros su Espíritu, para que poco a poco, se produzca en un hermoso y fructífero proceso, y nos transformemos en seres capaces de amar de verdad a los otros, de construir puentes de encuentro y colaboración los unos con los otros.

Nos dice Jesús en el evangelio que pidamos al Padre que nos aumente la fe, para que con esta manera de vivir sea posible realizar su voluntad; para que nuestras decisiones acierten con el terreno donde queremos arraigar y crecer como los seres humanos que se atreven a soñar y a posibilitar cambios y mejoras. Empecemos ya a servir para ese propósito del reino, en lugar de replegarnos sobre nosotros mismos y sobre nuestras heridas. Entonces no desecharemos nuestras capacidades, sino que sabremos ponerlas en común para transformar nuestras vidas y nuestro entorno.

Por tanto, debemos elegir bien el terrenos sobre el que vamos a cimentar nuestro proyecto vital. Esta cuestión es crucial. Podremos echar raíces en el legado precioso que se nos da, que, según nos propone San Pablo en la segunda carta a Timoteo, es "el precioso depósito del Espíritu Santo que habita en nosotros", "no un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza". Este es buen terreno, quien cultiva en él acierta de plano y su vida da fruto abundante.

Ay, si tuviéramos la fe de un granito de mostaza, tal y como nos propone el evangelio, todo lo venceríamos, todo lo lograríamos, no con nuestras propias fuerzas, sino porque Dios se vale de los humildes, los que se abren sin doblez a su obra para hacer grandes cosas, porque nosotros somos tan sólo siervos inútiles, que hacemos lo que deberíamos hacer: ponernos a su servicio, trabajar concordes en su viña, tender puentes de entendimiento con los otros, abrazar la diferencia, amar, amar como Él nos enseña, como él nos ha amado.     

Desengañémonos de que para tener éxito hay que competir con los otros, es un engaño; más bien es justamente al contrario, para que tu vida tenga plenitud, no has de competir, sino escoger con acierto desde qué terreno quieres desarrollar tu vida. Tú eliges si sobre aquello que te ofrece el mundo (individualismo, consumismo, superficialidad...) o sobre el plan del Dios vivo, que te habla en el evangelio y te llama a una transformación luminosa de lo humano, a sacar a la luz la belleza esencial que tú eres.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Maneras de vivir

MANERAS DE VIVIR


Los que llevan en esta vida ya mucho recorrido tal vez recuerden una canción que en su día alcanzó mucha fama, y hoy, aunque sea un clásico de aquellas generaciones, ya es poco escuchada. Y es que pasa el tiempo, los seres humanos también, y con ellos a la vez las modas y gustos con una pasmosa fugacidad. El tema en cuestión se titulaba "Maneras de vivir" y sirve de inspiración para la entrada de este XXVI domingo de tiempo ordinario, ya que las lecturas nos proponen estas posibles maneras de vivir que cada uno trata de llevar con mayor o menor acierto.

Y es que esto de la vida no es cuestión baladí, que está muchísimo en juego. Por ello el profeta Amós nos indica que algunos andan viviendo de lujo en lujo, de deleite en deleite, y de banquete en banquete, y la vida se les pasa sin más ni más, inmersos en una distracción inconsciente poco propia de los seres racionales que supuestamente somos. Efectivamente, lo que antaño pasó, sigue pasando hoy en día. Los poderosos se dedican por completo a su continuo disfrute, sin reparar siquiera en los sudores y dificultades que pasan muchos del resto de los seres humanos. Mientras algunos abundan en la opulencia, otros pasan enormes penurias, y no tratan de poner a esta injusta e inhumana situación remedio alguno. Tan solo se ocupan de su estúpidas fiestas privadas y se enriquecen a costa del sufrimiento del resto.

Qué bueno que las Escrituras siempre nos proponen una lectura de la realidad con mayor sensibilidad, la de Dios, para hacernos ser críticos con esta manera de vivir insostenible. La palabra de Dios una y otra vez nos insisten en que hemos de despertar ya, no permanecer con la cabeza, el corazón y el alma embotados y aceptamos como normal lo que es absolutamente inaceptable.

