viernes, 31 de octubre de 2025

Renovar la esperanza

 RENOVAR LA ESPERAZA


Si se mira y juzga precipitadamente, se corre el riesgo de no acertar. Si no nos paramos demasiado a observar con detalle, bien puede darnos la impresión de que los humanos, al menos en países desarrollados, vivimos una fiesta constante a la que no queremos renunciar. El que más o el que menos trata de disfrutar en todo momento y a costa de todo como si nos fuera la vida en ello. En un vistazo rápido puede parecernos que derrochamos vitalidad y alegría. Pero tal vez no sea tan así como creemos. 

Terrazas llenas de amigos, restaurantes en los que sin reserva no se te ocurra presentarte, vacaciones a todo lujo, aforo completo en tantos lugares de ocio; pero, al mismo tiempo, los informes demoledores sobre soledad no deseada, sobre el consumo de ansiolíticos o sobre depresiones y suicidios, desmontan la ficción de estar en la tan cacareada sociedad del bienestar. Desengañémonos, no es oro todo lo que reluce, sobre todo si pretendemos mirar sin hacernos trampas a nosotros mismos. Como aquella película titulada Lo que la verdad esconde, hay mucho más que tal vez, por acción u omisión, se nos esté pasando inadvertido.

En esa línea se viene pronunciando en los últimos años el último premio Princesa de Asturias, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Tanto es así, que terminaba su discurso de agradecimiento en la recepción del premio afirmando que "Algo no va bien en nuestra sociedad". Podemos, por tanto, observar y reflexionar, tomar nota, leerle y debatir, a ver si esa supuesta felicidad no es más que otra farsa más, otro bulo que estamos dispuestos a dar por bueno, pero que no es real.

La Iglesia Católica siempre ha hecho hincapié en la esperanza como una de las virtudes teologales que no podemos permitirnos perder sin errar el rumbo. Andamos ahora metidos en pleno año jubilar de la esperanza, Y el actual papa León XIV acaba de sacar una extraordinaria carta apostólica, titulada "Trazando nuevos mapas de esperanza", en la que aborda la educación como acicate para renovar la esperanza, aprovechando la educación para promover una cultura más humana y justa.

No podemos permitirnos ceder a la desesperanza y celebrar y consumir la propia vida y las demás como huida del pesimismo profundo en que como sociedad vamos cayendo, como si nada tuviera remedio y estuviésemos abocados a un fin desesperado y agónico. Sabemos que lo peor que podríamos hacer es resignarnos y refugiarnos en un victimismo insolidario, en lugar de ponernos a los remos y escapar de ese atolladero al que nos conducirá irremisiblemente haber perdido la esperanza y puestos a perder, también la fe, la caridad y hasta lo que nos quede aún de humanidad. La educación ha de servirnos para revertir esta tendencia mortal ha que estamos sucumbiendo. La tarea educadora ha de estar preñada de esperanza y ser motor de transformación.

Bien podríamos alterar el refrán y decir: "Dime tu esperanza y te diré cómo estás". Si quieres, puedes parar un momento y preguntarte sobre lo que esperas de ti mismo y de los demás; lo que esperas de la vida y en la vida. Y también, puestos a autocuestionarnos, planteartse lo que espera cada uno tras la muerte. Casi es obligado al comienzo de este mes de noviembre volver a enfrentarse a la propia finitud y la de los seres queridos que ya han partido. Y ahí no hay muchas posibilidades: o aceptamos la desaparición total, o atisbamos esperanzados una continuidad, o al menos su razonable posibilidad.

Qué bueno sería poder renovar la esperanza como si se tratara de un delicadísima planta de la que nacen las ganas de vivir y de hacerlo con la verdadera alegría capaz de transformar la desesperanza reinante en ánimos y entusiasmo. La palabra de Dios de este sábado, Día de todos los santos, como del domingo, celebración de los fieles difuntos, sí que puede insuflarnos la luz de la que se nutra nuestra esperanza. Luz que anuncia el triunfo sobre la oscuridad y las tinieblas.

Jesús se dirige al pueblo numeroso que acudía a escucharle y les anuncia la seguridad del triunfo sobre toda penalidad. En el sermón de la montaña afirma que los que ahora sufren van a ser bienaventurados, felices, porque el Dios de misericordia no abandona a los hombres. El Hijo de María ve más allá, apunta a un futuro profético en que lo negativo va acabar y cambiar definitivamente. Creer en las palabras hermosísimas de Jesucristo sostiene nuestra esperanza. La actuación de Dios acabará contra todo mal propiciado y permitido por los hombres sin esperanza. Llegarán días firmes en que el triunfo del bien prometido por el Dios de vivos transforme nuestra condición. El Señor tiene preparado para sus amigos los santos, los que vivieron en fe, esperanza y caridad un lugar junto a Él. No se puede aspirar en esta vida a nada mejor, la otra la eterna en festiva comunión.

Ojalá nos queden algo más claras aquellas palabras de Václav Havel cuando apuntaba que "la esperanza no es una convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que vale la pena luchar por una causa justa independientemente del desenlace".  Llevar a cabo la realidad del Reino, luchar por el proyecto de Jesús, ser santos en la capacidad de amar, merece por completo la pena, aunque el desenlace se encuentre aquí y todavía más allá de este mundo. Aprendamos a mirarnos con otra perspectiva para que se pueda renovar nuestra esperanza. Atrevámonos a ser bienaventuranza, anticipo y promesa del don de Dios de todo consuelo.

Sabemos que Cristo resucitó y resucita aún resucitándonos. Todos los hermanos que por el bautismo nos hemos unido a Él, ya participamos de su muerte y resurrección. No temamos a la muerte, porque ya no puede acabar definitivamente con la vida. Contamos con una vida divina que ha de estar operativa en cada uno de nosotros. Por tanto, no hemos de temer ni estar cabizbajos. Los que ya partieron, nuestros seres queridos, a los que seguimos añorando, ya están con Él en la vida eterna. Conocemos al que es la verdad, el camino y la Vida, y es justamente Él el que nos garantiza el acceso al Padre y al cielo. ¿Cómo no vamos a estar esperanzados los que hemos conocido su amor?

Lo que ahora no vemos, lo que ahora no llegamos a entender, lo que ahora todavía nos apena y entristece, debe comenzar a transformarse en segura esperanza de poder compartir el amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu, con todos santos y familiares y amigos difuntos. Allí serán enjugadas nuestras lágrimas y seremos bienaventurados con los bienaventurados, porque supimos amar y supimos optar por vivir para el amor a Dios y a los prójimos con los que tuvimos la suerte de compartir nuestras vidas. Hoy agradecemos, recordamos y rezamos por los que se fueron, dejándonos también un hueco palpable, sabiendo que ya descansan en la bienaventuranza del Señor. A Él nuestra alabanza por los siglos.

sábado, 25 de octubre de 2025

Con otra perspectiva

CON OTRA PERSPECTIVA


Que vivimos en una sociedad donde impera la imagen sobre el juicio, a nadie se le escapa. Para bien o para mal, en la actualidad esto es así. De hecho parece que nos estamos libremente autoesclavizando bajo este yugo de las pantallas en lugar abrirnos a la conquista de las ideas. Pues si dejamos que un día tras otro el foco de nuestro interés esté centrado exclusivamente en lo insustancial que a menudo nos muestran, poco a poco y sin remedio nos iremos convirtiendo más en auténticos mentecatos que en hombres y mujeres ilustrados y libres. El exceso de virtualidad, junto a la falta de análisis de la realidad, puede ser el triste diagnóstico más extendido en nuestros días.

No estaría demasiado desencaminado comparar el tiempo que pasan nuestros adolescentes o jóvenes frente a la información audiovisual, en lugar ocuparlo frente a un libro que presente ideas o pensamientos elaborados. Si ya a través de las redes nos da su versión prefabricada el influencer de turno, nos evitará tener que pensar por nosotros mismos. Pudiera parecer que esto de tratar de reflexionar de manera personal fuese una tarea inhumana, cuando, por el contrario, es una de las ocupaciones que más propiamente podemos considerar humana y humanizante.

Pero este panorama de opción por lo fácil y simplón tiene sus consecuencias. Cada vez hay menos pensamiento profundo o crítico. Amigo lector, haga usted mismo la prueba. Encienda la televisión, escuche y compruebe por si mismo. ¿Qué tipos de argumentos aducen los políticos o aquellos que suelen participar en tertulias televisivas? ¿Acaso no son ideas consabidas, generalidades ideologizantes, consignas maniqueas, sin que aparezca una mínima búsqueda de la verdad y el consenso? Antaño había programas de considerable nivel cultural del tipo de la siempre añorada "La clave", donde, a partir de una película, se iban debatiendo diferentes aspectos del tema abordado con seriedad, rigor y conocimiento de causa, desde los más diversos puntos de vista. Hoy, sin embargo, plantearse cualquier asunto con ese interés y complejidad no tiene cabida en la programación televisiva, pues sólo persigue audiencia y hacerle el caldo de cultivo a su señor.

En este sentido, no debe extrañarnos que la enseñanza está cada vez más orientada a la instrucción profesional y técnica en lugar de capacitarnos para pensar de manera libre, crítica y fundada. No cultivamos ciudadanos libres y responsables, sino meros trabajadores cualificados para las demandas tecnológicas del mercado laboral. Y lo que no satisfaga a ese fin pragmático no tiene cabida. Para pensar, lo que se dice generar pensamiento, ya tenemos a la IA que va a ser la que se dedique de manera delegada a ello, en lugar del homo sapiens. Así parece que están las cosas: que piensen las máquinas, que a nosotros nos cansa la tarea.

