viernes, 31 de octubre de 2025
Renovar la esperanza
sábado, 25 de octubre de 2025
Con otra perspectiva
CON OTRA PERSPECTIVA
Que vivimos en una sociedad donde impera la imagen sobre el juicio, a nadie se le escapa. Para bien o para mal, en la actualidad esto es así. De hecho parece que nos estamos libremente autoesclavizando bajo este yugo de las pantallas en lugar abrirnos a la conquista de las ideas. Pues si dejamos que un día tras otro el foco de nuestro interés esté centrado exclusivamente en lo insustancial que a menudo nos muestran, poco a poco y sin remedio nos iremos convirtiendo más en auténticos mentecatos que en hombres y mujeres ilustrados y libres. El exceso de virtualidad, junto a la falta de análisis de la realidad, puede ser el triste diagnóstico más extendido en nuestros días.
No estaría demasiado desencaminado comparar el tiempo que pasan nuestros adolescentes o jóvenes frente a la información audiovisual, en lugar ocuparlo frente a un libro que presente ideas o pensamientos elaborados. Si ya a través de las redes nos da su versión prefabricada el influencer de turno, nos evitará tener que pensar por nosotros mismos. Pudiera parecer que esto de tratar de reflexionar de manera personal fuese una tarea inhumana, cuando, por el contrario, es una de las ocupaciones que más propiamente podemos considerar humana y humanizante.
Pero este panorama de opción por lo fácil y simplón tiene sus consecuencias. Cada vez hay menos pensamiento profundo o crítico. Amigo lector, haga usted mismo la prueba. Encienda la televisión, escuche y compruebe por si mismo. ¿Qué tipos de argumentos aducen los políticos o aquellos que suelen participar en tertulias televisivas? ¿Acaso no son ideas consabidas, generalidades ideologizantes, consignas maniqueas, sin que aparezca una mínima búsqueda de la verdad y el consenso? Antaño había programas de considerable nivel cultural del tipo de la siempre añorada "La clave", donde, a partir de una película, se iban debatiendo diferentes aspectos del tema abordado con seriedad, rigor y conocimiento de causa, desde los más diversos puntos de vista. Hoy, sin embargo, plantearse cualquier asunto con ese interés y complejidad no tiene cabida en la programación televisiva, pues sólo persigue audiencia y hacerle el caldo de cultivo a su señor.
En este sentido, no debe extrañarnos que la enseñanza está cada vez más orientada a la instrucción profesional y técnica en lugar de capacitarnos para pensar de manera libre, crítica y fundada. No cultivamos ciudadanos libres y responsables, sino meros trabajadores cualificados para las demandas tecnológicas del mercado laboral. Y lo que no satisfaga a ese fin pragmático no tiene cabida. Para pensar, lo que se dice generar pensamiento, ya tenemos a la IA que va a ser la que se dedique de manera delegada a ello, en lugar del homo sapiens. Así parece que están las cosas: que piensen las máquinas, que a nosotros nos cansa la tarea.
Con lo cual, el pensamiento no pasa de juzgar precipitadamente por meras apariencias, como si más allá de estas nos estuviese vedado mirar. Pero para aquellos que aún, y en contra del mundanal ruido y de las tendencias, se atreven a asomarse a las lecturas de este domingo XXX de tiempo ordinario, verán que son un revulsivo contra esa forma de proceder tan ligera de juicio y sensatez. En el libro del Eclesiástico o Sirácida se nos muestra que Dios, al contrario de nosotros, no hace acepción de personas, sin desentenderse de aquellos que para la sociedad cuentan poco a nada. Él escucha al humilde, al huérfano o a la viuda con predilección, pues sus súplicas le conmueven y son atendidas. Al contrario de lo que ocurre en esta sociedad de individualistas con auriculares, el sufrimiento de los descartados no le es indiferente.
En esa misma línea van el salmo 33 y el fragmento de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo, pues si Dios no nos abandona, sino que nos escucha, acompaña, consuela y socorre, entonces nosotros deberíamos también mantener nuestra confianza en Él, y con Él, escuchar, acompañar, consolar y socorrer al hermano que sufre, porque, aunque la sociedad se desentienda, los cristianos no.
