Blog de la Pastoral del Colegio Santa Mª de la Providencia
sábado, 29 de marzo de 2025
¿Y si me reseteo?
sábado, 22 de marzo de 2025
De la nada
DE LA NADA
Quejarse es gratis y además cómodo. Quejarse está al alcance de cualquiera. No está de más caer en la cuenta que el que se queja está intentando echar balones fuera, como si él no tuviese responsabilidad de nada, puesto que nunca nada está como debiera: unas veces demasiado caliente, otras estará demasiado frío, otras demasiado corto o largo en exceso, unas le resultará salado y otras muy dulce; a la siguiente les resultará triste o aburrido o muy serio o poco profundo... Hacen de la queja el modo de estar en la vida, y ya de paso, siempre a los otros los responsables del fallo. Habría que revisar si ellos asumen un papel activo en la mejora, o solo desean seguir así, quejándose indefinidamente, sin aportar jamás ninguna mejora. La solución es bien fácil: hazlo tú, que eres el único que sabe hacerlo todo bien, o al menos según tu estricto gusto.
Como todos hemos podido comprobar, la lluvia se nos ha instalado de manera reiterada en estos últimos días. Bien aprovechada puede ser una bendición. Pero del mismo modo, sabemos por los recientes sucesos que mal encauzada la abundancia de agua puede arrasar con todo, por lo que no está de mas prevenir lo que puede llegar a pasar antes de que termine por pasar. No importa si llueve poco o mucho, nos quejaremos de la lluvia como nos quejamos del frío o de calor, aunque mientras sigue lloviendo se nos estén llenando las reservas hídricas para tirar una buena temporada olvidándonos por un tiempo de los años de pertinaz sequía, contra la que tampoco tomamos anticipadamente medida alguna.
Pues Dios no es un quejica, sino justamente lo contrario, sabiéndose de memoria nuestra condición testadora, como si nos hubiese creado, se arma de paciencia infinita con cada uno de nosotros, sus hijos. Espera que queramos cambiarnos. Que tarde o tempranos abandonemos nuestra pacata autosuficiencia, reconozcamos nuestros límites y nuestros errores y volvamos a Él. Dios no se cansa de esperar, siempre nos tiende sus brazos y está dispuesto a concedernos su abrazo consolador y su ternura maternal de padre. Es esta una suerte inmensa que se nos suele pasar por alto: es todomisericordioso, inmenso amor condescendiente y comprensivo. Nos concede su perdón saliéndose de toda horma y cálculo humano.
En medio ya de esta Cuaresma lluviosa, en lugar de quejarnos, hemos de tratar de ser más conscientes de quiénes somos y de la vida que llevamos, de reflexionar, reconocer y rectificar. Este es el tiempo propicio para reorientar el rumbo de nuestro itinerario vital. Seguir en la inconsciencia no nos va a ser de gran ayuda para sacar de lo hondo aquel que cada uno en realidad es. Podemos seguir viviendo en la superficialidad, en la prisa, el consumo y la distracción permanente, o empezar de una vez por todas a detectar que el camino emprendido no es del todo el correcto. Dios espera callado, confiado y paciente, Nunca va alterar nuestra libertad, ya que el amor jamás impone y siempre respeta al amado. Ahora puede ser la ocasión de propiciar ese encuentro y de empezar esa conversión.
En la parábola de la higuera estéril -texto bellísimo- que nos propone la liturgia este tercer domingo de Cuaresma se ilustra admirablemente esa apuesta esperanzada de Dios por nuestra conversión. No abandona la esperanza una vez más en nuestra posibilidad de cambio y conversión. Es Él el que cavará y abonará a la higuera estéril, porque está convencido que esa mal llamada esterilidad, la de la higuera y la tuya, no son irreversibles. En esta Cuaresma propicia déjate hacer por Dios, por sus manos de labrador paciente. Él pone remedio a tus sequedades, a tus necedades y ha tus sinsentidos. Si de tu profunda nada, del desierto por el que vaga tu alma, Él es capaz de generar por pura gracia nueva vida, vida abundante, como una zarza ardiente que no se consume. Su amor no entiende de esterilidades, sino de entrega para que tú vivas, y aciertes a dar el precioso fruto de tu plenitud.
