sábado, 23 de diciembre de 2023

Estrellarse

 ESTRELLARSE


Pocos son capaces de mirar hacia arriba y quedarse prácticamente embobados y cautivados por la suma grandeza del cielo. Cada vez somos menos los que quedamos sobrecogidos ante la inmensidad admirable del firmamento que se despliega sobre nuestras cabezas mostrándonos lo que es él y a la vez lo que somos nosotros. Sin embargo, contra viento y marea, bien pudiera ser que pocos espectáculos sean más dignos de contemplar con serenidad y sin prisa alguna que la bóveda celestre estrellada. Me viene a la memoria un pasaje leído, y nunca olvidado, de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en el que nos cuenta como Adriano pasó toda una noche en vela contemplando las estrellas, y recuerda que fue una de las más hermosas y felices noches de toda su vida de emperador. Qué paradoja, pues de lo que confiesa haber disfrutado más es aquello que cualquiera puede experimentar con tan solo ser emperador de sí mismo: el misterio cautivador de la belleza de cualquier noche. ¿Quieres emociones fuertes? Estréllate ante lo inefable de tantos astros suspendidos y en perfecta armonía, lejanos, sí pero no desconectados.

Es cierto que como vivimos sumidos en la prisa y la ansiedad, como vivimos medidos de llenos en ciudades con cada vez más contaminación lumínica en calles y plazas, o porque simple y llanamente vivimos más pendiente de las pantallas luminosas que de la pura realidad simple y a la vez sorprendente, pues casi nadie se dedica prácticamente a contemplar el firmamento sin más, como quien pasea junto al mar olvidándose por unos instantes eternos de cualquier otra distracción, salvo los privilegiadísimos astrofísicos, los pocos fareros que queden todavía o pastores trashumantes. Y es que como no andemos con cautela, el tiempo termina devorándonos en lugar de ser el acantilado que nos permita disfrutar de una posibilidad privilegiada para solo ser y sentirse parte de este gran cosmos silente donde es posible que el mismísimo Dios nos haga un guiño y nos deje estupefactos de por vida

¡Qué hermosa puede ser la noche, y qué dichosa! ¡Qué clara y resplandeciente para el que se deja iluminar por el inmenso misterio en el que nos sentimos inmersos! Pero muy especialmente esta noche en que todo parece adquirir un tinte sacro. Es Nochebuena, todo nos habla de la gloria de Dios; todo se nos llena de ese Dios que se manifiesta y que apenas es descubierto. Este Dios amante que nos nace aquí en la tierra hostil de los hombres que aún no han aprendido siquiera a ser auténticos hombres; este Dios sutil que nos renueva la esperanza de que la historia -al menos la de cada uno- transcurra por otros caminos, con otros anhelos, con otras formas, sentidos y motivaciones. Sí, por eso esta noche es radicalmente distinta; cómo para perderse en los ajetreos y agobios de celebraciones que ignoran hasta lo que las está motivando.

Y es que esta es una noche perfecta, no para estrellarse contra la dura realidad del materialismo en que nos hemos instalado, sino bien al contrario, para estrellarse de maravilla y asombro, porque nunca estuvo el cielo tan estrellado ni tan cerca de la tierra, nunca Dios y el hombre se han aproximado tanto como la noche sagrada en que nace Dios, sí en la que el Eterno se hace menudo y sujeto al tiempo y al frío. Por eso ese niño que duerme en el regazo de María nos ha traído el cielo a la tierra, y por ello brillan así de alegres y con esa melodía las estrellas todas del firmamento, y uno, a poco que se lo proponga puede también estrellarse y quedar sobrecogido de emoción. ¿Puede el corazón del hombre aún aguardar tanto prodigio? ¿Puede aún ser capaz de asombro?

Si Él se hace pequeño, aprendamos también nosotros a hacernos pequeños y sencillos, solo así podremos ser capaces de contemplar lo más grande. Vayamos al portal y contemplemos allí en el pesebre a Dios entre pañales. Callemos perplejos, adoremos, cantemos, riamos, agradezcamos, pues hoy sí está fundada nuestra dicha, pues nunca en la tierra puede haber brotado tanto amor, un amor por todo lo humano y que a su vez nos humaniza y diviniza a nosotros.

Sí, esta noche es sagrada solo si sabes también dejar hacerte sagrado tú por su presencia entre nosotros. Recíbele en tu inocencia, cédele el puesto central en tu ser y serás Navidad con Cristo dentro. Préndete, brilla, estréllate, hoy ya el mundo está más lleno de Dios.