Y en el evangelio de San Lucas, es el propio Jesús el que nos narra la parábola del fariseo y el publicano. Mientras el primero juzga y prejuzga peyorativamente al hermano que reza con él en el mismo templo, considerándose mejor y superior al otro, el publicano tan solo se fija en sí, en su pequeñez y fragilidad, pues se sitúa con autenticidad ante la grandeza y el misterio sobrecogedor de Dios, donde no puede haber sitio alguno para la vanidad que ostenta al fariseo.
Es benefactor, por tanto, situarnos como aprendices una y otra vez ante las enseñanzas transformadoras del evangelio. Aprendamos a no ser superficiales y vanos consumidores de imágenes virtuales y sí de más contenidos virtuosos, porque si no se nos terminará distorsionando necesariamente el ego y hasta puede llegar a desaparecer el rostro real del hermano sufriente. No viene mal tampoco, como terapia espiritual saludable, situarnos ante el amor de Dios todoabrazador, reconociendo nuestra poquedad, nuestro barro humilde, pues Él lo considera sagrado y nos trata con suma ternura y cuidado.
La tendencia y la tentación pueden ser construirse una imagen falsa de quienes somos, hasta el punto de ni siquiera llegar a reconocer nuestra máscara, tal y como el fariseo, que se veía a sí mismo perfecto y modélico en su relación con Dios y con los demás hombres, aunque a las claras dejara bastante que desear. Cuidado, por tanto, con las imágenes, porque aún pudiendo ser hermosas, pueden estar mostrándonos más que una realidad parcial y superficial de lo que hay y de lo que somos. Si quieres descender y descubrirte, adéntrate en tu desierto y será el mismo Dios el que se te revele para mostrarte entera y progresivamente tu autenticidad y tu espejismo.
sábado, 18 de octubre de 2025
En confianza
EN CONFIANZA
sábado, 11 de octubre de 2025
Libres, sanos y salvos
LIBRES, SANOS Y SALVOS
Verdaderamente conmovedor ¿no? Para nada podemos advertir que se le han subido los honores y reconocimientos que ha logrado. Más bien al contrario, se reconoce en deuda con otro ser humano que logró no solo sacarle de la pobreza material, sino al mismo tiempo le rescató de una vida ordinaria, meramente adaptada a las circunstancias, para transformarse y sacar lo que en verdad él era y llevaba dentro de sí. Le hizo capaz de confiar en sus capacidades y llegar a apostar por él. Descubrió su vocación y se propuso realizarla. Habían pasado muchos años, pero aún se consideraba un alumno agradecido del profesor D. Germain. Va a ser verdad entonces aquello de que detrás de un hombre excepcional, hay otro ser humano que ha realizado bien su labor.
Y tras este preámbulo, llegamos ante las lecturas que nos propone hoy el domingo XXVIII de tiempo ordinario, donde el primer ministro sirio, tras ser curado al seguir las instrucciones que le había dado el profeta Elíseo, regresa a reconocerle el favor obtenido: el restablecimiento de la salud, y por tanto, las posibilidades de gozar de la vida de nuevo. Junto a la salud, también Naamán manifiesta la fe en el mismo Dios de Israel, que también es nueva vida ampliada.
Además contemplamos a Jesús de Nazaret que en el evangelio de hoy se encuentra con un grupo de diez leprosos que le solicitan la curación. Al ser los diez sanados, solo uno de ellos deshace lo andado, vuelve sobre sus pasos, para manifestar su gratitud por la salud recobrada, frente al montón que una vez alcanzado lo que le habían pedido, siguen a lo suyo, olvidándose muy pronto del don gratuito concedido por gracia de Jesús. Seguramente que la distancia que habían recorrido desde que dejaron atrás a Jesús era ya mucha, y las fuerzas con que contaban los ya sanos eran aún escasas, o tal vez tenían una cita ineludible a la que no llegaban y debían apresurarse. El caso es que no volvieron. Quedaron, pues, curados de la lepra, pero no de la ingratitud que no debe ser tampoco un mal menor.
Muchas veces somos así nosotros, vamos con nuestra propia lepra, sin siquiera sospecharla, y seguimos encerrados en nuestras prisas, agobios e intereses personales, y por ello, es poco frecuente aquel ser humano que es capaz de encontrarse con el otro, ir a su paso, tratarle con afabilidad y atención, es decir, comportarse auténticamente como humano y con el agradecimiento debido por el mero hecho de que sea. En lugar de ello, la mayor parte de las veces, marchamos cabizbajos, poseídos por la pantalla del móvil, e incapaces de agradecer ni siquiera la vida o los servicios que nos prestan los demás. Inconscientes de todo lo que deberíamos agradecer y devolver a tantos que se desviven por nuestro bienestar.
