sábado, 30 de noviembre de 2024

El gran colapso

 EL GRAN COLAPSO


No es preciso que salga publicado en los medios; que las agencias de noticias difundan terribles sucesos que están ocurriendo, para que nos podamos hacer idea aproximada de la que se nos avecina. Uno ya sospecha, intuye, y adivina por sí mismo, lo que puede llegar a pasar si observamos e interpretamos los síntomas que van apareciendo. Es solo cuestión de estar atentos y advertidos. Muchas veces sabemos que no pinta bien aunque no queramos reconocerlo. Últimamente nos tememos lo peor. Parece que nos precipitamos al fin.

Sin ánimo de ser catastrofistas, un mínimo análisis de la compleja situación por la que estamos pasando no apunta a ser demasiado optimistas: conflictos armados por doquier, polarización ideológica, división social, desinformación a la par que sobreinformación, democracias populistas sin disimulos, inflación descarriada, corrupción sin parangón, consumo disparado de ansiolíticos, la soledad no deseada campa a sus anchas, enfermedades, pobreza, desigualdad, individualismos recalcitrantes, falta de trabajo, precios inasumibles de las vivienda, violencia de género, adicciones, depresiones, etc. Es este un panorama que delata que algo no estamos haciendo bien, es decir, que como sociedad nos conducimos hacia un gran colapso.

Es cierto que ha habido a lo largo de la historia muchos otros momentos de crisis, donde toda una manera de vivir, de concebir la cultura y la civilización, terminan por sucumbir y desaparecer para dar paso a un nuevo periodo. ¿Estaremos ahora en los prolegómenos de un final de época? Y en ese caso, ¿Qué será lo que venga después? ¿Cómo será? ¿Peor o mejor que lo que habíamos conseguido hasta ahora? ¿Podremos seguir considerándonos todavía humanos o pasaremos a esa sociedad posthumanista tan cacareada?

Este panorama, que como se ha indicado, ocurre de manera periódica a lo largo de la historia de la humanidad, también nos sucede a las personas. Cada uno ha de pasar por épocas de crisis, donde todo se viene abajo y hay que empezar de cero de nuevo. No resultan nada fáciles de afrontar ni de superar. Nunca nos viene bien recibirlas, pero van llegando y nos dejan malparados. Cuando llegan, toca asumirlas y tratar de superarlas como buenamente se pueda. Al fin y al cabo, no hay mal que cien años dure, ni recetas para todo, así que con buena disposición, duro trabajo y afán de superación, se suele salir de estas etapas críticas. Incluso si se logra salir, se vuelve más uno mismo y con la lección que nos impone la experiencia bien aprendida.

Así pues, todo final conlleva un principio; cada crisis su superación. Es un volver a empezar continuo, un aprendizaje imprescindible de que en la muerte viene ya una posible forma nueva de vida. Hemos concluido el primer trimestre de nuestro curso, y ya empezamos el siguiente. Uno acaba y da paso al que le sigue. También acabamos de cerrar otro año litúrgico, y ya estamos estrenando el nuevo. Comenzamos como es costumbre por el tiempo de Adviento, tiempo de espera, de maduración, de embarazo, de proceso, pero tiempo asimismo de reinicio. Nos preparamos para lo que viene: la novedad del nacimiento del Señor, que se abaja del cielo para nacer en la tierra como uno más, para hacerse tan hombre, limitado y vulnerable, como cualquiera de nosotros.

Las ciudades se apresuran a disimular el gran colapso inminente con multitud de adornos y luces. Que al menos parezca que todo está maravillosamente bien. La Navidad se ha vuelto meramente un maquillaje, un escaparate que impide ver la cruda realidad. Somos una sociedad que se ha olvidado prácticamente de Dios, y por ello de la mínima humanidad del ser humano, pero que sigue tratando de celebrar una Navidad vacía de verdad profunda, aunque repleta de consumo feroz.

Sin embargo, ante nosotros disponemos una vez más de la oportunidad del Adviento, tiempo idóneo para iniciar un verdadero proceso personal y colectivo encaminado a superar aquello que impide que suceda ese milagro que esperamos: nace Cristo y todo vuelve a ser hermoso y posible. Un nuevo tiempo puede comenzar. La promesa de Dios se cumple, y por ello nuestra esperanza no queda defraudada. Hemos de posibilitar ese nacimiento de Dios, de nuestra propia vida, y de una sociedad fraterna, más conforme al sueño de Dios.

¿Qué has de soltar tú? ¿Qué has de dejar atrás para permitirte ser un hombre nuevo? ¿Qué tendrás que superar? ¿Quién eres realmente tú? ¿Estás dispuesto a prepararte en serio para serlo? ¿Vas a darte esa maravillosa oportunidad? ¿Te vas a conceder ese regalo de dejarte descubrir por el Dios de la pequeñez que viene ya?

No es tan difícil, dentro de ti está esa fuerza inmensa de amor dispuesta a nacer en ti. Y así, solo así, esta vez también la Navidad será un misterio que te cautivará por entero. Cristo nace, y tú puedes hacerlo también con él. Entonces el colapso en tu vida dará paso a una verdadera vida y la Navidad será una eclosión de sentido.

Adviento, tiempo propicio para pasar del gran colapso al esperado y posible renacimiento. ¡Vívelo!







sábado, 23 de noviembre de 2024

Al revés

AL REVÉS


Tantas y tantas veces parece que estamos cortados por el mismo patrón, es decir, lo vemos todo muy condicionados por lo que nos han dicho o hemos creído que era de un determinado modo, eliminando toda posibilidad a cualquier otra manera de entender y explicar la realidad. Nos obcecamos en una reducidísima forma de contemplar cualquier cuestión, y terminamos incluso por aferrarnos desesperadamente a lo que ya sabemos y no nos permitimos abrirnos a otras diferentes maneras de entender, sentir y pensar. ¿Dónde queda la duda o el propio autocuestionamiento? ¿Dónde queda la libertad en definitiva? Que todo sea como uno se ha forjado ya la idea de antemano; y mucho cuidado con el que ose suscitar un modo de entenderlo distinto al mío. A ver si desde pequeñitos nos hemos ido convirtiendo en unos cabezones de tomo y lomo o en unos pequeños (o grandes) intolerantes.

Dicen que de sabios es reconocer los propios errores. No sé si será de sabios, pero al menos parece una manera razonable de permitirse seguir aprendiendo, y además, muestra la humildad al admitir que la ignorancia es aún mucho más grande que el conocimiento alcanzado. "Solo sé que no sé nada" que proclamaba Sócrates, hombre al que le reconocemos tanto su talla humana como sus ganas de conocer de modo radical la escurridiza verdad. Tan solo el que reconoce la cortedad de su saber, se hace capaz de alcanzar conocimientos sorprendentes e inesperados.

Pues tal vez las cosas no son exactamente como conocemos, como nos hemos figurado, como nos han contado o simplemente como nos gustarían que fuesen. Pero así es, y puede resultarnos verdaderamente desconcertarte, aunque muy sano reconocerlo y admitirlo. La realidad siempre lleva razón y termina por imponerse. ¿Aún no te has percatado de ello?

Qué bueno resulta poder aprender del evangelio. Hoy concluye ya este año litúrgico, con esta fiesta de Jesucristo, Rey del universo, para dar paso al tiempo de Adviento. Nos coloca ante el final de la vida de Jesús, que compadece ante Pilato. Frente a frente, el que ostenta el poder de la Roma imperial y el que es entregado como reo por haber afrontado sin tergiversación lo que es el ser humano y lo que debería ser a la luz del amor de Dios. Nuestra verdad, frente a la verdad interesada y parcial de aquellos que sirven a otros señores terrenales, pero no al Señor que hizo el cielo y la tierra y cuanto contienen.

Sabemos bien que a lo largo de la historia, y en la actualidad no nos quedamos atrás, los poderosos han hecho lo posible para distinguirse del resto de los mortales, en el oropel y en el fasto, así como en la más descarada y vergonzosa opulencia. Se sirven de ellos, pero no les sirven. Con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es al revés, todo lo pone al revés (los últimos serán los primeros) y el reo es el verdadero rey, el vencedor de lo que tan solo Él ha sido capaz de vencer: el mal y la muerte.

Insuperable escena en que ambos, Pilato y Jesucristo, son protagonistas que comparten la misma condición humana, el mismo tiempo y el mismo espacio (el pretorio); que se miran y conversan, aunque no como iguales. Sin embargo, hay una inmensa distancia, el que tiene el poder terrenal, incluso sobre la vida y la muerte, es incapaz de salvar al inocente, casi ni se molesta, el vale con guardar las apariencias. Pilato cree que sabe, se tiene por audaz, pero no está dispuesto a abrirse a un conocimiento profundo. Solo es un político, sujeto a fines prácticos, los suyos. El supuestamente todopoderoso Pilato, por carecer, carece hasta de la más mínima moral a la que ajustarse; actúa como un dios sin serlo y es incapaz de reconocer al que tiene delante de sí. Está obligado a complacer a los que pueden desestabilizar su posición privilegiada. Y nunca va a asumir ese riesgo.

