sábado, 20 de diciembre de 2025

El Gordo

EL GORDO


Llega el gordo. Todos hemos corrido a hacernos con algún décimo y andamos por ahí pendientes de que salga el gordo y engorde de paso nuestras maltrechas economías. Es una tradición que sigue manteniéndose incluso por los que no son muy partidarios de conservar las tradiciones; y es que a mayor venta de números, mayor beneficio para las arcas comunes. Todos jugamos, unos a otros nos compartimos algún número, pero el que tiene el premio asegurado es el que inventó el sorteo: Apuestas y Loterías del Estado al menos se queda con el 30% de lo recaudado. Por tanto, que siga y siga girando el bombo y haya suerte.

Pero con el genuino sorteo de Navidad el que viene y el que toca seguro es el Niño Dios. Ese por el que celebramos estas fiestas, el que viene seguro y toca también seguro es el que parece estar ausente entre tanta algarabía con la que la sociedad se adorna en estos días. Parece un contrasentido, pero no lo es; estamos tan metidos en lo que debe ser la Navidad, que su verdadero sentido se nos queda traspapelado. El gran regalo del cielo nos toca a todos, y no el reintegro ni la pedrea, sino el gordo de lleno: nos nace el Salvador, el Dios con nosotros. ¡Como para no celebrarlo!

Nos cuenta el profeta Isaías que el rey Ajaz no quería saber ni siquiera el signo de la llegada del mesías, no le debía interesar gran cosa, bastante tenía con preocuparse de sí mismo, pero Dios sí le da ese signo que no pedía: nacerá un niño hijo de la luz de una virgen y su nombre será Emmanuel. A ese número si quieres puedes jugar, a ver si a su debido tiempo, cuando llegue el sorteo, te toca el gran premio, el más esperado.

Por ello, tanto el salmo como la segunda lectura de este cuarto domingo de Adviento, con la Navidad a la vuelta de la esquina, son indican el modo en que podemos disponernos para recoger ese gran premio gordo que nos va a caer. Tenemos la gran suerte de estar llamados a recibir esa extraordinaria recompensa por la obediencia de la fe, si reconoceremos al Rey de la Gloria que va a entrar en nuestra historia y en la historia colectiva, así se transformarán tu vida y la de los otros en historia de salvación.

En el Evangelio este domingo vemos como acoge San José primero al ángel que se le aparece en sueños, para después aceptar y cuidar a María con la certeza de que el niño que trae su esposa en su seno es Hijo de Dios y viene del Espíritu Santo. Hay que ser un ser humano extraordinario para tener esa apertura para escuchar el lenguaje de Dios, los mensajes que nos traen los ángeles. No todos somos capaces de tener esa disposición para las maravillas del Señor. Ahí está el boleto de la lotería premiado y sacarle todo el partido posible. A la grandeza y generosidad de Dios, que nos trae a su propio Hijo hecho hombre, se corresponde la grandeza y generosidad del humilde José. Entonces, cuando confluyen ambas entregas mutuas, la de Dios y la del hombre, todo es posible. La Navidad es ese tiempo de encuentro.

Ya no queda nada para el sorteo de Navidad, y poco más para que en nosotros celebremos la llegada del Hijo de María y José. Es ese recién nacido que podéis ver envuelto entre pañales y acostado en un pesebre. Es el Dios humilde que acoge nuestra misma condición y se hace mortal. Que esta Navidad seamos como José, como María, como los pastores, y acojamos con esa ilusión los proyectos de Dios para cada uno de nosotros. Será una noche auténtica y maravillosa, en la que luce Él y las estrellas, no nosotros, que quedaremos sobrecogidos ante la belleza del Todopoderoso que se nos hace frágil y pequeño.

El nacimiento de Jesucristo nos enseña que hemos de nacer nosotros a Dios, aprender a amar, amarnos y dejarnos amar. Esta Navidad es una gran oportunidad, un premio extraordinario. El gordo es seguro si nos volvemos sencillos, sin que siquiera lo pregonen los telediarios. No es cuestión de azar ni de suerte, más bien de disponibilidad. Si Dios se abaja del cielo, también nosotros nos podemos apear de nuestros hábitos e inercias, para descubrir en lo oculto lo verdadero; pero para ello habrá que marchar hasta aquella aldea insignificante llamada Belén, hasta allí si quieres te guiará la luz que brilla en lo hondo de los hombres que buscan la voluntad de Dios. Si quieres estás premiado. Nos llega el gordo del amor mayor.