Lo peligroso es que no solo los poderosos se miran en exclusiva a su propio ombligo, prescindiendo de los rostros de sus semejantes. Esa manera de vivir inconsciente y egoísta es compartida de manera generalizada por unos y otros, y es ahí donde radica el verdadero problema. También nosotros vamos a lo nuestro y el sufrimiento y las necesidades ajenas nos terminan resultando indiferentes. Esa manera de vivir tan nociva se podría expresar bajo el adagio de "tú a lo tuyo", como si en lo tuyo no cupiese lo de todos. ¿O es que alguien se ha hecho a sí mismo sin nadie que le haya prestado su ayuda, colaboración, auxilio o cooperación? Ya antes de venir al mundo todos precisamos de otros seres humanos. Precisamente ser persona es reconocer esa tupida red de relaciones que posibilitan que seamos. Sin embargo, terminamos cayendo en aquella manera de vivir que denunciaba el profeta Amós.

En la parábola que nos regala Jesús en el evangelio, aparece la parte que no solemos tener presente. Hay dos personajes un rico que solo se ocupa de pasarlo bien y un pobre llamado Lázaro del que el rico no se ocupa, a pesar de tenerlo en la puerta de su casa. Tras la muerte de ambos, el rico no goza de la gloria de Dios, como sí lo hace Lázaro, y por fin, ya tarde, descubre que no ha sabido vivir esa relación preocupada, implicada y ocupada en compartir su bienestar con los que tenía cerca (prójimo). ¿Qué nos impide a nosotros reconocer y paliar las necesidades de aquellos que están a nuestro alcance? Santa Teresa de Calcuta veía en el sufriente al mismo Jesús y se deshacía en atenciones con todos ellos. Su corazón estaba atento al prójimo y sus manos prestas a cuidar. Hay una manera mejor de vivir, mucho más grata a Dios y a los hombres. Empecemos a vivir dando vida.

San Pablo, hoy, en la primera carta a Timoteo lo afirma con estas palabras: "busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre..."Ese el el camino, esa es la forma, la manera de transformarnos en más humanos, viviendo en la caridad, que es el amor que no se cierra sobre sí mismo, sino que por contra se entrega en bien de los demás. Esa es la manera de vivir que da satisfacción y plenitud, y no el disfrute vulgar y pasajero que poco aporta y termina por sumergirnos en una vorágine de consumo deshumanizadora. No seamos como el rico incauto, que entre tanto disfrute vano, no se percató del hermano desnudo, enfermo y hambriento.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Ajustar las cuentas

AJUSTAR LAS CUENTAS


Después de tanta información que nos dan los medios de comunicación y de cantidad de películas y series, hemos terminado asociando el significado de venganza cruenta a lo que antes se expresaba con el término ajuste de cuentas. No todo ajuste de cuentas ha de implicar tomarse la justicia por su cuenta, más bien eso ocurre en ciertos casos en los que no se ajustaron nada bien las cuentas, en que alguno de los intervinientes en el trato no cumplió con lo establecido, faltando flagrantemente al acuerdo, y por eso, acabó en una escabechina. Lo normal es que si uno recibe un bien o un favor, luego trate de devolver aquello que ha recibido, ya que de bien nacidos es ser agradecidos. Pero recordemos que las relaciones entre las personas no han de reducirse a meros negocios.

Porque estamos ya hartitos de gente interesada, personas que solo tratan con los demás para sacar provecho de los demás. Gente sin escrúpulos que sólo buscan su propio beneficio, que tan sólo miran por sí mismos y todo lo que hacen les vale si persigue ese fin. En una sociedad marcadamente materialista e individualista es normal que esto ocurra, sin embargo, aunque esa haya sido la tendencia general de muchos seres humanos, y hayan causado efectos devastadores a lo largo de la historia, no todos hemos de ser así. Es más, cuanto menos seamos así, mejor para todos.