Con lo cual, el pensamiento no pasa de juzgar precipitadamente por meras apariencias, como si más allá de estas nos estuviese vedado mirar. Pero para aquellos que aún, y en contra del mundanal ruido y de las tendencias, se atreven a asomarse a las lecturas de este domingo XXX de tiempo ordinario, verán que son un revulsivo contra esa forma de proceder tan ligera de juicio y sensatez. En el libro del Eclesiástico o Sirácida se nos muestra que Dios, al contrario de nosotros, no hace acepción de personas, sin desentenderse de aquellos que para la sociedad cuentan poco a nada. Él escucha al humilde, al huérfano o a la viuda con predilección, pues sus súplicas le conmueven y son atendidas. Al contrario de lo que ocurre en esta sociedad de individualistas con auriculares, el sufrimiento de los descartados no le es indiferente.

En esa misma línea van el salmo 33 y el fragmento de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo, pues si Dios no nos abandona, sino que nos escucha, acompaña, consuela y socorre, entonces nosotros deberíamos también mantener nuestra confianza en Él, y con Él, escuchar, acompañar, consolar y socorrer al hermano que sufre, porque, aunque la sociedad se desentienda, los cristianos no.

Y en el evangelio de San Lucas, es el propio Jesús el que nos narra la parábola del fariseo y el publicano. Mientras el primero juzga y prejuzga peyorativamente al hermano que reza con él en el mismo templo, considerándose mejor y superior al otro, el publicano tan solo se fija en sí, en su pequeñez y fragilidad, pues se sitúa con autenticidad ante la grandeza y el misterio sobrecogedor de Dios, donde no puede haber sitio alguno para la vanidad que ostenta al fariseo.

Es benefactor, por tanto, situarnos como aprendices una y otra vez ante las enseñanzas transformadoras del evangelio. Aprendamos a no ser superficiales y vanos consumidores de imágenes virtuales y sí de más contenidos virtuosos, porque si no se nos terminará distorsionando necesariamente el ego y hasta puede llegar a desaparecer el rostro real del hermano sufriente. No viene mal tampoco, como terapia espiritual saludable, situarnos ante el amor de Dios todoabrazador, reconociendo nuestra poquedad, nuestro barro humilde, pues Él lo considera sagrado y nos trata con suma ternura y cuidado.

La tendencia y la tentación pueden ser construirse una imagen falsa de quienes somos, hasta el punto de ni siquiera llegar a reconocer nuestra máscara, tal y como el fariseo, que se veía a sí mismo perfecto y modélico en su relación con Dios y con los demás hombres, aunque a las claras dejara bastante que desear. Cuidado, por tanto, con las imágenes, porque aún pudiendo ser hermosas, pueden estar mostrándonos más que una realidad parcial y superficial de lo que hay y de lo que somos. Si quieres descender y descubrirte, adéntrate en tu desierto y será el mismo Dios el que se te revele para mostrarte entera y progresivamente tu autenticidad y tu espejismo.

sábado, 18 de octubre de 2025

En confianza

EN CONFIANZA



Antaño tuvo cierto éxito entre la gente de la llamada movida madrileña una canción titulada "Malos tiempos para la lírica" cantada por un grupo denominado Golpes Bajos. Posiblemente haya habido algún tiempo halagüeño para la lírica. Pero seamos realistas, más bien, la mayor parte en el largo devenir de la historia, los tiempos no han sido favorables para la lírica. Seguramente tampoco para la paz, pues nos empeñamos en que lo más valioso pase rápido, y así seguir añorando ese tiempo idílico, más que aprender a mantenerlo por años sin término. No será necedad del todo, por tanto, afirmar que los seres humanos parecemos unos insensatos recalcitrantes poco dispuestos a aprender.

Si es verdad que la paz y la seguridad son absolutamente beneficiosos para todos, salvo para los que sacan tajada del río revuelto, ¿por qué entonces dejamos que nos la arrebaten con tanta facilidad? ¿No podríamos hacer algo para no caer en ciertas manipulaciones que, poco a poco, nos van predisponiendo a unos contra otros? Bien pudiera parecer que al final estuviésemos condenados a vivir en perpetua desazón o en vilo todo el tiempo, dado que en cualquier momento se nos puede venir encima la adversidad. Si esto es así, vivir sería un prolongado sinvivir, y estos no son tampoco tiempos para vivir en confianza. 

A lo peor, la vida ha de resultar siempre imprevisible, y debemos asumir seguir adelante con ese margen de incertidumbre manejable, en lugar de estar asustados y temerosos, a pesar de que tampoco sean estos buenos tiempos tampoco para ejercer tranquilamente el noble arte de ser humanos. Vengan buenas o malas, hemos de permanecer juntos, unidos y con una fe que mueva y conmueva montañas. Así y sólo así superaremos lo que se nos pueda venir encima, confiando en que la ayuda nos vendrá siempre del Señor.

Y de eso nos habla también estas lecturas del domingo XIX del tiempo ordinario. Moisés tendía los brazos en alto y la buena fortuna parecía acompañar a su pueblo. Fue necesario la ayuda de los suyos para que pudiera permanecer con los brazos alzados hacia Dios. Contemos siempre con su ayuda sutil, pues los logros no dependen en exclusiva de nuestro esfuerzo individual, también por supuesto, de la ayuda extra recibida de los demás y de lo alto, que no solo nunca están de más, sino que suele ser necesaria y decisiva.

En pleno año jubilar de la Esperanza, es preciso recordar que esta es radicalmente profética, Sólo esperando y confiando en ese Dios comprometido que nunca nos abandona podremos persistir, mantenernos firmes y constantes en la tarea encomendada a cada uno. Para atrevernos a ponernos manos a la obra en la transformación personal y comunitaria, hemos de mantener una firme esperanza confiada en lo que llevamos a cabo y en la consecución de los objetivos marcados. Sí, una y otra vez, con la misma constancia que la viuda del evangelio solicitaba justicia al juez injusto, contra viento y marea, incluso contra las evidencias. Creemos, actuamos y esperamos. La enseñanza tiene mucho de confiar en lo que aún cabe esperar. Si así lo hacemos, antes o después, el Dios todobondadoso permitirá que nuestro empeño no haya sido vano.

No renunciemos a las primeras de cambio ni a nuestras ilusiones ni nuestros sueños. El ser humano no debe rendirse a las primeras de cambio. Por el contrario, hagamos de los problemas y dificultades trampolines de transformación y mejora. Dios nunca va a dejar de escuchar nuestras peticiones y anhelos. Perseveremos, pues, en nuestra espera confiada, porque la perseverancia y la espera ya nos están permitiendo transformar nuestro corazón, impaciente y caprichoso, en uno sereno, que transciende su propio deseo personal, para dar espacio y cabida a las necesidades de todos los demás.  

Los lectores asiduos de este blog saben que domingo a domingo nos disponemos a dejarnos iluminar por la palabra de Dios, porque esta es lámpara para nuestros pasos; es tierra fecunda en que vamos poco a poco germinando para tener vida en nosotros, profundas raíces, e incluso llegar a dar buenos frutos. Esta semana, en medio de la semana por la convivencia escolar, queremos que esa palabra, escuchada, aceptada, reflexionada y asumida, sea la que orienta y posibilita los retos de nuestro convivir como comunidad educativa. Y es que el evangelio y el Espíritu nos permiten ser verdaderamente una comunidad familiar en que todos los miembros nos cuidamos. Esa es la convivencia que perseguimos, la que propone Jesucristo: "Amaos unos a otros como yo os he amado". La escuela en donde se convive bien, permite que todos confiemos en los demás y aprendamos en confianza.

Todo nuestro apoyo, por tanto, a las causas de aquellos que cuidan a los demás, especialmente a los más vulnerables. Estamos, con la ilusión y el buen hacer de la familia Provi, en la carrera contra la leucemia. Y estamos muy cerca de las Hijas de Santa María de la Providencia, nuestras abuelitas misioneras, y de todos los cristianos misioneros que se desviven por transformar el mundo que tenemos en el mejor de los mundos. Sois un ejemplo admirable de compromiso y generosidad que la educación no puede permitirse pasar por alto. Os queremos y agradecemos toda vuestra entrega por el Evangelio. Sois las manos de Dios. ¡Gracias!

sábado, 11 de octubre de 2025

Libres, sanos y salvos

LIBRES, SANOS Y SALVOS


Hay seres humanos realmente excepcionales y otros muchos que parecen fabricados en serie, con un molde básico y que, por ello, poco se distinguen los unos de los otros, salvo en minucias anecdóticas. El hombre que por la grandeza de su corazón llama poderosamente la atención está hecho exactamente de la misma materia que el resto (barro del paraíso), y ha vivido experiencias semejantes a los demás; sin embargo, con todo ello ha logrado ser más que notable en humanidad, aunque nadie esté allí para verlo ni para contarlo. Y es que cualquiera de nosotros puede llegar a alcanzar la talla humana que se proponga, o por contra, quedarse sólo en ciernes como persona, con más que ocultar que conquistas admirables.

