sábado, 12 de abril de 2025
Sin vuelta atrás
sábado, 5 de abril de 2025
De oídas
DE OÍDAS
A poco que uno sepa y/o haya leído, puede conocer que además del archifamoso asno que inmortalizó nuestro ilustre poeta moguereño, hay más burros que campan a sus anchas por la literatura. Sin ningún ánimo de ser exhaustivos, en la literatura clásica Apuleyo nos habla de uno que fue tan sumamente burro, que se pasó una buena temporada ejerciendo de burro sin serlo, pues se transformó en un miembro más de esa especie; y siendo burro debió de protagonizar toda una serie de aventuras. Y es que, tanto personajes como personas, puede haber por ahí sueltos que, por su poco juicio o por un obcecado comportamiento, más parecen burros que los que verdaderamente son estos particulares animalitos.
A otro equus africanus asinus, del que ya nos encontramos nosotros más cercanos, su propietario solía denominarle rucio, y que junto a su singular compañero, iban recorriendo nuestros territorios buscando aventuras con las que poder hacer el bien y dejar manifiesto su valor como caballero andante. También cierto muñeco de madera, que cobró vida por arte de la literatura, y que era proclive al crecimiento desmesurado de la nariz cuando faltaba a la verdad, se convirtió en burro capaz de seguir protagonizando múltiples burrerías, hasta que por el aprendizaje de la bondad, recuperó su anterior condición.
Y hablando de pollinos insignes, no podemos dejarnos en el tintero aquel que pasó la noche entera sin rebuznar siquiera para no despertar al niño, dormidito en el pesebre, en la noche más preciosa que ha habido nunca, cuando las estrellas brillaban emocionadas dándolo todo para expresarnos que la noche es también tiempo de iluminación y de salvación. O aquella otra burrita anónima en la que entró montado y triunfante el Señor en Jerusalén a darse ya por entero en la cruz, entre el alegre bullicio de pueblo exultante que proclamaba: "¡Hosana al hijo de David!" aquel primer domingo de Ramos, que desde entonces, no hemos dejado de revivir, reconociendo también nosotros al humilde mesías, el Salvador, montado el aquella anónima burrita.
Malo sería, por tanto, que aun conociendo con que facilidad los hombres desoyen las enseñanzas que les son dadas, terminaran asemejándose a brutos animalitos, aunque ciertamente hay cuadrúpedos que demuestran ser hasta más nobles y astutos que muchos humanos. Porque una cosa es tener orejas de burro, grandes y esplendorosas como penachos, y otra es usarlas con provecho, puesto que oigo, y lo que oigo lo escucho, y lo que escucho lo comprendo, sopeso y asimilo, para después sacar una útil enseñanza que aplico con justeza a la vida. Se podría llegar a decir que los seres humanos se vuelven burros es por propia decisión, por dejadez o por empecinada y cerril obcecación.
A Jesús se le conoce como el Maestro. De estos maestros de antes, que crearon verdaderamente escuela y discípulos, aunque no tenían pizarra a mano ni aula en que impartir su docencia. De esos maestros que no precisaron legarnos sus inigualables enseñanzas en un corpus de escritos, sino que de viva voz y de una vez para siempre hablaron, de tal manera que sus palabras permanecieron hasta nuestros días conforme al valor que se les concedía. Hoy, sin embargo, al parecer ya no se les reconoce el valor intrínseco que poseen dichas palabras, porque, salvo unos pocos que en el mundo han sido, son y serán, se prefiere el discurso falaz, anodino, soez y maniqueo, más acorde con la vida tozuda de burro humano que muchos prefieren llevar, pues se cree que escuchar y aprender está de más. ¿Aprender, qué y para qué?
El pasaje que nos presenta el evangelio este quinto domingo de Cuaresma es muy otro: tenemos al Maestro, ese que no nos dejó escrito alguno, solo sus palabras recopiladas por los suyos, que está escribiendo con el dedo en el suelo, es decir, que sí que escribía cuando se le antojaba, pero lo hacía en la arena en lugar de en otros soportes más perdurables. ¡Qué humilde receptáculo el de la tierra para merecer tan digna enseñanza! ¡Qué humildad la del Maestro, que no consideró a sus palabras merecedoras de que llegasen a los que no estaban presentes allí delante escuchándolas! ¿Qué signos trazaría? ¿Qué mensaje dejó allí escritas? Solo Dios -él mismo- lo sabe.
Lo que sí podemos saber, y no solo de oídas y leídas, sino porque en el corazón nos han quedado ya escritas muy hondamente, son las palabras que pronunció al tiempo que le presentaban una mujer sentenciada a la lapidación inmediata. Algunos querían ser más burros que cualquier bestia, y ensañarse con una mujer indefensa, porque de oídas ya sabían qué pensar y cómo comportarse: como verdaderos energúmenos. Pero Jesucristo les propuso: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Mucho se expuso ante una turba ávida de brutalidad al no darles la razón, sino a quitársela de raíz. Les pidió que antes de actuar, pensaran por sí mismos y examinaran su proceder, y no solo de oídas y cruelmente.
Una vez bien recapacitado, mira después a la persona que tienes delante y su corazón, no para condenarla con presteza, sino para compadecerte y reconocer su dignidad y su potencialidad para amar; entonces su falta será asumible y perdonable, más aún si además también tienes en cuenta las veces que el que se arroga el papel de juez implacable ha pecado también lo suyo. Juzga desde la misericordia, tal como Jesús ha venido anunciando y ahora de manera ejemplar también nos da buen ejemplo.
Por tanto, no sepas de perdón solo de oídas. La teoría y la teología están muy bien, pero para no ser un ser solo dotado de grandes orejas, sino que además le permiten a uno ir adquiriendo un verdadero aprendizaje, habrá de hacer experiencia de ese perdón que redime y restaura, de esa gracia generadora de nueva vida que nos regala una y otra vez el corazón de Jesús, que te mira con amor y te dice sencillamente "tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más." Porque una cosa es creer que se sabe, porque algo simplemente se ha oído, y otra muy distinta hablar, sentir y vivir desde la experiencia fundante de haberte encontrado con Cristo, ese que iba escribiendo sus enseñanzas sobre la bendita arena. Ese que te otorga su perdón también a ti, incluso si has sido burro en alguna ocasión,
sábado, 29 de marzo de 2025
¿Y si me reseteo?
¿Y SI ME RESETEO?
sábado, 22 de marzo de 2025
De la nada
DE LA NADA
Quejarse es gratis y además cómodo. Quejarse está al alcance de cualquiera. No está de más caer en la cuenta que el que se queja está intentando echar balones fuera, como si él no tuviese responsabilidad de nada, puesto que nunca nada está como debiera: unas veces demasiado caliente, otras estará demasiado frío, otras demasiado corto o largo en exceso, unas le resultará salado y otras muy dulce; a la siguiente les resultará triste o aburrido o muy serio o poco profundo... Hacen de la queja el modo de estar en la vida, y ya de paso, siempre a los otros los responsables del fallo. Habría que revisar si ellos asumen un papel activo en la mejora, o solo desean seguir así, quejándose indefinidamente, sin aportar jamás ninguna mejora. La solución es bien fácil: hazlo tú, que eres el único que sabe hacerlo todo bien, o al menos según tu estricto gusto.
Como todos hemos podido comprobar, la lluvia se nos ha instalado de manera reiterada en estos últimos días. Bien aprovechada puede ser una bendición. Pero del mismo modo, sabemos por los recientes sucesos que mal encauzada la abundancia de agua puede arrasar con todo, por lo que no está de mas prevenir lo que puede llegar a pasar antes de que termine por pasar. No importa si llueve poco o mucho, nos quejaremos de la lluvia como nos quejamos del frío o de calor, aunque mientras sigue lloviendo se nos estén llenando las reservas hídricas para tirar una buena temporada olvidándonos por un tiempo de los años de pertinaz sequía, contra la que tampoco tomamos anticipadamente medida alguna.