Sé higuera amada y cuidada con esmero por Cristo jardinero. Y entonces, en lugar de la queja, aunque no pare de llover sobre mojado, en tu ser brotará un agradecimiento desbordante, porque el Señor anda haciendo en ti maravillas. Y por ello no podemos dejar de exclamar:
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
Para nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón.
sábado, 15 de marzo de 2025
En carne propia
EN CARNE PROPIA
Por si alguien aún no se ha enterado, este viernes pasado hemos asistido a un acontecimiento sideral de consideración, o al menos de cierta relevancia, y del que en general se han hecho eco todos los medio: la luna llamada de sangre, porque un eclipse casi completo de luna era bañada por el reflejo rojizo del astro rey. Este hecho para unos será algo anecdótico y pasajero, para otros una manifestación de la exactitud y precisión de los movimientos celestes, y para otros un signo astrológico que requiere una transformación en nuestros periplos existenciales. Allá cada uno con lo que entienda y después haga con ello.
Lo que es claro es que lo de siempre, el satélite terrestre, ha adquirido una apariencia extraordinaria debido a que la luz incidía en ella de manera diferente. No se ha transformado, pero parecía haberse transformado por medio de la luz que reflejaba. La luz bajo la que contemplamos los objetos, las personas, las emociones, pensamientos y hechos, es decisiva en la manera en la que percibimos y entendemos. De ahí la hermosa etimología del verbo especular, esto es, llevar luz hacia algo mediante el espejo. Pues sin luz no vemos ni entendemos. Precisamos la luz para descubrir lo que tenemos delante. A veces, como seres inteligente que somos, podemos llegar a ver y entender también a la luz de las palabras, leídas o escuchadas. Hay por tanto una luz que ven los ojos y otra que descubre la razón. ¿No habrá también una luz que logre esclarecer las cuestiones del espíritu?
Pero no solo eso, la experiencia también ha de iluminar nuestro saber de las cosas del mundo. Que vivir vaya produciendo en cada uno de nosotros una luz dentro, una certidumbre, un hacerse cargo, un descubrimiento existencial que nos sirva para señalar los derroteros de nuestro peregrinar no siempre por cañadas suficientemente claras. En estos días nuestro centro escolar ha tenido que pasar por una situación muy dolorosa que a todos nos está afectando. Tratamos de darnos aliento los unos a los otros, pero nos falta capacidad para encontrar el sentido al sinsentido de lo terrible, que de modo totalmente imprevisible nos golpea de manera decisiva. Se nos cierra entonces el horizonte, porque la luz en la que nos manteníamos seguros de repente se mengua y hasta se nos apaga. ¿Dónde buscar cierta claridad? ¿Podemos mirar más adentro y encontrarnos algo a lo que aferrarnos para no sucumbir a la desesperación? Tal vez sea posible si lo intentamos. Contamos con el apoyo y el afecto de los que nos lo muestran, están ahí y nos acompañan. También algunos tenemos fe, y esta, si es firme, también nos conforta.
Jesús, con tan solo alguno de sus discípulos, asciende a una montaña, lugar al que hay que llegar mediante un ascenso que requiere trabajo, Abajo deja la vida ordinaria, los afanes y preocupaciones que nos tienen ocupados a diario. Sale de la normalidad y se sitúa en otro nivel, más elevado y que permite tener otra perspectiva. La dimensión espiritual, intrínseca del hombre, no anula ni la luz de los sentidos, ni los sentimientos y emociones, ni la razón, pero amplía la capacidad de comprender sin comprender, confiar, aceptar y amar, también en el dolor.