Por poner un solo ejemplo de estos grandiosos seres humanos que andan viviendo entre nosotros, recordamos a Albert Camus, que tras recibir el premio Nobel de Literatura, y una vez sosegadas las múltiples felicitaciones, tomó de nuevo el papel y la estilográfica y escribió el 19 de noviembre de 1957 esta conocida carta a su profesor: 

"Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Le abrazo con todo mi corazón.
Albert Camus."

Verdaderamente conmovedor ¿no? Para nada podemos advertir que se le han subido los honores y reconocimientos que ha logrado. Más bien al contrario, se reconoce en deuda con otro ser humano que logró no solo sacarle de la pobreza material, sino al mismo tiempo le rescató de una vida ordinaria, meramente adaptada a las circunstancias, para transformarse y sacar lo que en verdad él era y llevaba dentro de sí. Le hizo capaz de confiar en sus capacidades y llegar a apostar por él. Descubrió su vocación y se propuso realizarla. Habían pasado muchos años, pero aún se consideraba un alumno agradecido del profesor D. Germain. Va a ser verdad entonces aquello de que detrás de un hombre excepcional, hay otro ser humano que ha realizado bien su labor.

Y tras este preámbulo, llegamos ante las lecturas que nos propone hoy el domingo XXVIII de tiempo ordinario, donde el primer ministro sirio, tras ser curado al seguir las instrucciones que le había dado el profeta Elíseo, regresa a reconocerle el favor obtenido: el restablecimiento de la salud, y por tanto, las posibilidades de gozar de la vida de nuevo. Junto a la salud, también Naamán manifiesta la fe en el mismo Dios de Israel, que también es nueva vida ampliada.

Además contemplamos a Jesús de Nazaret que en el evangelio de hoy se encuentra con un grupo de diez leprosos que le solicitan la curación. Al ser los diez sanados, solo uno de ellos deshace lo andado, vuelve sobre sus pasos, para manifestar su gratitud por la salud recobrada, frente al montón que una vez alcanzado lo que le habían pedido, siguen a lo suyo, olvidándose muy pronto del don gratuito concedido por gracia de Jesús. Seguramente que la distancia que habían recorrido desde que dejaron atrás a Jesús era ya mucha, y las fuerzas con que contaban los ya sanos eran aún escasas, o tal vez tenían una cita ineludible a la que no llegaban y debían apresurarse. El caso es que no volvieron. Quedaron, pues, curados de la lepra, pero no de la ingratitud que no debe ser tampoco un mal menor.

Muchas veces somos así nosotros, vamos con nuestra propia lepra, sin siquiera sospecharla, y seguimos encerrados en nuestras prisas, agobios e intereses personales, y por ello, es poco frecuente aquel ser humano que es capaz de encontrarse con el otro, ir a su paso, tratarle con afabilidad y atención, es decir, comportarse auténticamente como humano y con el agradecimiento debido por el mero hecho de que sea. En lugar de ello, la mayor parte de las veces, marchamos cabizbajos, poseídos por la pantalla del móvil, e incapaces de agradecer ni siquiera la vida o los servicios que nos prestan los demás. Inconscientes de todo lo que deberíamos agradecer y devolver a tantos que se desviven por nuestro bienestar.

Entonces, ¿cómo vamos a agradecer siquiera a Dios nuestra propia existencia? ¿Cómo vamos a acercarnos a Jesús salvo para pedir, exigir o quejarnos? Tal vez sea pedirnos demasiado, nosotros, a lo peor, no somos ni como el leproso que frente a los otros nueve se vuelve, ni como Albert Camus, que regresa por el camino del corazón a su pueblo y a su pasado, para honrar a su anciano profesor la bondad y la enseñanza que recibió de él. Y así nos va, seguiremos cargando con la lepra del egoísmo, o de la desafectación con los demás, en lugar de compartir con sencilla alegría lo que somos y nos debemos los unos a los otros. Sí, el evangelio nos vuelve a presentar la fiesta del amor, del amor desinteresado, el amor que Dios nos tiene como hijos amados y nosotros como hermanos. Es preciso regresar hasta Él y agradecerle todo cuanto somos, porque Él así lo ha querido.

Muchos y buenos conocimientos podemos aprender tanto en la familia como en el colegio, pero al menos en esta semana de la convivencia, que no se nos pase ni un sólo día aprender a ser agradecidos, a valorar y respetar a todos los compañeros, y hasta a implicarnos por el bien de los que en este momento preciso nos necesitan (Carrera por los niños enfermos de leucemia). Es este un aprendizaje esencial para ser seres excepcionales, personas que de verdad son para los demás motivo de alegría y orgullo. Así lograremos ser libres, sanos y salvos, que es eso de lo que se trata.

sábado, 4 de octubre de 2025

Elegir bien el terreno

ELEGIR BIEN EL TERRENO


No nos llevemos a engaño elegir, y además elegir bien, es un asunto complejo y complicado. Pues aunque en nuestro día a día, estamos continuamente realizando elecciones, a veces muy a la ligera y sin haber sopesado la idoneidad de cada una de las diferentes opciones. Hay elecciones muy fáciles de tomar, pero menos habituales, que tratamos de no tener que tomar, pero que al final no nos queda más remedio, porque terminan siendo inevitables si queremos avanzar.

Tal vez aprender a vivir es aprender a decidir y aceptar aquello que hemos ido eligiendo. Asumir tanto errores como aciertos, y llegar a ser uno mismo con todo ello, pues hasta los tropiezos implican avance. Don Quijote, a veces, llegados a un cruce de caminos, dejaba que Rocinante fuera el que decidiera cuál era el camino por el que seguir, daba tanto uno como otro, pues cuando va el caballero andante, la aventura, hilada por la magistral pluma da D. Miguel de Cervantes, está más que asegurada. Todo camino puede ser un itinerario estimulante para el aprendizaje y el crecimiento.

La cuestión de la elección se complica bastante más cuando las opciones por las que inclinarse no son solamente dos, donde el margen de acierto era el mismo que el de error, sino que aparecen múltiples variantes que complican y dificultan seriamente la toma de decisiones. Ahí ya la cosa cambia y las posibilidades de tomar la opción correcta son mucho menores. ¡Qué gran misterio este de vivir decidiendo antes de poder hacer el balance de las consecuencias, pero también qué gran aventura! 

Normalmente, la mayor parte de las decisiones que implica la vida no presentan gran dificultad, porque son sobre algo externo a nuestra ser: lo que preferimos, lo que nos interesa, con qué nos entretenemos o que actividad realizamos; pero el evangelio no se ocupa demasiado de este tipo de elecciones de poca monta, sino, por el contrario, de aquellas que afectan de lleno a nuestra propia existencia, las que van a marcar nuestro periplo existencial. Son las decisiones que nos permitirán ser nosotros mismos de manera definitiva, y eso ya sí que son palabras mayores. En estas decisiones, de profundidad o de raíz, es donde nos lo jugamos todo, donde podemos ganar o perder por completo nuestra vida.

Las lecturas de este domingo XXVII del tiempo ordinario, en el que la Iglesia celebra a la vez la jornada del migrante y también el VI domingo por la comunión eclesial, el salmo nos indica que no endurezcamos el corazón, sino que ojalá lo abriésemos de par en par a esa palabra vivificadora de Dios, y por su palabra, arraigue en nosotros su Espíritu, para que poco a poco, se produzca en un hermoso y fructífero proceso, y nos transformemos en seres capaces de amar de verdad a los otros, de construir puentes de encuentro y colaboración los unos con los otros.

Nos dice Jesús en el evangelio que pidamos al Padre que nos aumente la fe, para que con esta manera de vivir sea posible realizar su voluntad; para que nuestras decisiones acierten con el terreno donde queremos arraigar y crecer como los seres humanos que se atreven a soñar y a posibilitar cambios y mejoras. Empecemos ya a servir para ese propósito del reino, en lugar de replegarnos sobre nosotros mismos y sobre nuestras heridas. Entonces no desecharemos nuestras capacidades, sino que sabremos ponerlas en común para transformar nuestras vidas y nuestro entorno.

Por tanto, debemos elegir bien el terrenos sobre el que vamos a cimentar nuestro proyecto vital. Esta cuestión es crucial. Podremos echar raíces en el legado precioso que se nos da, que, según nos propone San Pablo en la segunda carta a Timoteo, es "el precioso depósito del Espíritu Santo que habita en nosotros", "no un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza". Este es buen terreno, quien cultiva en él acierta de plano y su vida da fruto abundante.

Ay, si tuviéramos la fe de un granito de mostaza, tal y como nos propone el evangelio, todo lo venceríamos, todo lo lograríamos, no con nuestras propias fuerzas, sino porque Dios se vale de los humildes, los que se abren sin doblez a su obra para hacer grandes cosas, porque nosotros somos tan sólo siervos inútiles, que hacemos lo que deberíamos hacer: ponernos a su servicio, trabajar concordes en su viña, tender puentes de entendimiento con los otros, abrazar la diferencia, amar, amar como Él nos enseña, como él nos ha amado.     