Pues Dios no es un quejica, sino justamente lo contrario, sabiéndose de memoria nuestra condición testadora, como si nos hubiese creado, se arma de paciencia infinita con cada uno de nosotros, sus hijos. Espera que queramos cambiarnos. Que tarde o tempranos abandonemos nuestra pacata autosuficiencia, reconozcamos nuestros límites y nuestros errores y volvamos a Él. Dios no se cansa de esperar, siempre nos tiende sus brazos y está dispuesto a concedernos su abrazo consolador y su ternura maternal de padre. Es esta una suerte inmensa que se nos suele pasar por alto: es todomisericordioso, inmenso amor condescendiente y comprensivo. Nos concede su perdón saliéndose de toda horma y cálculo humano.
En medio ya de esta Cuaresma lluviosa, en lugar de quejarnos, hemos de tratar de ser más conscientes de quiénes somos y de la vida que llevamos, de reflexionar, reconocer y rectificar. Este es el tiempo propicio para reorientar el rumbo de nuestro itinerario vital. Seguir en la inconsciencia no nos va a ser de gran ayuda para sacar de lo hondo aquel que cada uno en realidad es. Podemos seguir viviendo en la superficialidad, en la prisa, el consumo y la distracción permanente, o empezar de una vez por todas a detectar que el camino emprendido no es del todo el correcto. Dios espera callado, confiado y paciente, Nunca va alterar nuestra libertad, ya que el amor jamás impone y siempre respeta al amado. Ahora puede ser la ocasión de propiciar ese encuentro y de empezar esa conversión.
En la parábola de la higuera estéril -texto bellísimo- que nos propone la liturgia este tercer domingo de Cuaresma se ilustra admirablemente esa apuesta esperanzada de Dios por nuestra conversión. No abandona la esperanza una vez más en nuestra posibilidad de cambio y conversión. Es Él el que cavará y abonará a la higuera estéril, porque está convencido que esa mal llamada esterilidad, la de la higuera y la tuya, no son irreversibles. En esta Cuaresma propicia déjate hacer por Dios, por sus manos de labrador paciente. Él pone remedio a tus sequedades, a tus necedades y ha tus sinsentidos. Si de tu profunda nada, del desierto por el que vaga tu alma, Él es capaz de generar por pura gracia nueva vida, vida abundante, como una zarza ardiente que no se consume. Su amor no entiende de esterilidades, sino de entrega para que tú vivas, y aciertes a dar el precioso fruto de tu plenitud.
Sé higuera amada y cuidada con esmero por Cristo jardinero. Y entonces, en lugar de la queja, aunque no pare de llover sobre mojado, en tu ser brotará un agradecimiento desbordante, porque el Señor anda haciendo en ti maravillas. Y por ello no podemos dejar de exclamar:
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
Para nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón.
sábado, 15 de marzo de 2025
En carne propia
EN CARNE PROPIA
Por si alguien aún no se ha enterado, este viernes pasado hemos asistido a un acontecimiento sideral de consideración, o al menos de cierta relevancia, y del que en general se han hecho eco todos los medio: la luna llamada de sangre, porque un eclipse casi completo de luna era bañada por el reflejo rojizo del astro rey. Este hecho para unos será algo anecdótico y pasajero, para otros una manifestación de la exactitud y precisión de los movimientos celestes, y para otros un signo astrológico que requiere una transformación en nuestros periplos existenciales. Allá cada uno con lo que entienda y después haga con ello.
Lo que es claro es que lo de siempre, el satélite terrestre, ha adquirido una apariencia extraordinaria debido a que la luz incidía en ella de manera diferente. No se ha transformado, pero parecía haberse transformado por medio de la luz que reflejaba. La luz bajo la que contemplamos los objetos, las personas, las emociones, pensamientos y hechos, es decisiva en la manera en la que percibimos y entendemos. De ahí la hermosa etimología del verbo especular, esto es, llevar luz hacia algo mediante el espejo. Pues sin luz no vemos ni entendemos. Precisamos la luz para descubrir lo que tenemos delante. A veces, como seres inteligente que somos, podemos llegar a ver y entender también a la luz de las palabras, leídas o escuchadas. Hay por tanto una luz que ven los ojos y otra que descubre la razón. ¿No habrá también una luz que logre esclarecer las cuestiones del espíritu?
Pero no solo eso, la experiencia también ha de iluminar nuestro saber de las cosas del mundo. Que vivir vaya produciendo en cada uno de nosotros una luz dentro, una certidumbre, un hacerse cargo, un descubrimiento existencial que nos sirva para señalar los derroteros de nuestro peregrinar no siempre por cañadas suficientemente claras. En estos días nuestro centro escolar ha tenido que pasar por una situación muy dolorosa que a todos nos está afectando. Tratamos de darnos aliento los unos a los otros, pero nos falta capacidad para encontrar el sentido al sinsentido de lo terrible, que de modo totalmente imprevisible nos golpea de manera decisiva. Se nos cierra entonces el horizonte, porque la luz en la que nos manteníamos seguros de repente se mengua y hasta se nos apaga. ¿Dónde buscar cierta claridad? ¿Podemos mirar más adentro y encontrarnos algo a lo que aferrarnos para no sucumbir a la desesperación? Tal vez sea posible si lo intentamos. Contamos con el apoyo y el afecto de los que nos lo muestran, están ahí y nos acompañan. También algunos tenemos fe, y esta, si es firme, también nos conforta.
Jesús, con tan solo alguno de sus discípulos, asciende a una montaña, lugar al que hay que llegar mediante un ascenso que requiere trabajo, Abajo deja la vida ordinaria, los afanes y preocupaciones que nos tienen ocupados a diario. Sale de la normalidad y se sitúa en otro nivel, más elevado y que permite tener otra perspectiva. La dimensión espiritual, intrínseca del hombre, no anula ni la luz de los sentidos, ni los sentimientos y emociones, ni la razón, pero amplía la capacidad de comprender sin comprender, confiar, aceptar y amar, también en el dolor.
Jesucristo en este evangelio de la segunda semana de Cuaresma se transfigura delante de los íntimos. Aparece resplandeciente como quien realmente es: ser humano y ser divino aunados a la perfección, integrados de tal manera que no puede ser el uno sin el otro. No precisa la luz del sol; no asume una singular apariencia como la luna de sangre, no, es él mismo el que muestra su propia luz a los que le acompañan.
En esta camino que nos lleva a la pascua, hemos de descubrir también en carne propia esa doble condición que Cristo nos descubre. Somos de Cristo y hemos de reproducir esa misma condición, material y espiritual, pues por el bautismo nos hemos injertado en Él. Somos ya seres espirituales (a la vez que materiales) y participamos de su victoria sobre la muerte, es decir, resucitamos también con Él, pues nos entrega su vida. La vida no acaba con la muerte, la vida se transforma y se convierte en vida eterna.
No veamos solo con los ojos. No veamos solo con el entendimiento, sino más bien, entendamos con el espíritu que durante esta vida hemos de ir transformándonos espiritualmente, no quedar reducidos meramente al cuerpo material, sino saber que podemos transfigurarnos empezando por ver y entender al que hoy se nos transfigura en lo alto del monte Tabor, el Transfigurado, el Cristo, el Señor. Hoy se nos invita a contemplarlo en la divinidad de su carne y de su cuerpo, y ha escucharle como el Hijo de Dios viviente. A dejar que su palabra de vida nos transforme. No se me ocurre mejor modo de proseguir este camino cuaresmal que iniciamos ya en el desierto de las tentaciones, del vacío y de la desesperación. Ascendamos con Él a la montaña. Abrámonos a la experiencia de su amor incondicional y salvador. Tal vez ahí están las respuestas y el consuelo.