EL COLEGIO SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA OS DESEA

FELIZ NAVIDAD



sábado, 16 de diciembre de 2023

Ser o no ser

 SER O NO SER


No vamos a tratar de Shakespeare, ni tampoco de su famoso personaje trágico Hamlet, más bien de lo contrario a la tragedia, de la alegría y el entusiasmo vital. Aunque sí que hemos tomado de dicho personaje su conocidísima disyuntiva: "ser o no ser, he aquí el dilema". Porque, lo quieras o no, todos y cada uno de nosotros nos vemos obligados o a vivir, ser y propiciar autenticidad con lo que somos, o, por contra, a hacer de nuestras vidas una lamentable farsa inconsistente, que no permite sacar lo que es -aunque haga las veces de serlo-, es decir, a llevar una vida decorado que en realidad no convence prácticamente a nadie, ni siquiera a uno mismo.

Cuestión esta verdaderamente transcendental y nada baladí de ser o no ser, pero sin embargo ¡cuánta irrealidad y cuánto engaño! ¡Cuánta apariencia y cuánta traición autoinfligida! Bastaría con ser o no ser de veras y con valentía, pero no fingirlo, sino cumplir y aceptar lo que uno quiera que sea. ¿De verdad a alguien le puede satisfacer la mentira? ¿De verdad la impostura sirve de algo? Tal vez las consultas de los terapeutas, y no tanto los libros de autoayuda, sean el lugar más adecuado para los que se han hecho alguna vez trampas a sí mismos.

Y mientras tanto va llegando la Navidad; parece que ya está a la vuelta de la esquina. Si uno se pone a calcularlo, nos quedan apenas unos días lectivos, y llegarán la Lotería, las vacaciones, y entonces irremisiblemente todos nos ponemos en modo fiestas de Navidad. Es decir, quieras o no, te apetezca más o menos, toca ser feliz o al menos aparentarlo, porque en Navidad, sí o sí, hay que estar felices y contentos, y comer perdices o lo que sea, porque es lo que toca. ¿Qué no te ves feliz del todo? No pasa nada, se maquilla un poco la situación, la cara, la indumentaria, la expresión o lo que haga falta y a forzar que eres banalmente feliz, tanto como cualquiera, pues no vas a ser tú menos. Y volvemos a lo mismo ¿ser o no ser aceptablemente feliz con lo que uno está siendo y viviendo?

Nuestro admirado escritor José Luis Martín Descalzo titula una de sus obras "Razones para la alegría" (ya de paso aprovecho para recomendar este libro como buen regalo navideño). Y es que tal vez o se decide ser uno mismo siendo alegre y sabiendo ser feliz, y para ello hay que hacer todo un trabajo de análisis y mejora de quién quiere ser uno, o, al final, no sabremos ni lograremos ser felices por más y más que tengamos. Desconozco si alguien ha llegado a publicar un libro titulado "Razones para la tristeza", pero si así fuese, también sería bueno ver cuáles son esas razones y esos motivos, pues puede que tengan que ver con frustración y falta de aceptación, aunque también se me ocurren otras de mucha enjundia.

Tradicionalmente este tercer domingo de adviento es conocido como domingo "Gaudete", esto es, alégrate. Vamos, que la Iglesia, más por sabia que por santa, nos exhorta a que saquemos hacia afuera ese derroche de alegría cristiana que llevamos dentro ¿O es que acaso no se nos nota? ¿Pero por qué? ¿A cuento de qué hemos de estar alegres con la que está cayendo por aquí, por allá y por acullá? Pues tal vez sí, porque ella, la Iglesia, nos hace mirar no al desastre en que vivimos sumidos, sino justamente a reconocer lo grandioso que de manera extremamente discreta puede llegar a suceder en medio del desastroso devenir.

El Adviento nos predispone a aclarar la manera en que hemos de mirar lo cotidiano para reconocer lo secreto, lo oculto, lo que se nos pasa desapercibido justamente porque precisa de nosotros una agudeza y sensibilidad nada habituales. Aunque lo tengamos delante de nuestras narices, enfrente, o en nuestro interior, parece que nos cuesta una enormidad reconocer lo no usual, dar verdadero valor a aquellas realidades espirituales, las más radicales y profundas, pues nos basta y sobra con la complejidad de lo superficial. Al final unos y otros estamos desbordados por completo con problemas y cargas, por lo que vamos cediendo poco a poco y terminamos confundiendo lo urgente con lo importante. Pero para eso viene el Adviento y nos susurra un modo de ser y estar mucho más centrado en lo que somos desde dentro, a prestar atención a esa acción maravillosa de Dios en nuestras vidas.