Desengañémonos de que para tener éxito hay que competir con los otros, es un engaño; más bien es justamente al contrario, para que tu vida tenga plenitud, no has de competir, sino escoger con acierto desde qué terreno quieres desarrollar tu vida. Tú eliges si sobre aquello que te ofrece el mundo (individualismo, consumismo, superficialidad...) o sobre el plan del Dios vivo, que te habla en el evangelio y te llama a una transformación luminosa de lo humano, a sacar a la luz la belleza esencial que tú eres.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Maneras de vivir

MANERAS DE VIVIR


Los que llevan en esta vida ya mucho recorrido tal vez recuerden una canción que en su día alcanzó mucha fama, y hoy, aunque sea un clásico de aquellas generaciones, ya es poco escuchada. Y es que pasa el tiempo, los seres humanos también, y con ellos a la vez las modas y gustos con una pasmosa fugacidad. El tema en cuestión se titulaba "Maneras de vivir" y sirve de inspiración para la entrada de este XXVI domingo de tiempo ordinario, ya que las lecturas nos proponen estas posibles maneras de vivir que cada uno trata de llevar con mayor o menor acierto.

Y es que esto de la vida no es cuestión baladí, que está muchísimo en juego. Por ello el profeta Amós nos indica que algunos andan viviendo de lujo en lujo, de deleite en deleite, y de banquete en banquete, y la vida se les pasa sin más ni más, inmersos en una distracción inconsciente poco propia de los seres racionales que supuestamente somos. Efectivamente, lo que antaño pasó, sigue pasando hoy en día. Los poderosos se dedican por completo a su continuo disfrute, sin reparar siquiera en los sudores y dificultades que pasan muchos del resto de los seres humanos. Mientras algunos abundan en la opulencia, otros pasan enormes penurias, y no tratan de poner a esta injusta e inhumana situación remedio alguno. Tan solo se ocupan de su estúpidas fiestas privadas y se enriquecen a costa del sufrimiento del resto.

Qué bueno que las Escrituras siempre nos proponen una lectura de la realidad con mayor sensibilidad, la de Dios, para hacernos ser críticos con esta manera de vivir insostenible. La palabra de Dios una y otra vez nos insisten en que hemos de despertar ya, no permanecer con la cabeza, el corazón y el alma embotados y aceptamos como normal lo que es absolutamente inaceptable.

Lo peligroso es que no solo los poderosos se miran en exclusiva a su propio ombligo, prescindiendo de los rostros de sus semejantes. Esa manera de vivir inconsciente y egoísta es compartida de manera generalizada por unos y otros, y es ahí donde radica el verdadero problema. También nosotros vamos a lo nuestro y el sufrimiento y las necesidades ajenas nos terminan resultando indiferentes. Esa manera de vivir tan nociva se podría expresar bajo el adagio de "tú a lo tuyo", como si en lo tuyo no cupiese lo de todos. ¿O es que alguien se ha hecho a sí mismo sin nadie que le haya prestado su ayuda, colaboración, auxilio o cooperación? Ya antes de venir al mundo todos precisamos de otros seres humanos. Precisamente ser persona es reconocer esa tupida red de relaciones que posibilitan que seamos. Sin embargo, terminamos cayendo en aquella manera de vivir que denunciaba el profeta Amós.

En la parábola que nos regala Jesús en el evangelio, aparece la parte que no solemos tener presente. Hay dos personajes un rico que solo se ocupa de pasarlo bien y un pobre llamado Lázaro del que el rico no se ocupa, a pesar de tenerlo en la puerta de su casa. Tras la muerte de ambos, el rico no goza de la gloria de Dios, como sí lo hace Lázaro, y por fin, ya tarde, descubre que no ha sabido vivir esa relación preocupada, implicada y ocupada en compartir su bienestar con los que tenía cerca (prójimo). ¿Qué nos impide a nosotros reconocer y paliar las necesidades de aquellos que están a nuestro alcance? Santa Teresa de Calcuta veía en el sufriente al mismo Jesús y se deshacía en atenciones con todos ellos. Su corazón estaba atento al prójimo y sus manos prestas a cuidar. Hay una manera mejor de vivir, mucho más grata a Dios y a los hombres. Empecemos a vivir dando vida.

San Pablo, hoy, en la primera carta a Timoteo lo afirma con estas palabras: "busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre..."Ese el el camino, esa es la forma, la manera de transformarnos en más humanos, viviendo en la caridad, que es el amor que no se cierra sobre sí mismo, sino que por contra se entrega en bien de los demás. Esa es la manera de vivir que da satisfacción y plenitud, y no el disfrute vulgar y pasajero que poco aporta y termina por sumergirnos en una vorágine de consumo deshumanizadora. No seamos como el rico incauto, que entre tanto disfrute vano, no se percató del hermano desnudo, enfermo y hambriento.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Ajustar las cuentas

AJUSTAR LAS CUENTAS


Después de tanta información que nos dan los medios de comunicación y de cantidad de películas y series, hemos terminado asociando el significado de venganza cruenta a lo que antes se expresaba con el término ajuste de cuentas. No todo ajuste de cuentas ha de implicar tomarse la justicia por su cuenta, más bien eso ocurre en ciertos casos en los que no se ajustaron nada bien las cuentas, en que alguno de los intervinientes en el trato no cumplió con lo establecido, faltando flagrantemente al acuerdo, y por eso, acabó en una escabechina. Lo normal es que si uno recibe un bien o un favor, luego trate de devolver aquello que ha recibido, ya que de bien nacidos es ser agradecidos. Pero recordemos que las relaciones entre las personas no han de reducirse a meros negocios.

Porque estamos ya hartitos de gente interesada, personas que solo tratan con los demás para sacar provecho de los demás. Gente sin escrúpulos que sólo buscan su propio beneficio, que tan sólo miran por sí mismos y todo lo que hacen les vale si persigue ese fin. En una sociedad marcadamente materialista e individualista es normal que esto ocurra, sin embargo, aunque esa haya sido la tendencia general de muchos seres humanos, y hayan causado efectos devastadores a lo largo de la historia, no todos hemos de ser así. Es más, cuanto menos seamos así, mejor para todos.

Nosotros no caigamos en ese error tan extendido. Advirtamos que otra manera de estar en el mundo y tratar con los demás es posible. Siempre habrá poderosos sin escrúpulos, capaces de pisar, engañar, manipular, vender, comprar, arruinar, destruir, especular y lo que haga falta, con tal de seguir acumulando ellos, sin preocuparse ni de la pobreza, la hambruna, muerte y desolación que van dejando a su paso. Para estos seres inhumanos la sed de poseer y dominar les impide ver ni las víctimas y ni las consecuencias de sus actos y decisiones. Creen que no tiene que dar cuenta a nadie, peor sí se las exigen a los demás con extremo rigor. Se equivocan por completo cuando creen que se librarán de hacer un balance final y de ajustarse las cuentas. Se consideran más inteligentes que todos los demás, pero demuestran ser unos completos insensatos.

En este domingo XXV de tiempo ordinario el profeta Amós nos pone en sobre aviso ante esta práctica explotadora que practican los malvados y que el Dios del amor deplora, pero los que han sucumbido al dios dinero desprecian esta antigua enseñanza, a la vez que se desentienden del amor divino.

¿Y nosotros? ¿Somos de los que en nuestro vivir tratamos de acaparar bienes a toda costa y valernos de los demás, o por contra, queremos compartir lo que somos y tenemos con sencillez y transparencia? Sin duda, la palabra de Dios nos ayuda a reconocer aspectos no siempre claros de nuestro proceder y tratar de transformarnos. Hemos de dejarnos iluminar por esta palabra que corrige, anima y hace crecer. En este sentido, el evangelio nos resulta muy beneficioso y esclarecedor. 

San Pablo, en la preciosa carta a Timoteo nos recuerda que en lugar de vivir con ese horizonte exclusivamente interesado, busquemos mejor el bien común, el que Dios promueve; este Dios Padre que se desvive por nosotros y nuestro bien. Los seres humanos, si estamos dispuestos a vivir conforme a esa voluntad que nos bendice, podremos hacer de este mundo un lugar en el que no se excluye a nadie, sino que se le apoya y cuida; donde sólo se combate por mejorarnos para mejorar el mundo.

No seamos, por tanto, de los insensatos que creen que no habrán de ajustar las cuentas ni consigo mismos ni con los demás, ni con la historia (al menos la propia) ni con Dios. Al final de la vida seremos juzgados del amor con el que hemos vivido; habremos de ajustarnos las cuentas, y ya no habrá posibilidad de más autoengaños ni huidas, la verdad de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho con nuestras vidas y nuestros talentos quedará en evidencia. Tan sólo eso: saldrá a reducir la verdad tal cual es. En algunos casos esa verdad será entrañablemente hermosa, porque triunfó la humildad, la bondad y el servicio; pero habrá otros casos en que la verdad dará vergüenza, será nauseabunda, porque tan solo nos movió el egoísmo feroz y la autocomplacencia, el amor al dinero, la violencia y la falta de honestidad, y no habrá ya nada que hacer ni lugar donde esconderse.

Como nos propone Jesús en el evangelio, si somos fieles en lo poco, podemos llegar a ser de manera fehaciente hijos de la Luz, hacedores de bien en lugar de daño. Somos siervos que hemos de elegir bien a quién servimos, para que así nuestras obras puedan presentarse el día que haya que ajustas las cuentas, y nuestra entrega sea reconocida y agradecida. Escojamos al mejor Señor y nuestra labor redundará en beneficio de todos. Ese es el camino de la felicidad compartida y del acierto pleno. Por contra, los que se equivocan en esa elección se destruirán ellos mismos y todo con ellos. No podrán ajustar las cuentas con el Señor de la vida, porque mucho les fue encomendado y lo desperdiciaron, dando más valor a lo material que a lo humano y a lo divino.