EL COLEGIO SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA

OS DESEA  A TODAS LAS FAMILIAS

UNA MUY FELIZ NAVIDAD

sábado, 13 de diciembre de 2025

Lo nunca visto

 LO NUNCA VISTO


No sé, tal vez pecamos de exceso de realismo. Está muy bien eso de ser fiel a la realidad, sin filtros, sin engaños, tal y como es, es decir, llamar al pan pan y al vino vino. Cuando uno se limita a los hechos sin demasiadas interpretaciones, luego no se lleva chascos ni decepciones. Pero el ser humano no puede ser absolutamente objetivo, sino que uno construye su mundo y tiene a sobredimensionar o al contrario, a minusvalorar aspectos fundamentales que solemos pasar por alto. Aún así hay que ir aprendiendo a ver sin tanto juicio y sin tanto prejuicio, simplemente a dejar que la vista se pose en cuando de maravilloso hay por doquier.

No resulta tampoco demasiado infrecuente oír eso de que uno lo tiene ya todo muy visto, que nada llama la atención ni sorprende, como si hubiésemos vivido ya tanto que lo que tenemos delante nos hastía. De ser cierta esta afirmación, no sé muy bien entonces por qué andamos absolutamente subyugados al poder hipnótico de las pantallas. ¿No lo teníamos todo tan visto? Pues parece que queremos ver más y más de lo mismo hasta llegar acaso al hartazgo. Hoy casi ya no levantamos la vista para ver el horizonte, el cielo, las flores o el rostro del otro.  

Puede que en realidad lo que nos pasa es que no sabemos mirar. El problema puede que no esté tanto en que la realidad manida se repita con una monotonía reiterativa, como que lo que resulta completamente desmotivador sea nuestra manera de mirar. En ese caso, somos nosotros los que no sabemos ver ni descubrir la asombrosa novedad de aquello que tenemos delante. Así pues, habría al menos dos tipos de ceguera: una causada por diversos problemas oftalmológicos, y otra porque nuestro estar en el mundo se colapsó de pesadumbre. No parecería desacertado aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Sabemos que Jesucristo atendió tanto a la primera como al segundo tipo de ceguera. Hoy fundamentalmente a la primera de dedican los admirables médicos; pero de la segunda, sí que podemos ocuparnos en este blog, de la ceguera por renuncia.

El Adviento es el tiempo litúrgico de incrementar la luz, si es que queremos salir de las tinieblas. Es un tiempo de espera esperanzada que aguarda con ilusión la llegada del Salvador. No tanto un tiempo de neones como de velas en la intimidad, más de escucha creyente que de grandes almacenes repletos y corazón vacío. Y es un tiempo de revisión para percibir por los ojos aquello que no vemos.

A este tercer domingo de Adviento se le denomina tradicionalmente como domingo Gaudete (Alégrate). No una alegría impostada, sino una alegría sencilla, porque ya está tan cerca el que ha de venir, que el corazón lo nota y el rostro lo refleja. Pero para descubrir ese manantial de alegría hemos de superar esa cortedad de vista que nos termina por sumir en el aburrimiento y en el desánimo. Si aprendemos a reconocer al Dios que viene y llega a hacerse hombre, entonces seremos capaces de contemplar el misterio de la la gloria del Señor.

Todo nuevo, renovado, distinto, resplandeciente. Es Él el Señor, que viene a salvarnos y por ello se abren los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos, y hasta el cojo es capaz de saltar como Un ciervo. ¿No lo ves? ¿Todavía no lo ves? ¿Es que no te das cuenta de que hay una nueva realidad que percibir y una nueva manera de percibirla?

El Bautista, preso y encadenado en la cárcel, no sé si le flojea el ánimo para mantener esa manera tan suya de ver con los ojos despiertos de la profecía, o será sólo que prefiere que sus discípulos vean por si mismos esa realidad que Jesucristo inaugura. El caso es que les manda ir a cerciorarse, a comprobar con sus ojos al que hace ver a los ciegos, escuchar a los sordos, andar a los cojos, a los leprosos, convertirse a los publicanos. Al que da cumplimiento a las Escrituras, el Mesías esperado. La realidad espiritual del Reino irrumpe con fuerza y es imparable. Lo nunca visto: a Dios hecho hombre rehumanizándonos con la fuerza de la ternura de Dios ya está operante y no tiene vuelta atrás.

Habrá quien quiera seguir sin ver lo nunca visto, el que quiera quedarse al margen de esta luz imparable de la auténtica Navidad, el que prefiera quedarse en el calabozo que no permite ver del todo, sólo de oídas lo nunca visto o el que mire las luces artificiales de una Navidad artificiosa. Pero a los que queremos empezar a ver de veras, Jesús nos responde ¿Qué salisteis a ver? Si reconocemos al Bautista como el predecesor, podremos contemplar al que él anunciaba: el Cristo, el Señor, el Dios humanado. Él nos capacita para ver y valorarlo todo de un modo nunca visto.