Entonces, ¿cómo vamos a agradecer siquiera a Dios nuestra propia existencia? ¿Cómo vamos a acercarnos a Jesús salvo para pedir, exigir o quejarnos? Tal vez sea pedirnos demasiado, nosotros, a lo peor, no somos ni como el leproso que frente a los otros nueve se vuelve, ni como Albert Camus, que regresa por el camino del corazón a su pueblo y a su pasado, para honrar a su anciano profesor la bondad y la enseñanza que recibió de él. Y así nos va, seguiremos cargando con la lepra del egoísmo, o de la desafectación con los demás, en lugar de compartir con sencilla alegría lo que somos y nos debemos los unos a los otros. Sí, el evangelio nos vuelve a presentar la fiesta del amor, del amor desinteresado, el amor que Dios nos tiene como hijos amados y nosotros como hermanos. Es preciso regresar hasta Él y agradecerle todo cuanto somos, porque Él así lo ha querido.
Muchos y buenos conocimientos podemos aprender tanto en la familia como en el colegio, pero al menos en esta semana de la convivencia, que no se nos pase ni un sólo día aprender a ser agradecidos, a valorar y respetar a todos los compañeros, y hasta a implicarnos por el bien de los que en este momento preciso nos necesitan (Carrera por los niños enfermos de leucemia). Es este un aprendizaje esencial para ser seres excepcionales, personas que de verdad son para los demás motivo de alegría y orgullo. Así lograremos ser libres, sanos y salvos, que es eso de lo que se trata.
sábado, 4 de octubre de 2025
Elegir bien el terreno
ELEGIR BIEN EL TERRENO
Desengañémonos de que para tener éxito hay que competir con los otros, es un engaño; más bien es justamente al contrario, para que tu vida tenga plenitud, no has de competir, sino escoger con acierto desde qué terreno quieres desarrollar tu vida. Tú eliges si sobre aquello que te ofrece el mundo (individualismo, consumismo, superficialidad...) o sobre el plan del Dios vivo, que te habla en el evangelio y te llama a una transformación luminosa de lo humano, a sacar a la luz la belleza esencial que tú eres.
sábado, 27 de septiembre de 2025
Maneras de vivir
MANERAS DE VIVIR
sábado, 20 de septiembre de 2025
Ajustar las cuentas
AJUSTAR LAS CUENTAS
sábado, 13 de septiembre de 2025
Contar con el antídoto
CONTAR CON EL ANTÍDOTO
sábado, 6 de septiembre de 2025
Suena la sirena
SUENA LA SIRENA
Lo queramos o no, ya toca despertar del sueño vacacional, aunque el tiempo se nos haya pasado volando. A unos nos costará más, a otros menos, pero a todos nos va tocando regresar a los lugares de residencia habitual, a los horarios que el día a día nos va imponiendo entre múltiples ocupaciones y obligaciones.
Ciertamente se hace duro volver a escuchar el sonido estridente de las sirenas y los despertadores, que ya nos convocan a la actividad. Cuesta lo suyo dejar atrás el sonido del remanso del arroyo, el rumor repetitivo y adormecedor de la las olas perdiendo su ímpetu en la orilla de la playa o el canto alegre de los pájaros y los grillos. Se acabaron de pronto las largas jornadas calurosas de luz recia y las noches bajo un cielo hermosamente igualable de estrellas, que invita a trasnochar y seguir soñando despiertos. Nos pasa todos los años desde que el mundo es mundo, o al menos desde que somos capaces de recordar: llega septiembre y con él el comienzo del cole. Ahora lo llaman depresión postvacacional, y a todos en distinto grado nos afecta. Cuando se termina un periodo, empieza otro que puede ser tan bueno o más que el anterior; esto en gran medida dependerá de cómo estemos dispuestos a vivirlo y a aprovecharlo.
Aunque tal vez no sea tan difícil encontrar algún remedio para tan extendido mal. Por ejemplo, nos puede ser posible alegrarnos por todo lo vivido durante el verano, por haber disfrutado y descansado tanto como se ha podido. Unos aprovecharon para viajar, otros para poder devorar libros, otros para reunirse con familiares o amigos a los que el resto del año difícilmente se les puede ver con calma, y hay quien pudo disponer de un tiempo no acotado por el despertador, para dar rienda suelta al sueño mañanero.