Las lecturas de este domingo ciertamente son para alegrarse, porque el que anunciaba el profeta Isaías, el que lleno de Espíritu viene a liberar al hombre de todo sufrimiento, el Salvador esperado se nos hace presente y nace aquí, en lo remoto y escondido, en lo menudo y humilde, en lo cierto y auténtico, y su luz es capaz de disipar y vencer toda tiniebla, interna y externa. Sí, es posible, San Juan el Bautista tampoco lo duda, él no es, pero viene el que sí es, y por ello San Juan es "la voz que clama en el desierto". ¿La escuchas? Si ni siquiera en el desierto eres capaz de escuchar atentamente la voz de Dios que clama en tú interior, no lograrás ser tú plenamente y esa luz prodigiosa y sagrada no prenderá en ti; pero si prendiese, ya la alegría inmensa que estalla y se expande por todo el universo, esa que encuentra eco en tu corazón, esa que nace en Belén y se propaga y que logra que cualquier lugar participe del singular nacimiento de Dios entre nosotros.

Y nos dice hoy San Pablo: "Estad alegres" porque si vivimos consagrados a ser según el Espíritu y viviendo para amar y realizar el bien, todo, absolutamente todo, poseerá sentido y sobrecogedora belleza. Si quieres y se lo permites, las promesas de antaño que se cumplieron a su debido tiempo, se seguirán cumpliendo y puedes esperar lo inesperable, porque una vez más sabes de quién te has fiado.   



sábado, 9 de diciembre de 2023

Tirar la toalla

 TIRAR LA TOALLA


Se decía hace tiempo que los jóvenes actuales se frustran con facilidad, que como se lo han dado con suma facilidad, a cambio de ningún esfuerzo o logro, cuando no consiguen lo que quieren, se frustran mucho, y, airados o desanimados, no ven otro camino que tirar la toalla. Supongo que como en toda afirmación genérica habrá un gran margen de error, y que por tanto, dentro de nuestros jóvenes actuales tendremos de todo, unos que se frustran a las primeras de cambio y otros que, aunque les fastidie no lograr a la primera lo que se proponen, persisten en el intento a ver si en algún momento lo acaban consiguiendo. Esta diversidad de posibles actitudes ante el fracaso ha debido de darse en todo tiempo y lugar, aunque eso sí, cuando desde bien pequeño se ha tenido que luchar para sobrevivir, había que renunciar a casi todo y arremangarse para aportar, parece que el músculo del tesón sí que se desarrollaba bastante más que cuando uno se acostumbra a que se lo den ya hecho..

Y un poco nos puede ir pasando a todos, los jóvenes y los no tan jóvenes, pues hasta el más pintado pasa por momentos de bajada de ánimo, es decir, de bajón, porque aunque hagas todo lo posible, la realidad, más dura y terca que el diamante, es poco proclive a escuchar y concedernos nuestros sueños y deseos. Tampoco pedimos tanto; pero nada, que nos damos de bruces con unas circunstancias poco favorables. Ahora bien, como dijimos anteriormente, unos tirarán la toalla, mientras otros se crecerán y darán aún más de si por salirse con la suya.

Si uno mira la cruda actualidad de frente, pues lo normal es que o se ponga a llorar o salga huyendo por dónde buenamente pueda. ¡Qué poco halagüeño es el momento histórico que nos ha tocado vivir! Aunque es posible que ningún otro momento haya sido un jardín de rosas desde aquella ocasión en que por mordisquear un poco una manzana, fuimos expulsados sin contemplaciones del Edén para el que estábamos originalmente hechos. Desde entonces, entre unas cosas y otras, no hemos levantado cabeza: pobrezas y miserias, robos, discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades... 

Es decir, lo de menos fue la controvertida cuestión de la manzana, lo más grave estaba por venir. Y en esas estamos todavía, pues bien mirado que aunque se nos llene fácilmente la boca de proclamas espléndidas sobre el progreso, los derechos y el bienestar, seguimos poco más o menos en lo mismo: nuevas pobrezas y miserias, nuevos robos, nuevas o antiquísimas discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades. Más de lo mismo; lo de siempre. ¿Cómo no nos van a entrar ganas de tirar la toalla definitivamente?

Sin embargo, hoy, como siempre, más que nunca no solo no hemos de desistir, de desanimarnos y tirar la toalla; todo lo contrario, hemos de liarnos la manta a la cabeza y clamar ante lo que pasa. Esa voz que clama en el desierto, pues aunque estemos solos, aunque seamos pocos y pintemos aún menos, lo único digno que podemos hacer es rebelarnos, alzar la voz y anunciar con todas las consecuencias esa palabra profética que denuncia y anuncia.