Nosotros no caigamos en ese error tan extendido. Advirtamos que otra manera de estar en el mundo y tratar con los demás es posible. Siempre habrá poderosos sin escrúpulos, capaces de pisar, engañar, manipular, vender, comprar, arruinar, destruir, especular y lo que haga falta, con tal de seguir acumulando ellos, sin preocuparse ni de la pobreza, la hambruna, muerte y desolación que van dejando a su paso. Para estos seres inhumanos la sed de poseer y dominar les impide ver ni las víctimas y ni las consecuencias de sus actos y decisiones. Creen que no tiene que dar cuenta a nadie, peor sí se las exigen a los demás con extremo rigor. Se equivocan por completo cuando creen que se librarán de hacer un balance final y de ajustarse las cuentas. Se consideran más inteligentes que todos los demás, pero demuestran ser unos completos insensatos.

En este domingo XXV de tiempo ordinario el profeta Amós nos pone en sobre aviso ante esta práctica explotadora que practican los malvados y que el Dios del amor deplora, pero los que han sucumbido al dios dinero desprecian esta antigua enseñanza, a la vez que se desentienden del amor divino.

¿Y nosotros? ¿Somos de los que en nuestro vivir tratamos de acaparar bienes a toda costa y valernos de los demás, o por contra, queremos compartir lo que somos y tenemos con sencillez y transparencia? Sin duda, la palabra de Dios nos ayuda a reconocer aspectos no siempre claros de nuestro proceder y tratar de transformarnos. Hemos de dejarnos iluminar por esta palabra que corrige, anima y hace crecer. En este sentido, el evangelio nos resulta muy beneficioso y esclarecedor. 

San Pablo, en la preciosa carta a Timoteo nos recuerda que en lugar de vivir con ese horizonte exclusivamente interesado, busquemos mejor el bien común, el que Dios promueve; este Dios Padre que se desvive por nosotros y nuestro bien. Los seres humanos, si estamos dispuestos a vivir conforme a esa voluntad que nos bendice, podremos hacer de este mundo un lugar en el que no se excluye a nadie, sino que se le apoya y cuida; donde sólo se combate por mejorarnos para mejorar el mundo.

No seamos, por tanto, de los insensatos que creen que no habrán de ajustar las cuentas ni consigo mismos ni con los demás, ni con la historia (al menos la propia) ni con Dios. Al final de la vida seremos juzgados del amor con el que hemos vivido; habremos de ajustarnos las cuentas, y ya no habrá posibilidad de más autoengaños ni huidas, la verdad de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho con nuestras vidas y nuestros talentos quedará en evidencia. Tan sólo eso: saldrá a reducir la verdad tal cual es. En algunos casos esa verdad será entrañablemente hermosa, porque triunfó la humildad, la bondad y el servicio; pero habrá otros casos en que la verdad dará vergüenza, será nauseabunda, porque tan solo nos movió el egoísmo feroz y la autocomplacencia, el amor al dinero, la violencia y la falta de honestidad, y no habrá ya nada que hacer ni lugar donde esconderse.

Como nos propone Jesús en el evangelio, si somos fieles en lo poco, podemos llegar a ser de manera fehaciente hijos de la Luz, hacedores de bien en lugar de daño. Somos siervos que hemos de elegir bien a quién servimos, para que así nuestras obras puedan presentarse el día que haya que ajustas las cuentas, y nuestra entrega sea reconocida y agradecida. Escojamos al mejor Señor y nuestra labor redundará en beneficio de todos. Ese es el camino de la felicidad compartida y del acierto pleno. Por contra, los que se equivocan en esa elección se destruirán ellos mismos y todo con ellos. No podrán ajustar las cuentas con el Señor de la vida, porque mucho les fue encomendado y lo desperdiciaron, dando más valor a lo material que a lo humano y a lo divino.

