EL GRAN COLAPSO
No es preciso que salga publicado en los medios; que las agencias de noticias difundan terribles sucesos que están ocurriendo, para que nos podamos hacer idea aproximada de la que se nos avecina. Uno ya sospecha, intuye, y adivina por sí mismo, lo que puede llegar a pasar si observamos e interpretamos los síntomas que van apareciendo. Es solo cuestión de estar atentos y advertidos. Muchas veces sabemos que no pinta bien aunque no queramos reconocerlo. Últimamente nos tememos lo peor. Parece que nos precipitamos al fin.
Sin ánimo de ser catastrofistas, un mínimo análisis de la compleja situación por la que estamos pasando no apunta a ser demasiado optimistas: conflictos armados por doquier, polarización ideológica, división social, desinformación a la par que sobreinformación, democracias populistas sin disimulos, inflación descarriada, corrupción sin parangón, consumo disparado de ansiolíticos, la soledad no deseada campa a sus anchas, enfermedades, pobreza, desigualdad, individualismos recalcitrantes, falta de trabajo, precios inasumibles de las vivienda, violencia de género, adicciones, depresiones, etc. Es este un panorama que delata que algo no estamos haciendo bien, es decir, que como sociedad nos conducimos hacia un gran colapso.
Es cierto que ha habido a lo largo de la historia muchos otros momentos de crisis, donde toda una manera de vivir, de concebir la cultura y la civilización, terminan por sucumbir y desaparecer para dar paso a un nuevo periodo. ¿Estaremos ahora en los prolegómenos de un final de época? Y en ese caso, ¿Qué será lo que venga después? ¿Cómo será? ¿Peor o mejor que lo que habíamos conseguido hasta ahora? ¿Podremos seguir considerándonos todavía humanos o pasaremos a esa sociedad posthumanista tan cacareada?
Este panorama, que como se ha indicado, ocurre de manera periódica a lo largo de la historia de la humanidad, también nos sucede a las personas. Cada uno ha de pasar por épocas de crisis, donde todo se viene abajo y hay que empezar de cero de nuevo. No resultan nada fáciles de afrontar ni de superar. Nunca nos viene bien recibirlas, pero van llegando y nos dejan malparados. Cuando llegan, toca asumirlas y tratar de superarlas como buenamente se pueda. Al fin y al cabo, no hay mal que cien años dure, ni recetas para todo, así que con buena disposición, duro trabajo y afán de superación, se suele salir de estas etapas críticas. Incluso si se logra salir, se vuelve más uno mismo y con la lección que nos impone la experiencia bien aprendida.
Así pues, todo final conlleva un principio; cada crisis su superación. Es un volver a empezar continuo, un aprendizaje imprescindible de que en la muerte viene ya una posible forma nueva de vida. Hemos concluido el primer trimestre de nuestro curso, y ya empezamos el siguiente. Uno acaba y da paso al que le sigue. También acabamos de cerrar otro año litúrgico, y ya estamos estrenando el nuevo. Comenzamos como es costumbre por el tiempo de Adviento, tiempo de espera, de maduración, de embarazo, de proceso, pero tiempo asimismo de reinicio. Nos preparamos para lo que viene: la novedad del nacimiento del Señor, que se abaja del cielo para nacer en la tierra como uno más, para hacerse tan hombre, limitado y vulnerable, como cualquiera de nosotros.
Las ciudades se apresuran a disimular el gran colapso inminente con multitud de adornos y luces. Que al menos parezca que todo está maravillosamente bien. La Navidad se ha vuelto meramente un maquillaje, un escaparate que impide ver la cruda realidad. Somos una sociedad que se ha olvidado prácticamente de Dios, y por ello de la mínima humanidad del ser humano, pero que sigue tratando de celebrar una Navidad vacía de verdad profunda, aunque repleta de consumo feroz.
Sin embargo, ante nosotros disponemos una vez más de la oportunidad del Adviento, tiempo idóneo para iniciar un verdadero proceso personal y colectivo encaminado a superar aquello que impide que suceda ese milagro que esperamos: nace Cristo y todo vuelve a ser hermoso y posible. Un nuevo tiempo puede comenzar. La promesa de Dios se cumple, y por ello nuestra esperanza no queda defraudada. Hemos de posibilitar ese nacimiento de Dios, de nuestra propia vida, y de una sociedad fraterna, más conforme al sueño de Dios.
¿Qué has de soltar tú? ¿Qué has de dejar atrás para permitirte ser un hombre nuevo? ¿Qué tendrás que superar? ¿Quién eres realmente tú? ¿Estás dispuesto a prepararte en serio para serlo? ¿Vas a darte esa maravillosa oportunidad? ¿Te vas a conceder ese regalo de dejarte descubrir por el Dios de la pequeñez que viene ya?
No es tan difícil, dentro de ti está esa fuerza inmensa de amor dispuesta a nacer en ti. Y así, solo así, esta vez también la Navidad será un misterio que te cautivará por entero. Cristo nace, y tú puedes hacerlo también con él. Entonces el colapso en tu vida dará paso a una verdadera vida y la Navidad será una eclosión de sentido.
Adviento, tiempo propicio para pasar del gran colapso al esperado y posible renacimiento. ¡Vívelo!