Si ves una luz nueva, una estrella nueva que apunta a lo desconocido, distínguela, reconócela y síguela. Algo en lo más profundo de ti te dirá que estas en lo cierto, en el camino que lleva a Belén, a contemplar y adorar a ese pequeñín entre pañales. Ahí está presente lo nunca visto.

sábado, 6 de diciembre de 2025

Avisos varios

 AVISOS VARIOS


A nadie se le escapa que las palabras son un filón, un auténtico tesoro del que hay que valerse para poder realizar una existencia realmente humana. Si prescindimos de su riqueza, volveríamos en un corto plazo de tiempo a sumirnos en la barbarie. Por tanto, conviene hacer uso frecuente del diccionario, no sólo es útil, sino también se vuelve necesario para saber de lo que hablamos y poder entendernos mejor.

Es obligado ir primero a la fuente para llenarnos del significado fresco de los términos. Comencemos nuestro periplo semántico por la etimología de la palabra aviso, que no es otra que la expresión latina "ad visum", esto es, a la vista. Y es que estas lecturas del segundo domingo de Adviento tienen mucho de ponernos delante de la vista lo que se nos viene encima, lo que debe estar a la vista, lo que hemos de esperar; otra cosa muy distinta es que prefiramos no verlo y miremos al señuelo o a la distracción de turno. No sea porque no nos vienen avisando.

Y ya iniciado este tour por las palabras, tras la etimología vayamos a las diferentes acepciones, para así poder aclararnos y ampliar todas las posibilidades de la palabra protagonista de esta humilde entrada. La RAE nos ofrece hasta siete posibles concreciones del significado de la palabra aviso: señal, indicio, precaución, cuidado, prudencia, discreción, etc. Es por esto que en nuestra lengua afirmamos que el que avisa no es traidor, pues si anticipadamente nos está indicando lo que puede pasar, y nosotros podemos ir tomando medidas para que no nos pille de sorpresa o con el pie cambiado. El que avisa no es que no sea traidor, es que es buena gente y amiga, salvo que el aviso sea infundado para engañarnos y atemorizarnos, pues de estos también los hay.

En los orígenes del periodismo se dice que fueron apareciendo cartas de aviso, en las que se informaba de lo que había ocurrido en otros lugares, y así, el lector u oyente de ellas podía estar al corriente de lo que sucedía. Mucho antes, en los momentos anteriores e iniciales de nuestra era, aparecieron los profetas, que se anticipaban a lo que iba a pasar. No eran adivinos, sino personas inspiradas para anunciar lo que el Señor quería que su pueblo escuchase, a pesar que esta vocación que asumían no les trajese más que sinsabores. Por el bien del pueblo debían estar al corriente y así poder evitar lo que, sin el aviso oportuno que ellos daban, hubiese sido inevitable.

En este tiempo de Adviento los avisos no están tampoco de más si queremos tenerlos en cuenta. Por avisar que no quede. En realidad no es un aviso de la llegada de un tiempo aciago, sino todo lo contrario, la mejor de las noticias: la llegada del mesías. San Juan Bautista, desde el corazón del desierto, ataviado con piel de camello, no deja lugar a dudas. Es un hombre de Dios, con aspecto y forma de hablar de profeta. En él no hay engaño, pues no viene a hablar de sí mismo, sino de Aquel tan esperado al que no se considera digno de llevarle las sandalias. Ya llega -es tiempo de gracia-, viene a cumplir su misión como Salvador, y por lo tanto que hay que prepararse debidamente. Nos reclama que demos el fruto que pide la conversión, pues el Reino de Dios está muy cerca, es inminente, y ahora se cumplen al fin las Escrituras y el momento no admite demora.

Estamos en sobre aviso: la venida esperada del que va a hacer posible el cambio absoluto de la historia, el triunfo definitivo del bien, ya va a ocurrir. ¿Sabremos tomar nota y preparar ese camino al Señor que llega? Los peregrinos de esperanza que hemos sido todo este año ¿lograremos mantener esa esperanza transformadora? Empecemos por cambiar nosotros y ser así agentes luminosos y convincentes de esta transformación del hombre y de la humanidad. Este mundo tiene solución; los males que nos acechan no van a ser definitivos y los malvados serán derribados. Sí, por fin será posible la Justicia y la Verdad, pues el Dios que nos va a nacer, el Dios humilde nos trae una vida nueva que se recibe por el bautismo de fuego que Él nos trae.