A tiempo estamos de acertar y priorizar todo lo que da vida, genera vida, alegría y construye fraternidad. El reino de Dios no sólo es deseable, también es posible, siempre que cada uno de nosotros ponga de su parte. Si tú te transformas, se empieza a transformar a la vez tu entorno.

sábado, 13 de septiembre de 2025

Contar con el antídoto

CONTAR CON EL ANTÍDOTO


Tal como nos advirtieron nuestros antepasados, mucho más experimentados que nosotros en tantas peripecias y en tantos asuntos vitales del noble arte del existir, muchos son los peligros que nos rondan. Por tanto, nunca está de más que seamos más prudentes y tratemos de evitarlos, o al menos andar prevenidos y llevar con nosotros el remedio eficaz para nuestros posibles males. Será por eso que también nos contaban antaño aquello de que hombre (o mujer) prevenido vale por dos. Sin embargo, a veces parece que nosotros andamos bastante desprevenidos y despreocupados por la vida, como si no nos fuera a pasar nada malo nunca.

Tan grave sería pecar de timoratos como de temerarios, es decir, no hemos de vivir ni atemorizados ni tampono no saber advertir los riesgos, lo primero porque nos impediría tomar las decisiones necesarias para avanzar, lo otro, porque al no considerar los daños y perjuicios de nuestras acciones, podemos llegar a soluciones para nada queridas, y hasta terribles, sin tienen posibilidad de retroceso. Seamos suficientemente valientes para intentar lo que queremos, pero al mismo tiempo, sensatos para evitar grandes locuras y lamentables errores.

Entre los innumerables peligros que tal vez acechan nuestro tranquilo discurrir por la vida, les habrá externos, totalmente ajenos a nuestra voluntad, contra los que algo, aunque poco, podremos hacer para que no se terminen produciendo. Pero hay otros peligros que sí provienen de nuestras malas decisiones, de nuestra mala cabeza; y en estos sí que quizás tengamos un margen mayor para evitarlos: no exponernos a ellos será el mayor remedio para no acabar sucumbiendo ante el peligro que con un mínimo de sensatez podríamos haber evitado.

Aún así, no conviene olvidar que contamos con un remedio excepcional, el mayor de los antídoto que siempre podemos llevarlo con nosotros: el auxilio del que entregó su vida en rescate de nosotros, y de nuestra tremenda y pertinaz debilidad, los seres humanos. Si hemos sucumbido ante cualquier mal, aún contamos con la misericordia inmensa del Padre, que hace lo imposible por nuestro bien. No lo desperdiciemos a la ligera.

Este domingo XXIV de tiempo ordinario coincide con una festividad de gran arraigo en nuestra tradición religiosa: la exaltación de la santa Cruz. Porque en la cruz Jesucristo dio su vida, y por su desbordante amor, unió todo su ser personal, de verdadero hombre y verdadero Dios, con nosotros. En la cruz, que era instrumento de suplicio y de castigo, la víctima logró dar muerte a la muerte y al mal, para entregarnos su vida, la vida que no acaba con esta vida finita, sino que se convierte en preámbulo de la vida eterna y verdadera, la del gozo y el consuelo eterno, la del encuentro con los que aman y son amados en la gloria.

Este antídoto es eficacísimo, ningún mal, por terrible que sea, puede mermar sus efectos. Si logramos hacer de nuestras vidas una inmersión en la vida espiritual que Jesucristo nos ha concedido, nada hemos de temer, porque la salvación y la gracia ya están operantes en nosotros. Qué lamentable error sería que pudiendo acceder a la mejor de las medicinas, esta que siendo mortales nos hace además ser inmortales, prescindiésemos de ella y corriésemos tras los falsos remedios que los voceros de turno tratan de vendernos. 

Porque es un auténtico regalo el que Dios nos hace con la entrega de su Hijo. Dios no nos abandona nunca, aunque a veces, por negligencia o falta de prudencia, nosotros si le abandonemos. En cualquier encrucijada, en cualquier aprieto, pero también cuando vienen bien dadas, confiemos en el Señor, que camina a tu lado, que no nos suelta de la mano, que nos ha facilitado la mejor de las medicinas: el amor incondicional que nos restaura. Abrámonos a la acción del Señor, en Él radica nuestra sanación y nuestra salvación. La cruz ya no es signo de final, sino de ese amor que se da sin reservas por el bien de aquellos a los que se ama. Es el amor de los amores, aprendamos de Jesús a vencernos a nosotros mismos y a todo mal, para amar más y mejor y dar también vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Suena la sirena

SUENA LA SIRENA


Lo queramos o no, ya toca despertar del sueño vacacional, aunque el tiempo se nos haya pasado volando. A unos nos costará más, a otros menos, pero a todos nos va tocando regresar a los lugares de residencia habitual, a los horarios que el día a día nos va imponiendo entre múltiples ocupaciones y obligaciones.

Ciertamente se hace duro volver a escuchar el sonido estridente de las sirenas y los despertadores, que ya nos convocan a la actividad. Cuesta lo suyo dejar atrás el sonido del remanso del arroyo, el rumor repetitivo y adormecedor de la las olas perdiendo su ímpetu en la orilla de la playa o el canto alegre de los pájaros y los grillos. Se acabaron de pronto las largas jornadas calurosas de luz recia y las noches bajo un cielo hermosamente igualable de estrellas, que invita a trasnochar y seguir soñando despiertos. Nos pasa todos los años desde que el mundo es mundo, o al menos desde que somos capaces de recordar: llega septiembre y con él el comienzo del cole. Ahora lo llaman depresión postvacacional, y a todos en distinto grado nos afecta. Cuando se termina un periodo, empieza otro que puede ser tan bueno o más que el anterior; esto en gran medida dependerá de cómo estemos dispuestos a vivirlo y a aprovecharlo.

Aunque tal vez no sea tan difícil encontrar algún remedio para tan extendido mal. Por ejemplo, nos puede ser posible alegrarnos por todo lo vivido durante el verano, por haber disfrutado y descansado tanto como se ha podido. Unos aprovecharon para viajar, otros para poder devorar libros, otros para reunirse con familiares o amigos a los que el resto del año difícilmente se les puede ver con calma, y hay quien pudo disponer de un tiempo no acotado por el despertador, para dar rienda suelta al sueño mañanero.

Otro motivo por el que podamos asumir este regreso a las aulas bien puede ser también que nos vamos a reencontrar con los amigos y compañeros, que lo que ahora tenemos por delante tampoco es tan terrible. En nuestro caso cuando suenan las sirenas es tan sólo o para marcar el comienzo de las clases o el recreo, o para indicarnos su conclusión, y no como está ocurriendo en otras zonas del mundo, en las que el sonido de las sirenas anuncia un nuevo ataque de efectos devastadores impredecibles. Eso sí que es terrible.

El comienzo de un nuevo curso en realidad debería ser muy motivador, porque es una gran aventura que se inicia, una fase nueva en nuestro aprendizaje académico y experiencial, un seguir avanzando juntos, tratando de crecer todos en madurez y humanidad. Con esa actitud hemos de comenzar: aprovechar lo que se nos ofrece y dar gracias por ello. Ojalá este nuevo curso 2025/26 estemos a la altura del reto que tenemos por delante, para poder dar lo mejor de nosotros mismos, tanto como profesores y como alumnos. Pongamos nuestras capacidades, nuestro interés, esfuerzo y motivación, para dejar transformarnos y transformar nuestro centro escolar en una comunidad de aprendizaje, en la que todos nos implicamos, colaboramos y nos ayudamos porque nos sentimos miembros de una gran familia.

A esto precisamente nos llaman las lecturas de este XXIII domingo del tiempo ordinario, a salir de nuestras comodidades y autorreferencias exclusivas para buscar siempre la voluntad de Dios; a no perdernos en un horizonte reducido de intereses propios, sino a tratar de hacer un camino común en el que todos tratamos de convivir concordes como verdaderos hermanos y discípulos de Jesús, el maestro del amor. Ampliemos la mirada y veamos ante nosotros un curso en el que todo esto, que Dios quiere, es posible, y tratemos de llevarlo a cabo con esperanza, fe y caridad, porque para ello todos nosotros memos de sentirnos peregrinos de esperanza. Y se ha de notar en lo que hacemos que verdaderamente lo somos.

¡Que Santa María de la Providencia, nuestra querida Madre, nos acompañe y ayude en este curso que ahora empezamos!

Santa María de la Providencia, madre solícita

que año tras año nos acompañas a lo largo del curso

para que todo nos vaya saliendo bien.

Hoy, el primer día de clase queremos ponernos bajo tu amparo de nuevo.

En los cursos anteriores nos hemos puesto a la escucha atenta y confiada de tu Hijo

y de nuestros hermanos,

hemos querido entender y conectar con la realidad

y las personas que tenemos cerca desde el amor.