Sí, hemos de experimentar en carne propia esa transfiguración espiritual necesaria para desplegar nuestra condición humana de manera completa y atrevida. Hemos de subir de nivel, dejar que su gracia nos vaya trasfigurando para ser más humanos y más divinos, más corporales y espirituales. Para nosotros es enormemente difícil, pero no para Dios. Avancemos, que el Espíritu actúe entonces en carne propia, que vaya manifestando quienes realmente somos, como Jesús se nos muestra hoy.
sábado, 8 de marzo de 2025
Arenas movedizas
ARENAS MOVEDIZAS
Decir que vivimos en una sociedad anestesiada, es una obviedad, y por tanto aporta más bien poco y además a pocos; pero no está de más volver a recordarlo una vez más. La realidad no es tal como la entendemos, sino mucho más amplia y compleja, por lo que para no calentarnos mucho la cabeza, terminamos reduciendo el mundo entero a nuestro pequeño mundo. Así, al menos, es más comprensible y manejable y podemos movernos en esa realidad reducida con cierto dominio de la situación. Lo malo es que después, para salvaguardar nuestro perímetro de control, procedemos a levantar una pantalla o un férreo muro que impide que prácticamente nada ajeno entre en nuestro recinto de lo que consideramos admisible, y al mismo tiempo, que tampoco nuestras vidas se expandan y contribuyan al bien común del resto de los mortales. Nos privamos y les privamos de nuestra aportación personal, y con ello, poco a poco y sin darnos apenas cuenta, vamos a ir languideciendo porque, el aire no corre con la debida frescura, esa que nos obliga a transformarnos y estar a la altura del presente.
A pesar de este reduccionismo autoimpuesto, tantas veces aferrado a lo más superficial y anodino, necesitamos de los otros y del bullicio para poder evitar como sea esa soledad radical que nos constituye. Pavor nos da muchas veces quedarnos a solas con nosotros mismos, bucear en nuestra fundamental esencia, nuestra realidad radical, y por ello haremos lo que sea por distraernos, evadirnos y escamotearnos de plantearnos en serio nuestra propia identidad. Así que como podamos iremos tirando y eludiendo conocernos y aceptarnos. Lo fácil es estar entretenidos, desentenderse y mirar para otro lado.
¿Quién en su sano juicio va a salir del terreno seguro para ir adentrándose en tierras inhóspitas e inseguras? ¿Acaso somos nosotros como aquellos conquistadores que surcaron lo desconocido por amor a la aventura? Aquí, aunque reducido, pisamos suelo firme, pero ¿quién sabe si más adelante no haya arenas movedizas, esas que, como hemos visto en tantas películas, primero te vas hundiendo y luego, según te mueves intentando escapar, te hundes ya sin remedio, puesto que no hay dónde aferrarse, hasta que terminan por hacerte desaparecer del todo en ese descenso irrefrenable y desesperado a lo desconocido. Mucho mejor quietecitos en el sillón, rodeados de cuanto necesitemos y muy cómodamente instalados en nuestras arenas movedizas imperceptibles.
Pues bien, la Cuaresma va justo de todo lo contrario. Se trata de salir a la intemperie; quitarse de todo parapeto protector, atreverse a escapar de ese recinto enclaustrado al que hemos acabado por acostumbrarnos; exponernos. ¿Algún voluntario? ¿Algún buscador? ¿Es que no quedan valientes decididos que amen la aventura y el riesgo de vérselas a solas consigo? Es mejor seguir amodorrados, aquí cómodamente instalados al menos hasta que llegue lo inevitable, y ya veremos entonces por dónde lo sorteamos.
Para empezar a horadar en esa muralla pseudoprotectora cabría preguntarse: ¿Dónde pongo yo mis seguridades? Ahora tocaría tratar de responderse. ¿En los amigos? ¿En la familia? ¿En el trabajo? ¿En la diversión? ¿En las posesiones? ¿En los placeres materiales? ¿En el dinero? ¿En el poder? Jesús, tras su bautismo fue llevado por el Espíritu al desierto, a vérselas consigo, a desprenderse de toda comodidad y cobertura, a encontrase solo, débil y desprotegido, y allí, solo en lo profundo del desierto, es donde hace su aparición el temido tentador. ¿Nos dejamos llevar nosotros por ese Espíritu indómito?
Entonces, si nos adentramos en el desierto de lo desconocido, las supuestas arenas movedizas pudieran empezar a tragarnos y es en ese momento de prueba en el que puede aflorar la consistencia que nos salva de la zozobra existencial. Es ahí donde hemos de permanecer seguros en la palabra y el espíritu de Dios, Él es nuestra roca firme. Nada hemos de temer, Él nos protege y acompaña. Segura es la victoria ante cualquier acechanza del enemigo. Cristo pasa las pruebas consecutivas, a pesar de que el demonio trata de atacar por los lugares más expuestos: la propia identidad de Jesús, la fácil idolatría o la confianza firme en la voluntad del Padre. Nada puede con sus artimañas y ha de retirarse hasta otra ocasión en la que de nuevo será vencido. Y es que Con Dios, y Jesucristo, que es el que es, nunca puede vencer. En Él radica también nuestra victoria.
Si salimos de la tentadora muralla en la que solemos refugiarnos de lo real, tan temido, y atravesamos las arenas movedizas necesarias para encontrarnos de lleno con nosotros y con el Dios que vive y mora en el interior de cada ser, habrá sin duda alguna ocasión de ser tentados. Estemos seguros en el evangelio, atentos, confiados en la ayuda de Dios y de la Virgen María de la Providencia: nada hemos de temer entonces. La lucha está asegurada si te internas en el desierto cuaresmal, pero también la victoria. Uno no vuelve del desierto igual que entró en él, ahora es más auténtico, más sí mismo y más iluminado. Su mirada, su corazón y sus palabras lo delatan, pues ya conoce en mayor grado la verdad que Dios le ha revelado allí, en lo profundo de su soledad sonora.
sábado, 1 de marzo de 2025
El verdadómetro
EL VERDADÓMETRO
"Ser o no ser" decía el personaje de Shakespeare cuyo nombre da título a su famosa tragedia. Y es que ese es el gran dilema al que hemos de enfrentarnos los humanos. No exclusivamente se trata de dilucidar si vivir o no vivir, sino también queremos interpretarlo referido a cómo vivir logrando ser nada más y nada menos que uno mismo. Puede parecer que poco a poco nos hemos acostumbrado a vivir bajo la sombra de la ausencia de la verdad, y así, nuestras vidas van transcurriendo a tientas, en un entorno más de apariciones fantasmagóricas, pero irreales. ¿Somos nosotros mismos también lo que deberíamos ser o meramente bocetos con tan solo una insustancial apariencia? ¿De dónde sacar (y cómo) esa identidad profunda que cada uno lleva consigo?
Son estos días anteriores a la Cuaresma, y por ello, estamos de lleno metidos en los vaivenes frenéticos del carnaval. Se abre, por tanto, el baile de máscaras, y cada uno puede fingir que es el que no es realmente. La máscara lo aguanta todo, lo oculta todo y lo permite también todo, porque ya no se puede distinguir quién es quién. Curioso desliz permitido previo a tener que vérselas con la cruda realidad de nuestra condición limitada, con la verdad tal cual es, monda y lironda. Aunque tal y como están hoy las cosas, bien podríamos llegar a pensar que el tiempo de fingimiento y evasión no se reduce solo al propio del carnaval, sino que la ocultación tras la máscara se extiende ya al año entero. Y ese es el peligro: asistir, sin más, complacidos a la ceremonia de la confusión. ¿O es que la verdad asoma ocasionalmente por parte alguna? ¡Qué pocos son los que aún buscan y detectan lo auténtico como forma radical de vida! ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Es que el vivir engañado puede satisfacer a alguien?
Precisamos caer en la cuenta de que sólo la verdad nos hace libres, y que, por tanto, el engaño, tanto a uno mismo como a los otros, nos esclaviza por completo. Dejemos la farsa exclusivamente para la fiesta y el contexto del carnaval, sin llegar nunca a perder esa verdad existencial que el poeta nos invitaba a buscar conjuntamente: "Tu verdad, no, la verdad. Y ven conmigo a buscarla". Huyamos de la superficialidad y atrevámonos a descubrir quiénes somos quitándonos todas las capas de máscaras que nos hemos ido interponiendo para ocultarnos el propio rostro.