Facilitemos su llegada: frente a la soberbia la humildad; frente a la riqueza y el lujo, la pobreza y la belleza del Niño Dios en el portal; frente a las discordias, los intereses mezquinos de los poderosos, la paz del Señor en el sentir común; frente al egoísmo individualista y al materialismo rampante, la entrega, el cuidado, la ternura, la comprensión, la caridad y la fraternidad.

Un nuevo mundo se inicia con el nacimiento de nuevo del Salvador, si es que además cada uno de nosotros está dispuesto a nacer de nuevo. No se nos pide más: estar atentos, estar avisados y empezar a transformarnos tal y como nos piden insistentemente Isaías, San Pablo y el Bautista. Que Dios esté presente en cada uno de nosotros, en nuestro trato con los demás y en nuestro vivir. Si así hacemos, no habremos dejado caer en saco rotos tantos y tan buenos avisos, y será verdaderamente Navidad.

sábado, 29 de noviembre de 2025

Llegarán

LLEGARÁN


Todo lo queremos para ya. La consecución de nuestros deseos no puede demorarse, ha de ser inmediata. El consumista atroz, el adicto a lo digital, lo quieren todo a tiro de clic. Que no nos vengan con la paciencia y la espera, eso es agua pasada; ahora lo quiero ya y que me lo traigan a casita sin más molestia que haber movido un poquito el dedo índice. Ni en las peores épocas de las antiguas tiranías un solo dedo llegó a ser tan ambicioso, tan poderoso, tan caprichoso, tan acaparador como lo es hoy el nuestro.

Por otra parte, lo ávidos de las ventas y el beneficio rápido no van a perder la ocasión: Señor cliente, aproveche el momento. Pero el que en verdad lo va a aprovechar sin duda es el vendedor. Acrecientan la publicidad para que también se dispare la demanda y llenar las arcas insaciables. Hoy black friday, mañana Navidad, y después las rebajas. De compra en compra y tiro porque me toca. ¿Estás preparado? No dejes que tu tarjeta de crédito descanse, y así, entre la adquisición planificada y la espontánea, vas intentando atenuar la ansiedad irrefrenable que te sobrepasa.

Pero parémonos a pensar un poquito. No perdamos el control. No hay que precipitarse ni acudir corriendo tras el primer reclamo. Las prisas no son buenas; la sensatez y la prudencia sí que lo son. Sabemos que todo llegará, que termina por llegar, así que haya calma y no demos rienda suelta a nervios como si no fuese a llegar la ocasión esperada. El tiempo, que no lo cura todo, pone a todos y cada uno en su sitio. Precisamos más pausa y lentitud para aprender a disfrutar del momento presente sin más, con lo que estés haciendo o siendo, como ahora con esta pequeña lectura. Y solo eso es suficiente: remanso y atención.

Ya nos encendieron las luces de Navidad; ya rebosan los estantes de los comercios de mercancías navideñas, y por tanto, como ya está montado el decorado navideño, lo que nos toca es ponerse en modo Navidad, alegría consumista y felicidad obligada. Pero no, no es así exactamente, lo que toca es esperar a que lleguen las Navidades, porque llegar, llegarán. Esa actitud de espera, de preparación, de comienzo es lo que llamamos los cristianos Adviento. No, no es Navidad todavía, toca esperar con la confianza de que el que ha de venir vendrá. Ni más ni menos, porque si dejamos que nos arrebaten el tiempo de Adviento, terminarán por quitarnos también la esencia de la Navidad.

El profeta Isaías nos anuncia que llegarán días de encuentro y reunión en la diversidad, de celebración compartida, de paz entre los pueblos en la presencia en torno a Dios. Cabe, por tanto, esperar a que ello ocurra, pero colaborando para que esta utopía intuida por Isaías se haga realidad: una humanidad fraterna y reconciliada. Hemos de tender hacia allí con esa disposición que expresa el salmo: vamos alegres al encuentro del Señor. Y así también nos exhorta San Pablo, cambiar de modo de vida para que esté más acorde con lo que se espera. Vivir esperando y preparando esa venida del acontecimiento que transforme definitivamente nuestro existir. Que se acaben los egoísmos, cainismos y consumismos que mantenemos como si nada fuera o pudiera cambiar nunca. Despertemos ya y comencemos a hacer efectiva la mejor forma de ser humanos, hermanos que avanzan hacia ese Dios con nosotros que ya presentimos.