Otro motivo por el que podamos asumir este regreso a las aulas bien puede ser también que nos vamos a reencontrar con los amigos y compañeros, que lo que ahora tenemos por delante tampoco es tan terrible. En nuestro caso cuando suenan las sirenas es tan sólo o para marcar el comienzo de las clases o el recreo, o para indicarnos su conclusión, y no como está ocurriendo en otras zonas del mundo, en las que el sonido de las sirenas anuncia un nuevo ataque de efectos devastadores impredecibles. Eso sí que es terrible.
El comienzo de un nuevo curso en realidad debería ser muy motivador, porque es una gran aventura que se inicia, una fase nueva en nuestro aprendizaje académico y experiencial, un seguir avanzando juntos, tratando de crecer todos en madurez y humanidad. Con esa actitud hemos de comenzar: aprovechar lo que se nos ofrece y dar gracias por ello. Ojalá este nuevo curso 2025/26 estemos a la altura del reto que tenemos por delante, para poder dar lo mejor de nosotros mismos, tanto como profesores y como alumnos. Pongamos nuestras capacidades, nuestro interés, esfuerzo y motivación, para dejar transformarnos y transformar nuestro centro escolar en una comunidad de aprendizaje, en la que todos nos implicamos, colaboramos y nos ayudamos porque nos sentimos miembros de una gran familia.
A esto precisamente nos llaman las lecturas de este XXIII domingo del tiempo ordinario, a salir de nuestras comodidades y autorreferencias exclusivas para buscar siempre la voluntad de Dios; a no perdernos en un horizonte reducido de intereses propios, sino a tratar de hacer un camino común en el que todos tratamos de convivir concordes como verdaderos hermanos y discípulos de Jesús, el maestro del amor. Ampliemos la mirada y veamos ante nosotros un curso en el que todo esto, que Dios quiere, es posible, y tratemos de llevarlo a cabo con esperanza, fe y caridad, porque para ello todos nosotros memos de sentirnos peregrinos de esperanza. Y se ha de notar en lo que hacemos que verdaderamente lo somos.
¡Que Santa María de la Providencia, nuestra querida Madre, nos acompañe y ayude en este curso que ahora empezamos!
Santa María de la Providencia, madre solícita
que año tras año nos acompañas a lo largo del curso
para que todo nos vaya saliendo bien.
Hoy, el primer día de clase queremos ponernos bajo tu amparo de nuevo.
En los cursos anteriores nos hemos puesto a la escucha atenta y confiada de tu Hijo
y de nuestros hermanos,
hemos querido entender y conectar con la realidad
y las personas que tenemos cerca desde el amor.
Ahora quisiéramos pedirte que nos ayudes una vez más a transformarnos
para ser mejores, para aprender y aprovechar las clases,
para respetar a padres, compañeros y profesores,
porque solo así podremos ser con la ayuda de Dios,
tal y como él nos quiere:
buenas personas, dispuestos y disponibles para transformar el mundo.
sábado, 7 de junio de 2025
Es el momento
ES EL MOMENTO
sábado, 31 de mayo de 2025
¡Participa!
¡PARTICIPA!
Cuando uno solo se ha de organizar a sí mismo, lo que se consiga o no dependerá tan solo del empeño puesto y el desempeño de que sea capaz. Afortunadamente, somos seres sociales que hemos de interactuar y cooperar los unos con los otros. Lo fácil es recurrir al consabido "yo me lo guiso, yo me lo como", pero es una fórmula excesivamente individualista, limitada y limitante, que quizás debido a algún aprendizaje defectuoso, no ha sabido desplegar el ser para los demás y con los demás que resulta imprescindible para ser verdaderamente persona e integrase de la manera más adecuada posible en la comunidad a la que pertenece.
El ser humano desde su nacimiento aprende a insertarse positivamente con las personas que le es dado relacionarse. Se descubre a sí mismo estableciendo esas relaciones con los otros. Nos necesitamos, pero a medida que crecemos, vamos creyendo que podemos llegar a considerarnos totalmente autónomos, sin necesitar nada de los demás. Craso error, pues bien sea para echar una mano a otros más necesitados, o si toca, ser el ayudado, de poco le vane a uno lamerse las propias heridas. Aunque esté muy extendido, eso de ir por la vida como lobo solitario es un auténtico desatino, del que tarde o temprano habrá que ir escapando. Hemos de compartir penas y alegrías, porque con los otros somos lo que vamos siendo.