Ahora quisiéramos pedirte que nos ayudes una vez más a transformarnos

para ser mejores, para aprender y aprovechar las clases,

para respetar a padres, compañeros y profesores,

porque solo así podremos ser con la ayuda de Dios,

tal y como él nos quiere:

buenas personas, dispuestos y disponibles para transformar el mundo.

sábado, 7 de junio de 2025

Es el momento

 ES EL MOMENTO


En la vida las cosas suceden cuando suceden, no cuando a nosotros nos gustaría. Nosotros no somos los que marcamos el tiempo, no decidimos cuándo nos viene mejor que ocurran determinadas situaciones. Por eso hay que aprender a bailar al son que suena la música, porque en este caso, ni somos los directores de orquesta ni el DJ de turno que elige la canción. Lo importante es que suene esa melodía, que la aprecies, e incluso que el cuerpo se encuentre tan a gusto con lo que suena en ese momento que pueda moverse con total ligereza. A veces vivir puede llegar a ser como un baile, ser llevado y disfrutar de lo lindo de la pieza; aunque, si uno ya no cuenta con las mismas fuerzas de la juventud, puede acabar extenuado. Es cierto, pues, que se baila con el cuerpo, pero además del cuerpo, también se baila con todo lo que uno es: con el ánimo y con la libertad del alma.

Si en lugar de recurrir a la analogía de la danza, empleamos la de la escritura, podríamos decir que aunque uno sea el protagonista de la historia, o más bien el que se identifica en cierto grado con lo que vive el protagonista, la trama y los sucesos con los que le toca campear, la historia ni la escriben los protagonistas ni tampoco el lector.

Y así nos pasa a todos y cada uno de nosotros, que en último término no decidimos muchas cosas, aunque otras sí, y algunas, además, de enorme transcendencia, aunque no lo sospechemos. Lo normal es no estar preparado nunca del todo para salir bien parado de cualquier aventura, pero según llega la prueba, hemos de tomarla y salir del paso de la manera más digna y provechosa. ¿Qué les vamos a decir a nuestros alumnos que acaban de examinarse de la tercera evaluación? ¿No les hubiese venido muy bien contar con las preguntas de antemano? ¿O quizás disponer de unos días más para repasar y prepararse mejor? ¿Cayeron en el examen las preguntas que mejor se sabían? Cuando toca, toca, y cuando llega, llega, y no queda otra que hacer lo mejor posible la faena encomendada. La vida nos va imponiendo el momento, no sabiendo siempre cuál que puede llegar a ser decisivo. Uno ha de responder a bocajarro, con lo que en ese momento es, sabe y lleva consigo.

Así, a la chita callando, hemos recorrido el tiempo pascual hasta llegar a la solemnidad de Pentecostés. Estemos o no preparados, ha llegado la irrupción del Espíritu Santo, del mismo modo que les pilló a los apóstoles cuando temerosos se reunían a escondidas, por miedo a las represalias de los mismos que acabaron con Jesús. El Resucitado se planta en medio, se hace evidente que es el vencedor de la muerte, que está vivo y desborda vida eterna, y les transmite un doble mensaje a sus amigos. 

Primero nos dona la paz, esa paz que atraviesa muros y se abre camino para hacer posible la fraternidad. Frente a la división del mundo, frente al enfrentamiento, Jesucristo instaura la paz que nace de la reconciliación, del triunfo del bien y del amor, porque el que nace del Espíritu ya queda unido a Dios y a los hermanos; no entiende de discordias, sino que mira a los demás con los mismos ojos que Él nos contempla.

En segundo lugar, el mensaje de Jesús es que ha llegado el momento, que hemos de empezar a ser, a vivir y difundir esta cultura del encuentro entre los hombres y Dios. Es el comienzo de los tiempos de soltar amarras y cruzar los mares de la historia, la personal y la comunitaria, en la nave de la Iglesia. Somos el cuerpo intrínsecamente vivo y unido de Cristo resucitado y glorioso, anunciamos y comenzamos un nuevo mundo y un tiempo nuevo y una nueva humanidad. Los cielos nuevos y la tierra nuevas ya están comenzando; es el Espíritu el que nos mueve a esa libertad fecunda, pues no es una libertad para realizar mi propio proyecto, sino el proyecto común, el del Reino de Dios.

Por ello, Jesucristo nos conmina a la misión. Hemos de vencer a la muerte, a los apegos, a los protagonismos individualistas, a los miedos, las comodidades, las reticencias; hemos de vencernos a nosotros mismos para ser más de Dios por el Espíritu. Con esta riqueza de dones y con esta vida que nos es infundida, hemos de hacer Iglesia a los cuatro vientos. Este es el momento de la irrupción del Espíritu en el que cada uno de nosotros, unidos a los demás hermanos, hemos de tratar de estar a la altura de los tiempos. Estaremos más o menos preparados, con la efusión del Espíritu nos basta. 

Es el Espíritu que se recibe de manera expresa en Pentecostés el que capacita para formar y acrecentar el cuerpo de Cristo eclesial, unidos y diversos, y toda su actividad misionera, pastoral y caritativa que ésta lleve a cabo. Es la Iglesia la que puede ser el faro en este umbral de esta revolución tecnológica que estamos viviendo. A nuevos tiempos, nuevos retos. Ante el riesgo de la deshumanización tecnológica, de la desvinculación del tejido social humano, la Iglesia tiene una propuesta profundamente humanizadora: la revolución de la ternura y la misericordia de Dios.

Es el Espíritu el que anima e impulsa a la Iglesia formada por todo nosotros, para transformar la sociedad, no como dictan los poderes económicos y políticos, sino para liberar al hombre de todo sometimiento reduccionista. Más que nunca precisamos de la acción poderosa de Espíritu, del soplo del Resucitado, Alfa y Omega de nuestra existencia, porque Él provee de lo más necesario para dar respuesta a nuestro tiempo. Es este el momento de ser más espirituales para que gestar al ser humano que se requiere, a imagen y semejanza del Hijo en este momento de la Historia.

sábado, 31 de mayo de 2025

¡Participa!

 ¡PARTICIPA!

Cuando uno solo se ha de organizar a sí mismo, lo que se consiga o no dependerá tan solo del empeño puesto y el desempeño de que sea capaz. Afortunadamente, somos seres sociales que hemos de interactuar y cooperar los unos con los otros. Lo fácil es recurrir al consabido "yo me lo guiso, yo me lo como", pero es una fórmula excesivamente individualista, limitada y limitante, que quizás debido a algún aprendizaje defectuoso, no ha sabido desplegar el ser para los demás y con los demás que resulta imprescindible para ser verdaderamente persona e integrase de la manera más adecuada posible en la comunidad a la que pertenece.

El ser humano desde su nacimiento aprende a insertarse positivamente con las personas que le es dado relacionarse. Se descubre a sí mismo estableciendo esas relaciones con los otros. Nos necesitamos, pero a medida que crecemos, vamos creyendo que podemos llegar a considerarnos totalmente autónomos, sin necesitar nada de los demás. Craso error, pues bien sea para echar una mano a otros más necesitados, o si toca, ser el ayudado, de poco le vane a uno lamerse las propias heridas. Aunque esté muy extendido, eso de ir por la vida como lobo solitario es un auténtico desatino, del que tarde o temprano habrá que ir escapando. Hemos de compartir penas y alegrías, porque con los otros somos lo que vamos siendo.

Por eso, es necesario concienciarse de que todos hemos de sentirnos responsables y asumir un papel activo en la mejora de las condiciones de todos. Las cosas no se hacen solas, requieren la participación y colaboración de todos y cada uno de nosotros. Hay que asumir con el debido entusiasmo aquellas tareas que sean menester para que el mundo funcione de la mejor manera, o al menos nuestro pequeño mundo, el que queda a nuestro alcance: nuestro hogar, nuestro vecindario, nuestro lugar de trabajo o nuestra comunidad de creyentes. Apoyémonos, trabajemos juntos, no solo porque los logros son mayores, sino porque además satisfacen mas cuando son compartidos.

Otro gallo cantaría si nos sintiéramos llamados a participar y aportar en el bien de todos, en lugar de mirar tan solo por el propio. Otro mundo es posible, y lo será si nos vamos comprometido en que lo sea. Nada de desentenderse, nada de escurrir el bulto como si no fuera conmigo. A todos nos incumbe, todos hemos de estar dispuestos a aportar nuestro granito de arena.

En la Iglesia, cuerpo de Cristo, todos los miembros pertenecemos a una comunidad, a una red tupida de comunidades. No somos los unos sin los otros, pues todos nos encontramos por el mismo bautismo insertos en este cuerpo encarnado y espiritual de Cristo. Él vive en nosotros y nosotros en Él. Somos de Cristo, el que da la vida por sus amigos. Participamos ya de su muerte y resurrección. No podemos desentendernos los unos de los otros, hermanos y asimismo hijos en el Hijo. ¿Se puede esperar mayor implicación que constituir este único cuerpo eclesial?

Celebramos este domingo la Asunción del Señor a los cielos, y podemos vivirlo desde fuera o conminados con Él a participar en esa ascensión. Todavía permanecemos en la tierra, asumimos la misión que nos encomienda, y a la vez Él, sentado ya a la derecha del Padre, sigue unido a nosotros. Es nuestra cabeza y nosotros sus miembros. La resurrección avanza, nos afecta aún más, ya que asciende y se va el Resucitado, pero para consumar definitivamente su donación. Vienen los tiempos del Espíritu, que nos capacitan para ser su Iglesia de manera pascual y nos lanza a dar testimonio de esa nueva vida de Jesucristo y nuestra. Participamos de su cuerpo y somos uno en su cuerpo. Es el Espíritu prometido que vendrá en nuestra ayuda a avivar su palabra, su ejemplo y su aliento en todos nosotros.