Jesucristo en este evangelio de la segunda semana de Cuaresma se transfigura delante de los íntimos. Aparece resplandeciente como quien realmente es: ser humano y ser divino aunados a la perfección, integrados de tal manera que no puede ser el uno sin el otro. No precisa la luz del sol; no asume una singular apariencia como la luna de sangre, no, es él mismo el que muestra su propia luz a los que le acompañan.
En esta camino que nos lleva a la pascua, hemos de descubrir también en carne propia esa doble condición que Cristo nos descubre. Somos de Cristo y hemos de reproducir esa misma condición, material y espiritual, pues por el bautismo nos hemos injertado en Él. Somos ya seres espirituales (a la vez que materiales) y participamos de su victoria sobre la muerte, es decir, resucitamos también con Él, pues nos entrega su vida. La vida no acaba con la muerte, la vida se transforma y se convierte en vida eterna.
No veamos solo con los ojos. No veamos solo con el entendimiento, sino más bien, entendamos con el espíritu que durante esta vida hemos de ir transformándonos espiritualmente, no quedar reducidos meramente al cuerpo material, sino saber que podemos transfigurarnos empezando por ver y entender al que hoy se nos transfigura en lo alto del monte Tabor, el Transfigurado, el Cristo, el Señor. Hoy se nos invita a contemplarlo en la divinidad de su carne y de su cuerpo, y ha escucharle como el Hijo de Dios viviente. A dejar que su palabra de vida nos transforme. No se me ocurre mejor modo de proseguir este camino cuaresmal que iniciamos ya en el desierto de las tentaciones, del vacío y de la desesperación. Ascendamos con Él a la montaña. Abrámonos a la experiencia de su amor incondicional y salvador. Tal vez ahí están las respuestas y el consuelo.
Sí, hemos de experimentar en carne propia esa transfiguración espiritual necesaria para desplegar nuestra condición humana de manera completa y atrevida. Hemos de subir de nivel, dejar que su gracia nos vaya trasfigurando para ser más humanos y más divinos, más corporales y espirituales. Para nosotros es enormemente difícil, pero no para Dios. Avancemos, que el Espíritu actúe entonces en carne propia, que vaya manifestando quienes realmente somos, como Jesús se nos muestra hoy.
sábado, 8 de marzo de 2025
Arenas movedizas
ARENAS MOVEDIZAS
Decir que vivimos en una sociedad anestesiada, es una obviedad, y por tanto aporta más bien poco y además a pocos; pero no está de más volver a recordarlo una vez más. La realidad no es tal como la entendemos, sino mucho más amplia y compleja, por lo que para no calentarnos mucho la cabeza, terminamos reduciendo el mundo entero a nuestro pequeño mundo. Así, al menos, es más comprensible y manejable y podemos movernos en esa realidad reducida con cierto dominio de la situación. Lo malo es que después, para salvaguardar nuestro perímetro de control, procedemos a levantar una pantalla o un férreo muro que impide que prácticamente nada ajeno entre en nuestro recinto de lo que consideramos admisible, y al mismo tiempo, que tampoco nuestras vidas se expandan y contribuyan al bien común del resto de los mortales. Nos privamos y les privamos de nuestra aportación personal, y con ello, poco a poco y sin darnos apenas cuenta, vamos a ir languideciendo porque, el aire no corre con la debida frescura, esa que nos obliga a transformarnos y estar a la altura del presente.
A pesar de este reduccionismo autoimpuesto, tantas veces aferrado a lo más superficial y anodino, necesitamos de los otros y del bullicio para poder evitar como sea esa soledad radical que nos constituye. Pavor nos da muchas veces quedarnos a solas con nosotros mismos, bucear en nuestra fundamental esencia, nuestra realidad radical, y por ello haremos lo que sea por distraernos, evadirnos y escamotearnos de plantearnos en serio nuestra propia identidad. Así que como podamos iremos tirando y eludiendo conocernos y aceptarnos. Lo fácil es estar entretenidos, desentenderse y mirar para otro lado.