Por otra parte, el que compadece ante Pilato, desposeído de todo poder y dignidad, el que va a ser juzgado sin misericordia y condenado sin piedad, es el que ha venido a juzgar y perdonar al género humano. El que muere entregando su vida, es el rey humilde y auténtico que salva a su pueblo venciendo en la cruz al pecado, al individualismo de tantos Pilatos que solo miran por su propia conveniencia, y también a la muerte, para darnos vida con su Resurrección. "Tú lo has dicho, soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo", sí para enseñarnos a ver todo al revés, no al modo usual de los hombres, sino en su verdad más luminosa y transcendente.

Ecce Homo. He aquí el hombre, y el Dios hecho hombre, y único al rey vencedor, el alfa y la omega, el  Señor del universo, el camino, la verdad y la Vida. En su Reino todos somos igualmente dignos, hijos de Dios y hermanos. Es el Reino definitivo y restaurado por Dios. El mundo al revés e inconcebible, pero paradójicamente cierto, pues no hay otra forma de ejercer el poder que sirviendo. Ojalá nosotros sí veamos lo que Pilato no supo ni sospechar ni reconocer ni admitir: la realeza rotunda de Jesús. 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Aún queda tiempo

 AÚN QUEDA TIEMPO


De manera inexorable, sin hacerse casi notar, como de puntillas, el reloj no da tregua a ninguna hora, y sigue su curso ajeno tanto a nuestras alegría y a nuestras penas, que de todo hay según vengan los acontecimientos, y según también cómo se los tome cada uno. Habrá quien prefiera no caer en la cuenta del avance incesante del tiempo, y vivir como si nada sucediese, como si no pasara la vida, como si no fuera con él. ¿Es que acaso no notas los estragos que la edad va produciendo en ti como el más artero de los artesanos? ¿Qué sería si no de la potente industria de cosméticos que ralentizan, supuestamente, el deterioro apreciable del cuerpo? ¿Qué esfuerzos no se exige la investigación farmacéutica en I+D para garantizarnos, sea como sea y cueste lo que cueste, una larga vida saludable y feliz?

Les habrá también los que miran hacia atrás con nostalgia, seguros de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aferrándose a recuerdos de una etapa ya ida, como si el cielo y la tierra nueva prometidos no pudieran ser más que el Edén primero. Sin embargo, en las lecturas de este domingo XXXIII se nos recuerda que el tiempo sigue sucediendo, y que de igual manera que hubo un comienzo para todo, es seguro y esperable que llegará también el fin. Lo sabemos, es de sobra sabido, aunque prefiramos olvidarnos, como si con ello, sumidos en la ignorancia voluntaria, nos fuese más asequible seguir viviendo al margen de lo que termine ocurriendo.

En la anterior entrada de este blog, veíamos que a veces todo se renueva misteriosamente, como si no tuviese nunca fin; se trataba aquello que calificábamos de inagotable, y que nos predisponía a entregarnos generosamente en todo aquello que emprendamos. En este final de tiempo ordinario, se nos presenta otro aspecto imprescindible, contrario y complementario: la caducidad. Hemos de estar por tanto atentos a lo que acaece y a los signos de los tiempos; hemos de vivir prevenidos, como si todo fuera a cumplirse y terminarse de un momento a otro. Que no nos pille despistados, sino bien informados y preparados para actuar de manera adecuada y responsable.

No están de más las alertas, esas que a veces aunque necesarias, terminan llegando demasiado tarde. Esta no nos llega al móvil, nos llega directamente por vía del evangelio. Estad avisados; estad en sobre aviso; estad alertas, atentos, vigilantes, porque en el momento menos pensado ocurre lo que siempre termina ocurriendo. No hay modo de evitar lo inevitable ni de remontarse atrás, al pasado, para tratar de poner remedio a lo que ya no tiene remedio, aunque en su día sí lo tuvo. Actuemos cuando aún quede tiempo, sí ese tiempo tan preciado y necesario que se nos escapa tan callando.

Prepárate, pues, ahora, para lo que venga, que no te pille a contra pie, y no dejes de ser consciente que se cumplirá el plazo, tarde o temprano. Aún estamos a tiempo, y por tanto, aprovecha, disponte, céntrate en lo esencial e importante y no dejes que se te escape tu propia vida por los derroteros que no quisieses. Espabila, aún estás a tiempo; aún nos queda algo de tiempo, aunque no sepamos calcular con precisión cuánto será. No dejes para mañana lo que debas ser hoy. Apresúrate a cambiarte hoy mismo, porque se cumple el tiempo, la tarde avanza y ya va apagándose lentamente el día. Recapacita, reflexiona: ¿Estás viviendo? ¿Estás amando? ¿Estás cumpliendo con lo que se te ha pedido o dejaste que se te fuese la vida en entelequias y bobadas?

Nadie cuenta con todo el tiempo del mundo, y por ello, lo quieras o no, lo sepas o no, al final se te pedirá cuenta. ¿En qué gastaste tu tiempo? ¿Qué fue lo que hiciste con tus talentos? Y entonces, con el tiempo cumplido, no habrá vuelta de hoja, entregarás lo que has sido sin subterfugios ni engaños, la sola verdad de lo que hiciste y fuiste, y Dios misericordioso sabrá corresponderte.

Entonces ¿Qué mejor que ser desde ya muy Provi? Porque sí, también se cumple el tiempo estipulado y llega ya el día de la Provi, el día de Santa María de la Providencia, la fiesta de nuestro colegio. ¿Te estás preparando? ¿Vas a vestirte de gala, como la ocasión lo merece, o es que piensas quedarte al margen, sin venir, vivirlo ni celebrarlo con todos los que formamos el colegio? Tú decides.

MUY FELIZ SEMANA DE LA PROVIDENCIA

sábado, 9 de noviembre de 2024

Inagotable

INAGOTABLE


Vivimos precipitadamente; vivimos bajo el agobio de lo inmediato y lo urgente; malvivimos inmersos en un ritmo trepidante de consumo precipitado. Se nos agota en una desproporcionada y frenética jornada, en la que no hemos podido llevar a cabo todo lo que hubiésemos debido. ¿A qué es debido? ¿Es que nunca es suficiente? ¿Adónde nos van a llevar tanta actividad y tanto agobio? Los adultos hace tiempo que hemos perecido en esta zozobra consumista de actividades que nos deja sin tiempo para nada verdaderamente relevante. Pero lo peor es que en esta insana vorágine ya estamos introduciéndoles a nuestros hijos: después del colegio, a inglés, luego a defensa personal, fútbol, ala delta y hasta macramé si se tercia, el caso es tenerles ocupados, poco importa en qué. La actividad por la actividad, del mismo modo que antaño se reivindicaba "el arte por el arte".

Así no podemos seguir. ¿Se podría parar en algún momento y recobra cierta cordura? Porque cuando llega el esperado fin de semana, volvemos a meternos es esa inercia desgastante de frenéticas actividades. Tal vez habría que plantearse empezar a vivir de otra manera, sin tanta necesidad autoimpuesta, con lo esencial. ¿Para qué tanto? Pues parece que hemos caído bajo el yugo de la cantidad, en perjuicio de la calidad. ¿Acaso nos merece la pena acabar exhaustos y seguir tirando como uno pueda? 

Resulta inevitable no acabar afectado en mayor o menor grado, viviendo como vivimos en una sociedad radicalmente materialista y consumista. Así, a uno le da por tener mucha ropa, otros por acumular abalorios, el otro por amigotes y fiestuquis como si no hubiese mañana, otros por viajes y más viajes, o hay quién se dedica a obtener los trofeos de muchas relaciones pseudo afectivas de usar y tirar; el otro por incrementar los seguidores en las redes, o por tener saturados los dispositivos móviles de fotografías, etc. ¿Y tú? Efectivamente, puede ser también este consumo excesivo un recurso como otro cualquiera para tratar de huir de uno mismo, de su propio vacío interior, y hasta de la propia verdad de la que trata de escapar cómo sea.

Sin embargo, las lecturas de este domingo XXXII de tiempo ordinario (b) nos conciencian que lo que cuenta a ojos de Dios es lo poco, cuanto menos mejor, pues cuando algo es de menor valor, más valioso resulta a los ojos de Dios. ¿Podría resultarnos interesante y benéfico este modo de plantearnos la verdadera importancia de lo pequeño? Eso es para Dios, sí, ¿pero puede serlo también para nosotros, simples mortales? Sí, sin duda lo es, porque cuando se logra ver que si uno empieza a dar de lo que tiene y de lo que es, cuando uno se pone en la dinámica de ser para los demás, es decir, en la dinámica de la entrega sin reservas, descubre una fuente inagotable (sí, inagotable) dentro de sí.

De Dios también es propio eso de ser inagotable, por lo que, en nuestra pobre medida, cada uno de nosotros ha de poder llegar a asemejarse a Dios en esto de darse y darse con entusiasmo, ilusión, y completa gratuidad. Entonces irá ocurriendo ese pequeño milagro -y por tanto grande- que las fuerzas y los propios recursos, el amor, no se agotan, sino que se renuevan incesantemente, en contra del primer principio de la lógica económica.

Por ello, se hace necesario señalar el reconocimiento a todas aquellas personas que han salido de su comodidad y su pequeño mundo satisfecho, para volcarse en las labores de ayuda a los damnificados de la catástrofe humanitaria ocurrida en la zona de Valencia y aledaños. Mientras que los de siempre, más ocupados en la cuantificación voraz de lo suyo, y en el escurrir el bulto a toda prisa echándose la responsabilidad los unos a los otros, nos encontramos con múltiples hombres y mujeres de bien, anónimos, como la viuda de Sarepta que atendió al profeta Elías, con sus últimos recursos. o como la pobre viuda del evangelio que entregó lo poquito que le quedaba para seguir malviviendo. Lo pequeño es grande cuando lo ve Dios, pero también a nuestros propios ojos cuando los protagonistas son personas que les falta tiempo para tratar de remediar las carencias de los otros. Sí, en medio de escenas de auténtica destrucción, hemos contemplado la belleza de personas de buen corazón, dispuestas a remediar en la medida de sus posibilidades, el sufrimiento y la desesperación de sus semejantes.