Pongámonos a trabajar ya en serio por ese cielo nuevo y esa tierra nueva deseada y vislumbrada ya por los profetas del Antiguo Testamento. Vistámonos con piel de camello o con cualquier otra indumentaria, pero hemos de reclamar ese mundo contrario al que nos siguen llevando los poderosos. No nos acomodémonos a este mundo materialista y superficial que está hecho contra el ser humano. Sabemos que Dios va ha realizar una intervención definitiva que permita seguir luchando esperanzados por salvar al hombre de toda opresión y pecado, ya sea externo o interno, pues hemos sido creados para el amor y por el Amor. Nada puede apagar esa inmensa luz que llevamos dentro. Esa inmensa y frágil luz que nos anima a no desistir, a no tirar la toalla, sino a esperar activamente al Salvador que viene. Preparémonos ciertamente a acoger su venida.

Esta es la misión fundamental del Adviento: tomar aliento, hacer sitio despojando de nosotros todo lo que no sea auténtico y favorezca la venida de Jesucristo. Reilusionémonos, es posible, es verdad, va a pasar, al menos en uno mismo, pero por algo se empieza. No misnusvaloremos la fuerza, el sentido y el poder de lo pequeño, pues justamente en lo pequeño, lo sencillo, lo humilde y lo discreto es donde actúa portentosamente el Altísimo. Dejémonos hacer por Él. Esta es la tarea del Adviento, ni más ni menos, como para tirar la toalla cuando puede producirse lo mejor, lo esperado a la vez que inesperable.

Esperemos y no desesperemos, escuchemos y escrutemos su palabra, Él llega, aunque el mundo no esté dispuesto nuevamente a recibirle, pero tú sí. Todo lo hará nuevo y podrás descubrir esa tierra nueva y ese cielo nuevo en el que tienen cabida Dios y el hombre.   







sábado, 2 de diciembre de 2023

En un cerrar y abrir de ojos

 EN UN CERRAR Y ABRIR DE OJOS


En un solo instante y sucede, apenas dura un cerrar y abrir de nuevo los ojos y ya está, todo ha cambiado, ha ocurrido algo que todo lo ha vuelto diferente. Puedes estar mirando al cielo embobado esperando que surja esa estrella fugaz, te permites un parpadeo, y ya te lo has perdido, porque la estrella fugaz es eminentemente rauda y veloz en su ígnea caída precipitada. Todo el tiempo infinito del universo, enormes distancias siderales, y sin embargo, todo sucede súbitamente, en un ya que se pierde de nuevo en la inmensa vastedad del universo. O lo ves o te lo pierdes. O estás ahí ,y lo vives en vivo y en directo, o ya llegaste tarde, aunque solo sea por el desliz de un brevísimo parpadeo.

Uno de los mejores novelistas de la primera mitad del siglo pasado, Stefan Zweig, examinando la gran maestra que es la historia, supo reconocer que todo puede cambiar de una manera imprevista en un solo momento, en una simple decisión, y así lo cuenta en su famoso libro Momentos estelares de la humanidad. Y si es esto así ¿Quién puede estar suficientemente atento para percibirlo? ¿No nos hará falta un sexto sentido para estar en el momento y lugar indicado para no perdernos el comienzo de esa transformación?

Otro grande de la escritura, Umberto Eco, del que acaso hayamos ya hablado, en La isla del día antes, plantea como el protagonista se encuentra geográficamente justo en la zona que cambia la franja horaria;  si permanece en el barco es ya el día siguiente, mientras a pocos metros, ya en la isla es todavía el día anterior. Efectivamente, hay un cambio importante, pero también solo pequeños presentes de un proceso.

De igual manera la semana que dejamos es ciclo litúrgico A, pero de la noche al día se ha producido una alteración oficial que apenas hemos notado, a partir de ahora, y en todo lo que queda de año, ya estamos en otras coordenadas, nos encontramos ya en el ciclo B. No solo hemos cambiado de evangelio, pues seguíamos a San Mateo, y ahora por contra a Marcos, sino que hemos reiniciado nuestro itinerario espiritual. Como cada uno de nosotros al cumplir un año más, ya se nos va notando el peso de la experiencia, y por tanto, se supone, que también hemos ido madurando. ¿Habremos de verdad logrado avanzar aunque solo sea un pequeño tramo en nuestro camino de madurez cristiana? ¿Se nos nota?

Pero si terminamos cayendo en la cuenta de mantener viva la espera del tiempo final, del final de los tiempos, justamente empezamos aludiendo a la espera como actitud fundamental del discípulo. ¿Qué hemos de esperar? ¿No hemos empezando diciendo que si esperas con el corazón anhelante de dejas de escudriñar el firmamento?