En este domingo VIII de tiempo ordinario la propuesta de las lecturas van por ahí: dejar remansarse las aguas y alcanzar la necesaria transparencia para ver el fondo, empezando por el propio, y después también el ajeno. El Sirácida o Eclesiástico nos invita a no juzgar sin haber escuchado antes, porque a través de las palabras se puede descubrir lo que anida en el corazón humano. Y es verdad que al sincero se le nota, y también al que miente se le coge rápido; aunque a veces no con las manos en la masa o con la palabra en los labios, sino cuando ya se ha salido con la suya mediante el engaño. ¡Ojalá tuviésemos un discreto aparatito o aplicación utilísima en el móvil para detectar al que falta a la verdad! Acaso sí podemos llegar a tener ese excepcional detector de engaños con el que, tan solo aprendiendo a reconocer lo cierto frente a la vulgar e interesada mentira, parar a tiempo el tejemaneje de la farsa. Al mentiroso se le ha de reconocer, al menos en las distancias cortas. No nos dejemos embaucar por el primero de turno, no prestemos atención tan solo a lo aparente. Descendamos a lo que subyace bajo toda manifestación.
Pero no solo por las palabras salen a la luz aquellos que dicen la verdad de corazón o los que faltan a ella con total descaro. Sobre todo, es a través de los hechos como se demuestra el bien, la verdad y la bondad de la persona. Es Jesús el que nos indica que ahí está la prueba del algodón: por los frutos que confirman las palabras dichas. Nos dice que "El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca". Así, pues, empecemos por cuidar nuestro propio corazón, luego nuestras palabras y finalmente nuestras obras; que no hagan daño, ni discriminen ni ofendan, sino que ayuden, sirvan y promuevan la justicia y la misericordia del Reino de Dios.
También nos advierten del "punto ciego" o "ángulo muero" que podemos tener en nosotros mismos sin saberlo reconocer. Y es que hay una parte de nosotros que cuesta lo suyo afrontar, sanar y asumir, aunque es preciso aprender a conocernos a fondo para que la verdad sobre nosotros mismos pueda ser lo más completa posible; sin subterfugios, sin engaños y sin esos insospechados "ángulos muertos". Cuidado, pues, con ver la mota en el ojo ajeno y no la viga que tienes en el tuyo. ¿Te crees mejor? ¿Te consideras perfecto? Pues más bien nos queda a todos mucho trecho por hacer. Empieza a ver eso que no sabías de ti, aunque duela reconocerlo. Ese, y solo ese, es el camino del evangelio, el del desenmascaramiento progresivo, el del verdadómetro que debes empezar a aplicarte a ti antes de proyectarlo a la ligera sobre los demás.
Mucho ánimo, que según es asentada costumbre, tras el carnaval llega el tiempo del desierto que es la Cuaresma, donde toca hacer ese ímprobo trabajo de autotransformación y crecimiento. Empieza por ti, Dios te ayudará en la tarea.
sábado, 22 de febrero de 2025
Locos de atar
LOCOS DE ATAR
Nuestro idioma es de una riqueza admirable. Podríamos estar semana a semana en este blog tirando de frases hecha, de etimologías curiosas y de significados sorprendentes, y no se nos agotarían. Las lenguas son un recurso valiosísimo para entender y configurar la realidad, para poder comunicarnos los unos y los otros, y hasta para crear mundos maravillosos a través de las palabras. Apalabramos el mundo, y por así vamos convirtiéndolo en un cosmos bello, comprensible y, al mismo tiempo, habitable. Por ejemplo, la expresión de la que nos servimos hoy para dar título a esta entrada: un loco de atar es aquel al que hay que sujetar porque hace cosas que nos parecen una auténtica locura. Hay que prevenir, porque o le atamos o nos la termina preparando.
Y es que el evangelio de este domingo VII de tiempo ordinario es una maravillosa y divina locura. La novedad del evangelio que proclama Jesús y que lleva a su total cumplimiento con la entrega de la vida, es la más bella de las locuras: amar sin medida. Absténganse, por tanto, los moderados, los prudentes y sensatos en demasía, los políticamente correctos, los bienpensantes, los tibios, los que solo saben reproducir lo que han visto, sin llegar a plantearse que además puede haber otro modo mejor de hacer las cosas. Absténganse, por lo que más quieran, los que tienen pánico a su propia libertad y a tratar de lograr ser más conforme a la verdad. Ninguno de los citados anteriormente van a estar de acuerdo con las incendiarias palabras de Jesús, el Hijo de Dios vivo. Son oro.
Solo de aquellos que leen las palabras de Jesús, y tratan además de cumplirlas, podemos decir con decisión que son los están tan locos de atar como su maestro. ¿Cómo va ser posible vivir con tan descabelladas ideas? ¿Cómo vamos a guiarnos por las siguientes orientaciones que Él nos propone?
- "Amar a vuestros enemigos".
- "Haced el bien a los que os odian".
- "Bendecid a los que os maldicen".
- "Orad por los que os calumnian".
- "Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra".
- "Al que te quite la capa, no le impidas que se lleve la túnica".
- "A quién te pida, dale".
- "Al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames".
Y añade además esta máxima: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten". Es decir, lo mismo, exactamente lo mismo a los demás que a mí: misma dignidad, , mismos derechos, mismo trato, misma exigencia. Ni más ni menos.
Así pues, según esta ley de humanidad que Jesús nos propone, hemos de tratar a todos como nos gusta que nos traten también a nosotros. No tengamos dos varas diferentes de medir. Lo que no vale cuando nos lo hacen a nosotros, tampoco ha de valernos para los demás. Trata de ser fraternos con tus semejantes. No escatimes tu bondad, tu amabilidad, tu cordialidad, tu servicio y comprensión para tus hermanos, especialmente con los que más lo necesitan.
Seguir a Cristo supone negarse a uno mismo por amor; consagrarse al bien de todos antes que el propio; sacrificarse por los demás, amándoles con el mismo amor de Dios. Locura superlativa, excelsa y absolutamente maravillosa. Seguir a Cristo es en verdad muy difícil, supone ir superando el egoísmo que nos corroe, porque se descubre que la mejor manera de vivir es amando y perdonando a todos. ¿Es esto posible para los hombres? Decididamente sí, con la gracia de Dios. Ahí tenemos a los santos, que supieron configurarse con ese amor y acercarse mucho al modelo de entrega amorosa por todos que es Jesucristo.
La locura de atar está servida, queda dicha. Es necesario y urgente que se extienda por doquier esta deliciosa locura que vuelve a los hombre tan buenos que algunos incluso llegarán ser calificados de tontos perdidos. Es igual, estos locos más que de atar, son de soltar, porque no tienen peligro alguno. Y sin embargo, los bien considerados, los que se creen poseedores de una gran cordura según el mundo mezquino, interesado, materialista, egoísta e individualista, esos sí que son realmente peligrosos, pues destruyen al hombre a las primeras de cambio. Y estos son los que campan a sus anchas y arruinan nuestro mundo.
Si he de elegir, prefiero ser un loco de atar por el evangelio, que un cuerdo de cuidado, porque ha asumido sin piedad y sin conciencia alguna, eso de que el hombre es un lobo para el hombre, empezando por ellos mismos. Mientras los primeros solo tienen hermanos y amigos con quien compartir su vida generosamente, los otros son enemigos de todos, incluidos de sí, porque malogran su propia vida deshumanizándola totalmente.
Haz lo que está bien, y si está bien, hazlo bien, con gozo y con largueza. Es posible que te califiquen de loco o de tonto. No te importe demasiado; tú estarás siendo tú, más libre y feliz viviendo el evangelio sin medias tintas. Con eso te bastará. Otro puede que además te llame bienaventurado, dichoso, feliz para siempre. Y ese es el que no se equivoca y cumple, además, aquello que promete.
sábado, 15 de febrero de 2025
Nuestra esperanza no defrauda
NUESTRA ESPERANZA NO DEFRAUDA
El mundo no está hecho para acomodarse a las complacencias de cada uno. Eso de siempre lo supo el ser humano, aunque bien nos gustaría que la realidad se dispusiera a nuestro particular antojo. Hay quienes habiéndose educado en un ambiente de sobreprotección y absoluto consentimiento, exigen que todo se ajuste a su capricho. Son los comúnmente conocidos como malcriados. ¡Ay del que le toque aguantar a uno de ellos!. Pero, al final, tanto para los sufridos como para los mal acostumbrados, la realidad siempre termina por imponerse, y no cabe otra que ir adaptándole a lo que hay. Quiera uno o no las cosas son como son casi irremediablemente.