Lo que vio Jesús y lo reconoció ante el altar de las ofrendas, según nos narra hoy el evangelio, también lo podemos ver nosotros. Mientras haya personas que se lo quitan a sí mismos y lo ponen a disposición del necesitado, habrá esperanza, no estará todo perdido, ni el mal tendrá la última y definitiva palabra. Frente a la tiranía de la cantidad, triunfará la ley de la calidad, la calidez y la caridad, que es admirable en los seres humanos cuando saben construir un mundo nuevo y humano, ese que nos exige el evangelio. ¡Qué grandeza la de todos estos voluntarios de tan buena voluntad!  

También tú descubrirás en ti una fuente inagotable, la del amor generoso, cuando conectes con los otros y vivas para que ellos también ellos vivan, pasando del límite del egoísmo al compromiso por el bien común. Porque en definitiva, lo que de verdad importa no es acumular y acumular, sino compartir con los demás.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Inseparables

INSEPARABLES


Lo propio en estos tiempos que corren es la división, la autoafirmación, exigir que se me reconozcan mis derechos -lo que es muy loable-, si además fuera parejo al consecuente reconocimiento de los derechos de los demás, del derecho también a la diferencia, al respeto y hasta la defensa de la alteridad. Se va a terminar por hacerse necesario empezar a educar una actitud inclusiva, no ver en el otro a un enemigo a combatir, sino a un semejante, a un prójimo, a un igual, a un hermano, a alguien tan digno como yo de valoración, respeto y cuidado. Inclusiva será esa concepción que integra al otro en un reconocimiento mutuo en el nosotros fraterno.


En una sociedad de individuos ferozmente individualistas, en la que cada uno mira exclusivamente y lucha por lo suyo y sus intereses particulares, tarde o temprano terminará por irse todo al traste. Leemos en el libro del Génesis que al parecer del Creador no es bueno que el ser humano esté solo ni aislado. Somos, pues, seres relacionales o no somos. De ahí la importancia de no echar en el olvido el lema de nuestro colegio y de nuestra Fundación: ser para los demás. Nadie es autosuficiente, nos necesitamos los unos a otros para complementarnos, para mejorarnos y, en definitiva, para vivir y convivir. Solo así podremos comprometernos en un mundo mejor, en el que todos quepamos, porque por fin vuelve a ser conforme a la voluntad de Dios amor.


A pesar de encontrar por doquier la discordia y el enfrentamiento, llama poderosamente la atención -y hemos de aprender a reconocerlo-, cuando ocurre justamente lo contrario y prevalece la unión frente a la división, es decir triunfa el amor en lugar del egoísmo. La unión fiel en el amor tan profundo que vuelve inseparables a una madre y a su hijo, o el abrazo cordial con que se funden los verdaderos amigos, porque lo que Dios Amor ha unido, no debe separarlo el hombre. Unamos, amemos e impidamos que entre nosotros surja cualquier conato de división. O también las escenas de cientos de voluntarios prestos a ayudar a las víctimas de las catástrofes vividas en nuestro territorio. Esa corresponsabilidad para con el que sufre nos hace humanos y admirables, cuando nos sentimos inseparables.


Hemos de dejarlo claro: es justo esto lo que nos traemos entre manos día tras día en la escuela. Tan para los demás es el profesor respecto a sus alumnos, como los alumnos respecto a sus profesores. Hemos de colaborar y ayudarnos. Es precisamente esa la relación educativa, el proceso de enseñanza-aprendizaje, que no puede darse sin conectar personas en una labor maravillosa y creativa de conformar personas, libres, conscientes, comprometidas, agradecidas y transformadoras. Entonces se entiende que el evangelio sea el mejor abono para hacernos dar fruto, no reservarse nada para uno, sino afanarse en el amor por los demás.


En el Evangelio de este domingo 31 del tiempo ordinario, se nos incide en que no es posible separar el amor con todo el ser a Dios y por otro a los hombres. Ambos son el único mandamiento que resume el imperativo moral para realizarnos como personas, como seres que logran reflejar el mismo amor que Dios nos tiene en sus vidas y en el trato a los demás.


Amar a Dios y al prójimo resultan ser mandamientos son inseparables: 'Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel,  el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos»'.


Por ello, aunque no está del todo mal amar al prójimo sin amar a Dios o tampoco amar a Dios, olvidándonos de amar también al prójimo, lo que realmente cumple de manera efectiva la prioridad del mandato que Jesús nos expresa, es integrar en un solo amor unificado y totalizador ese amor en que amamos a Dios a través del prójimo, y a la vez, amar al prójimo a través de Dios; esto es, orar con nuestros actos, y transformar (y transformarnos) con nuestra oración. Es un mismo amor inseparable, como la raíz, el tronco y las hojas. Es posible no separar ese amor completo; así lo hace Jesús, y así lo hacen los innumerables santos que en estos días hemos celebrado con intenso gozo. No consiste más que en ejercicio de la caridad, una caridad sin engaños.


Porque si separas y divides el amor a Dios con todo tu ser, del amor con todo tu ser al prójimo, no estás amando como ama el Amor, algo aún te queda para que ese amor que te constituye esté completo y sea auténtico. Por contra, si no separas lo inseparable, entrarás en un círculo virtuoso que se retroalimente incesantemente por la gracia, de la misma manera en que lograron vivir los santos, los amigos de Dios.


sábado, 26 de octubre de 2024

Vivir para ver

 VIVIR PARA VER


La costumbre es sin duda positiva, porque nos da la sensación de aparente seguridad y control, y por ello, los temores no logran que perdemos la calma. La costumbre no debería facilitar ni que la ansiedad ni el estrés nos dominen. Pero, tal vez, como ya nos advertían los sabios griegos, todo en su justa medida, porque un exceso de costumbre, donde nos vamos dejando amodorrar por un "día de la marmota" interminable, puede terminar resultando verdaderamente nocivo y anestesiante. Sin duda, el exceso de monotonía cansa y termina por alienarnos.

Los que tenemos la gran fortuna de gozar del sentido de la vista, aunque precisemos el uso de lentes correctoras, nos terminamos acostumbrando tanto a ver, que no caemos en la cuenta de lo maravilloso que nos resulta poder disfrutar del sentido de la vista. Sin embargo, aún disponiendo de la posibilidad de ver, no queremos ver. En este sentido, contamos con el conocido dicho de que "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Porque a cualquier persona privada del sentido de la vista que se le preguntase si quiere ver, no dudaría en dar de inmediato una respuesta afirmativa.

En la primera lectura de este domingo XXX de tiempo ordinario (ciclo b) nos encontramos con el profeta Jeremías. Y es que el profeta es precisamente el que ve y habla de lo que ve. El profeta ve aquello que no es evidente, aquello que está como en el famoso ángulo muerto de nuestra precipitada observación, y se nos pasa por alto.

Necesitamos profetas, seres dotados de ese superpoder de visión, esa vista sagaz, crítica y utópica que atisba caminos novedosos por los que deberíamos transitar para poder construir un mundo más humano y conforme a la voluntad de Dios. Por eso el Señor, presto a auxiliar a su pueblo, nos los suscita. Los profetas son testigos de Dios, que se preocupa por nuestro bienestar, por nuestro buen hacer, por nuestra salvación. Ellos anuncian un mundo nuevo, posible y deseable, pero nosotros con una ceguera pertinaz insistimos también en desoírlos, y si hiciese falta acallarlos. La propuesta de Dios para los hombres no suele ser bien recibida, más bien al contrario, nos incomoda, porque ni la queremos ver, ni escuchar, ni en definitiva vivir.

Una y otra vez Dios insiste en facilitarnos las cosas, ayudarnos a llevar una vida digna y feliz para todos. Cree en nosotros, nos da una nueva oportunidad para que construyamos en libertad esa sociedad justa y fraterna. Pero al mismo tiempo nosotros los hombres nos empeñamos en que no sea así. Pero Él sigue insistiendo, no, no desiste, tal vez sea porque es nuestro Padre, todo misericordia.

En la carta a los Hebreos vemos que además de elegir incansablemente a sucesivos profetas, también nos ha enviado a su Hijo. Jesús es el mesías, el mediador definitivo, nuestro Salvador. Dios no podía estar más grande con nosotros, y por eso estamos alegres (salmo 125). Aquel que necesitábamos se ha encarnado, muerto y resucitado, y vivo para siempre, no deja de abrirnos nuestros ojos y oídos para que veamos el amor del Dios, que nos ofrece el camino de la vida. Sí, vivir para ver, pero también podríamos decir que precisamos ver para vivir.