Pues sí, empezamos el tiempo de Adviento. Hemos de despertar de la modorra infinita en que nos vamos poco a poco sumiendo. Como un niño recién nacido que está ávido de aprendizajes, así hemos de recomenzar de nuevo nosotros. Atizar las brasas de la fe, la esperanza y la caridad (si es que no se nos apagaron ya definitivamente) para vivir en llamas de amor vivas. Vivamos atentos y expectantes del cielo y de todo cuanto pase bajo el cielo. Cada momento es digno de ser vivido con suma atención, pues ese cambio drástico e imperceptible en nuestra historia puede acontecer y que nos pille con el telón de los párpados echados.

Sí, algo enorme e insólito -y a la vez tremendamente discreto- va a ocurrir, y ya pronto. Que no te encuentre ni en la isla del día de antes ni en la del día de después. Sincroniza tu corazón con ese anuncio que ya viene por el cielo y que tan solo pudieron reconocer y seguir tres magos astrólogos. Mira las estrellas, mira lo que brilla o ha de brillar (que no son precisamente las luces de neón led de las plazas, calles y escaparates de tantas poblaciones). Eres capaz de intuir y aventurar lo que ya esperamos que pase. Lo singular, lo extraordinario está bien próximo, y como no hagas el camino del Adviento, te lo perderás.

Por ello, Jesucristo nos despierta hoy con una exclamación rotunda: ¡Velad! Aguardad, va a ocurrir una intervención definitiva en la vida de la humanidad: el Dios omnipotente, omnipresente y omniabarcante, se encarna y hace hombre. ¿Que se sale de toda lógica humana? Por supuesto, aún mucho más que esa estrella fugaz, pero solo si sabes mirar descubriendo la verdad y la belleza cautivadora del misterio, por encima de una racionalidad a veces demasiado reductora.   

Ni parpadees, escruta el cielo estrellado, pon toda la ilusión de que eres capaz, y toda la confianza que puedas. No te adormezcas, vela, espera con corazón alegre. No hace falta que pienses tu pequeño deseo, porque uno mucho más grande, en verdad inmenso e impensable, se nos va a cumplir.

¡Ponte ya en modo Adviento! ¿A qué esperas?



sábado, 25 de noviembre de 2023

Las cuentas claras

 LAS CUENTAS CLARAS


De antemano sabemos que tarde o temprano todos hemos de rendir cuentas. Nos guste más o menos. uno termina siendo el resultado del proceso de aquello que ha ido haciendo con mayor o menor acierto en el tiempo del que se ha dispuesto para ello. Y sí, el Dios cristiano, que nos concede toda la libertad del universo para que logremos ser la persona que determinemos, al final también nos pedirá que le rindamos cuentas. Es inevitable, pero al mismo tiempo es muy razonable.

No nos debe extrañar, pues en las costumbres asumidas funcionamos de modo semejante. Uno entra en el supermercado y va echando a la cesta de la compra una serie de productos según su antojo, pero antes de abandonar el establecimiento ha de abonar el precio de lo adquirido. Así también uno elige un restaurante, luego pide a la carta y, según lo que haya solicitado, así le llegará la cuenta con el montante de lo consumido y su respectivo IVA, porque, además, hay que tributar a las primeras de cambio.

Pues de igual modo que los griegos hacían una libación a los dioses, cediéndoles una parte del contenido de su copa, a nosotros, cada vez que consumimos, se nos requiere también una parte sustancial del importe pagado para que nos la administren los políticos, que son los que se ocupan del bien común y del reparto equitativo, a pesar de que siga habiendo una desigualdad apabullante y preocupante en la sociedad. En ese sentido, poco o casi nada ha cambiado el mundo y su equidad desde la época de Jesús hasta la nuestra: muchos contribuyen para que unos pocos decidan el reparto que más les conviene.

Y tras esta inoportuna digresión, y retomando el asunto de tener que rendir cuentas y no de tributos, los estudiantes se lo saben muy bien: primero vienen las clases con sus explicaciones, después los ejercicios y los trabajos, y, finalmente, hay que terminar rindiendo cuentas en los exámenes. No hay escapatoria. Con lo cual uno puede demostrar si verdaderamente ha aprendido algo, y, por tanto, sabe dar cuenta de lo que se le pregunta, hacer el ejercicio, la traducción o resolver el problema.

Y es que importa mucho poder contar con esa libertad esencial para decidir lo que hago con mi vida en el día a día, pero de igual modo, es fundamental contar también con la fortuna de poder rendir cuentas de lo hecho, explicar lo que uno sabe, lo que uno es, porque lo ha ido realizando tramo a tramo. Por contra, nunca asumiríamos lo que hacemos, y educar pasa por ayudar a asumir que somos responsables de aquello que hacemos y, además, también, de aquello que ni hemos intentado hacer porque ni nos preocupamos en ello o directamente nos desentendimos.