Pero, por favor, que no cunda el desánimo. Es verdad que si nos fijamos un poco en todo el mal que anda pasando por doquier, es para venirse abajo. Egoísmos, malversaciones, incomunicación, violencia, engaños. Viendo sin vendas ni tapujos la realidad, podríamos suscribir de pe a pa aquel soneto de nuestro D. Francisco de Quevedo: "Miré los muros de la patria mía..." ¡Cuánta vileza puede llegar a dar de sí el ser humano y cuántas penurias! Es preciso poner freno al mal, por lo menos a todo el mal que cada uno de nosotros puede causar, y empezar justamente a sustituirlo por todo lo contrario: el bien y la bondad.
En esto Dios no se cansa de recordarnos que hemos de actuar siempre en conciencia, dando y favoreciendo la vida, en lugar que ir contra el hombre y lo creado. ¿Vamos a seguir siendo unos destructores del mundo y todo lo que contiene o por contra empezaremos a regenerar este maltrecho mundo? ¿Para cuándo lo vamos a dejar? Para seguir como estamos, lo mejor será desterrar definitivamente a Dios y al evangelio; desconocer por completo el mensaje de justicia y concordia que nos propone Jesús, no sea que recapacitemos y nos dé por impulsar acciones tendentes a salvar a tiempo nuestra humanidad y la a Humanidad.
Tal vez todavía algo cabría hacer para recuperar la esperanza y seguir tratando de mejorar todo aquello que está en nuestra mano realizar para lograr que este mundo sea más humano y apacible. Veíamos la semana pasada como nuestro colegio se ha movilizado a base de bien en la campaña de donación de sangre. Hemos de reconocer y agradecer a todos los que se han sentido involucrados el notable éxito de generosidad y gratuidad, porque donar sangre es donar vida y se Providencia ¡Qué pocas acciones podemos hacer más hermosas que posibilitar recobrar la salud a los enfermo! O también la cantidad de voluntarios empeñados en ayudar a las víctimas de las recientes inundaciones. No todo está perdido. No nos podemos dar por vencidos y quedarnos con los brazos cruzados.
Mientras unos re resignan o se repliegan mortalmente sobre sí mismos, otros son capaces de confiar no solo en sus capacidades, sino en las de los otros y en las del Otro, ese ser infinitamente cercano que llamamos Padre nuestro. Todo es aún posible, porque no podemos descartar el poder de los pequeños gestos que transforman el mundo; de todos esos pequeños gestos que tú y yo, fundidos en un esperanzado nosotros, somos capaces de ir realizando, como la gota que en su reiteración termina por horadar la dura roca. Aún menos podemos descartar el poder de la intervención de Dios que se vale de los sencillos para ir fermentando el Reino de los Cielos.
Jesús en el evangelio de este VI domingo de tiempo ordinario nos lo muestra con manifiestas claridad y belleza en el discurso de las bienaventuranzas. En eso que que Quevedo ve derrota, Jesús esperanzado ve el germen imparable de la acción de Dios. Los excluidos y sufrientes nos están llamandoa una transformación esperanzada. A protagonizar eso buenos gestos que anticipan ya el Reino. la resurrección está en marcha, porque la esperanza nos capacita para afrontar las dificultades. Es la fuerza de Dios, su gracia la que nos libera y nos convoca a vivir en un amor confiado y esperanzado. Él cuenta con nosotros si nosotros también contamos con Él.
Así como si de un ciclo virtuoso se tratase, la fe lleva a la confianza y la confianza en el bien, en el amor de Dios, en el valor de lo menudo, nos lleva a la fe. Una fe esperanzada, asimismo, nos permite escuchar al otro, a contactar con su intimidad vulnerable (semejante a la de cada uno) para ser agentes de transformación. Empieza por ti mismo, empieza por cambiar los deseos de tu corazón y tus obras, para seguir cambiando, al mismo, tiempo tu entorno, tus relaciones y tus acciones.
Estamos en pleno jubileo de la esperanza. El papa Francisco nos invita en su bula Spes non confundit, a ser peregrinos de esperanza, a cambiar profundamente la mirada, a no caer en la tentación de creer que el mal se va a salir con la suya, a atrevernos a, con la fuerza de Dios, unirnos comunitariamente en la misma tarea compartida, libre y responsable de hacer posible un mundo mejor. Avivemos nuestro corazón y el de nuestros semejantes. Empecemos a vivir ya desde lo que esperamos. El mundo no puede ser abandonado a su suerte, porque nuestra pasividad termina siendo cómplice de esa deriva fratricida. Seamos fermento jubiloso de esperanza, porque Dios está con nosotros y este es ya tiempo de resurrección. Las bienaventuranzas nos lo están anunciando, participemos de esa bienaventuranza que es ser en la lógica del encuentro y del don.
sábado, 8 de febrero de 2025
Contrastes
CONTRASTES
Lo idéntico termina por no poder percibirse. Para que el ojo humano, o cualquier otro sentido, distinga algo, debe haber algún cambio necesariamente. Esa alteración que si capta la atención podrá ser más leve o más drástica. Cuando se da una variación muy pronunciada, podemos hablar de que se produce un marcado contraste, y por ello, se hace fácilmente perceptible. De ahí que haya animales que han desarrollado la extraordinaria habilidad de camuflarse para no ser vistos por sus múltiples depredadores. No destacar; mimetizarse de tal modo que nadie pueda detectar que estás; prácticamente haber logrado la invisibilidad.
No solo ocurre esto en lo que percibimos sensitivamente, también cuando recopilamos datos y se detecta que se producen tendencias mayoritarias, surge algún que otro dato muy dispar; observamos que contrasta con el resto. Los analistas suelen descartarlos de antemano por no considerarles demasiado significativos para el estudio que andan llevando a cabo. Distorsionan y entorpecen más que aclaran. Son solo contadas excepciones.
El ser humano que llega a tener experiencia fehaciente de la divinidad, percibe la enorme diferencia entre sí mismo y ese ser transcendente con el que ha entrado en íntima relación. Lo primero, si tiene ese privilegio inmenso, constata la validez absoluta de esa experiencia que ya jamás podrá olvidar, pues se trata de una experiencia fuera de lo común, mucho más real que todo lo vivido. Inmediatamente después es consciente del contraste inmenso que media entre nuestro ser tan imperfecto y el ser de Dios, esencia pura en nada alterada. Se siente indigno de encontrarse ante Él. En definitiva, alguien con experiencia de Dios queda transformado y ya no puede seguir siendo como antes de haberle sucedido. Justamente aquello que descartaban los analistas de información por irrelevante, aquello que marca la diferencia, que acaece rara vez, es en realidad para identificar la verdad intangible de lo que uno en realidad es.
Del mismo modo que el místico constata el contraste entre la divinidad y él, y por tanto, se ve, se siente, percibe y concibe mucho más en realidad tal y como se es, pues ha sido contemplado por el que es; también empezará a verse como más semejante a todos, a sentirse más cercano, más próximo a sus semejantes, y ya nada de lo humano le resulta ajeno.
En todas las lecturas, absolutamente extraordinarias, de este V domingo de tiempo ordinario se nos presenta esta misma excepcionalidad que marca el contraste entre el obrar meramente humano y el obrar distinto del hombre cuando se ha puesto a merced del Dios vivo. Primero el profeta Isaías que pasa de la incapacidad por motivos de impureza a la capacitación y plena disponibilidad para aquella misión que el Señor quiera encomendarle. Después, en el salmo 137, el salmista explica su disposición a tañer agradecido para el Dios que le ayuda en todo momento. Ojalá nuestras vidas sonaran a ese agradecimiento mantenido y hermoso en sí mismo, como una bella canción única e irrepetible.