La Iglesia y la misión que el Amigo nos encomienda es tarea de todos, requiere la ilusión y el compromiso de todos. Participemos gustosos es la construcción de este nuevo mundo que por el Espíritu nos hace renacer al mutuo amor, la bondad, la justicia y el bien. No es cosa exclusivamente nuestra, no depende de lo que cada uno haga, sino de la aportación de todos y la ayuda de su gracia. El, que asciende a los cielos, se queda entre nosotros entrelazando nuestras libertades para ser ahora su cuerpo que ha de seguir sirviendo a los hombres e impulsando una nueva humanidad más conforme al Padre. No se trata de participar en un sorteo, no es un juego de azar más, sino de asumir nuestra participación en el proyecto fraterno de Dios. No es cuestión de suerte, es cuestión de identidad y de práctica de amor corresponsable. ¡Pongámonos en marcha, que soplan tiempos favorables!

sábado, 24 de mayo de 2025

Vencer a la tiniebla

VENCER A LA TINIEBLA



Por si vienen mal dadas, se nos ha puesto en sobre aviso: hemos de tener absolutamente de todo en nuestros hogares. Bueno, empecemos por tener hogar, porque algo que es un derecho de todos, cada vez lo es para menos, y de ninguna manera hemos de dejar de verlo y menos aún conformarnos. Decíamos que si tienes vivienda digna y espaciosa, podrás guardar lo necesario en caso de situación extrema: un apagón inexplicable, una pandemia imprevisible, una riada recurrente y previsible, una Filomena en condiciones e inolvidable, un ataque cibernético, sabotajes varios, la invasión de los pueblos bárbaros o cualquier otro percance anunciado por Los Simpson. Estemos preparados, todo puede ocurrirnos, y por ello, que a nadie le pille sin un buen surtido velas y demás utensilios de ocasión extrema. No está de más, por tanto, no olvidarnos en modo supervivencia.

Pero seamos realistas, ser y estar prevenidos es muy conveniente, pero uno no puede estar perfectamente preparado para todo lo que pueda llegar a ocurrir, en especial si esto fuera de lo más inesperado. Por lo que de alguna manera es bastante contradictorio que desde altas instituciones se nos pide: que estemos preparados para lo que no sabemos que puede pasar. Pero ¿y los responsables de la prevención y toma las medidas necesarias para evitar que ocurran estos imprevisibles apagones y crisis insospechadas, que nos sobrevienen sucesivas cual plagas bíblicas, por qué no lo están ellos primero y nos garantizan cierta tranquilidad? A lo mejor nosotros debemos estar preparados, o al menos tratar de estarlo, pero los mandatarios deben también estarlo. ¿O no debería ser así?

Quizás haya que hablar aquí de algunos apagones no advertidos que, a unos y otros, nos tienen completamente a oscuras. Y es que parece que no vemos lo que no vemos, es decir, que aunque sean evidentes todos los problemas y dificultades que nos rodean, no nos percatamos. Puede que solo se trate de que no queremos ver, o que nos tienen verdaderamente distraídos para que nos ocupemos del reclamo o polémica del momento, evitando que tomemos conciencia de lo que está realmente ocurriendo. Gracias a Dios no todos andan sumidos en una oscuridad que no perciben, en un apagón de lucidez y consciencia, puesto que aún quedan cabezas pensantes y mentes despiertas. Hagámonos un favor y escuchemos las propuestas de los más avezados pensadores, tal vez descubramos una luz incipiente que pueda guiarnos a buen destino en lugar de vagar hacia el abismo del desatino.

Nos advierte, por ejemplo, nuestro nuevo pontífice, León XIV, que ha elegido dicho nombre porque viene a retomar la misión de reivindicar la defensa del hombre ante la actual revolución de la IA. ¿Concebimos el alcance y la transformación que se nos avecina? ¿Sabremos emplearla bien y para el bien? Toda precaución y prudencia no están de más, o es que solo hemos estar preparado para los desastres. ¿No habrá que estar también alerta y atentos para anticiparse a las posibles consecuencias de este tremendo cambio al que estamos asistiendo. Sorprende que, salvo entre especialistas en la materia, el documento "Antiqua et nova" que el Vaticano publicó el pasado 28 de enero ha pasado en perfecto apagón para el resto de los mortales. ¿Vemos o no vemos lo que deberíamos ver? ¿Acaso no va con nosotros? Qué bueno sería que comprendiéramos adecuadamente y supiéramos manejar esta potente herramienta y los retos que supone. No permanezcamos en las tinieblas de la ignorancia y la posible manipulación.

Las lecturas de este VI domingo de pascua pueden servirnos también de acicate para no permanecer dormidos a merced de la oscuridad dominante. Podemos tratar de iluminarnos con la palabra que Jesucristo resucitado nos propone, porque ella misma es resucitadora y, por ello, nos capacita para vencer la tiniebla. Una tiniebla que campa a sus anchas en este mundo violento e injusto, pero que también se instala dentro de cada uno de nosotros impidiendo que brote lo mejor en nuestras relaciones. Nos lo expresa Jesús cuando nos insiste en que "El que me ama guardará mi palabra". Porque si amamos a Aquel que nos ama hasta el extremo, aprenderemos que el amor a uno mismo no ha de ser la máxima de nuestro modo de vivir, por mucho que esté vigente y establecido un amor posesivo y excluyente con la alteridad, un amor egoísta y solipsista que mata cualquier posible de fraternidad y comunidad. Esta ausencia de amor y reconocimiento de la dignidad del resto de personas está detrás de los abusos, manipulaciones, agresividades y relaciones destructivas que tanto predominan. Por tanto, la propuesta es bien sencilla: más evangelio y menos maldad, y con ella otro gallo nos cantaría.

Además nos habla Jesús de darnos su paz, una paz consumada y pascual, una paz que reconstruye los puentes con todos, tanto Dios como los hombres, piensen o sienten como quieran; una voluntad de paz profunda que no anula la diferencia, sino que en el amor la armoniza; una paz que no deconstruye hostilidades y guerras. Porque son estas, insignes jinetes del Apocalipsis, poderosos agentes de la tiniebla y del gran apagón en el que, a nivel personal o global, podemos sumirnos por mera dejadez. En cambio, si Cristo nos dona su misma paz, la que nace del amor incondicional, hemos de ir llevando esa paz "desarmada y desarmante" a todo nuestro ser y a nuestras relaciones. Pacifiquémonos y pacifiquemos con este don de Cristo resucitado que vence al mundo y a la tiniebla.

Y finalmente, nos promete Jesús en el evangelio de Juan, la necesaria ayuda del Espíritu Santo. Nosotros solos poco podemos, pero juntos y unidos, sí que podemos, contando con el Paráclito que actúa en nosotros, nos renueva y guía; posibilita e impulsa a esa Iglesia, comunidad inmensa de hermanos que se esfuerzan día a día por ser mejores y hacer el bien; por perdonar y perdonarse; por amar y entregarse por el bien de todos; por convertir este mundo en el Reino de Dios, donde el amor de Dios sea la única ley, esa que todo hombre lleva inscrita en el corazón, aunque si permanece en la tiniebla, ni siquiera se ha percatado aún de ello.

Cristo, en la cruz, cuando parecía que vencían las tinieblas, venció y sigue venciendo rotundamente con su luz pascual. Nosotros hemos de insistir y sumarnos a esa su victoria, que es la nuestra. El nos da su Espíritu y su vida plena. Imposible será la derrota. En Él podemos vencer toda posible tiniebla, por mucho que el apagón trate de anularlo todo. Por ello, somos peregrinos de la esperanza, dispuestos a hacer partícipes de la resurrección a toda la creacción. 

sábado, 17 de mayo de 2025

Con los pies en el cielo

 CON LOS PIES EN EL CIELO


Posiblemente los antiguos, al carecer de otros entretenimientos al alcance, miraban y se recreaban mucho más que nosotros, los postmodernos cibernéticos, en la serena contemplación del cielo, pues nosotros a lo único que prestamos atención es ya a los dispositivos móviles, apéndice no fisiológico de nuestra persona. Algunos afirman, muy reflexivos, que tras el apagón ya hemos aprendido la lección de la hiperdependencia tecnológica, es decir, que hay vida más allá de la pantalla. Da la impresión que después, tampoco ha cambiado nada realmente, y que eso de tener la testuz inclinada, sometida y distraída, tiene mucho arraigo en estas generaciones, y tiene difícil remedio. ¡Qué lástima!

Y es que en esto de vérselas o no vérselas con el cielo nos jugamos mucho; tanto como lo que en realidad somos. Contemplar el cielo es para ociosos, seres liberados de los apegos inmediatos y terrenales, que se pueden permitir seguir el ritmo excelso al que van transcurriendo las nubes, las aves, los días y las noches con perfecta armonía. Sea de día o de noche, de mañana o de tarde, el cielo siempre es digno de que nos recreemos en él gozosamente.

Si es verdad aquello de que somos lo que comemos, tal vez podría ser cierto también que somos aquello que contemplamos. Es cuerpo se alimenta por la boca, pero no solo de pan vive el hombre. Escojamos, por tanto, lo mejor para no quedarnos espiritualmente escuchimizados. Alimentémonos de cielos prodigiosamente desplegados, de horizontes lejanos, y de perspectivas inmensas. Alternemos la vista de cerca con la vista al infinito. Seamos al mismo tiempo soñadores y prácticos; tengamos, por tanto, los pies en la tierra, pero sin que por ello dejemos de poner, asimismo, los pies y la vista en el cielo. Pisemos charcos, hollemos nubes. No renunciemos a la utopía, sino avancemos para que pueda ser. Juntos podemos ir realizando aquel sueño de Jesús al que no vamos a renunciar. 