Debe de haber muchos tipos de cegueras: la del que no quiere ver, la del que se refugia en la mentira, la del que actúa de noche para no ser visto, la del que no se atreve a ver, la del que no es capaz de ver más allá de sus narices, de sus intereses y de su egoísmo. A la luz de Cristo, de su palabra, cada uno hoy puede ponerse a dilucidar su propia ceguera. Pero sobre todo, hoy es la ocasión propicia para pedirle a Cristo, que pasa a nuestro lado, que como el ciego Bartimeo, nos devuelva la vista. Que podamos ver con los ojos de un niño, que quiere conocer y que se admira constantemente con el mismo candor primero en la mirada, esa mirada confiada del con la que el niño reconoce el amor comprometido de su madre. Ver a la manera en que Cristo nos mira, sin juzgarnos, con ternura y amor restaurador.

Pidámosle a Jesús que tenga misericordia y nos devuelva una mirada nítida para ver la verdad y ser capaces de amarla. No nos cansemos tampoco nosotros de solicitarse esa merced: que tenga piedad de nosotros y nos permita ver con amor las cosas de Dios y de los hombres. La mirada de Dios se caracteriza por verlo todo con amor. Que nos enseñe a mirar así, de veras, con el corazón, y a seguirle agradecidos y comprometidos. Miremos más y mejor, y amemos igualmente más y mejor. Que nuestra fe nos salve y salve, como a Bartimeo, y nos capacite para mirar con misericordia y compasión a cuantos pasan junto a nosotros en el camino de la Vida. Pero ojo, a ver si nos va a dar al mismo tiempo que recuperamos la capacidad de ver, ojos y boca de profeta para que proclamemos que este es tiempo de conversión y salvación para todos.

¿Y tú qué le quieres pedir? Deja ya de estar postrado al borde del camino, salta, deja el manto y ves tras el Señor. 

jueves, 17 de octubre de 2024

A los remos

 A LOS REMOS

¡Qué facil es hablar y exigir a los otros que actúen de una manera determinada, pero luego uno mismo no se exige nada a sí mismo! ¡Qué fácil resulta echar mano de infinidad de excusas para autojustificarse, pero ninguna para comprender los comportamientos de los demás! Puede parecer que aquel mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo nos queda grande. Resulta curioso que lo que en otros me indigna, en mí me resulta normal y llevadero, y así pasa lo que pasa, y es que terminamos siendo poco o nada ejemplares.

Sin embargo, el evangelio nos interpela una vez más. Quizás por eso sea mejor no leerlo, no escucharlo, no tenerlo en cuenta y no pararnos un instante a meditarlo, no sea que me saque del cómodo, autosuficiente y superficial lugar en el mundo en que he decidido instalarme. Cuanto menos me plantee o me planteen, mucho mejor.

Pero no, si lees este blog, es que al menos te atreves a dejarte cuestionar; que no das el evangelio por leído, y que el mensaje de Jesús, la buena nueva te sigue interpelando y ayudando a desinstalarte de este mundo de prisa y lo superfluo. Si conecta el evangelio contigo, serás como la tierra buena que acoge la semilla y trata de germinar para dar fruto.

Y es que precisamos el agua y el alimento para tener vida, pero no solo eso, también necesitamos el aire, a los padres, hermanos, abuelos, amigos, compañeros, es decir, al resto de personas que nos cuidan y ayudan, pero, además, necesitamos alimentarnos de esta palabra de vida que nos trae como regalo valiosísimo Jesús, y que tenemos disponible las veinticuatro horas durante todos los días de los años que nos sea dado vivir. Esto es así, y ya nos hace caer en la cuenta de que solitos, de manera exclusivamente autónoma tenemos poco recorrido, que nos necesitamos los unos a los otros para casi todo, como por ejemplo, para aprender a ser nosotros mismos, siempre en relación a los demás.

Reconocerse necesitado es dar un paso muy grande, ni capaz de todo ni autosuficiente, sino humilde, sencillo y agradecido. Estar dispuesto, asumir lo que venga, por duro que sea, porque me va conformando en esa persona que, desde la debilidad y tan necesitado, se deja ayudar y aprende con lo que va viviendo. Dejemos hacer y hacernos por Dios. Confiemos en su buen hacer en nosotros y a la vez, colaboremos con esa acción misericordiosa y gratuita que realiza en nuestras vidas. Sí, Dios está aquí, remando con nosotros, pero eso no quita que el que tiene que echar mano a los remos y andar a la brega junto a Él y el resto, somos cada uno de nosotros. Hacer y dejar hacer. Alentar y ser alentado. No soltar el remo. Seguir remando.

Porque los hay de esos que gustan estar arriba, en los primeros puestos, en los más destacados, los que quieren subirse al podio y tomar para sí las medallas, cuando ni siquiera se han preocupado de remar. ¿Para qué si ya tiraban los otros y les hacían el trabajo duro? Que no sea así entre nosotros, que al igual que Jesús, hemos de aspirar otro podio, aquel de los que descubren que el éxito de la vida está en servir para que sean los otros los que sí que triunfen, o al menos tengan oportunidad de salir adelante. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir; ha venido y está vivo entre nosotros dándonos Vida, y Vida en abundancia. Él no suelta los remos.

Dejémonos, por tanto, de marear la perdiz, y pongámonos ya a los remos o donde cada uno descubra que puede servir y ayudar más y mejor. Y allí, en plena tarea, sabrás lo que es la verdadera victoria: la entrega por amor al prójimo. Uno solo no puede, pero si contamos con su ayuda gratuita e incondicional, todo cambia.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Dar en el clavo

 DAR EN EL CLAVO


Puede parecer fácil, pero dar en el clavo, acertar de lleno, no está al alcance de cualquiera así de buenas a primeras; requiere su tiento y su esfuerzo, su puntería, pero también el tiempo que lleva a dominar toda una técnica.

No digamos ya si no se trata solo de tirar un dardo o una flecha, sino de acertar con la decisión más adecuada. Esto requiere al menos cierta pericia, atrevimiento, cálculo, previsión y prudencia, además de contar con la suerte a tu favor.

Pero la vida no es un mero juego, y esto de ganar y perder no está siempre tan diferenciado. Puede incluso haber veces que se gana más perdiendo o que lo que parecía una clara victoria, resulta en realidad una derrota. De eso trata la poco conocida novelita de Graham Greene titulada El que pierde gana. Sí, porque solo el factor tiempo termina por dar mayor nitidez a los aciertos o errores cometidos. Lo bueno es que en numerosas ocasiones se puede empezar de nuevo, como si de una partida de dardos se tratara, y contáramos con nuevas tiradas.

Lo primero que habrá que intentar es tener los ojos muy abiertos y la visión muy despejada del objetivo o diana. Para ello, y siguiendo las lecturas propuestas por la liturgia de este domingo XXVII, en el libro de la Sabiduría se nos advierte que a pesar de todas las apariencias, preferir la prudencia y la sabiduría a las riquezas, no es necedad, sino acierto pleno. Pero aún, siendo así ¿Quién hace caso hoy ya al libro de la Sabiduría? ¿Acaso la Sabiduría cotiza en bolsa o en los mercados de opinión? Sin embargo, aunque las multitudes acudan raudas tras el dinero, y hasta pierdan la cabeza por acumularlos, lo verdaderamente valioso, el acierto pleno es el aprendizaje de la Sabiduría.

Las riquezas terminan por atrapar y anquilosar el corazón de los ricos, que solo ya viven para seguir sumando más sus cuentas bancarias en paraísos fiscales. Todo lo sacrifican para aumentar el caudal de su egoísmo, y sin embargo, por contra qué poco necesita el no pone su riqueza en las posesiones de bienes, sino que acierta a poner su confianza en el amor de Dios. Por eso el salmista exclama "Sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo", porque esa sí es suficiente abundancia de bien, y gracias a la misericordia del Padre cantan nuestros corazones.

"¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!" nos avisa Jesús en el evangelio de este domingo. Efectivamente, el mundo ha dado muchas vueltas, ha llovido mucho desde entonces, pero su enseñanza no ha perdido ni un ápice de validez. Estamos advertidos, de igual manera que el joven rico, aunque quería, no supo acertar con su opción, nosotros, en pleno siglo XXI, seguimos poniendo nuestra seguridad en aquello que no la da, que sabemos que no la da, pero que no logramos dejar atrás.

Y es que para seguir a Jesús se hace necesario desprenderse de lo accesorio, de lo superficial, y atreverse a ser libre de verdad, esto es, buscar y amar la Sabiduría por encima de cualquier otra cosa. Esto requiere desprendimiento, renuncia, pero también valentía y capacidad de renacer. Al final, hay que decidirse, lanzar el dardo al aire con los ojos del corazón apuntando a lo mejor: el Reino de Dios que su Hijo nos trae y anuncia. Inténtalo, te juegas tu vida y tu más verdadera felicidad. No está tanto en el dardo que tú seas, sino en elegir la diana de la Sabiduría. Es a esa a la que has de apuntar.     




 




miércoles, 2 de octubre de 2024

Fracturas

FRACTURAS


Con qué facilidad levantamos verjas que dividen y separan; con qué facilidad nos creemos en el redil de los buenos y de los que ni son como nosotros ni piensan como nosotros. Con qué facilidad tendemos los seres humanos a excluirnos y dividirnos en grupitos cerrados. Hemos asumido como normal lo que no es normal: fragmentar y rechazarnos entre nosotros, que somos hermanos e hijos del mismo Padre.