Por eso, es necesario concienciarse de que todos hemos de sentirnos responsables y asumir un papel activo en la mejora de las condiciones de todos. Las cosas no se hacen solas, requieren la participación y colaboración de todos y cada uno de nosotros. Hay que asumir con el debido entusiasmo aquellas tareas que sean menester para que el mundo funcione de la mejor manera, o al menos nuestro pequeño mundo, el que queda a nuestro alcance: nuestro hogar, nuestro vecindario, nuestro lugar de trabajo o nuestra comunidad de creyentes. Apoyémonos, trabajemos juntos, no solo porque los logros son mayores, sino porque además satisfacen mas cuando son compartidos.
Otro gallo cantaría si nos sintiéramos llamados a participar y aportar en el bien de todos, en lugar de mirar tan solo por el propio. Otro mundo es posible, y lo será si nos vamos comprometido en que lo sea. Nada de desentenderse, nada de escurrir el bulto como si no fuera conmigo. A todos nos incumbe, todos hemos de estar dispuestos a aportar nuestro granito de arena.
En la Iglesia, cuerpo de Cristo, todos los miembros pertenecemos a una comunidad, a una red tupida de comunidades. No somos los unos sin los otros, pues todos nos encontramos por el mismo bautismo insertos en este cuerpo encarnado y espiritual de Cristo. Él vive en nosotros y nosotros en Él. Somos de Cristo, el que da la vida por sus amigos. Participamos ya de su muerte y resurrección. No podemos desentendernos los unos de los otros, hermanos y asimismo hijos en el Hijo. ¿Se puede esperar mayor implicación que constituir este único cuerpo eclesial?
Celebramos este domingo la Asunción del Señor a los cielos, y podemos vivirlo desde fuera o conminados con Él a participar en esa ascensión. Todavía permanecemos en la tierra, asumimos la misión que nos encomienda, y a la vez Él, sentado ya a la derecha del Padre, sigue unido a nosotros. Es nuestra cabeza y nosotros sus miembros. La resurrección avanza, nos afecta aún más, ya que asciende y se va el Resucitado, pero para consumar definitivamente su donación. Vienen los tiempos del Espíritu, que nos capacitan para ser su Iglesia de manera pascual y nos lanza a dar testimonio de esa nueva vida de Jesucristo y nuestra. Participamos de su cuerpo y somos uno en su cuerpo. Es el Espíritu prometido que vendrá en nuestra ayuda a avivar su palabra, su ejemplo y su aliento en todos nosotros.
La Iglesia y la misión que el Amigo nos encomienda es tarea de todos, requiere la ilusión y el compromiso de todos. Participemos gustosos es la construcción de este nuevo mundo que por el Espíritu nos hace renacer al mutuo amor, la bondad, la justicia y el bien. No es cosa exclusivamente nuestra, no depende de lo que cada uno haga, sino de la aportación de todos y la ayuda de su gracia. El, que asciende a los cielos, se queda entre nosotros entrelazando nuestras libertades para ser ahora su cuerpo que ha de seguir sirviendo a los hombres e impulsando una nueva humanidad más conforme al Padre. No se trata de participar en un sorteo, no es un juego de azar más, sino de asumir nuestra participación en el proyecto fraterno de Dios. No es cuestión de suerte, es cuestión de identidad y de práctica de amor corresponsable. ¡Pongámonos en marcha, que soplan tiempos favorables!
sábado, 24 de mayo de 2025
Vencer a la tiniebla
VENCER A LA TINIEBLA
sábado, 17 de mayo de 2025
Con los pies en el cielo
CON LOS PIES EN EL CIELO
Posiblemente los antiguos, al carecer de otros entretenimientos al alcance, miraban y se recreaban mucho más que nosotros, los postmodernos cibernéticos, en la serena contemplación del cielo, pues nosotros a lo único que prestamos atención es ya a los dispositivos móviles, apéndice no fisiológico de nuestra persona. Algunos afirman, muy reflexivos, que tras el apagón ya hemos aprendido la lección de la hiperdependencia tecnológica, es decir, que hay vida más allá de la pantalla. Da la impresión que después, tampoco ha cambiado nada realmente, y que eso de tener la testuz inclinada, sometida y distraída, tiene mucho arraigo en estas generaciones, y tiene difícil remedio. ¡Qué lástima!