¿Quién en su sano juicio va a salir del terreno seguro para ir adentrándose en tierras inhóspitas e inseguras? ¿Acaso somos nosotros como aquellos conquistadores que surcaron lo desconocido por amor a la aventura? Aquí, aunque reducido, pisamos suelo firme, pero ¿quién sabe si más adelante no haya arenas movedizas, esas que, como hemos visto en tantas películas, primero te vas hundiendo y luego, según te mueves intentando escapar, te hundes ya sin remedio, puesto que no hay dónde aferrarse, hasta que terminan por hacerte desaparecer del todo en ese descenso irrefrenable y desesperado a lo desconocido. Mucho mejor quietecitos en el sillón, rodeados de cuanto necesitemos y muy cómodamente instalados en nuestras arenas movedizas imperceptibles.
Pues bien, la Cuaresma va justo de todo lo contrario. Se trata de salir a la intemperie; quitarse de todo parapeto protector, atreverse a escapar de ese recinto enclaustrado al que hemos acabado por acostumbrarnos; exponernos. ¿Algún voluntario? ¿Algún buscador? ¿Es que no quedan valientes decididos que amen la aventura y el riesgo de vérselas a solas consigo? Es mejor seguir amodorrados, aquí cómodamente instalados al menos hasta que llegue lo inevitable, y ya veremos entonces por dónde lo sorteamos.
Para empezar a horadar en esa muralla pseudoprotectora cabría preguntarse: ¿Dónde pongo yo mis seguridades? Ahora tocaría tratar de responderse. ¿En los amigos? ¿En la familia? ¿En el trabajo? ¿En la diversión? ¿En las posesiones? ¿En los placeres materiales? ¿En el dinero? ¿En el poder? Jesús, tras su bautismo fue llevado por el Espíritu al desierto, a vérselas consigo, a desprenderse de toda comodidad y cobertura, a encontrase solo, débil y desprotegido, y allí, solo en lo profundo del desierto, es donde hace su aparición el temido tentador. ¿Nos dejamos llevar nosotros por ese Espíritu indómito?
Entonces, si nos adentramos en el desierto de lo desconocido, las supuestas arenas movedizas pudieran empezar a tragarnos y es en ese momento de prueba en el que puede aflorar la consistencia que nos salva de la zozobra existencial. Es ahí donde hemos de permanecer seguros en la palabra y el espíritu de Dios, Él es nuestra roca firme. Nada hemos de temer, Él nos protege y acompaña. Segura es la victoria ante cualquier acechanza del enemigo. Cristo pasa las pruebas consecutivas, a pesar de que el demonio trata de atacar por los lugares más expuestos: la propia identidad de Jesús, la fácil idolatría o la confianza firme en la voluntad del Padre. Nada puede con sus artimañas y ha de retirarse hasta otra ocasión en la que de nuevo será vencido. Y es que Con Dios, y Jesucristo, que es el que es, nunca puede vencer. En Él radica también nuestra victoria.
Si salimos de la tentadora muralla en la que solemos refugiarnos de lo real, tan temido, y atravesamos las arenas movedizas necesarias para encontrarnos de lleno con nosotros y con el Dios que vive y mora en el interior de cada ser, habrá sin duda alguna ocasión de ser tentados. Estemos seguros en el evangelio, atentos, confiados en la ayuda de Dios y de la Virgen María de la Providencia: nada hemos de temer entonces. La lucha está asegurada si te internas en el desierto cuaresmal, pero también la victoria. Uno no vuelve del desierto igual que entró en él, ahora es más auténtico, más sí mismo y más iluminado. Su mirada, su corazón y sus palabras lo delatan, pues ya conoce en mayor grado la verdad que Dios le ha revelado allí, en lo profundo de su soledad sonora.