También San Pablo en primera de Corintios expresa el sentimiento de reconocerse indigno ante el Resucitado que ni siquiera siendo uno de los Doce, sino precisamente un perseguidor de cristianos, le ha elegido a desempeñar la contraria, anunciar a los gentiles la vida que da Jesucristo vivo. Menudo contraste el que se produce en San Pablo mediante su conversón, como de la noche al día. Tan solo pasando por la conversión se puede llegar a la misión.
Y en el texto del evangelio es Pedro el que cuando realiza lo mismo que acababa de hacer, intentar pescar algo inútilmente en el mar de Galilea, pero de nuevo y según le pide Jesús, el resultado es completamente distinto: de no pescar nada a una pesca milagrosa, sobreabundante, inexplicable. Nada que ver cuando uno se basta a sí mismo, se cree autosuficiente, que cuando uno tan solo se sabe engranaje en el plan grandioso de la obra de Dios. Ahí ya no cuenta el mérito ni el logro personal, ahí lo asombroso es la grandeza de la humildad, la capacidad de servicio, la fidelidad y el compromiso, el contraste que acontece cuando le dejamos hacer a Dios en nuestras vidas.
Esta es la diferencia que, aunque no se aprecie a juzgar precipitadamente y desde fuera, logrará que lo ordinario sea extraordinario, que todo revele su propio sabor y sus matices, porque está bien que así sea: que halla vida divina en uno mismo, armonía, acuerdo e ilusión. Dios no iguala, unifica y anula la diferencia ni en el sentir ni en el pensar, pero logra que la diferencia y el contraste sean conciliables y necesarios en la singularidad de lo real, porque como un canto ensalza la grandeza del que magistralmente todo lo creo y lo sigue propiciando sin fin.
Cada uno de nosotros cuenta, nuestra diferente identidad aporta en el plan salvífico de Dios. Siéntete llamado, con tus miserias e imperfecciones, al plan que Dios ha dispuesto para ti. Es el momento de dejar las barcas y las redes y seguirle adonde él quiera, adonde el nos necesite. Seamos Iglesia; hagamos Iglesia, seamos misión. Él sabe bien lo que hace, nosotros no.
domingo, 2 de febrero de 2025
Hasta la victoria final
HASTA LA VICTORIA FINAL
Podemos afirmar que estos son tiempos difíciles. Tampoco han debido ser fáciles otros pasados, ni lo van a ser casi seguramente los venideros. Esto es lo que hay: siempre se debe afrontar, encajar y tratar de superar aquellas contrariedades que la existencia nos va deparando. Aquí nadie se queda indemne, pues vivir debe afectarnos y por esto hemos ir aprendiendo a salir adelante, si es posible mejorados y con la mochila de recuerdos, experiencias y aprendizajes bien repleta. Si además has logrado estrechar buenos vínculos y preciadas amistades, entonces el trayecto vital ha sido, sin duda, bien ejecutado, adquiriendo en él ciertas maestría y sabiduría.
Tal vez las generaciones actuales, en su gran mayoría, han sido y son sobreprotegidos por sus padres, y por ello se encuentran en peor disposición para llevar a buen término su peripecia vital con audacia. En cualquier caso, las experiencias previa no deben determinar ni anular nunca la actitud libre con la que uno decida vivir. Es decir, que lo vivido marca e influye, pero jamás anula nuestra responsabilidad para interactuar con la realidad que se nos presenta.
Winston Churchill tampoco lo tuvo fácil, más bien le tocó enfrentarse a una situación endemoniadamente hostil, pero fue capaz de mantener la confianza plena en el triunfo último de la verdad y el bien, incluso en las más adversas circunstancias. Se dejó la vida en ello, y fue el gobernante que dijo que había que ir de derrota en derrota hasta la victoria final. Y es que en algunas ocasiones, uno ha de mantener la dirección correcta sin variarla ni un ápice, a pesar de que la decisión no sea del agrado de todos, cuando uno sabe que ha de actuar así, con arrojo, valentía y decisión, porque acaso tiene más amplitud de miras que el resto. No es locura, a veces se trata solo de mantener la sensatez.
Estamos acostumbrados a lo inmediato y a lo exclusivamente evidente. Y salirse de este minúsculo alcance nos cuesta horrores: ni miramos a medio o largo plazo, ni juzgamos tampoco más allá de las apariencias o de los intereses personales. ¿Cómo pues vamos a apostar por la esperanza contra toda esperanza? ¿Cómo vamos a ser capaces de un mínimo pensamiento utópico y transformador? ¿Dónde quedaron pues los grandes hombres movidos por ideales y una voluntad férrea? ¿Se extinguieron ya los héroes definitivamente? No, cada uno de nosotros está llamado a serlo. A presentar batalla y no dejarse vencer así por las buenas por un mundo cada vez más deshumanizado.
La Iglesia universal celebra este 4º domingo de tiempo ordinario, pasados cuarenta días de la Navidad, la solemnidad de la presentación del Señor en el templo y de la purificación de María, esto es, la fiesta de las candelas o de la Virgen de la Candelaria. Se presentan sus padres con el niño primogénito en brazos en el templo para cumplir lo que marca la ley mosaica, y allí hay un anciano y una anciana, Simeón y Ana, que reconocen que ese bebé es el Salvador, luz y esperanza de los hombres. Saben y proclaman su victoria. No puede ni podrá con Él ni el mundo ni el mal, ese niño es el mesías esperado y suya será la victoria final y definitiva. Los demás no aciertan a verlo, tan solo los dos ancianos que llevaban una larga vida piadosa. ¿En qué se basan para hacer semejante vaticinio? ¿No es muy arriesgado no limitarse a lo real sin más, en lugar de descubrir unas posibilidades insospechadas en un ser completamente normal a juzgar por su apariencia? ¿Qué tipo de victoria luminosa anuncian?
Esto de ganar o de perder no es tan simple como se cree. No es ganar como se hacer en los videojuegos dejando malparados al resto. No es quedar por encima de los otros habiendo un solo ganador y el resto perdedores. Hay quien pierde para que los otros ganen. Hay victorias sobre uno mismo, que en definitiva son de las pocas gloriosas, aunque no se comenten. Ojalá aprendamos a dejarnos ganar por el que vence con amor al mundo, en lugar de tratar de ganar como lo en tiende el mundo, pasando por encima del resto.
Necesitamos urgentemente recuperar esa capacidad de no resignarse a ser meros receptores pasivos de lo real; a terminar siendo anodinos porque solo entendemos la vida de manera extremadamente aburrida. ¿Cuándo entenderemos que en lo cotidiano puede suceder lo extraordinario? ¿Cuándo abriremos los ojos y el corazón de par en par para descubrir cómo se sirve Dios de la normalidad para propiciar nuestra total liberación? Ese bebé que traen el brazos sus humildes padres es la luz que necesitamos y que evitará que no veamos la realidad tal y como está transida de gracia.
Por ello, como dijo el poeta metiéndose a profeta, que por improbable que parezca nada habrá sido soportado en vano, sino que habrá que confiar la fuerza inmensa del pequeño brote, y que en sí lleva la grandeza de un árbol enorme.
POR IMPROBABLE QUE PAREZCA
No desdeñes la fuerza incipiente con la que empieza el brote,
no vayas a caer en el mismo error de los que antaño sucumbieron
por no llegar a apreciar debidamente lo extraordinario
en lo que se suele pasar inadvertido.
Goliat se sabía ducho en mil batallas,
sobrado en el ejercicio de la violencia feroz e implacable;
pero surgió alguien que no parecía más que un débil muchacho,
incapaz de llevar a cabo cualquier proeza destacable,
y sin embargo, en lo frágil estaba agazapada una victoria rotunda;
contra todo pronóstico lo inaudito terminó por imponerse.
No estés tan seguro de que siempre el mal se sale con la suya,
ni de que el inocente está sentenciado de antemano,
sino más bien percibe que en la semilla
late adormecida una energía portentosa, posible e imparable.
No siempre sucederán las cosas como se cree el malvado,
por mucho que trame sus malas artes con todo tipo de maquinaciones,
pues hay oculta una claridad inocente que va a despuntar y que
desconoce,
es la esperanza de los desesperados que terminará por estar fundada
en aquello que el corazón alumbraba
con ímpetu certero al ser una sencilla verdad si doblez ni engaño.