Y en el evangelio de San Mateo se nos indica que Noé se preparó y dispuso. Cuando empezaron a formarse los nubarrones, el entró en el arca. Y al contar con los demás, en lugar de ser un final definitivo, su disposición a escuchar y cumplir la voluntad de Dios posibilitó un nuevo comienzo. No desoigamos hoy esa palabra de Dios que predispuso a Noé a ser garante de vida. No desoigamos esta invitación al comienzo del Adviento para preparar la venida gloriosa y humilde de nuestro Salvador. No se trata tanto de decorar calles y escaparates, no, pues para que llegue la Navidad, puesto que con la luz de las estrellas, y alguna que otra vela encendida, es más que suficiente para iluminar al que es la Luz del mundo.

Preparemos el corazón para estar prestos a acoger el amor de Dios a los hombres. Seamos hogares para los demás. Descartemos todo lo que nos impide estar cercanos de los hombre y de Aquel que se hizo hombre naciendo allá por Belén en un sencillo portal. Aprovechemos este tiempo de Adviento para que este año sea un tiempo de bendición para ti, para tu familia y para todos. Sólo así llegará finalmente sin prisa ni pausa, la tan esperada Navidad, con el verdadero sabor a natividad del Verbo encarnado. Mejor, por tanto, abstenerse de cualquier sucedáneo de Navidad sin precipitación ni denominación de origen.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Sin trampa ni cartón

SIN TRAMPA NI CARTÓN

Decir que en esta vida todo parece un perfecto decorado es quedarse muy corto. Ya Calderón de la Barca tituló a uno de sus auto sacramentales con el elocuente nombre de El gran teatro del mundo. Y es que la realidad parece más una trama ficticia que cualquier otra cosa. Todo es pose, apariencia y ocultación frenética e interesada de la verdad. Los unos y los otros, y cada cual en su medida, se afana no por dejar manifiesta la verdad objetiva, sino por maquillarla o esconderla tras de múltiples caretas.

Es conocida la expresión acuñada recientemente de posverdad; con ella nos referimos a esa distorsión deliberada de los hechos objetivos, suplantándolos con posturas emotivistas, para que sin reflexión alguna las personas se posicionen y caigan fácilmente en la manipulación y en la polarización. Por lo que si antaño pocos se esforzaban en ese afán meritorio de esclarecer la verdad, en este turbio presente, dominado por las pantallas más que por las bibliotecas, y por la información rápida y sesgada en lugar del conocimiento logrado a fuego lento, la verdad se encuentra aún más sola que nunca.

Eso de exponerse con luz y taquígrafos ante lo que sin trampa ni cartón quede manifiesto lo que sólo somos, debe de ser muy doloroso, pues el común de los mortales huye despavorido antes de someterse a ese necesario autodescubrimiento. ¿Acaso no consistía en eso el famoso oráculo délfico? Pues parece que hoy vale cualquier cosa con tal de evitar ese sabio y prudente consejo de conócete a ti mismo. Pues si fallamos en reconocer nuestra propia verdad, ninguna verdad del mundo y de los demás vamos a poder alcanzar, y todo seguirá siendo farsa y decorado, máscara y caverna.

Y ante este drama humano de dar "la espantá" a la realidad nos ponen las lecturas en el final del ciclo litúrgico que hemos venido celebrando. Muy seguros de sí mismos, bien instalados en sus puestos, unos y otros pasan ante el Dios crucificado entre malhechores para exigirle entre burlas que sea un Dios a la medida de su mentalidad, que si Jesucristo es quien dice ser, en lugar de salvar a otros, se salve a sí mismo. Pero se impone la verdad de quien Él es. En la cruz, bien clarito y en tres idiomas, se lee que es el rey de los judíos. Pero es un rey cuyo poder real y divino le viene del amor oblativo. No viene a salvarse a sí mismo, sino a salvarnos de ese egoísmo cerril que nos esclaviza y destruye. Justamente pendiendo del madero, desnudo, desfigurado y desposeído, nos muestra brutalmente la verdad de Dios, que no se salva a sí mismo, sino a aquellos que libremente se confían a Él. Le piden que demuestre mediante el alarde de librarse del tormento que él es el mesías, y lo demuestra, con la aceptación y la renuncia a su identidad mediante la traición que le solicitan.

Abrirse a la verdad espeluznante y conmovedora de siervo sufriente que entrega la vida sin reservarse absolutamente nada, es la única manera de entender el triunfo inaudito al que estamos asistiendo. Ese es Dios verdadero no según nuestras concepciones, sino sin tapujos, el Cristo, Rey del Universo que vence el mal y la muerte en el abandono de los hombres, aunque esté muriendo por todos ellos. Y sin embargo, el buen ladrón, que sí sabe reconocer al Dios que comparte su misma suerte, se encomienda a Él mientras el otro sigue burlándose de este Dios humilde y crucificado. Y Jesús le promete compartir igualmente su suerte.