Si hace unas semanas Jesucristo nos presentaba el sorprendente programa para ser discípulos suyos y tratar de impulsar aquí en la tierra el Reino de los Cielos, es decir, la propuesta de las bienaventuranzas, hoy en el conocido pasaje de Mateo 25, se nos anuncia que al final de los tiempos vendrá la ocasión de rendir cuentas ante Él de todo lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestras vidas, mientras nos ejercitábamos en esto tan crucial de vivir la vida. Entonces, ante Cristo, Rey del Universo, le preguntaremos: Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o enfermo, o forastero, o desnudo o preso? Porque todo cuenta, y resulta que lo que hacemos al hermano se lo hacemos al mismo Cristo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que hasta los pequeños gestos de amor cuenten? Pues sí, afortunadamente, lo que hagamos por cualquiera de estos pequeños, se nos tiene en cuenta.

Así que avisados estamos, tarde o temprano, cuando llegue el tiempo de la vendimia, nos examinarán del amor, como decía el poeta. Entonces habrá que aclarar las cuentas, presentar el balance final, y reconocer cuánto amor recibimos y cuánto amor produjimos; porque de eso, sobre todo, es de lo que va la trayectoria existencial y la verdad hecha vida. Todo lo demás, por muy importante que ahora pueda parecernos, en bien poco queda.

Resulta pues curioso, y hasta justo, que los que vivieron uniendo, estrechando relaciones y amando, cuando pase este tiempo y llegue el definitivo, seguirán en el amor y la comunión recíproca con Dios y con todos, frente a aquellos que hicieron división de sus vidas, conflictos, separaciones, desunión y falta de entendimiento, quedarán desligados del plan eterno al que estamos llamados.

Por tanto, mientras tengamos tiempo, no lo malgastemos en discusiones, sino en pequeños gestos de amor y caridad, de encuentro, fraternidad y misericordia, porque eso es lo que cuenta cuando tengamos que rendir cuentas al Señor. Vive, pues, más sensatamente encontrándote con todos y sirviendo a cada uno, porque en esto encontrarás la plenitud aquí en la tierra y muy posiblemente también en el cielo. No te quedes al margen del bien y del amor, pues de seguro que tu vida, por no haber aprendido a amar llana y sencillamente, se habrá malogrado.  

    



sábado, 18 de noviembre de 2023

AFANES

AFANES



Tan solo una pequeña hormiguita puede servirnos de gran ejemplo. Salvo los niños chiquititos, prácticamente nadie les presta ni la más mínima atención a estos minúsculos animalillos que recorren afanosos el suelo. Son tan insignificantes en su tamaño y peso que, salvo que estén intentando hacerse con una miga de nuestro alimento, ni percibimos siquiera su presencia. Prestamos mucha más atención a lo que es obvio y grande que a lo menudo y discreto. Y es que somos así, ¡cómo para detenernos entonces en aquello que escapa a nuestros burdos sentidos! Solemos hacer la vista gorda, porque nos trae más cuenta y no deparamos en sutilezas. 

Sin embargo, bien mirado, las hormiguitas han sido alguna que otra vez puestas como ejemplo de laboriosidad y empeño. Eran aquellos otros tiempos, donde se consideraba un gran valor el esfuerzo. Hoy en día nos va más eso de ser cigarra que de ser hormiga. El que va de listo es el mejor considerado: aquel que dice pasárselo muy bien y es experto en no hacer nada de provecho, aquel que se dedica a perder el tiempo a todas horas, o aquel que vive del cuento o al menos del trabajo de los otros. Y eso incluso sabiendo de antemano que a la larga al vago redomado no le suele ir demasiado bien. Da igual, porque lo que importa ahora es tan solo lo inmediato y concreto, ya que plantearse más allá acaso es insensatez y locura. Además, las teorías están muy bien, pero la práctica nos aconseja inclinarnos una y otra vez por lo más fácil, por el camino más corto para conseguir lo que queramos, y hasta si hace falta hacer (y hacernos a nosotros mismos) todo tipo de trampas.

Y es que, aunque a la hormiga le resulta de lo más normal comportarse movida por su continuo afán, a nosotros los humanos personas del siglo XXI, cada vez se nos está olvidando más conducirnos por grandes afanes, personales y colectivos -a los que llegamos a llamar utopías-, y nos apresuramos a recoger y disfrutar los frutos de aquello que no nos hemos trabajado. Exigimos, pero no damos. Nos frustramos, pero apenas hemos sudado la camiseta. Ay, si al menos fuésemos un poquito hormiguitas constantes y laboriosas, que prosiguen infatigablemente en la tarea y la persecución de los afanes.