sábado, 1 de marzo de 2025
El verdadómetro
EL VERDADÓMETRO
"Ser o no ser" decía el personaje de Shakespeare cuyo nombre da título a su famosa tragedia. Y es que ese es el gran dilema al que hemos de enfrentarnos los humanos. No exclusivamente se trata de dilucidar si vivir o no vivir, sino también queremos interpretarlo referido a cómo vivir logrando ser nada más y nada menos que uno mismo. Puede parecer que poco a poco nos hemos acostumbrado a vivir bajo la sombra de la ausencia de la verdad, y así, nuestras vidas van transcurriendo a tientas, en un entorno más de apariciones fantasmagóricas, pero irreales. ¿Somos nosotros mismos también lo que deberíamos ser o meramente bocetos con tan solo una insustancial apariencia? ¿De dónde sacar (y cómo) esa identidad profunda que cada uno lleva consigo?
Son estos días anteriores a la Cuaresma, y por ello, estamos de lleno metidos en los vaivenes frenéticos del carnaval. Se abre, por tanto, el baile de máscaras, y cada uno puede fingir que es el que no es realmente. La máscara lo aguanta todo, lo oculta todo y lo permite también todo, porque ya no se puede distinguir quién es quién. Curioso desliz permitido previo a tener que vérselas con la cruda realidad de nuestra condición limitada, con la verdad tal cual es, monda y lironda. Aunque tal y como están hoy las cosas, bien podríamos llegar a pensar que el tiempo de fingimiento y evasión no se reduce solo al propio del carnaval, sino que la ocultación tras la máscara se extiende ya al año entero. Y ese es el peligro: asistir, sin más, complacidos a la ceremonia de la confusión. ¿O es que la verdad asoma ocasionalmente por parte alguna? ¡Qué pocos son los que aún buscan y detectan lo auténtico como forma radical de vida! ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Es que el vivir engañado puede satisfacer a alguien?
Precisamos caer en la cuenta de que sólo la verdad nos hace libres, y que, por tanto, el engaño, tanto a uno mismo como a los otros, nos esclaviza por completo. Dejemos la farsa exclusivamente para la fiesta y el contexto del carnaval, sin llegar nunca a perder esa verdad existencial que el poeta nos invitaba a buscar conjuntamente: "Tu verdad, no, la verdad. Y ven conmigo a buscarla". Huyamos de la superficialidad y atrevámonos a descubrir quiénes somos quitándonos todas las capas de máscaras que nos hemos ido interponiendo para ocultarnos el propio rostro.
En este domingo VIII de tiempo ordinario la propuesta de las lecturas van por ahí: dejar remansarse las aguas y alcanzar la necesaria transparencia para ver el fondo, empezando por el propio, y después también el ajeno. El Sirácida o Eclesiástico nos invita a no juzgar sin haber escuchado antes, porque a través de las palabras se puede descubrir lo que anida en el corazón humano. Y es verdad que al sincero se le nota, y también al que miente se le coge rápido; aunque a veces no con las manos en la masa o con la palabra en los labios, sino cuando ya se ha salido con la suya mediante el engaño. ¡Ojalá tuviésemos un discreto aparatito o aplicación utilísima en el móvil para detectar al que falta a la verdad! Acaso sí podemos llegar a tener ese excepcional detector de engaños con el que, tan solo aprendiendo a reconocer lo cierto frente a la vulgar e interesada mentira, parar a tiempo el tejemaneje de la farsa. Al mentiroso se le ha de reconocer, al menos en las distancias cortas. No nos dejemos embaucar por el primero de turno, no prestemos atención tan solo a lo aparente. Descendamos a lo que subyace bajo toda manifestación.
Pero no solo por las palabras salen a la luz aquellos que dicen la verdad de corazón o los que faltan a ella con total descaro. Sobre todo, es a través de los hechos como se demuestra el bien, la verdad y la bondad de la persona. Es Jesús el que nos indica que ahí está la prueba del algodón: por los frutos que confirman las palabras dichas. Nos dice que "El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca". Así, pues, empecemos por cuidar nuestro propio corazón, luego nuestras palabras y finalmente nuestras obras; que no hagan daño, ni discriminen ni ofendan, sino que ayuden, sirvan y promuevan la justicia y la misericordia del Reino de Dios.