Puede ser que en lo menudo radiquen posibilidades insospechadas;
que un cambio imprevisto traiga la mutación emancipadora.
Trata de estar situado en el lado correcto:
no en el de los que juegan con las cartas marcadas
y muestran en sus rostros cierta sonrisa anticipada y complacida,
sino en el lado de los humildes,
los que aún apuestan por lo que es justo, necesario e irrenunciable;
aquellos que se vienen dejándose la vida por causa de un amor que no
defrauda,
y, por ello, no se hacen ni a sí mismos trampas.
Ten por seguro que el alba definitiva despuntará algún día
para los que lo han aguardo con firmeza el desprecio de los soberbios;
entonces, por fin, se iluminarán sus rostros tal y como habían soñado,
y nada habrá sido soportado en vano.
No eran utopías sus corazonadas, no,
sino el reconocimiento de la razón discreta,
que se abre paso y triunfa quedamente,
aunque tan solo sea vista acaso
por los que ven más allá del mero juicio apabullante.
viernes, 24 de enero de 2025
Todo en su sitio
TODO EN SU SITIO
sábado, 18 de enero de 2025
El granito de arena
EL GRANITO DE ARENA
A veces puede parecernos que sufrimos una pandemia de indiferencia, de tan extendida que está por doquier. Nadie se ocupa de nada ni de nadie, salvo de lo exclusivamente suyo, desentendiéndonos de todo aquello que no responde a sus particulares intereses. Cada uno debe atender a sus numerosísimos problemas, como para estar pendientes de los del vecino. Sin embargo, no siempre ha sido así. Podemos afirmar que lo específico del ser humano es que se ocupa, atiende, cuida y remedia las necesidades de sus semejantes. Por tanto, esa epidemia de indiferencia de los unos respecto a los otros, de desvinculación con los demás, que caracteriza a las sociedades posmodernas, podría incluso terminar acabando con lo más esencial y singular de nuestra especie, nuestra propia humanidad.
Es conocida la anécdota que protagonizó la famosa antropóloga Margaret Mead, cuando fue preguntada por un alumno suyo sobre el primer signo reconocible de civilización humana. Ella refirió con exactitud que ese vestigio fue encontrado en un yacimiento prehistórico en un esqueleto con fémur curado. Se trataba de un adulto que habiéndose roto la pierna en la juventud, no fue abandonado por el grupo, a pesar que debía ser alimentado por los demás sin que cazara, y en lugar de eso, se le alimentó y cuidó hasta su restablecimiento. Para el verdadero ser humano su semejante no es una carga, sino una responsabilidad, porque somos personas y nos hemos de prestar ayuda en cualquier ocasión que se preste. Demuestra, por tanto, este hallazgo, que entre nuestros antepasados humanos ya nos cuidábamos muy mucho de no desatender a los otros, reconociéndolos como valiosos en sí mismo y merecedores de nuestra implicación con ellos.
Sería aconsejable que en la coyuntura actual, caracterizada por mucho adelanto tecnológico, pero escaso progreso ético, que los seres humanos superásemos las diferencias, el sectarismo cerval, el individualismo paralizante y la indiferencia, y procurásemos los unos y los otros el bien de todos. El papa Francisco a la nuestra como la sociedad del descarte. Nos resulta más sencillo, excluir al que precise ayuda, como si esa actitud fuese digna del ser humano.
Aunque desde altas instancias vemos como se permiten abandonar a su suerte al que le ocurre una adversidad, los que queremos ser consecuentes con nuestra humanidad no debemos desentendernos de las necesidades y problemas que afectan al resto de hombres y mujeres, cercanos o alejados de nuestra inmediatez. Que siempre nos interpele buscar el bien del prójimo tanto como el nuestro propio, al menos porque conservamos un mínimo de humanidad y un resto del pasado humanismo que siempre evidenció nuestro compromiso con el débil, el vulnerable, el afectado. Muy mal nos irá de aquí en adelante si los poderosos, propensos a aferrarse al poder, consiguen que permanezcamos desunidos y completamente a merced de sus frecuentes injusticias. Que no logren terminar por deshumanizarnos, por mucho que se empeñen en ello.
Qué bien nos ilustra el comportamiento de María en el conocido pasaje de las bodas de Caná. Ella está bien atenta a lo que ocurre, detecta la necesidad y se anticipa a solicitar a su Hijo que intervenga. No está dispuesta a dejar que los novios queden en mal lugar y los invitados a la fiesta tengan que terminar la celebración precipitadamente porque ya no les queda vino.
No hace mucho el cardenal D. Carlos Osoro insistía ante las situaciones no admisibles que identificaba: "Habrá que hacer algo", y era él el primero que trataba de poner remedio. Ayudar, intervenir, no es quedar bien o salir en la foto, es porque uno no puede quedarse de brazos cruzados o mirar a otra parte ante el sufrimiento de cualquier hermano. María no dudó en ayudar; Jesús iba remediando toda dolencia que encontraba sin dejar de atender a todos; a los miles de voluntarios anónimos que supieron las consecuencias de las recientes riadas, les faltó tiempo para acudir a prestar su ayuda.
Hay mucho que hacer. No se trata de convertir el agua en vino, que de eso ya se encarga el que convierte en vino en su propia sangre. Más bien consiste en intentar echar una mano, de ayudar en lo que se necesite, de colaborar. Si hay que quitar barro en Valencia se hace; si hay que hay que ceder el sitio a una persona mayor, se cede; si hay que recoger alimentos, se recogen; si hay que hacer compañía y sostener al que está triste, pues se acompaña; si hay que ser Provi en alguna ocasión o a diario, se hace y muy gustosamente, pues en todas esas acciones que lleves a cabo por humanidad y por amor desinteresado, serás tú el que estarás convirtiendo tus actos en el mejor de los vinos, el más selecto, con el que se brinda en el Reino de los Cielos.
Si te es posible aporta tu granito de arena, porque entre los granitos de arena de todos y cada uno tendremos, aquí en la tierra, un verdadero paraíso. No lo olvides. No dejes de hacerlo, porque seguirás siendo enteramente humano tú y tratando como humanos a tus semejantes. ¿Existe mayor belleza que esa? ¿Vamos acaso a dejar que nos arrebaten lo más característico de nuestra condición?
Siempre va a haber ocasión de actuar, de intervenir, de ir a socorrer. Solo hay que estar pendiente y disponible para aportar tu granito de arena. Escribió Gabriela Mistral este inolvidable poema El placer de servir:
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco, sirve la flor, sirve la tierra.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos rehúyen, hazlo tú.
Sé tú el que aparte la piedra del camino,
el que ponga fin al problema,
Pero qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
Tenemos en nuestra mano la hermosa alegría de servir.
No caigas en el error, de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que nos hacen más humanos:
Aquel que critica, éste es el que destruye,
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que es el Creador y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: “El que Sirve”.
Y tiene sus ojos en nuestras manos, y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quien?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
sábado, 11 de enero de 2025
Por el agua
POR EL AGUA
Dicen que para gustos están los colores. Y debe ser verdad, porque cada cuál ve e interpreta la misma realidad de desde su propio prisma, llegando a apreciaciones muy distintas. Unos nos opinan que ya no llueve como antaño, que si el cambio climático y el calentamiento, el enfriamiento, que si los chemtrails famosos, que si los ciclos climáticos, las bajas o altas presiones, la sequía o las terribles riadas. Lo que a unos les parece mucho, a otros siempre poco y a otros solo suficiente. Está visto que nunca llueve ni lloverá a gusto de todos. ¿Qué le vamos a hacer? Lo importante es que llueva para que tengamos agua en abundancia para todo y para todos, y puestos a pedir que los cielos nos traigan un agua limpia de contaminantes.