En definitiva, nadie se salva a sí mismo, como nadie se hace a sí mismo, todos nos necesitamos y todos hemos de ser salvados por otros y por el Dios encarnado. Esta es una de las verdades que este gran teatro del mundo virtual va a tratar de impedirte que descubras. Trata de ser contigo y para ti es lo que le exigían entre burlas a Jesucristo en el suplicio los mismos que le habían conducido hasta allí; pero es justamente al contrario: el que ama no mira tanto por sí como por los amados. En la cruz Jesucristo nos salva y nos hace hermanos, por mucho que esta sociedad trate de olvidarlo echando capas de superficialidad sucesivas y distracciones.

Este Cristo es la verdad radiante que no queremos ver ni asumir. En el supuesto fracaso estaba la verdadera victoria. En el Humillado el Salvador. En el que pierde su vida por Él y por el Evangelio, el que en realidad la gana ya para siempre. Es la gran lección que este mundo no está dispuesta a aceptar, porque los poderosos de entonces no son demasiado diferentes a los de ahora: sólo miran por ellos, los demás no les importan. Es la mentalidad vigente de salvarse exclusivamente a uno mismo a costa de los demás, pero de la que los creyentes deberíamos contar con suficientes anticuerpos para no caer en esas pseudo verdades que ofrece el sistema. No, la lógica del amor es la que asegura y posibilita que salga a la luz la más honda del saberse todavía humanos: el que se vence a sí mismo es el único capaz de vencer al mundo con la ayuda de Jesucristo, el Rey del Universo, autor de la vida y la gracia.

sábado, 15 de noviembre de 2025

En caída

EN CAÍDA


No hace falta estar demasiado al tanto para, a estas alturas del año, haberse ido dando cuenta que las horas de luz han disminuido considerablemente, que el día nos cunde aún menos, y que hasta las hojas caídas alfombran nuestras calles, plazas y parques. Es el otoño con su peculiar colorido, hermoso, pero ciertamente poco animoso. La naturaleza nos está expresando algo que no suele gustar recordar: el declive. Caen las hojas de los árboles despojándoles de su belleza, e igualmente van cayendo las últimas hojas del calendario. Todo llega a su fin, todo, antes o después encuentra su punto de maduración, al que sigue su tiempo de caída.

Aunque traten de evitarlo a toda costa, también a los que ostentaron el poder con toda la serie de artimañas, les llega el momento en que terminan por precipitarse. Caen de sus pedestales aquellos que se habían subido a sí mismos por encima de los demás mortales. Ellos se endiosaron, pero ahora la realidad termina por instalarlos en el sitio que les corresponde, y como se suele decir: más dura será la caída.

En la economía también suceden esas épocas de crecimiento y otras en que se acabaron los beneficios. Los llaman ciclos económicos a aquello que nuestros antepasados denominaban periodos de abundancia y escasez, las vacas gordas y las vacas flacas. En los mercados se especula, suben de golpe las cotizaciones bursátiles, pero llega el momento del desplome, y todo retorna a su cauce natural. Por tanto, no ha de sorprendernos demasiado esas oscilaciones, esos momentos de auge, que sin duda traerán otros posteriores de declive. A las personas nos ocurre lo mismo que a los imperios, pues los humanos no estamos inmunizados contra el declive.

Y es que el año litúrgico está llegando también a su fin y eso se nota en todo, también en las lecturas que nos propone este domingo XXXIII, jornada mundial de los pobres. El profeta Malaquías es tajante en su anuncio: llega el día en que en el horno serán quemados aquellos que vivieron como si no hubiera mañana, como si sus delitos fueran a quedar inmunes, como si lo propio del ser humano fura el cainismo. Los que practicaron la injusticia y sumieron a los demás en la pobreza caerán sin remedio, frente a los que por sus buenas obras les llegará la bonanza del amor consolador de Dios. Cada uno de nosotros está a tiempo de situarse o a un lado o a otro de la balanza. 

Hay que comportarse con rectitud, mirando el bien por todos, tal y como trató de hacer el apóstol Pablo cuando se encontró como uno más en la comunidad de Tesalónica. Practiquemos la fraternidad, trabajando y luchando por el bien de la comunidad, no por el miedo al castigo de esos días en que vendrá el Señor a regir los pueblos con rectitud, sino por el compromiso que se adquiere al creer en Jesús: practicar el bien, la justicia y la misericordia. ¿Puede haber dedicación más hermosa?