A tiempo estamos de acertar y priorizar todo lo que da vida, genera vida, alegría y construye fraternidad. El reino de Dios no sólo es deseable, también es posible, siempre que cada uno de nosotros ponga de su parte. Si tú te transformas, se empieza a transformar a la vez tu entorno.

sábado, 13 de septiembre de 2025

Contar con el antídoto

CONTAR CON EL ANTÍDOTO


Tal como nos advirtieron nuestros antepasados, mucho más experimentados que nosotros en tantas peripecias y en tantos asuntos vitales del noble arte del existir, muchos son los peligros que nos rondan. Por tanto, nunca está de más que seamos más prudentes y tratemos de evitarlos, o al menos andar prevenidos y llevar con nosotros el remedio eficaz para nuestros posibles males. Será por eso que también nos contaban antaño aquello de que hombre (o mujer) prevenido vale por dos. Sin embargo, a veces parece que nosotros andamos bastante desprevenidos y despreocupados por la vida, como si no nos fuera a pasar nada malo nunca.

Tan grave sería pecar de timoratos como de temerarios, es decir, no hemos de vivir ni atemorizados ni tampono no saber advertir los riesgos, lo primero porque nos impediría tomar las decisiones necesarias para avanzar, lo otro, porque al no considerar los daños y perjuicios de nuestras acciones, podemos llegar a soluciones para nada queridas, y hasta terribles, sin tienen posibilidad de retroceso. Seamos suficientemente valientes para intentar lo que queremos, pero al mismo tiempo, sensatos para evitar grandes locuras y lamentables errores.

Entre los innumerables peligros que tal vez acechan nuestro tranquilo discurrir por la vida, les habrá externos, totalmente ajenos a nuestra voluntad, contra los que algo, aunque poco, podremos hacer para que no se terminen produciendo. Pero hay otros peligros que sí provienen de nuestras malas decisiones, de nuestra mala cabeza; y en estos sí que quizás tengamos un margen mayor para evitarlos: no exponernos a ellos será el mayor remedio para no acabar sucumbiendo ante el peligro que con un mínimo de sensatez podríamos haber evitado.

Aún así, no conviene olvidar que contamos con un remedio excepcional, el mayor de los antídoto que siempre podemos llevarlo con nosotros: el auxilio del que entregó su vida en rescate de nosotros, y de nuestra tremenda y pertinaz debilidad, los seres humanos. Si hemos sucumbido ante cualquier mal, aún contamos con la misericordia inmensa del Padre, que hace lo imposible por nuestro bien. No lo desperdiciemos a la ligera.

Este domingo XXIV de tiempo ordinario coincide con una festividad de gran arraigo en nuestra tradición religiosa: la exaltación de la santa Cruz. Porque en la cruz Jesucristo dio su vida, y por su desbordante amor, unió todo su ser personal, de verdadero hombre y verdadero Dios, con nosotros. En la cruz, que era instrumento de suplicio y de castigo, la víctima logró dar muerte a la muerte y al mal, para entregarnos su vida, la vida que no acaba con esta vida finita, sino que se convierte en preámbulo de la vida eterna y verdadera, la del gozo y el consuelo eterno, la del encuentro con los que aman y son amados en la gloria.

Este antídoto es eficacísimo, ningún mal, por terrible que sea, puede mermar sus efectos. Si logramos hacer de nuestras vidas una inmersión en la vida espiritual que Jesucristo nos ha concedido, nada hemos de temer, porque la salvación y la gracia ya están operantes en nosotros. Qué lamentable error sería que pudiendo acceder a la mejor de las medicinas, esta que siendo mortales nos hace además ser inmortales, prescindiésemos de ella y corriésemos tras los falsos remedios que los voceros de turno tratan de vendernos. 

Porque es un auténtico regalo el que Dios nos hace con la entrega de su Hijo. Dios no nos abandona nunca, aunque a veces, por negligencia o falta de prudencia, nosotros si le abandonemos. En cualquier encrucijada, en cualquier aprieto, pero también cuando vienen bien dadas, confiemos en el Señor, que camina a tu lado, que no nos suelta de la mano, que nos ha facilitado la mejor de las medicinas: el amor incondicional que nos restaura. Abrámonos a la acción del Señor, en Él radica nuestra sanación y nuestra salvación. La cruz ya no es signo de final, sino de ese amor que se da sin reservas por el bien de aquellos a los que se ama. Es el amor de los amores, aprendamos de Jesús a vencernos a nosotros mismos y a todo mal, para amar más y mejor y dar también vida.