Mal está que en esta sociedad en que vivimos nos hallemos en medio de la polarización y la intransigencia con aquel que no acepta nuestros esquemas ideológicos, aunque bien nos lo recuerda Jesús cuando nos advierte que "el que no está contra nosotros está a favor nuestro” o en otra ocasión “no ha de así entre vosotros” (Mt 20,26). Cuesta trabajo que sigamos llamándonos cristianos cuando nuestro proceder es justamente el que condena Jesucristo. Pues sí, ni pestañeamos por ello a pesar de criticamos entre nosotros, en lugar de sentirnos partícipes en la construcción de la comunidad y de la unión fraterna.


Y es que el maligno hace muy bien su tarea: dividir, separar, romper la unidad. Desde el principio se ha dedicado a ella, y nosotros, conocedores de sus estrategias y sus fines -y también de los de Dios-, seguimos rompiendo el vínculo de la caridad a que nos debemos: “ama al prójimo como a ti mismo”. No solo a los de tu grupito, a los similares o a los que te caen simpáticos, porque si no "¿qué mérito tenéis?" El tentador nos seduce y convence una y otra vez para que construyamos una identidad en confrontación con los otros, y empiezan las rivalidades, las enemistades y las luchas fratricidas entre nosotros: en la familia, en la vecindad, en el colegio, en la parroquia, en el trabajo, y allá donde nos suelten. Pero claro, es que ¿qué se habrá creído este o estos para profetizar o para hacer milagros al margen de nosotros, sin que yo lo controle y vigile convenientemente? Tan solo yo concedo plena garantía de legitimidad a lo que han de pensar, decir o hacer a los demás.


Aunque sería innecesario, solo para ahora, se podría añadir otro mandamiento más a los Diez Mandamientos, ya que como acabamos de proferir “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. Podría decir algo así como “No dividirás”, o “No condenarás al que piensa o actúa de modo diferente al tuyo”, o “Darás libertad a tu hermano para que viva conforme a su corazón sin entrometerte”. A ver si de esta manera, al tenerlo explícito, lo respetáramos y cumpliéramos más fácilmente en nuestras vidas cotidianas cristianas.


Y es que en esto de dejar al otro que sea y viva su fe como mejor guste, nos jugamos mucho, tanto como ser auténticamente una comunidad cristiana verdadera, rica, plural, integradora y evangelizadora, que no es lo mismo que integrista y uniformante. Dejemos hacer al Espíritu Santo tanto a los de dentro como  a los de fuera; pero al Espíritu y no al Tergiversador y embaucador de siempre, el que divide, agrieta, separa y enfrenta. Solamente es el Espíritu el que posibilita unidad y comunión dentro del mismo Cuerpo de Cristo que somos la Iglesia, frente al otro, que nos destruye desde dentro y desde fuera. Cada uno de nosotros decide.


Por tanto, que en nuestro colegio, todos y cada uno de sus miembros, optemos por cuidar la convivencia, favoreciendo el entendimiento y la unidad entre todos. Porque si nos educamos como familia unida, la educación que queremos quedará firmemente integrada en nuestros alumnos, porque no se limitará a la mera transmisión/adquisición de conocimientos, sino que atenderá a aquellos valores que se asientan en lo más noble de la persona, en su base más íntima, en su corazón.


Sí, aprendemos a vivir viviendo y conviviendo. Escuchémonos, posibilitemos así la interconexión entre las personas que hacemos posible el día a día de nuestro colegio, escuela de convivencia y aprendizaje. Mantengámonos esperanzados porque la transformación y mejora son posibles y necesarias. Trabajemos conjuntamente todos, nos va mucho en ello.


sábado, 8 de junio de 2024

Transparencia

TRANSPARENCIA


Qué bueno sería saber admirar todo según es, sin contaminación, sin distinción, sin retoques ni engaños. La realidad al natural. Sin embargo, no parece que los humanos estemos demasiado empeñados en descubrir ese mundo de la realidad en su completa verdad desnuda. Nos buscamos toda clase de subterfugios para huir de la verdad monda y lironda, de la verdad sencilla, de la cruda y real verdad sin más. Más bien queremos que la realidad amolde a nuestro gusto y parecer, y si no lo hace la rechazamos. La verdad nos desagrada, nos aburre, nos escandaliza y hasta nos puede llegar parece sospechosa.

Acostumbramos a vivir en la apariencia, en el ruido distorsionador, en la prisa apresurada que impide sopesar los hechos, cuando no en la manipulación y en la tergiversación interesada. Es como si mirásemos lo real con una cámara cuyo objetivo estuviese sucio y desenfocado, y aún así nos pareciese que lo que falla en realidad es problema del objeto a retratar, pero no nuestra lente. Y lo peor es que ni nos importa esta intolerancia a lo puramente real sin más. Ya decían que mientras nos den pan y circo, todos contentos. Preferimos con frecuencia la evasión y el engaño, la sosfisticación y el oropel, en lugar de la inmersión en la realidad tal cual es.

Con frecuencia anhelamos los parajes con aguas tranquilas y cristalinas, tal vez porque nos evocan justo aquello de lo que más carecemos: la calma y el bienestar conseguidos al ser y estar en lugar adecuados, donde uno debe estar y permanecer. Idealizamos paisajes opuestos a aquellos que nos hemos construido para habitar y que en realidad reconocemos inhumanos e inhóspitos. Es difícil que el hombre pueda encontrarse a sí mismo en estos enjambres de ruido y agitación en los que no queda tiempo para nada, apenas lo mínimo para un somero descanso, pues lo que importa es hacer y hacer, en lugar de solo ser.   

En la primera lectura de este décimo domingo de tiempo ordinario (B) escuchamos al Creador dirigiéndose a Adán: "¿Dónde estás?". Adán, consciente ya de su transgresión, elude el encuentro cordial, amigable, confiado y transparente con Dios. Bien podemos también sentirnos los destinatarios de esa misma pregunta que Dios ¿Dónde nos hemos situados? ¿Somos constructores de Edén aquí en la tierra? ¿Podemos tildar de transparente nuestra relación con el Creador, con la creación y con nuestros semejantes o más bien tratamos de evitarla?

En la segunda carta de San Pablo a los corintios se nos exhorta a fijar nuestra atención en lo que no se ve, es decir, a tratar de descubrir esa realidad que si nuestra mirada se queda en lo material, en lo caduco y pasajero, sino en la verdad esencial que solo puede llegar a descubrir patente la mirada transparente de la fe y del amor. En Cristo y por Él sí es posible transformar esa mirada espiritual.

En el evangelio según San Marcos también nos puede ayudar e revisar esa relación transparente con Dios. ¿Somos nosotros de los suspicaces que tanto en su mirada como en su juicio no llegan a reconocer limpiamente la verdadera identidad de Jesucristo? ¿Aquellos que veían doblez y maldad en el poder con el que actuaba Jesús o los que reconocen que Él es el Hijo? ¿Qué puede interferir en nuestra manera de reconocer quién es en verdad?

Solo los que logran ESCUCHAR de manera atenta, sincera y cristalina su palabra y tratan de cumplir en su vida la voluntad de Dios, podrán tener que ver con Él, llegar a ser incluso de la propia familia de Jesús. Al final, esta palabra que Jesús pronuncia es esclarecedora de lo que cada uno lleva dentro: permite que las aguas de nuestro ser se sosieguen y vayan sedimentando cualquier impureza. Llegar a tener una mirada y un corazón transparente y nítido para ver y escuchar a ese Dios que nos llama a reconstruir ese Edén fraterno en que todos podamos confiar los unos en los otros con total transparencia.

Va concluyendo el curso escolar 2023/24. Mucho habría que revisar y ponderar. Aquí solo vamos a apuntar que se aproximan las vacaciones, y por tanto, podremos disponer de más tiempo para aventurarse en esa aventura de reestablecer la relación transparente con ese Señor que te habita. Puede que desees hacer múltiples cosas, ir a muchos sitios y disfrutar de todo lo que puedas, pero ¿Y si además tratas de buscar esa voluntad de Dios en tu vida? ¿Vas a poder dedicar algún tiempo al recogimiento interior en es que la presencia de Dios se hace transparente? ¡Inténtalo!   


sábado, 1 de junio de 2024

A mesa puesta

 A MESA PUESTA




No debería ser difícil elogiar las cualidades de aquellas personas insignes con las que nos relacionamos. Tampoco debería resultar infrecuente encontrarnos con personas con esa manera excepcional de afrontar su propia existencia y compartirla con los demás. Ojalá sepamos reconocer la excelencia de las personas sencillas y amables, pues aunque estas cualidades, en principio, están al alcance de cualquiera, no parece que sea demasiado frecuente hallar tantos seres humanos que se empeñen en ejercerlas.

Dice la sabiduría popular que "quien tiene un amigo, un tesoro". Todos estaremos de acuerdo en que no puede ser más cierto el aserto, y si el susodicho amigo es de veras, y sabe estar cercano en la distancia, asequible en cualquier tesitura, y dispuesto a compartir y acompañar mientras dure el recorrido vital, entonces es que ese amigo vale más que el oro. A lo dicho podríamos añadir además que el que tiene un verdadero amigo, lo tiene para siempre. Consérvalo.

Entre estos amigos y personas excepcionales, tan dignas de ser elogiadas, una práctica común sería el ser acogedores e incluso el llegar a compartir la vida. Pero es que además, casi desde que el mundo es mundo (y creo que no fue precisamente ayer), es costumbre reconocida el ser hospitalarios y buenos anfitriones. Tanto el que invita como el invitado, deben sentirse distinguidos, el primero por poder acoger a quién se reconoce como distinguido, y el segundo por tener la deferencia de ser invitado, valorado y cuidado de tan generosa manera.