Es por eso que precisamos como agua de mayo recrearnos con el evangelio, que si nos cala, nos capacita, como a los apóstoles para ver más allá, ver lo que no se ve, pero así (y solo así) poder empezar a posibilitarlo. Ensanchemos nuestra visión para poder mermar aquello que se nos escapa. 

Las lecturas de este V domingo de Pascua nos testimonian a una primera comunidad creyente dispuesta a anunciar por toda la vasta extensión de la tierra, que va tan pareja al cielo, que Cristo ha resucitado, que todo es posible, que Dios vive, resucita y transforma. Tanto es así, que unos pocos lograron cambiar las tornas de la historia, se salieron de los rígidos raíles de lo esperable y surcaron intrépidamente nuevos mares, porque iban llenos de cielo. ¿Qué nos ha ocurrido a nosotros para andar tan cegatos, tan reducidos de visión para las cosas grandes e intangibles? ¿No será que ya casi no miramos el cielo?

Mayúsculo error sería no ver más allá de lo que tenemos a un palmo de nuestras narices, no por falta de agudeza visual, sino más bien por cortedad de entendimiento, por desengaño o por indiferencia. No nos acostumbremos a los límites impuestos por una realidad excesivamente superficial. No pequemos de ser demasiado acomodaticios y conformistas. El corazón sabe bien que podemos amar más y con mayor alcance. No seamos meros zombis desesperanzados, marionetas a la deriva en una sociedad que vaga sin rumbo y seriamente deshumanizada. Alcémonos y plantemos cara al reduccionismo materialista. Hemos de ser leones, como nuestro nuevo papa, capaces de no asumir lo inasumible, porque un mundo mejor es posible y deseable.

Es el que bajó del cielo el que una y otra vez nos anima a alzar la mirada, a aspirar a una transformación fundamental del propio ser y nuestras relaciones: la tierra ha de ser semejante al cielo, si logramos dar pasos imparables para lograr el Reino de Dios aquí en la tierra. ¿Imposible? Para los que creen, para los que ven lo que todavía no es no hay nada imposible. Jesús nos dice la manera: "Si os amáis como yo os he amado". No hay otra manera de acercar el cielo a la tierra, que lleguen a tocarse, que haya una simbiosis esplendorosa. Creamos y creemos, con la ayuda del Espíritu, que hace nuevas todas las cosas esa nueva vida que Cristo resucitado nos propone.

Miremos, pues, la tierra con el mismo afán creador con el que deberíamos leer el cielo, y todo se ira convirtiendo en maravilloso. De los que son como niños, de los que miran así, maravillados, con ese candor y esa capacidad de confiar, es y será el reino de los cielos, esa tierra nueva y esos cielos nuevos de los que habla el Apocalipsis. Es el momento de enfrentarnos al mal con la confianza de que el amor lo transforma todo. Dios está empeñado en que así sea. Colaboremos animosos con Él. Esta es la misión de los que formamos la Iglesia.

sábado, 10 de mayo de 2025

Regalazo

REGALAZO



Dar y recibir. En la vida tenemos la sana costumbre de expresar nuestro afecto, gratitud o reconocimiento a otra persona a través de regalos. Está bien que esos regalos sean materiales, pero no han de serlo necesariamente siempre. De hecho, los regalos más valiosos son los que menos precio tienen, pues ni siquiera se pueden adquirirse en las tiendas. Estamos inmersos en una sociedad hiperconsumista y mercantilista, todo es tasado según la consabida ley de la oferta y la demanda, y sin embargo, lo realmente exclusivo sería lo inasequible, porque no se puede comprar por mucho que algunas marcas traten de apropiarse del anterior adjetivo. Ni todo se compra ni todo tiene precio.

Qué bueno que se pueda dar y recibir porque sí, en una entrega desinteresada o a veces en un intercambio gratuito y recíproco. Qué bueno ir reconociendo que la existencia puede llegar a ser un regalo: cada día, cada momento, cada ocasión como oportunidad para ser vivida y compartida con el resto. Cierto que en muchas situaciones extremas hemos convertido la vida de tantos en algo extremadamente penoso apenas soportable (guerras, injusticias, pobreza, maltrato y crueldad). Pero también es cierto que cuando se respeta la dignidad de todos, y las condiciones son también dignas, entonces sí que podríamos valorar la maravilla de llevar una existencia en la que todo es don gratuito, regalo, posibilidad de compartir con los demás, tanto lo que uno es, como lo que son los otros. Esa es la clave de la cultura del encuentro, la gratuidad, la entrega desinteresada, el amor. Todas las existencias son por amor y para amar, por mucho que los seres humanos nos empeñemos en impedirlo. Jesús de Nazaret lo sabía y no se cansó ni se cansa de hacérnoslo saber. Tratemos de hacer realidad ese modo de ser y estar que Jesucristo nos descubre. Es posible escapar de esta vida abocada al sinsentido en que nos quieren instalar. El que ya venció, viene a liberarnos. 

Es por ello que el Evangelio es siempre buena nueva, es regalo para todos, al menos para los que cuando quieran puedan abrirlo, conocerlo y dejarse avivar por él. Sí, las palabras de vida que nos llegan en el evangelio, a través de las cuales conocemos al Hijo del hombre, son un verdadero regalo, un auténtico tesoro para custodiar en nuestro interior, pero sobre todo para plantar y que germine en nosotros una vida divina que es inmenso regalo.

Las lecturas de este cuarto domingo de Pascua nos inciden en que todos podemos ser receptores del regalo o invitación que Dios nos hace: sale a nuestro encuentro, nos reconoce, nos muestra su amor y nos llama a seguirle sin reservas, a ser más libres, a dejarlo todo para optar a lo mejor. El amor de Dios no obliga, no coacciona, no engatusa ni promete algo que no vaya a cumplir. No, el amor de Dios, acepta, integra, acompaña, cuida y libera; es grano de mostaza y es, por ello, árbol que permite anidar a las aves y dar fruto a su debido tiempo. Es promesa y cumplimiento. Es el regalo más regalado que te capacita para que tú puedas ser regalo también para los demás. Todo es don, todo es gracia, todo regalo inmerecido.

Si así lo decides, puedes seguir su voz, la voz del Resucitado que nos convoca a ser miembros vivos de su Iglesia. No pasivos que se dejan llevar, sino despiertos, conscientes, ilusionados, como peregrinos de esperanza que no pueden dejar de compartir su alegría. Seas de dónde seas, en su pueblo o su rebaño hay sitio y hermanos para ti. No estás solo, Dios habita en medio de su pueblo, y nos conduce hacia fuentes de aguas vivas. Ven, ven también tú y podrás descubrirlo y vivirlo por ti mismo en medio de la fiesta pascual. Ven al encuentro y al banquete. Que nada te lastre, impida o bloquee. Has nacido para ser libre y participar de este nuevo pueblo en el amor resucitador. ¿No escuchas su invitación?

Hemos asistido en estas fechas al fallecimiento de Francisco, al que hemos despedido con sincero agradecimiento. Ahora, tras este cónclave tan sorprendente, estamos atónitos y alegres, como los apóstoles tras ser testigos de la resurrección del Señor, pues ya tenemos a un nuevo papa bueno, de nombre León XIV. Un hombre de Dios que ha asumido el reto y la elección de Dios realizada a través de los cardenales. Este nuevo pontífice es un regalazo que nos llegado. Es hora de escuchar su voz, de dejarse conducir por aquel que a su vez se ha dejado conducir por el Espíritu. Seguirle, rezar por él y arrimar el hombro. El vicario de Cristo nos anima a realizar juntos la misión encomendada a la Iglesia, y a hacerlo como Dios quiere, sinodalmente y en comunión.

Fue una tarde inolvidable aquella del 8 de mayo del 2025. Con cuánta expectación y emoción se siguió en todo el orbe la elección del sucesor de Pedro. Mereció la pena estar pendiente del humo que saliese de la chimenea. El Espíritu del Señor, protagonista de lo que ocurría, estaba actuando de manera clara, sutil y decisiva en la Iglesia para renovar y abrir nuevos caminos. La Iglesia, impulsada por el Espíritu del Resucitado, está disponiéndose a seguir siendo el referente y evitar que caigamos en una sociedad deshumanizada. La Iglesia es imprescindible para el triunfo del bien, del amor y de la paz en el futuro. Es necesario permanecer atentos a León XIV y seguir apoyándole. Viene a hacer mucho bien, y todos nosotros con él, pues vamos en la misma barca, y hemos de remar conjuntamente.

Qué regalo es la Iglesia para los hombres de hoy en día, en especial para aquellos que de verdad buscan la verdad. Qué regalo son su mensaje, sus propuestas en favor del bien común, de la dignidad y los derechos de los hombres y de la paz. ¡Ánimo, León, cuentas con la fuerza de los débiles y sencillos, con la fuerza de la oración y del amor! No podemos ser indiferentes ni pasivos, sabemos que estamos llamados a colaborar corresponsablemente en el plan de Dios! Cuentas con nosotros y nosotros contigo. Recibe nuestra cariñosa bienvenida. Que el regalo del amor salvador de Dios siga dando mucho fruto.