Ante este panorama de final de los tiempos que se nos avecina, se nos pide conservar la calma, la confianza y la esperanza. Sabemos de quién nos hemos fiado, del Dios amoroso que nunca va a abandonarnos. Todo sucederá cuando tenga que suceder, y habrá una gran caída, pues parece haber ya señales premonitorias del hombre como artífice activo de la destrucción de la paz y la equidad. Sin embargo, los justos deben seguir firmes en la práctica de la concordia y la justicia. Mientras llega o no llega esa caída precipitada, seamos artesanos de ese humanismo cristiano que cree y restaura al ser humano, pues pasará este tiempo, se caerá piedra sobre piedra del grandioso templo construido por manos humanas, pero de su palabra ni una sola letra perderá validez.

Es nuestra misión: dar testimonio de que el ser humano puede cambiar, dejarse hacer por Dios para atender a los hermanos, en especial a los más necesitados. Quien lleva a Jesucristo en su vida y obra en consecuencia conforme a la voluntad de Dios amando a los hombres, está anunciando un modo nuevo de ser hombre. En tiempos de caída también se puede atisbar que no todo acabará de manera lamentable, sino que el final, tanto de la historia personal como de la historia de las civilizaciones que no supieron convivir, no va a ser más que un principio, pues Dios es un Dios de vida que no acaba.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Desde dentro

 DESDE DENTRO


Nos parece facilísimo distinguir y separar, pues no hay que ser demasiado entendido para ello. Al menos desde el pensamiento occidental en el que estamos inmersos, nos resulta connatural esa visión que proyectamos sobre la realidad, identificando algo en concreto frente a lo que no lo es ni parecido. Analizamos y separamos así el grano de la paja, las peras de las manzanas, o incluso las ovejas de las cabras, porque nos parece lo inteligente y sensato, y efectivamente así lo es. Aunque, tal vez, también precisamos no olvidarnos de que es posible alguna otra manera de conocer, que justamente es complementaria a la que solemos emplear; no la perspectiva que tiende a dividir, sino más bien la que une e integra. Y es justamente ahí en donde tendemos hacer aguas. Tan necesaria es la tarea de clasificar diferenciando, como la que ve más allá de las diferencias y logra encontrar semejanzas y puntos de conexión que no resultaban tan evidentes.

Y es que esto de elaborar conocimientos válidos parece ser muy complicado. Mientras las ciencias han progresado muchísimo mediante la especialización, la espiritualidad busca más aunar, relacionar y hasta superar contrarios. Es verdad que hoy en día, en el desarrollo científico se combinan la especialización con equipos multidisciplinares, porque los saberes científicos se precisan los unos a los otros y se quiere superar las barreras que una visión exclusiva y reducida de los hechos no era capaz lograr. Es evidente que cuatro ojos ven más que dos, y que para poder disponer de mayor y mejor información se requieren distintos puntos de vista, no siempre coincidentes.

Ni todo es contrario ni todo ha de ser opuesto. Los electrones han de saber danzar con los protones y con los neutrones. ¡A qué tremendo caos podríamos llegar si prescindiéramos de cualquiera de ellos! Así también, lo exterior, tan valorado, ha de contar con otra parte constitutiva que es la interior. Ambas, la externa y la interna son caras de la misma moneda, esto es, de la realidad completa y compleja de las cosas y los seres. Qué error sería quedarnos solo una de ellas, negando la otra, o entendiéndolas como independientes, exclusivas y hasta opuestas. Para aproximarnos a la realidad todas las caras de la verdad cuentan. La verdad debe ser en gran medida polifacética e integradora.

Y este domingo en el que en Madrid capital celebramos la Virgen de la Almudena, en todo el orbe católico también coincide con la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma y uno de los templos más antiguos y relevantes, pues se la considera madre de todas la iglesias del mundo. Será por eso que las lecturas se centran en la idea de templo, es decir, santuario en el que mora el Santo.

Y aquí para hablar de templo sí que nos vienen muy bien las categorías que habíamos anteriormente comentado: exterior, superficie o fachada, e interior, profundidad y esencia, no como opuestos, sino como interconectados Exteriormente muchas de nuestras iglesias son construcciones excepcionales y soberbias. En especial aquellas con más solera e importancia, son monumentos visitados y retratados por los turistas. El mero hecho de llamarse basílica, como es esta de San Juan de Letrán, ya nos está indicando un tipo de construcción que ya empleaban los antiguos romanos como uno de los edificios construidos para las reuniones de los altos cargos y representantes. Allí se decidían y acordaban las cuestiones de mayor índole. Toda iglesia basílica hereda ese trazado, y por tanto, no es un edificio menor, sino que será amplio, elegante y suntuoso. Digno de lo que dentro se celebra, esto es, el culto al Absoluto.