Aunque también se nos pueda venir a la memoria aquel artículo costumbrista de nuestro Mariano José de Larra en que, más que sentirse agasajado por el castellano viejo, hacerle sentir a gusto al invitado, más bien le incomoda, lo habitual es que cuando nos invitan a la mesa, todo esté cuidado para que disfrutemos tanto de las suculentas viandas, como de la conversación y la compañía. La intención de los anfitriones suele ser que uno se encuentre a las mil maravillas en ese tiempo compartido. Por ello, si en alguna ocasión semejante te ves, aprovecha el momento y también haz que el que te invitó se sienta reconfortado por haberte recibido y agasajado en su propio hogar, no vaya a ser que el castellano viejo termines siendo tú.

Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, que aunque tradicionalmente se venía celebrando en jueves, se ha trasladado al domingo para facilitarnos la participación. Pues justamente es es este el significado de esta solemnidad litúrgica: nos han invitado al banquete de los amigos del Amigo. Ni en los más altas aspiraciones podíamos esperar a tanto: es Dios quien nos convida a su hogar y nos prepara con cariño la mesa. Allí acudimos como en su día los discípulos a celebrar la pascua, no solo la pascua judía, sino la pascua en que es Cristo el que se nos ofrece. Él nos transforma el pan y el vino es su Cuerpo y su Sangre. Nos alimenta consigo, para que nosotros también nos transformemos en Aquel que comemos.

Qué excelente oportunidad poder sentarse a la mesa con amigos, estrechar lazos de amistad y fraternidad, compartir tierno pan y selecto vino, el mismo que probaron en aquella memorada ocasión los amigos de Jesús, y poder sellar así ese pacto de vinculación vinculante con el Resucitado. Nada nos podrá separar del amor de Dios que compartimos. Pase lo que pase, vengan tiempos de bonanza como de prueba, este alimento que compartimos en la eucaristía nos vuelve invencibles en la fragilidad. Cristo, tú haces nuestro alimento. Nada puede ya faltarnos si tú nos sustentas. 

¡Qué necedad sería declinar esta invitación! ¡Qué craso error cometeríamos si no acudiésemos a su fiesta! Es Dios mismo el que se ha humanizado para compartir mesa con nosotros. ¡Cómo para perdérselo! ¿Acaso vas a rechazar al mejor de los amigos posibles? Revisa en tu agenda, y si no tienes hueco, házselo. Ven al banquete, no te quedes fuera. Todo está ya dispuesto, vas a mesa puesta y a ser tratado como amigo de Dios.

sábado, 25 de mayo de 2024

Actuar en consecuencia

 ACTUAR EN CONSECUENCIA


¡Qué bueno si al menos tuviéramos claro de dónde venimos! Es decir, el trayecto que hemos ido recorriendo hasta el momento hasta llegar a la situación presente. Porque en este mundo de quimeras y memoria volátil, tal vez pecamos de no recordar suficientemente el tesoro que acaudalamos: nuestro pasado y nuestra experiencia. Sepamos cuanto menos de nuestra historia individual como colectiva, ocupémonos ciegamente de banalidades y nada más que banalidades, y es seguro que tan solo alcanzaremos a ser lo que nos digan que somos. Tratemos, por tanto, de poner remedio, y si nos cuentan que hay que saber poco, mal y tergiversado lo que nos ha ocurrido, justamente esforcémonos en escapar de esa visión reductora y somera de la Historia, para desplegar con total libertad y consciencia la evantura de hacer historia particular con los demás. Sé protagonista y actúa en consecuencia.

Para los gurús educativos en boga ya no importan demasiado ni los contenidos ni la memoria, porque a un click tenemos acceso al vasto conocimiento. Falso: la información, los datos acumulados no son conocimiento, se requiere análisis, integración con los conocimientos previos, asimilación, comprensión, interpretación, esto es, pensamiento. Ya nos avisaban los antiguos griegos de los peligros de abandonar la memoria como fuente de saber. Pero es que si hacemos dejación de la memoria y solo vale lo que nos cuentan los gestores del big data, pues es muy probable que nos terminen escamoteando por toda la escuadra la preciada verdad. Tenlo en consideración y trata de actuar en consecuencia. 

Como afirmaba George Santayana aquellos que desconocen la Historia están condenados a repetirla. Así es, pues la Historia no sería ya escuela, y por tanto, no sirve como trampolín desde el que comprender lo anterior, vivir el presente y proyectar el futuro, evitando caer en anteriores errores cometidos. Por poner un famoso ejemplo, Winston Churchill tuvo una actuación muy provechosa para la civilización europea porque conocía muy bien a los clásicos, sus batallitas y los avatares de la historia que a través de ellos nos llega. Saber lo acaeció en el pasado capacita para acertar en el aquí y al ahora, de igual modo que desconocerlo dificulta actuar con tino y en consecuencia. 

La persona que ha perdido la memoria, simplemente deja de saber quién es y quiénes también son  los otros que se encuentran entorno. Y este es un peligro mayor aún que embuclarse en los mismos errores. Si abandonamos el estudio del pasado, terminaremos por no saber quiénes somos e impediremos por ello llegar a ser nosotros. Jamás, por tanto, caigamos en el error de suponer que lo ocurrido anteriormente, nuestra biografía o nuestra historia, son irrelevantes. Importan y muchísimo.

Para descubrir la propia vocación en los procesos personales de discernimiento, es imprescindible revisar el periplo existencial y descubrir el lenguaje de Dios en nuestras vidas. Si vivimos con tanta rapidez, tanto ajetreo, tanta sobreinformación y tanta superficialidad, necesariamente se vuelve imposible hacer hueco a la introspección y a la claridad de quién es uno y lo que Dios y uno mismo quiere ser. ¿Cuándo hacemos tiempo de calidad para exponernos a esta lúcida revisión? Pues así no va entonces.

En la primera lectura de este domingo VIII de tiempo ordinario, solemnidad de la Santísima Trinidad, vemos como el pueblo de Israel, con Moisés, toma conciencia de ser pueblo elegido justo en el recuerdo de su predilección de Dios en la historia. Dios les acompaña en su periplo, y no conviene olvidarlo si quieren saber quiénes son y como encarar el porvenir. Hay que tener presente el itinerario recorrido para poder seguir hacia adelante por el camino adecuado; por los demás caminos uno se pierde.

Los apóstoles y nosotros hemos conocido a Jesús y su mensaje, hemos escuchado y comprobado que Él es quién dice ser: el Hijo de Dios vivo, que murió y resucitó por nosotros; que ascendió a los cielos y ahora está sentado a la derecha del Padre; Que nos entregó el Espíritu para que podamos cumplir con la misión que Él nos ha dado: llevar el evangelio a toda la creación. Tampoco podemos dejar de tener presente nuestra historia personal y colectiva, nuestra identidad y nuestra cultura, nuestra experiencia más profunda y nuestras certezas, para saber quiénes somos, qué no somos y de qué habremos de vivir para actuar en consecuencia con este Dios trinitario que nos habita. Olvidarlo sería necedad, mantener esa vida en nosotros, avivarla y compartirla libremente con todos los hombres de buena voluntad, hermanos e hijos del mismo Padre, es nuestra esperanza. Quien obra en consecuencia no fracasará, sino que sabrá ser feliz.       

sábado, 18 de mayo de 2024

Todos a una

TODOS A UNA

No importa de dónde vengas, ni lo que pienses, ni tus miedos, ni tus deseos, ni tus metas; no importa el color de tu piel, ni de tus ojos o de tu pelo; no importa tu edad ni tu pasado; no importan tampoco tus gustos o aficiones. No, en serio, el que importas eres tú, tal y como eres, único e irrepetible. Tú, sí, tú, y siéntete invitado al gran regalo de Pentecostés, con el que queda inaugurado este nuevo tiempo eclesial. Porque en este proyecto común de Dios para la humanidad, tiene cabida el proyecto que Dios dispone para ti. Si eres diferente y singular, si simplemente quieres ejercer tu libertad sin recortes, entonces tendrás perfecta cabida. Dios así te quiere y su proyecto así te necesita. Has sido seleccionado.

Se equivocan los que, desde el desconocimiento, piensan que en la Iglesia no prevalece la diversidad, la libertad y la pluralidad. Puede que justamente sea el lugar en donde mayor reconocimiento y estima se da a los distintos carismas, sensibilidades y estilos. La fiesta de Pentecostés es justamente el inicio plural y diverso de la Iglesia. No solo proclamamos nuestra fe en el Dios que integra tres personas divinas, el Dios Trinitario, sino que además, también la Iglesia está consituida por la unión de muchas iglesias, ritos, congregaciones y movimientos muy variados. Todo lo que promueva el Espíritu es querido, valorado, reconocido y plenamente necesario.