Poniendo otro ejemplo, entre los muchos que podríamos plantearnos, al peregrino le mueve un afán, que es llegar a un lugar para él especial y sagrado. Para lograrlo ha de avanzar sin desfallecer una jornada y otra también, superando todo tipo de obstáculos y dificultades, porque persigue su afán, y ello da sentido a todo lo que hace y vive, y a todo el empeño y el esfuerzo que pone en ello. Al final, poco a poco, lo va logrando y se siente inmensamente feliz por haberlo conseguido.

Justamente de eso deberíamos hablar hoy. El tiempo litúrgico llega ya a su fin, a su ocaso, y las lecturas de este domingo nos hacen caer en la cuenta de lo que hemos hecho hasta ahora, del afán que nos ha movido y del empeño que hemos de poner día a día, momento a momento, para lograr llegar a la meta. Porque lo que es muy seguro es que, si no tenemos ni siquiera meta ni afán que alcanzar en nuestra vida, tendremos la actitud de la cigarra, y viviremos en la inconsciencia y la inconstancia, verdaderamente lejos de la actitud mucho más acertada de la hormiga o del peregrino.

Sí, conviene recordar que siempre termina por llegar el fin, que en la famosa fábula era el invierno; y que allí ya no sirven engaños, escusas o componendas, ahí se nos impone la verdad desnuda y solo cuenta ya lo que hemos ido haciendo hasta entonces. El peregrino al acabar descubre que lo verdaderamente importante no fue llegar al lugar sagrado que se fijó al comienzo, sino todos y cada uno de los momentos que vivió con afán mientras llegaba, es decir, la perseverancia en el esfuerzo y el cambio producido en él mismo al proseguir en su empeño.

Así a nosotros, como se nos recuerda en el evangelio, se nos confían unos talentos y un tiempo de entera libertad para sacarles todo el partido que podamos en bien de todos. Podemos, día a día, ir incrementando el valor de lo que somos mediante todo aquello bueno que vayamos haciendo, pero para ello, hemos de tener y mantener ese bendito afán, constancia y fuerza de voluntad, porque de lo contrario, llegará el tan temido invierno, y habremos de dar cuenta de lo que hemos hecho con nuestros días, y no sabremos ni dónde meternos, pues nada de nada hemos hecho, salvo descansar de estar cansados.

Pídele a María, a Santa María de la Providencia, cuya festividad vamos a celebrar juntos toda esta semana, que te ayude a vivir tu vida con verdadero afán, con ilusión, y a ser provi con todos y para todos; que no te falten nunca las fuerzas para seguir afanado en tus más nobles afanes, pues, al final, esa será la mejor manera de poner en práctica todos esos talentos admirables que posees, dándote a los demás. ¿Te atreves? ¿Te animas? Recuerda que te juegas mucho en ello. 

¡VIVA LA PROVI! ¡SÉ TÚ TAMBIÉN PROVI!





sábado, 11 de noviembre de 2023

Preparados, listos, ¡YA!

 PREPARADOS, LISTOS, ¡YA!


Como es normal, la vida sucede según lo esperado, y, por tanto, sabemos bastante bien lo que cabe esperar que siga sucediendo. En principio está muy bien que suceda así, porque nos permite andar tranquilos y confiados, pues sabemos bien a qué atenernos y cómo resolver cuanto vaya produciéndose en nuestros días venideros. De lo contrario, cuando uno no tiene cierto control sobre lo que nos sucede y vivimos sujetos a un margen de incertidumbre muy grande, se nos dispara la ansiedad, porque nos encontramos totalmente indefensos. No hace tanto que hemos pasado por una lamentable situación totalmente desconocida en que prácticamente nadie sabía cómo había que actuar con acierto. Me estoy refiriendo a la pandemia que nos pilló desprevenidos y nos ha dejado todavía bastante maltrechos.

Por contra, ocurre también que cuando todo es previsible, nos va poco a poco invadiendo una modorra que produce vivir sumidos en una aparente y constante rutina. En esta sentido se puede incluso llegar a escuchar a alguien que se queje de que su vida es gris, monótona, anodina, porque no le ocurre nada especial. Esas personas tratan de compensar esa falta de expectativas vitales tratando de consumir emociones fuertes, y para consumir su dosis de adrenalina y soltarse del todo la melena, practican deportes de riesgos o se toman una bebida muy energética, porque es que si no el día a día se les vuelve cuesta arriba, insoportable y, sin comerlo ni beberlo, la ilusión y el ánimo se les termina cayendo por los suelos. Andemos, pues, con ojo para no pisar o tropezar nosotros con esos ánimos que ciertos sujetos arrastran por las calles como si fuesen sus propias sombras.