También nos advierten del "punto ciego" o "ángulo muero" que podemos tener en nosotros mismos sin saberlo reconocer. Y es que hay una parte de nosotros que cuesta lo suyo afrontar, sanar y asumir, aunque es preciso aprender a conocernos a fondo para que la verdad sobre nosotros mismos pueda ser lo más completa posible; sin subterfugios, sin engaños y sin esos insospechados "ángulos muertos". Cuidado, pues, con ver la mota en el ojo ajeno y no la viga que tienes en el tuyo. ¿Te crees mejor? ¿Te consideras perfecto? Pues más bien nos queda a todos mucho trecho por hacer. Empieza a ver eso que no sabías de ti, aunque duela reconocerlo. Ese, y solo ese, es el camino del evangelio, el del desenmascaramiento progresivo, el del verdadómetro que debes empezar a aplicarte a ti antes de proyectarlo a la ligera sobre los demás.
Mucho ánimo, que según es asentada costumbre, tras el carnaval llega el tiempo del desierto que es la Cuaresma, donde toca hacer ese ímprobo trabajo de autotransformación y crecimiento. Empieza por ti, Dios te ayudará en la tarea.
sábado, 22 de febrero de 2025
Locos de atar
LOCOS DE ATAR
Nuestro idioma es de una riqueza admirable. Podríamos estar semana a semana en este blog tirando de frases hecha, de etimologías curiosas y de significados sorprendentes, y no se nos agotarían. Las lenguas son un recurso valiosísimo para entender y configurar la realidad, para poder comunicarnos los unos y los otros, y hasta para crear mundos maravillosos a través de las palabras. Apalabramos el mundo, y por así vamos convirtiéndolo en un cosmos bello, comprensible y, al mismo tiempo, habitable. Por ejemplo, la expresión de la que nos servimos hoy para dar título a esta entrada: un loco de atar es aquel al que hay que sujetar porque hace cosas que nos parecen una auténtica locura. Hay que prevenir, porque o le atamos o nos la termina preparando.
Y es que el evangelio de este domingo VII de tiempo ordinario es una maravillosa y divina locura. La novedad del evangelio que proclama Jesús y que lleva a su total cumplimiento con la entrega de la vida, es la más bella de las locuras: amar sin medida. Absténganse, por tanto, los moderados, los prudentes y sensatos en demasía, los políticamente correctos, los bienpensantes, los tibios, los que solo saben reproducir lo que han visto, sin llegar a plantearse que además puede haber otro modo mejor de hacer las cosas. Absténganse, por lo que más quieran, los que tienen pánico a su propia libertad y a tratar de lograr ser más conforme a la verdad. Ninguno de los citados anteriormente van a estar de acuerdo con las incendiarias palabras de Jesús, el Hijo de Dios vivo. Son oro.
Solo de aquellos que leen las palabras de Jesús, y tratan además de cumplirlas, podemos decir con decisión que son los están tan locos de atar como su maestro. ¿Cómo va ser posible vivir con tan descabelladas ideas? ¿Cómo vamos a guiarnos por las siguientes orientaciones que Él nos propone?
- "Amar a vuestros enemigos".
- "Haced el bien a los que os odian".
- "Bendecid a los que os maldicen".
- "Orad por los que os calumnian".
- "Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra".
- "Al que te quite la capa, no le impidas que se lleve la túnica".
- "A quién te pida, dale".
- "Al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames".
Y añade además esta máxima: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten". Es decir, lo mismo, exactamente lo mismo a los demás que a mí: misma dignidad, , mismos derechos, mismo trato, misma exigencia. Ni más ni menos.
Así pues, según esta ley de humanidad que Jesús nos propone, hemos de tratar a todos como nos gusta que nos traten también a nosotros. No tengamos dos varas diferentes de medir. Lo que no vale cuando nos lo hacen a nosotros, tampoco ha de valernos para los demás. Trata de ser fraternos con tus semejantes. No escatimes tu bondad, tu amabilidad, tu cordialidad, tu servicio y comprensión para tus hermanos, especialmente con los que más lo necesitan.