Si lo tuyo es la uniformidad, que todos piensen lo mismo, que todos deban desear y comportarse de modo muy parecido, que la diferencia sea exclusivamente apariencia; si tampoco admites la discrepancia, y te solivianta el que con rigor trata de buscar la verdad escondida, no la verdad oficial de lo políticamente correcto o del mero tópico; si admites ese clima de desencuentro actual, polarización y polémica que nos han hecho asumir como inevitable; si crees que el otro, el diferente a ti está totalmente equivocado, que es tu rival o tu enemigo; si lo ves todo en blanco y negro, sin matices, y el mundo se divide claramente en buenos (los tuyos) y malos (el resto); entonces estás muy necesitado del soplo del Espíritu, para sanarte de cierta tendencia fácil al fanatismo y la intolerancia, para nacer a un nuevo paradigma existencial en el cual la vida en comunión es posible y necesaria. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

Tanto es así, que hoy tenemos dos versiones distintas en las que se nos narra de manera diferente la venida del Espíritu. Por un lado la que aparece recogida por el evangelista San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y por otra, la del evangelio según San Juan. Una no anula a la otra, no se excluyen mutuamente, sino que se enriquecen y complementan. Por ello, si leemos ambas y las unimos, lo que nos transmiten resulta facilita que podamos entender mejor los beneficios que implica recibir el Espíritu Santo:  

1. Permite a los discípulos superar el miedo que les tenía atenazados y escondidos. Tener la confianza necesaria para atreverse y abrir nuevos caminos.

2. Les otorga una paz profunda e inigualable, que libera e integra todo su ser en la aceptación agradecida de la verdad de sus vidas.

3. Abre de tal manera sus entendenderas, que logran reconocer a Jesucristo resucitado, el que es y vive, y esto supone una nueva forma de entender desde la fe la presencia victoriosa de Dios sobre la muerte y el mal.

4. Se llenan de una alegría desbordante y prístina, no superficial y vana, sino de una alegría fundada en la certeza de la pascua y la vida nueva que emerge en todo lo que es, cuando se contempla en el amor de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

5. Son enviados a la misión, a sembrar el Reino de Dios (de justicia, fraternidad, misericordia, concordia...) y posibilitar con su testimonio que en la tierra se inicie ya el cielo prometido.

6. Obtienen una identidad nueva, pues ya son seres bautizados por el Espíritu, y por tanto han nacido ya para la vida eterna, pues participan de la muerte y resurrección de Jesús.

7. Logran hacerse entender, entender y ser entendidos a través de diversas lenguas y culturas. Escuchan y proclaman la Palabra. Son ya valedores del encuentro y el diálogo.

8. Se les concede capacidad (y potestad) para perdonar los pecados y errores que el ser humano se empeña en seguir cometiendo. El mal ha sido y seguirá siendo superado por el amor y el perdón de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

9. Y finalmente consiguen conformar unánimemente, en la riqueza de la pluralidad, en la humildad, la caridad y el servicio, el Cuerpo místico, la Santa Iglesia Católica. Todos nos incorporamos a ese Cuerpo y somos miembros dentro de él para desempeñar con agrado y generosidad nuestras particulares funciones en favor del bien común.

Pero además de todo lo dicho anteriormente, en esta festividad de Pentecostés, el Espíritu no concede sus siete dones para complementar y perfeccionar a los distintos fieles y comunidades según las necesidades que Él estime conveniente. Estos siete dones necesarios son: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de piedad, el don de fortaleza y el don de temor de Dios. ¿De cuál de ellos te sientes más necesitado para progresar como verdadero cristiano? Pues, recibas los que recibas, acuérdate que no son para ti, sino para ponerlos a disposición de los demás, ya que lo que uno recibe gratis, gratis a de poder ponerlo a disposición de todos.

¿Se puede pedir algo más que lo que el Padre a través de su Hijo nos dona mediante el Espíritu? ¿No es necesario disponerse a recibir la renovación y el impulso que el Espíritu nos concede? Nunca la Iglesia será inmovilista, sino en perpetua transformación por la acción del Espíritu en todos los que lo recibimos y nos comprometemos a vivir más espiritualmente.

Que nuestras comunidades estén prestas y dispuestas para dejarse hacer por el Espíritu que Jesucristo, anunció y prometió. Solo así seremos capaces de ser la Iglesia que Dios quiere y este tiempo necesita.

DÉJATE RENOVAR POR EL ESPÍRITU SANTO

sábado, 11 de mayo de 2024

Vasos comunicantes

VASOS COMUNICANTES


Que nadie se lleve a engaño; no todo es lo que a simple vista pudiera parecernos. Tanto es así que ni siquiera podemos estar demasiado seguros de aquello que hemos dado por sentado conocer. En propiedad ni siquiera conocemos con exactitud lo que precipitadamente afirmamos que no es, pues bien pudiese ser que tan solo lo desconocemos hasta el momento actual. Resulta por ello verdaderamente apasionante querer saber, indagar y cuestionarse. Para nada resulta vano este afán esencial del quehacer humano, bien al contrario, lo lamentable sería desentenderse de la posibilidad de llegar a saber.

Parece bastante claro que para conocer no solo nos es necesario un tipo de saber específico, sino que otros terminan siendo igualmente relevantes y, por tanto, se complementan entre sí, sin anularse entre sí las distintas aportaciones de los múltiples saberes. Las ciencias empíricas, la Filosofía, la Historia, la Teología, la Antropología, la Psicología... todas contribuyen al conocimiento humano. No basta una sola disciplina, de todas precisamos. ¡Ojalá comencemos ya a buscar enfoques más integradores del conocimiento, en lugar de la mera especialización!

Hoy en día gracias a los avances y nuevas teorías de la Física, se está renovando la concepción de lo que hasta ahora dábamos por seguro. En 1927 el físico Wener Heisenberg propuso el principio de indeterminación, según el cual, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento ideal y, por tanto, su masa y velocidad. Esas propiedades de las partículas de la materia se encuentran en estado de superposición, con posibles valores diferentes de posición y momento ideal. Tal vez resulte demasiado compleja esta evidencia de que simultáneamente puedan darse valores muy distintos, dependiendo de la observación llevada a cabo. Bien puede ser, pero esta teoría es la que ha permitido el desarrollo de lo que hoy conocemos como física cuántica, teoría que va a transformar tanto nuestro mundo, como el modo como lo venimos concibiendo.

Sirva este improvisado excurso previo sobre la física cuántica para ejemplificar que lo que nos parece que pueda ser la realidad. No es por ello descartable que pueda darse un estado distinto que se nos ha estado pasando por alto. Así también, según nos cuentan las Escrituras, Jesucristo Nuestro Señor, el Alfa y la Omega, el que asciende a los cielos y regresa a la vera del Padre, sigue a la vez con nosotros. Se va y se queda. Está allí, en la eternidad, junto a Dios Padre intercediendo por nosotros, y sin embargo, también está aquí, presente y actuante en nuestro devenir temporal a través de la Iglesia, la comunidad de bautizados. Y esto puede ser así, tal y como algunos creemos, independientemente de que tú lo percibas, observes y cuantifiques o no.

En realidad Cristo, si se nos permite tirar de otro ejemplo de la Física, podríamos decir que funcionaría como los tradicionales vasos comunicantes: aúna humanidad y divinidad, tierra y cielo, está allí y aquí, ayer, hoy y mañana; y eso es una suerte inmensa, pues, además de las leyes de la Física y de la Lógica, el Amor también posee sus propias leyes operantes. Bien pudiera ser que una de ellas fuese que dónde está y es el Amado, ahí está y es también consigo el ser al que ama. Menudo trasiego de la divinidad estando presente en lo temporal y a la vez en lo eterno, en la tierra y en el cielo, en mí y en ti, fuera y dentro, en la materia e incluso en la no materia. ¿Cómo es esto posible? Para Dios, misterio inabarcable, todo es posible. Del principio de la indeterminación, al principio del amor transcendente que todo lo vincula prodigiosamente.

Es decir, Jesucristo, el hijo de María, murió, resucitó y resucita, y vive ya para siempre. Ahora, tras la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos, deja de aparecerse glorioso a los apóstoles para perderse en los cielos. Deja de aparecerse y desaparece para hacerse visible solo por los ojos de la fe y el amor. Se marcha y se queda. Abramos los ojos para ver lo invisible. Reconozcamos su viva presencia mística y escuchémosle, pues nos deja bien clara la tarea encomendad: hemos de comunicar a todo hombre el Evangelio, la buena noticia que, cuando es escuchada y encarnada, nos transforma y salva. Hemos de expandir esa comunidad de creyentes, ofrecer la salvación por medio de una fe transformadora que va volviendo semejantes a Él a todo el orbe. El que quiera que la acoja y se incorpore por el bautismo al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y vaya labrando el Reino de Dios ya en la Tierra.

Cristo ha subido al cielo, y por ello, cielo y tierra son vasos comunicantes, interrelacionados, superpuestos No olvidemos que el cielo, que se inicia en la vida terrena, es el mejor final para todo este trayecto vital; ni tampoco que nos salvaremos con y por los demás; ni que la Iglesia nos educa y permite ir dando pasos para acercarnos a ese cielo inmanente y transcendente, especialmente a través de la acción del Espíritu.

No era suficiente dejar de verle entre los vivos para aprender a verle radicalmente vivo, y aprender a reconocer que verdaderamente es él, el Señor resucitado y glorioso. Ahora hay se requiere dar un paso más, seguir avanzando en esta capacidad de descubrir al Viviente en la dimensión más profunda de la realidad, sondearle, intuirle, saber reconocer que lo espiritual también se vuelve evidente. Esa capacidad de ver más allá de lo sensible con el sentido de la fe, es ya sin duda participación en su resurrección gloriosa. ¿Y te lo vas a perder? 

sábado, 4 de mayo de 2024

Semejanzas

SEMEJANZAS




Consideramos el tiempo pascual como un tiempo nuevo, lleno de gracia para comenzar a ser de manera genuina y vibrante, es decir, a no vivir acomodados en una rutina monótona y, en definitiva, desprovista de ilusión. Vivimos, sí; seguimos vivos, sí, pero ¿cómo? ¿Estamos aprovechando con entusiasmo nuestras vidas o nos conformamos con solo que vaya pasando ésta sin demasiados sobresaltos? ¿En qué medida estás viviendo o desaprovechando el milagro de tu vida?