No sé, pero tal vez la solución esté, como tantas otras veces, lejos de ambos extremos: ni depender absolutamente de que ocurran en nuestras vidas sucesos fuera de lo común, ni tampoco en buscar algo forzado y artificial que nos ponga a mil revoluciones. Más bien, la sensatez aconsejaría aprender a vivir cada momento de manera que en sí mismo sea ya insólito, irrepetible, único y cautivador. ¿Es esto posible? ¿Es posible mantener una disposición atenta y abierta ante lo que nos sucede sin que nos adormezca y hastíe? ¿No es acaso la vida suficientemente estimulante de por sí?

En la primera lectura de este domingo XXII de tiempo ordinario se nos propone que vivamos buscando ante todo la sabiduría, que eso ya da pleno sentido al vivir; que perseguir la sabiduría realmente supone la prudencia consumada. Que andar percibiendo la sabiduría que permanece velada en lo cotidiano nos librará de otros afanes menos meritorios. ¿Y entonces como es que no tratamos de vivir más sabiamente? Si el precioso salmo 62 exclama desde lo más profundo del corazón del salmista que "mi alma está sedienta de ti, que mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua" ¿cómo es posible entonces que nosotros no reconozcamos también en el fondo de nuestro ser ese anhelo de sabiduría y de Dios. ¿Cómo vamos a vivir sin buscarle a Él, que es la Sabiduría?

Sí, nuestras vidas han de estar en continua búsqueda de lo que nos da el sentido y la verdadera felicidad. Cuando la existencia es vuelve espera que no desespera ni desiste, cuando uno se mantiene activo propiciando ese encuentro secreto e inmensamente feliz con el Dios que en todo y en todos habita, el Dios entrañable y apasionado por los hombres, ya nada puede resultar anodino o sin sentido, sino vibrante, sorprendente y fascinante.

El propio Jesús nos habla de eso mismo a través de la parábola de las diez doncellas, que de noche aguardaban la llegada del novio con el que van a casarse. La mitad de ellas fueron prudentes y se prepararon, mientras que la otra mitad no aprovechó ni se dispuso adecuadamente para poder recibirle. Cuando finalmente llegó el esperado esposo no fueron precavidas, pues no habían llevado el aceite de la ilusión y el entusiasmo pasa saber iluminar en la noche y poder advertir que ya llegaba.

No sé si nos deberíamos más identificar con las vírgenes prudentes o con las insensatas. Lo fácil, bien es verdad, es despistarse, desilusionarse, desmotivarse, terminar por bajar la guardia y dejar de atender a lo fundamental, es decir, a esa sabiduría de vivir amando la vida y todo lo que nos depara. Lo fácil es no acertar a vivir, desentendiéndose de la pasión que nos habita. Lo normal es no ser tampoco precavidos y no saber hacer acopio del aceite del amor habitual y cotidiano. Mucho me temo que más que aburrirnos la vida, nos vamos poco a poco hastiando de nosotros mismos, pues va a ser que en gran medida todo depende de la actitud que en ella mantenemos.

Sin embargo, para el enamorado, para el que ama a otro ser con todo su ser, todo le recuerda de continuo al amado: las estrellas, la brisa, el rumor del arroyo, una canción, cierto lugar... ¿Cómo va a adormecerse o amodorrarse el enamorado? ¿Qué amor ardiente sería ese que a la mínima se apaga? Tan solo el ejercicio del amor nos va a mantener despiertos y expectantes, el Amado, la Sabiduría, viene por todos los caminos, está ya tan próximo. ¿No lo notas? ¿No se te inflama el corazón con su cercana presencia? ¡Ay si acertáramos a vivir como verdaderos amantes! ¡Ay si estuviésemos constantemente preparándonos para ese Dios, misterio de cercanía, que viene a hacerse uno con nosotros. ¡Qué preciosa la vida es cuando se vive así, al filo del continuo encuentro!

Recuperemos la pasión por la vida, la gratuidad y el don de cada día. Recuperemos la ilusión por compartir momentos preciosos con todos los que nos salen al encuentro. Que vivir amándonos sea nuestro irrenunciable empeño. Sí, es posible mantener despierta la pasión por el Reino y la fraternidad. Para eso, y no para cualquier otra cosa, estamos vivos.

Preparémonos, estemos listos, porque el ya, no del pistoletazo de salida, sino el de la llegada, es cada ahora. Preparados, listos, ¡YA!