Y es que en esto de vérselas o no vérselas con el cielo nos jugamos mucho; tanto como lo que en realidad somos. Contemplar el cielo es para ociosos, seres liberados de los apegos inmediatos y terrenales, que se pueden permitir seguir el ritmo excelso al que van transcurriendo las nubes, las aves, los días y las noches con perfecta armonía. Sea de día o de noche, de mañana o de tarde, el cielo siempre es digno de que nos recreemos en él gozosamente.
Si es verdad aquello de que somos lo que comemos, tal vez podría ser cierto también que somos aquello que contemplamos. Es cuerpo se alimenta por la boca, pero no solo de pan vive el hombre. Escojamos, por tanto, lo mejor para no quedarnos espiritualmente escuchimizados. Alimentémonos de cielos prodigiosamente desplegados, de horizontes lejanos, y de perspectivas inmensas. Alternemos la vista de cerca con la vista al infinito. Seamos al mismo tiempo soñadores y prácticos; tengamos, por tanto, los pies en la tierra, pero sin que por ello dejemos de poner, asimismo, los pies y la vista en el cielo. Pisemos charcos, hollemos nubes. No renunciemos a la utopía, sino avancemos para que pueda ser. Juntos podemos ir realizando aquel sueño de Jesús al que no vamos a renunciar.
Es por eso que precisamos como agua de mayo recrearnos con el evangelio, que si nos cala, nos capacita, como a los apóstoles para ver más allá, ver lo que no se ve, pero así (y solo así) poder empezar a posibilitarlo. Ensanchemos nuestra visión para poder mermar aquello que se nos escapa.
Las lecturas de este V domingo de Pascua nos testimonian a una primera comunidad creyente dispuesta a anunciar por toda la vasta extensión de la tierra, que va tan pareja al cielo, que Cristo ha resucitado, que todo es posible, que Dios vive, resucita y transforma. Tanto es así, que unos pocos lograron cambiar las tornas de la historia, se salieron de los rígidos raíles de lo esperable y surcaron intrépidamente nuevos mares, porque iban llenos de cielo. ¿Qué nos ha ocurrido a nosotros para andar tan cegatos, tan reducidos de visión para las cosas grandes e intangibles? ¿No será que ya casi no miramos el cielo?
Mayúsculo error sería no ver más allá de lo que tenemos a un palmo de nuestras narices, no por falta de agudeza visual, sino más bien por cortedad de entendimiento, por desengaño o por indiferencia. No nos acostumbremos a los límites impuestos por una realidad excesivamente superficial. No pequemos de ser demasiado acomodaticios y conformistas. El corazón sabe bien que podemos amar más y con mayor alcance. No seamos meros zombis desesperanzados, marionetas a la deriva en una sociedad que vaga sin rumbo y seriamente deshumanizada. Alcémonos y plantemos cara al reduccionismo materialista. Hemos de ser leones, como nuestro nuevo papa, capaces de no asumir lo inasumible, porque un mundo mejor es posible y deseable.
Es el que bajó del cielo el que una y otra vez nos anima a alzar la mirada, a aspirar a una transformación fundamental del propio ser y nuestras relaciones: la tierra ha de ser semejante al cielo, si logramos dar pasos imparables para lograr el Reino de Dios aquí en la tierra. ¿Imposible? Para los que creen, para los que ven lo que todavía no es no hay nada imposible. Jesús nos dice la manera: "Si os amáis como yo os he amado". No hay otra manera de acercar el cielo a la tierra, que lleguen a tocarse, que haya una simbiosis esplendorosa. Creamos y creemos, con la ayuda del Espíritu, que hace nuevas todas las cosas esa nueva vida que Cristo resucitado nos propone.
Miremos, pues, la tierra con el mismo afán creador con el que deberíamos leer el cielo, y todo se ira convirtiendo en maravilloso. De los que son como niños, de los que miran así, maravillados, con ese candor y esa capacidad de confiar, es y será el reino de los cielos, esa tierra nueva y esos cielos nuevos de los que habla el Apocalipsis. Es el momento de enfrentarnos al mal con la confianza de que el amor lo transforma todo. Dios está empeñado en que así sea. Colaboremos animosos con Él. Esta es la misión de los que formamos la Iglesia.