Hace tan solo un personaje notorio en la escena pública, de cuyo nombre no hemos de acordarnos, se preguntaba si le merecía la pena seguir con lo que venía haciendo. ¿A nosotros nos merece la pena seguir o hemos de encontrar nuevos caminos por los que aventurarnos en esto de la vida? ¿No será mejor no calentarse más la cabeza con tanta pregunta y dejar de leer este blog de inmediato? Allá tú con lo que haces, pues este blog no se hace responsable.

Para empezar, pretender entender ya es en sí algo notable. Preguntarse si hay alguna manera más acertada de empezar a poder ver la realidad de modo diferente y nuevo, es ya mostrar una inquietud encomiable.  Solo con este cambio inicial de actitud es posible abrir horizontes, ampliar posibilidades para que la vida que uno lleve pueda ser más plena. ¿A qué esperas?

En el evangelio de este domingo VI de pascua, San Juan nos transcribe las palabras de Jesús: "Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" ¿Y qué es lo que nos encomienda el Hijo de Dios para que estemos rebosantes de esa alegría suya, de ese esplendor diáfano que solo se consigue cuando uno acierta de lleno entre lo que es y hace? ¿Acaso nos va a decir su secreto? Pues, como no podría ser de otro modo, el que no se reservó su vida para sí, nos comunica dónde está el quid de la cuestión más apremiante: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Que seamos semejantes a Él en ese amor radical hacia los demás, tal y como Él lo es.

Como Él es semejante al Padre en el amor que se profesan, así nosotros hemos de hacernos semejantes a Él en el amor que desde dentro nos surge y en el que establecemos también la semejanza con nuestros semejantes. Efectivamente, a través de su palabra, asimilada y activa en nosotros, y ayudados por su gracia, esa semejanza que ya llevamos por nuestra condición creatural, puede ir desarrollando esa intrínseca semejanza divina. Tan solo en eso consistirá aprovechar de lleno cada una de nuestras vidas. 

Poseemos una vocación absoluta a la realización del amor que portamos. Esta es nuestra esencia más profunda. Nacemos para el amor, somos amados y vivimos para amar. Cualquier otra manera de situarnos en la existencia solo nos dejará insatisfacción y desencanto.

Si miramos la vida de cualquier ser humano, su biografía, sus idas y venidas, sus triunfos y fracasos, sus errores y aciertos, salta a la vista que todo lo que hace es movido por esa necesidad acuciante de amar y ser amado. Igualmente podemos reconocerlo en la vida de cualquier personaje de ficción que vemos en las grandes obras de la literatura. Todo se reduce a la necesidad imperiosa de amar, aunque tantas y tantas veces, luego ni los personajes ni las personas sepamos llevar a cabo esa preciosa tarea. La mayor de las veces aprendemos a amar según nos han amado a nosotros, incluso aunque no haya sido de la mejor manera. ¿Dónde si no aprender a amar sino en la propia casa, la primera escuela del amor? Y por ello somos eternos aprendices en el amor. Que nuestro amar sea cada vez semejante al amor de Cristo.

Él nos amó primero y nos enseñó a amar sin doblez ni reserva alguna. Se trata de hacernos semejantes a Él en sus sentimientos y acciones. Amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser. Que salte a la vista que al menos en un pequeño grado, estamos volviéndonos semejantes al que asumió nuestra condición. Ninguna otra manera nos convertirá en seres dignos de aquel lugar en el que al final nos examinarán del amor, sí, el cielo, el deseable destino final de toda la aventura vital.

"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos¨. Sabemos entonces lo que el Amigo nos ha revelado, conocemos el corazón del Padre, su entraña amorosa generadora de vida, seamos pues amigos del Amigo. Hagamos efectiva la semejanza con el Hijo del Hombre, y la vida será Vida, y todo merecerá la pena. Ahí está la fuente de la alegría, en ser transparentes y auténticos con el que es el camino, la verdad y la vida. Lo demás, es ir dando tumbos en los que nos vamos dejando una vida que se nos extingue.
  
Aprovechemos pues este tiempo pascual para afianzar la amistad con el Resucitado, para hacernos semejantes a Él, y por tanto, como todos sus amigos, los santos, también lograr ser semejantes a ellos. De verdad, amigo, que te merecerá la pena.



sábado, 27 de abril de 2024

Llenos de vida

 LLENOS DE VIDA


¿Qué tendrá la vida que a todos nos resulta sobrecogedora y maravillosa? En algunos momentos nos hemos sentido pletóricos de vida, exultantes, vigorizados por el entusiasmo, pero otras veces también nos hemos podido sentir con las fuerzas escasas, como al límite, exhaustos. Contamos ya con experiencia de ambos estados, así como de algunas otras ocasiones en que ni lo uno ni lo otro, tan solo nos encontramos en un término medio aceptable de vitalismo.

¿De dónde nos viene esa fuerza vital? ¿Solo de conseguir aquello que hemos deseado tanto? ¿Puede ser éste un modo serio de perseguir la felicidad? Tal vez nos sirva durante un tiempo: desear, hacer lo que sea necesario para lograrlo, conseguirlo finalmente y pese a quien pese, para volver a empezar de nuevo a desear y perseguir insaciablemente más deseos. Pues bien sabido es que el corazón humano tiende a no encontrar nunca la satisfacción completa en las posesiones y los logros. ¿No habrá que encontrar una manera más efectiva y afectiva para rebosar de vida? ¿Una manera de perseguir la felicidad no consentiría más que tender a lo que nos falta, justamente en atender a aquello que no nos falta?

La vida, por tanto, es un grandísimo regalo, y en principio está llena de múltiples oportunidades insospechadas. ¡Qué triste puede llegar a ser eso de estar triste por no saber captar la gratuidad del don de la vida! A veces nos pueden llegar a lastrar la alegría nuestras preocupaciones, el exceso de trabajo, los temores, los fracasos o cualquier otro condicionante. Si no preguntémosles a los terapeutas. Pero que quede bien claro: nadie está obligado a tratar de ser feliz, menos aún tratando de ser o de aparentar aquello que no se es. Quizá sí pueda ser posible superar todo lo negativo y empezar a vivir en positivo sin dejarse llevar por un deseo desenfrenado y consumista, ni tampoco limitándose a vivir como mandan los cánones que nos indican cómo se ha de vivir. Porque si vives exclusivamente como dicen los expertos que se consigue la felicidad, con mucho conseguirás esa felicidad de estereotipos, pero no la felicidad que tú buscas y necesitas.

¡Cuantos problemas y frustraciones nos vienen de las relaciones que se rompen! Habíamos puesto toda la carne en el asador de amar a esa persona, pero, por unos motivos o por otros, esa relación se resquebraja y pierde. Lo que nos llena más de vida sin duda, a unos y a otros, es el amor. Amor de cien Kilates ¿dónde encontrarlo? Relaciones estables que crecen y son para siempre motivo de verdadera alegría ¿en los cuentos o películas románticas? No solo, pues en el evangelio de este domingo se nos indica: hemos de permanecer unidos al Hijo como los sarmientos a la vid, para rebosar de su vida y poder dar fruto abundante.

Nuestro Padre es el labrador, el que se ocupa de cuidar y cultivar la Vid. Si mantenemos esa unión esencial de vida con Cristo, con su palabra animada por el Espíritu; si permanecemos injertados a este cuerpo de Cristo que es la comunidad cristiana, estrechando lazos fraternos en la caridad y abiertos a abrazar a todo ser humano, no nos faltará el sabio cuidado de nuestro Padre, y daremos mucho fruto, porque estaremos rebosantes de vida. 

Lo que hoy ocurre, con tal vez demasiada frecuencia, es que sabemos amarnos muy pobremente, sin llegar a superar el límite de ego. Son solo amores pasionales, egoístas, furtivos y posesivos; solo amores de usar y tirar, que vienen ya van con la obsolescencia programada. Todo resulta pasajero, nada estable, nada firme. Pudiera estar pasando que hayamos terminado siendo víctimas de la volubilidad de las emociones más que de una apuesta que conforma nuestra libertad. Sin embargo, la propuesta de Jesús es firme, hemos de optar y permanecer, y solo así tendremos vida.

Ciertamente, se trata de vivir vinculados al que es el Amor, de manera que ese amor suyo habite y viva en nosotros. Ese amor que da vida muriendo al sí mismo, para entregarse en bien y vida verdadera para los demás, es el que no se extingue, el que no se resquebraja, sino que perdura. Bien lo dice Juan en la primera lectura: "no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras". Es decir, vivir auténticamente ese amor fontal que brota en aquellos que permanecen en Él y Él en ellos.

¿Pero es posible un amor así que supera cualquier diferencia y cualquier impedimento? ¿Hay  acaso algo imposible para Dios? ¿Podemos amar desde el cuerpo, el alma y el espíritu, esto es con todo el ser? Pues al parecer sí, pero que no te lo cuenten. Si quieres, tendrás que vivirlo y experimentarlo.