Pero además de lo exterior, lo que confiere verdadero sentido y sostiene a la basílica como templo, es lo interior. Es casa de oración, es templo, es por ello el ámbito de realidad donde uno entra y se interna precisamente a abrir su interior a la presencia y relación con ese Dios invisible, que allí mora sin hacerse evidente. Los acuerdos a los que se puede llegar con ese Dios Trinitario no son los mismos a los que llegaban los senadores y letrados, sino a unos aún más íntimos y cruciales: son asuntos de amor verdadero, de libertad interior y recogimiento. Uno ha de entrar al templo, ya sea basílica o no, transformándose a su vez en un templo vivo, en el que también está presente ese Dios que nos habita.

Leamos y escuchemos en esa clave estas lecturas que nos propone hoy la Iglesia. Del profeta Ezequiel nos viene un texto bellísimo, donde se nos describe que del templo brota y se escapa un agua que inunda a su paso los paisajes de vida nueva y perenne. Ojalá llegue dicha agua rebosante hasta nuestros pies, o mejor hasta lo más remoto de nuestro ser, ese agua que nos dota de vida en el Espíritu. Así, si lo de dentro no se agosta, sino que está bien fresco, el exterior será reluciente, porque el correr del agua del Espíritu por nuestros capilares se nos llenará el rostro de ánimo y alegría. Que corra por las calles de nuestras ciudades también esa agua de la cordialidad y el encuentro. Que se encharquen las plazas de esa presencia que nace desde dentro. Así será maravilloso convivir aquí en la tierra como en el cielo, pues todo será ya templo vivo.

Y el apóstol San Pablo en la primera carta a los Corintios, nos recuerda que nuestro cimiento no es otro que el mismo Cristo resucitado; a Él nos debemos, habita en nuestro propio templo, y por ello debemos sentirnos basílica consagrada, pequeña, humilde y personal, pero enorme y grandiosa por dentro, porque Él está y vive para llenarnos de vida, y de vida divina. Estamos consagrados como verdaderos templos humanados, para a su vez ser constructores de un templo mayor y fraterno: comunidades que acogen y siguen a Cristo vivificador, es decir, su Iglesia.

Y finalmente, vemos en el Evangelio de San Juan como Jesús no se resigna a que no respetemos la función principal del templo. Dios reside en él, y en mayor medida ahora que acaba de hacer su entrada el Hijo en el templo de Jerusalén. No podemos seguir haciendo negocios y ocupándonos de otros menesteres secundarios, cuando estamos ante Él. El templo es un espacio sagrado que hemos de aprender a respetar con silencio y veneración. Los comportamientos profanos están fuera de lugar cuando se nos hace presente el Señor. Si no quieres entrar en el templo, quédate fuera; pero no entres como si no estuvieras ante El que es y está. Jesús, que ha venido a unir lo divino y lo humano, no acepta esa falta de correspondencia por parte de los que no se enteran ni de dónde están y hasta comercializan con lo más sagrado, y les tira los tenderetes y les echa fuera. No vale quedarse sólo con lo exterior del templo.

Aprovechemos para que eche fuera de nosotros también todo lo que nos impide ese acceso al Dios interpersonal vivo que quiere hacer morada en nosotros. Colaboremos con Él para desmontar todo aquello que nos destruye como personas creadas a imagen y semejanza suya. Facilitemos esa presencia viva del eterno en cada uno de nosotros. Distingamos lo que divide y dificulta, para promover lo que agrupa e integra. Que entre el Señor en nuestro templo y expulse a los comerciantes, artífices del interés y del beneficio, para hacerle sitio a Él, el Dios verdadero que da paz y vida, y que ya se quede dentro y ser así templos vivos en los que Él habita. Ese dentro habitado y sereno, también ha de reconocerse desde fuera, pues somos un todo unificado, como María, que estaba oculta dentro del muro, hasta que apareció al exterior, la que ahora llamamos y veneramos como Santa María de la Almudena.

Gracias a la cáscara, el huevo sigue siendo huevo y conserva sus propiedades, pero no nos comemos sino lo de dentro, así también el templo sigue siendo templo por la carcasa, los muros, fustes, bóvedas y tejados; pero lo que alimenta el alma es el Dios que habita dentro. Nosotros somos también templos humanos y divinizados por el que asumió nuestra condición carnal. Dejémonos habitar por su Espíritu y dentro de nosotros brotará esa agua prometida que mana hasta la vida eterna.