Seguir a Cristo supone negarse a uno mismo por amor; consagrarse al bien de todos antes que el propio; sacrificarse por los demás, amándoles con el mismo amor de Dios. Locura superlativa, excelsa y absolutamente maravillosa. Seguir a Cristo es en verdad muy difícil, supone ir superando el egoísmo que nos corroe, porque se descubre que la mejor manera de vivir es amando y perdonando a todos. ¿Es esto posible para los hombres? Decididamente sí, con la gracia de Dios. Ahí tenemos a los santos, que supieron configurarse con ese amor y acercarse mucho al modelo de entrega amorosa por todos que es Jesucristo.
La locura de atar está servida, queda dicha. Es necesario y urgente que se extienda por doquier esta deliciosa locura que vuelve a los hombre tan buenos que algunos incluso llegarán ser calificados de tontos perdidos. Es igual, estos locos más que de atar, son de soltar, porque no tienen peligro alguno. Y sin embargo, los bien considerados, los que se creen poseedores de una gran cordura según el mundo mezquino, interesado, materialista, egoísta e individualista, esos sí que son realmente peligrosos, pues destruyen al hombre a las primeras de cambio. Y estos son los que campan a sus anchas y arruinan nuestro mundo.
Si he de elegir, prefiero ser un loco de atar por el evangelio, que un cuerdo de cuidado, porque ha asumido sin piedad y sin conciencia alguna, eso de que el hombre es un lobo para el hombre, empezando por ellos mismos. Mientras los primeros solo tienen hermanos y amigos con quien compartir su vida generosamente, los otros son enemigos de todos, incluidos de sí, porque malogran su propia vida deshumanizándola totalmente.
Haz lo que está bien, y si está bien, hazlo bien, con gozo y con largueza. Es posible que te califiquen de loco o de tonto. No te importe demasiado; tú estarás siendo tú, más libre y feliz viviendo el evangelio sin medias tintas. Con eso te bastará. Otro puede que además te llame bienaventurado, dichoso, feliz para siempre. Y ese es el que no se equivoca y cumple, además, aquello que promete.
sábado, 15 de febrero de 2025
Nuestra esperanza no defrauda
NUESTRA ESPERANZA NO DEFRAUDA
El mundo no está hecho para acomodarse a las complacencias de cada uno. Eso de siempre lo supo el ser humano, aunque bien nos gustaría que la realidad se dispusiera a nuestro particular antojo. Hay quienes habiéndose educado en un ambiente de sobreprotección y absoluto consentimiento, exigen que todo se ajuste a su capricho. Son los comúnmente conocidos como malcriados. ¡Ay del que le toque aguantar a uno de ellos!. Pero, al final, tanto para los sufridos como para los mal acostumbrados, la realidad siempre termina por imponerse, y no cabe otra que ir adaptándole a lo que hay. Quiera uno o no las cosas son como son casi irremediablemente.
Pero, por favor, que no cunda el desánimo. Es verdad que si nos fijamos un poco en todo el mal que anda pasando por doquier, es para venirse abajo. Egoísmos, malversaciones, incomunicación, violencia, engaños. Viendo sin vendas ni tapujos la realidad, podríamos suscribir de pe a pa aquel soneto de nuestro D. Francisco de Quevedo: "Miré los muros de la patria mía..." ¡Cuánta vileza puede llegar a dar de sí el ser humano y cuántas penurias! Es preciso poner freno al mal, por lo menos a todo el mal que cada uno de nosotros puede causar, y empezar justamente a sustituirlo por todo lo contrario: el bien y la bondad.