Y es que, al margen de lo que cada uno opine o de sus gustos particulares, el agua es absolutamente necesaria para la vida, para que la vida (biológicamente hablando) pueda seguir su curso evolutivo. El problema es que el ser humano no es reductible en exclusiva a mero ser vivo, sino que posee en sí un germen espiritual y de sentido que le incita a ser más que algo que nace, crece, se reproduce y muere sin más. A diferencia del resto de seres vivos. también necesitados de agua, el ser humano es un alguien autoconsciente y con una identidad única, y con unas pretensiones de transcendencia irrenunciables. Habrá algunos que con pan y circo tendrán suficiente, pero al final con eso no nos basta, y precisamos de un agua que despierte y sacie es ser insondable exclusivo hasta ahora en los humanos.
Acabamos de celebrar el acontecimiento más extraordinario de la historia, la encarnación y nacimiento de Dios, el Dios humanado, Jesús de Nazaret. Y hoy, para cerrar el periodo de la Navidad, llegamos al momento en el que este Dios entre nosotros quiere ser aún más semejante a nosotros y acude hasta el Jordán para ser bautizado como otro más. En nada se distingue Él del resto de personas que expresan con ese gesto de pasar a través de las aguas su deseo de comenzar a ser de manera nueva y más auténtica. El que viene a bautizar con el Espíritu quiere también surgir de las aguas, inaugurar así un tiempo nuevo, abrir un horizonte preñado de esperanza para todos.
En ese momento las aguas ya no son el elemento natural que usamos para hidratarnos y para limpiarnos las adherencias físicas y morales que pueden afear y lastrar, a partir de ahora, con el paso del Salvador, el bautismo de Juan se convierte en sacramento que infunde nueva vida espiritual e identidad divina. Efectivamente precisamos, por tanto, el agua para vivir, pero necesitamos igualmente pasar pasar por el agua bautismal para obtener una vida no exclusivamente material y mortal, también para tener vida, y vida en abundancia. Una vida que nos viene del Dios que da su vida.
De modo similar a como hacemos la entrada en este mundo, saliendo de las aguas del seno materno, de nuevo, para el comienzo de una vida como ser también espirituales, hemos de surgir de las aguas bautismales. Esta vida espiritual que surge tras las aguas, implica una inserción en Aquel que desde entonces nos bautiza con Espíritu, y por tanto, nos confiere la participación en su muerte y resurrección. Después del bautismo somos seres nuevos y renovados. Estamos ya insertados en el que nos da la vida eterna, pues la vida que nace de las aguas bautismales desconoce la muerte.
Jesús le explica a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu para participar de la vida de Jesús, ser semejantes a Él e ir realizando esa semejanza en la plena libertad que concede el Espíritu. Ciertamente somos materia, pero no exclusivamente materia, tal y como algunas concepciones antropológicas reductoras pretenden. Y por el bautismo recibimos la gracia para transformar y animar con el Espíritu esa materia humana.
Al igual que el propio Jesús, que quiso pasar a través del agua y del Espíritu, nosotros tengamos esa capacidad de nacimiento para ser por completo hombres y mujeres con cuerpo, alma y espíritu. Es a ello a lo que estamos llamados a completar e integrar. ¡Qué grandeza la del ser humano! Para esa grandeza y dignidad hemos nacido, y mediante el agua es Dios mismo el que nos va a ayudar a realizarlo. ¿Se puede aspirar a algo más grande?
domingo, 5 de enero de 2025
Carta de los Reyes
CARTA DE LOS REYES
Estimados amigos de toda edad:
Ya sabemos que no es nada frecuente que seamos nosotros los que nos dirijamos, siempre es al contrario, pero en esta ocasión, permitidnos que lo hagamos. Estamos en deuda con todos vosotros, pues llevamos años y años recibiendo innumerables cartas vuestras, y, creednos, no disponemos del tiempo ni la ocasión oportuna para contestaros a cada uno de vosotros con la atención y consideración que os merecéis todos. Nos ha sido prácticamente imposible hasta ahora, por lo que aprovechamos para tratar de contestaros a todos juntos a la vez. Espero que sepáis disculpadnos, os lo rogamos.
Ser anciano no tiene, en realidad, demasiado mérito, pues mientras nos dedicábamos a desempeñar lo mejor posible nuestro singular cometido, los años han ido sucediéndose, y poco a poco, ya contamos con tantos que perdimos la cuenta de ellos hace mucho tiempo. Los días, las semanas, los meses y los años, son grandes regalos que a menudo se nos van pasando desapercibidos, pero, creednos, lo son, y por ello, como tal deberíamos recibirlos: con asombro y gratitud, nunca con pesar, como si fueran otra carga más.
Y de eso queríamos hablaros, desde que empezamos a ejercer como dadores de regalos, no hemos descuidado nuestra tarea nunca. A ella nos hemos dedicado siempre con la misma ilusión y el mismo empeño, aunque no podemos decir lo mismo de las personas a las que les entregábamos los presentes. Todo y todos han cambiado: lo que anteriormente era gratitud, hoy casi se ha convertido en exigencia y queja. Parece que antes siempre acertábamos con lo poco que podíamos dejar en cada casa, a cada niño, y hoy nada es suficiente, siempre quieren más y más. Tanto es así que ya nosotros estamos pensando si pedirnos la jubilación anticipada para dedicarnos a cualquier otra labor. Que sea lo que Dios disponga, pues nosotros somos felices con solo seguir siendo obedientes y generosos, como hemos venido haciendo.
Hoy en día, al menos en esta sociedad occidental, parece que se da demasiado importancia a lo material, a lo accesorio, a lo que nos dicen unos y otros a través de los medios de comunicación y la publicidad que es lo valioso. Cuánto mayor precio tenga una mercancía, parece que es mejor. Sin embargo, desde aquella primera vez, allí en Belén, nosotros tres descubrimos que lo importante es acercarse al misterio, es decir, hacerse presente, y entregarse uno mismo. Bien es verdad que uno ha de llevar consigo quién es y lo que es, con sus aciertos y sus fallos, con sus penas y alegrías, con sus capacidades y con sus limitaciones, y tratar de expresarlo de alguna manera, a través de algo simbólico. Nosotros, ya lo sabéis, escogimos el oro, el incienso y la mirra. Esa vez acertamos.
Tengo que decir que los que en realidad recibimos un regalo inmenso, un regalo que en modo alguno no se ha quedado desfasado ni ha perdido su vigencia, fuimos nosotros. Aquel bebé fue nuestro gran regalo: poder verle, sentirle, acogerle y adorarle ¡Qué privilegio! ¡Qué emoción!. Nos dimos cuenta inmediatamente que toda la sabiduría que habíamos adquirido con nuestro esfuerzo humano, tan solo fue la causa de nuestra motivación para ponernos en camino e ir hasta allí a adorarle. Allí recibimos un pedacito de eternidad incombustible, y ya nunca hemos dejado de ser reyes, sabios o magos.
¡Cuánto nos gustaría que pequeños y grandes aprendieran a recibir también ese regalo! Desde entonces, para nosotros ya todo es regalo: el tiempo, las compañías, los trabajos, la simpatía, la belleza, la paz. Sí, creednos, desde que nos encontramos con Él, el Niño Dios, todo puede ser regalo que se da y se recibe en la gratuidad del amor.
Lo que debe estar pasándonos a los hombres y mujeres de hoy es que, al acudir poco ya al pesebre en el que duerme sereno el Hijo de Dios, pues andamos más pendientes de esos vanos regalos de los anuncios, que envolvemos después en preciosos papeles, en lugar de regalarnos los unos a los otros, perdonarnos, pasar más tiempo juntos, aprender a encontrarnos y convivir como hermanos. Bien están todos los regalos materiales, los detalles, pero no olvidemos que la alegría compartida, el cariño mutuo, la comprensión y la cercanía, son el mejor regalo, ese que no se compra en ninguna gran superficie, sino que brota en la ternura del corazón.
Que tengamos, por
tanto, todos una epifanía, una presencia real de Dios pequeño, humilde y
sencillo, entre nosotros, y todo nos será don y regalo. No perdamos la
esperanza ni la ilusión, para nosotros sigamos llevando a cabo nuestra labor
año tras año, con la misma fidelidad y entrega con la que adoramos aquella vez
a Jesús.
Vuestros, Melchor, Gaspar y Balthasar.