En esto Dios no se cansa de recordarnos que hemos de actuar siempre en conciencia, dando y favoreciendo la vida, en lugar que ir contra el hombre y lo creado. ¿Vamos a seguir siendo unos destructores del mundo y todo lo que contiene o por contra empezaremos a regenerar este maltrecho mundo? ¿Para cuándo lo vamos a dejar? Para seguir como estamos, lo mejor será desterrar definitivamente a Dios y al evangelio; desconocer por completo el mensaje de justicia y concordia que nos propone Jesús, no sea que recapacitemos y nos dé por impulsar acciones tendentes a salvar a tiempo nuestra humanidad y la a Humanidad.
Tal vez todavía algo cabría hacer para recuperar la esperanza y seguir tratando de mejorar todo aquello que está en nuestra mano realizar para lograr que este mundo sea más humano y apacible. Veíamos la semana pasada como nuestro colegio se ha movilizado a base de bien en la campaña de donación de sangre. Hemos de reconocer y agradecer a todos los que se han sentido involucrados el notable éxito de generosidad y gratuidad, porque donar sangre es donar vida y se Providencia ¡Qué pocas acciones podemos hacer más hermosas que posibilitar recobrar la salud a los enfermo! O también la cantidad de voluntarios empeñados en ayudar a las víctimas de las recientes inundaciones. No todo está perdido. No nos podemos dar por vencidos y quedarnos con los brazos cruzados.
Mientras unos re resignan o se repliegan mortalmente sobre sí mismos, otros son capaces de confiar no solo en sus capacidades, sino en las de los otros y en las del Otro, ese ser infinitamente cercano que llamamos Padre nuestro. Todo es aún posible, porque no podemos descartar el poder de los pequeños gestos que transforman el mundo; de todos esos pequeños gestos que tú y yo, fundidos en un esperanzado nosotros, somos capaces de ir realizando, como la gota que en su reiteración termina por horadar la dura roca. Aún menos podemos descartar el poder de la intervención de Dios que se vale de los sencillos para ir fermentando el Reino de los Cielos.
Jesús en el evangelio de este VI domingo de tiempo ordinario nos lo muestra con manifiestas claridad y belleza en el discurso de las bienaventuranzas. En eso que que Quevedo ve derrota, Jesús esperanzado ve el germen imparable de la acción de Dios. Los excluidos y sufrientes nos están llamandoa una transformación esperanzada. A protagonizar eso buenos gestos que anticipan ya el Reino. la resurrección está en marcha, porque la esperanza nos capacita para afrontar las dificultades. Es la fuerza de Dios, su gracia la que nos libera y nos convoca a vivir en un amor confiado y esperanzado. Él cuenta con nosotros si nosotros también contamos con Él.
Así como si de un ciclo virtuoso se tratase, la fe lleva a la confianza y la confianza en el bien, en el amor de Dios, en el valor de lo menudo, nos lleva a la fe. Una fe esperanzada, asimismo, nos permite escuchar al otro, a contactar con su intimidad vulnerable (semejante a la de cada uno) para ser agentes de transformación. Empieza por ti mismo, empieza por cambiar los deseos de tu corazón y tus obras, para seguir cambiando, al mismo, tiempo tu entorno, tus relaciones y tus acciones.
Estamos en pleno jubileo de la esperanza. El papa Francisco nos invita en su bula Spes non confundit, a ser peregrinos de esperanza, a cambiar profundamente la mirada, a no caer en la tentación de creer que el mal se va a salir con la suya, a atrevernos a, con la fuerza de Dios, unirnos comunitariamente en la misma tarea compartida, libre y responsable de hacer posible un mundo mejor. Avivemos nuestro corazón y el de nuestros semejantes. Empecemos a vivir ya desde lo que esperamos. El mundo no puede ser abandonado a su suerte, porque nuestra pasividad termina siendo cómplice de esa deriva fratricida. Seamos fermento jubiloso de esperanza, porque Dios está con nosotros y este es ya tiempo de resurrección. Las bienaventuranzas nos lo están anunciando, participemos de esa bienaventuranza que es ser en la lógica del encuentro y del don.